Un terreno en la Ciudad Vieja de la pintoresca Montevideo, con apenas una construcción antigua delante, pero suficiente terreno para edificar un proyecto de vivienda que incluiría doce habitaciones, cada una con baño privado, un comedor compartido, un lavadero y una biblioteca como espacios comunes, pero también, hasta quizás una huerta; ésta es la primera imagen que me describen de lo que una vivienda colaborativa y feminista, ocupada por amigas de toda la vida, podría llegar a ser. “Para mantenerse sanos es fundamental estar con otros, pensar con otros, reírse con otros, es fundamental”, comenta Clara Piriz, presidenta del colectivo Mujeres con Historias, feminista, ex-docente y jubilada, al contarme sobre su proyecto de vivienda colaborativa para mujeres de la tercera edad. Un programa piloto que está abriendo camino del otro lado del Río de la Plata en Uruguay, y que se inscribe en el largo historial del movimiento cooperativista de vivienda en ese país, pero que por su estructura y objetivos va más allá ya que, como dice Clara,“no estamos tratando de solucionar un problema de vivienda, sino de vida”.
Cuando les pregunto qué cosas se imaginan sucediendo en esta casa a construirse en un terreno que la intendencia de la ciudad ya les entregó, las respuestas al unísono son muy claras: la idea es que además de vivienda, la casa funcione como centro cultural con actividad intergeneracional y comunal, que conecte a su colectivo con el barrio, organizaciones de la zona, organizaciones feministas y con otras generaciones. Este es uno de los motivos por los que, a diferencia de otros proyectos de co-housing de estilo más bucólico que se desarrollan en zonas rurales, ellas eligieron Montevideo. “Queremos seguir en la ciudad, cerca del ruido”, me dicen.
La vejez es muy ecuánime ya que nos llega a todos. En un contexto regional en el que por un lado tenemos un paulatino envejecimiento poblacional (según el estudio Tsunami LATAM la región envejece rápidamente y el 21% de la gente cree que puede llegar a los 100 años), al tiempo que por el otro las tasas de natalidad vienen en baja en los últimos 40 años, vale preguntarse: ¿cómo estamos planificando vivir nuestros últimos años de vida?, ¿qué alternativas existen y qué otras podemos imaginar? ¿Cuáles son las estrategias y redes de cuidados para ese momento de la vida? ¿En qué consisten estos experimentos vivenciales y arquitectónicos que empiezan a surgir, donde se pone a los lazos afectivos no familiares -y hasta militantes- en el centro del armado?
Lo que estamos viendo actualmente es el resultado de la prolongación natural de la vida (no siempre en las mejores condiciones), pero también un creciente edadismo manifestado en los prejuicios sociales hacia la tercera edad, combinado con Estados ausentes o con pocas políticas sociales de acompañamiento, o inclusive, de desarrollo post-retiro (en cuanto al trabajo o el ocio activo) para les viejes. Y si a eso le adicionamos que las mujeres vivimos más, pero que también somos las que cargamos con el mayor peso de las tareas domésticas y de cuidado ¿quién nos cuidará a nosotras?
Repensar la tercera edad, una deuda pendiente
Si en los últimos años se comenzó a hablar de silver economy (“economía plateada”) en relación al poder de consumo de este segmento de adultos mayores y de los “viejennials” en su acepción más canchera, menos marketinero pareciera ser el tema del abandono sistemático de esta población o la escasez de políticas y recursos para repensar y acompañar la experiencia de una transformada tercera edad hoy -parte gracias a los avances médicos, la tecnología y el envejecimiento poblacional. Vivimos en una cultura que parece decirles a les viejes que cada vez pueden vivir más, o que ahora el mercado los considera atractivos como público, pero que por otra parte los sigue marginando del mercado laboral y productivo, y que no acompaña virtuosamente todos estos cambios culturales en el tiempo.
