July 5, 2023

Marchas, capitalización, rainbow washing y lloratón patriota: lo bueno, lo malo y lo feo del pride

Termina el mes del orgullo LGBT+ con sus conmemoraciones, celebraciones, marchas, fiestas y, también, el lavado arcoíris de las marcas y empresas (rainbow–washing), pero no se acaban los reclamos por la igualdad ni las violencias que viven a diario las poblaciones diversas. Eso está claro y los medios comprometidos con los derechos LGBT+ seguimos con nuestra agenda, que incluye las denuncias de dichas violencias y las voces de quienes las viven y encaran.

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¿Qué reflexiones nos deja el orgullo en este 2023?

No somos quienes para decir qué está bien y qué está mal en la forma en que las personas decidan celebrar su orgullo y vivir las fechas y eventos conmemorativos, mucho menos para juzgar  a quienes deciden celebrar o reclamar, en especial cuando sabemos de primera mano lo difícil que es para muches poder reconocerse diverses públicamente, cuando somos conscientes del estigma que aún persiste sobre las personas LGBT+ y de la escalada antiderechos que no se puede ignorar más. 

Se estima que unas 65.000 personas participaron en la marcha del orgullo de este año en Bogotá y que, para el final de la jornada, contrario a lo que muches pensaríamos por la extensión de la ruta y el cansancio, eran muchas más. Se habla de 100.000. Una cifra histórica, después de 40 años de marchas y lucha. Un espacio que envió mensajes hacia afuera y hacia adentro, que le dijo a la sociedad “aquí estamos, orgulloses, juntes y sin miedo”, y que le dijo a quienes no han podido salir del clóset que afuera hay una comunidad enorme para recibirles cuando decidan salir. Y aunque la conmemoración del orgullo va mucho más allá del “amor es amor”, también fue un espacio para la ternura, el cariño y los abrazos que muches no recibieron de sus mamás y papás en sus hogares. Y para los besos gratis, de 3 y más. 

Fue un espacio seguro para las familias que decidieron salir juntas y para quienes decidieron llevar a sus hijes a mostrarles que el mundo es diverso y que la diversidad se