“Las últimas investigaciones de nuestro país nos muestran que cuando se pregunta en relación a los proyectos que tienen como persona jubilada y fuera del mercado laboral, la mayoría no tiene proyectos. Es decir un 70% de la población mayor indica que no tiene proyectos. Y esto es un tema serio“, advierte Julieta Oddone, socióloga especialista en adultos mayores y envejecimiento de FLACSO, a cuento de la planificación post-retiro que implica repensar no sólo dónde y cómo vamos a vivir sino también qué vamos a hacer.
Lo que sucede en el ámbito socioafectivo y vincular también reviste de una gran complejidad, ya que para muchas mujeres de 65 años y más, ese momento de sus vidas todavía es un período activo y deseante, con suficiente autonomía física e intelectual en el que muchas quieren continuar trabajando, creando, aportando socialmente o militando. “Somos mujeres que hemos trabajado toda nuestra vida por nuestra autonomía y la de las demás mujeres, y ahora llegamos a viejas y nos van a decir a qué hora tenemos que tomar el café con leche. No queremos eso para nuestra vejez. Todavía tenemos criterio y somos lo suficientemente autónomas”, cuestiona Piriz.
Pareciera haber un especie de gris que abre un gran interrogante: ¿qué hacen los adultos mayores autónomos y capaces que no están para ser internados en instituciones médicas o geriátricas, pero que tampoco desean vivir solos? ”La personas que han sido autónomas están en un conflicto terrible porque quieren seguir siendo autónomas, pero vivimos en un mundo con tantas transformaciones que los jóvenes no comprenden del todo esta situación, o todo el mundo trabaja todo el día, entonces vivimos una vejez, o más bien tercera edad porque no nos sentimos viejas, en soledad. Y la soledad, algo que aprendimos sobre todo post pandemia, incide mucho en la salud mental”, sigue Cristina Grela, médica y activista por los derechos sexuales y reproductivos, parte del colectivo.
En Uruguay hay más 500.000 adultos mayores, de ese número el 60% son mujeres y al menos 54% viven solas o institucionalizadas. En Argentina, en cambio, el porcentaje de institucionalización del total de personas mayores de 60 años no alcanzaba al 2% de una población total de 7 millones de adultos mayores, según cifras del Ministerio de Salud de la Nación en 2021. Aunque acá es más difícil saber cuántas personas se encuentran residiendo en geriátricos debido al subregistro y la falta de cobertura, según reportaba el DiarioAr el año pasado.
En relación a cómo son las vivencias en esta etapa de la edad, el Dosier Estadístico de Personas Mayores del INDEC (2023) aporta un dato interesante: en un contexto de vejez feminizada, hay una mayor proporción de mujeres de 75 años y más que viven solas respecto a los varones. En contrapartida, los varones de este grupo de edad tienden a conformar hogares unigeneracionales, es decir que están acompañados en su vejez. Tampoco será una sorpresa saber que los varones en edad jubilatoria tienen una mayor proporción de ingresos laborales que sus pares mujeres, y que la mayoría de las mujeres perciben jubilaciones a través de moratorias -sí, esas mismas que Milei quería dejar sin efecto con la Ley Bases. Todo esto lleva a entender con mayor claridad la necesidad de armar redes femeninas de contención y sostén en todos los sentidos.
Co-housing, un fenómeno en alza
Ya hemos aprendido que la cultura va siempre más rápido que la ley y que los movimientos colectivistas y feministas se mueven más rápido que los Estados. Por eso, al tiempo que la noción de familia se ha ido actualizando dando lugar a nuevas configuraciones (de los matrimonios mismo sexo, al alloparenting(1), pasando por las comunidades intencionales y la crianza compartida), hoy pareciera que las verdaderas innovaciones en lo cultural, vincular y habitacional sitúan a la amistad y a la militancia feminista a la cabeza.
“Debemos tener políticas sociales y políticas de cuidados para que no perdamos nuestros derechos, porque hay adultos mayores que por ejemplo tienen una casita y como la familia no ha podido hacer su propia vida porque las cosas se han puesto cada vez más difíciles, en esa casita que es de la abuela están todos. Y de la pensión de la abuela, viven todos. Pero incluso si vamos a las clases medias o altas, también podemos pensar en alguien que en su trayectoria de vida logró comprar una casa pero se quedó solo/a; mayoritariamente somos mujeres las viejas que nos quedamos solas en la casa, y de repente tenemos una casa que fue de una familia que criamos y ayudamos a forjar su vida, pero que quedó vacía. Y además no hay quien la arregle, tampoco hay dinero con qué arreglarla porque la jubilación alcanza para sobrevivir, y son vidas tristes y solitarias, y tampoco son saludables ni mental ni físicamente”, aporta Piriz.
La figura del co-housing surge en los 70´s en Dinamarca pero viene en alza en las últimas décadas con proyectos diversos en sitios como Europa (Suecia, Holanda, Francia, Inglaterra, España) y en EEUU, donde es común encontrar desarrollos inmobiliarios apuntados a jubilados, y por definición plantea la posibilidad de vivir en conjunto con otros pero de forma independiente. Hay áreas compartidas para actividades en común (comidas, actividades recreativas y sociales, educativas, comunitarias, etc), pero con unidades o casas que proveen un grado significativo de autonomía y privacidad.
A diferencia del muy publicitado co-living, otro fenómeno emergente en las ciudades modernas -tanto por los crecientes costos de la vivienda como el aumento de gente viviendo sola-, que refiere a un modelo residencial que aloja a tres o más personas no emparentadas que comparten una vivienda y servicios comunes, el co-housing supone una manera más permanente de organizar la vida cotidiana. Si bien no se trata de una comuna ya que la economía es privada, existen cada vez más formatos y variantes.
Más que viviendas, vidas compartidas
Por su parte el colectivo Mujeres con Historia propone un esquema de vida en conjunto pero con independencia (en oposición a la institucionalización), donde la autogestión es clave y se propone transitar la tercera edad de forma autónoma, activa y en comunidad. La cooperativa inicia pre-pandemia, está formada por 27 mujeres que trabajan en conjunto con la Sociedad de Arquitectos de Uruguay y la Intendencia de Montevideo, y se constituye como uno de los proyectos piloto más interesantes de la región no sólo por lo avanzado sino también por la articulación entre lo privado y lo público y su marco filosófico. La expectativa es que se transforme en un modelo que el Estado apoye y que de a poco pueda servir de inspiración en otros países.
“En el caso nuestro además nosotras no estamos interesadas en ser propietarias, queremos que el proyecto sea un proyecto que a medida que nosotras vayamos saliendo ´por la puerta grande´ vaya a saber hacia dónde, vayan integrándose otras mujeres y que no se desnaturalice el objetivo de lo que construimos. A nosotras no nos interesa la propiedad como legado, sino dejar la idea y los logros como legado”, explican desde el colectivo donde aparte de repensar las vejeces, también se ponen tensión cuestiones que van desde los prejuicios vinculados a la edad, el rol de la amistad y la preponderancia de la familia, y también la ley de herencia y la propiedad privada.
“Es muy innovador el proyecto y ellas requerirían que sea un piloto para que luego se pueda incorporar como política pública. Hemos estado golpeando todas las puertas posibles. Las acompañamos, las asesoramos pero no está siendo fácil conseguir el financiamiento. Ellas pueden asumir el pago a través de una cuota, incluso una cuota solidaria entre ellas mismas. La gran traba que están teniendo en este momento es el financiamiento, pero después que se termine todo este período electoral y asuma el nuevo gobierno, empezaremos otra vez la ronda”, detalla Stella Zucollini, de la SAU (Sociedad de Arq. Uruguayos), con las esperanzas puestas en que una vez que la nueva gestión asuma, la búsqueda de capital se reactive.
Como el grupo es variopinto, todas tienen algo para aportar: una compañera que ha sido y sigue siendo directora y profesora de teatro podría dirigir obras. Clara que es además profesora de danza con el Sistema Río Abierto y no tiene pensado dejar de dar clases, quiere enseñar a gente de todas las edades. “Tenemos una compañera que es fotógrafa y nos imaginamos que sus fotos que son fantásticas puedan exponerse, y de hecho nos imaginamos también que podemos tener algún espacio de consultoría para mujeres y niñas de la zona en el que podamos ayudar a otras personas más jóvenes, desde tutorías para chicos para seguir adelante con sus estudios a otras cosas. La imaginación al poder”, ríe y sueña despierta.
¿Hacia un futuro más colaborativo?
De este modo tanto en Brasil, Uruguay como en Argentina florecen lentamente cada vez más movimientos, programas y proyectos informales, y mientras nuestros vecinos ensayan posibilidades con colectivos como Mujeres con Historias o Carpe Diem (otro proyecto de vivienda colaborativa pero mixto y en zona rural), acá existen iniciativas como el Movimiento Nacional de Viviendas Colaborativas surgido en pandemia. El mismo empuja políticas de “desgeriatrización” e inclusión real de las y los adultos mayores, apuntando a garantizar el derecho a una vida digna pero también la participación activa en la sociedad, en un contexto cultural en el que vemos constantemente una separación de los “viejos”.
En cuanto a la idea de compartir la vida durante la vejez con otros, algo que como sugieren las compañeras uruguayas todo país debería problematizar y abordar, y que puede incluir a personas mayores solas o “parejas grandes” también, en Argentina existe un rango variado de opciones: proyectos autogestivos (grupos de amigos que compran un terreno y arman micro-comunidades en barrios periféricos como Maschwitz en Provincia de Buenos Aires), iniciativas municipales (en Tapalqué, Buenos Aires, y Comodoro Rivadavia, Chubut entre otros), y hasta un proyecto a nivel nacional denominado Casa Propia – Casa Activa, que previó la construcción de complejos de departamentos con espacios comunes como biblioteca, jardín, parrillas, gimnasio y pileta en diferentes municipios de todo el país. Proyecto cuya continuidad se desconoce ante el plan de desarme institucional y organizacional de las políticas y programas de cuidado del gobierno de Milei.
Lo que sucede con muchos de estos emprendimientos guiados por una idea de construcción comunitaria es que al no tener un modelo institucional que los sostenga, no se suelen replicar en serie. A la par, el negocio inmobiliario y el sector privado también avanzan, y aunque con marcos ideológicos e intereses bien distintos, y apuntando a segmentos de poder adquisitivo medio-alto, tanto en Nordelta (Buenos Aires) como Cuyo (Mendoza) ya se pueden ver proyectos inmobiliarios destinado a personas mayores de 65 para arriba. Las unidades cotizan en dólares.
Si el desafío de pensar vejeces colaborativas conectadas con la sociedad en vez de patalogizadas y aisladas, puede desprenderse de la idea de hablar de una “vejez diversa” en la que las trayectorias no están atadas a las edades biológicas como en el pasado, algo que los especialistas en tercera edad vienen planteando hace rato, la vivienda y la convivencia para esos nuevo viejennials es todavía un tópico no resuelto. Si los roles se han flexibilizado y las expectativas han cambiado, si la tercera edad ya no existe de una forma normativa e igual para todos, sino en tanto nos animemos a redefinirla, ¿qué trayectorias vitales podemos construir y queremos tener en nuestros últimos años de vida? O como dice Oddone, “lo que te plantea el envejecimiento es replantearte una sociedad diferente. Y la sociedades, en sí mismas, no se han pensado como viejas, porque ésta es la primera vez en la historia del mundo que las viejas son las sociedades”.
Referencias
(1) Una palabra en inglés que describe a esa crianza en la que participa más de una generación y se abre por fuera del binomio progenitor
Manos a la obra, a difundir e invitar a otras
Qué buen proyecto! Soy grande (68) y tengo mi departamento, pero me sumaría en un proyecto así como vecina. Muchas mujeres de mi edad no tienen su lugar propio, y esta sería una manera de resolverlo, porque tal vez están en condiciones de pagar una cuota como hoy pagan un alquiler, pero sin el problema de tener que renovar cada dos años, o cuando al dueño se le ocurra. Pero además y más importante, es una manera de vivir en comunidad sin quedar a disposición de los dueños de instituciones. Una ciudad humana debería considerar estas iniciativas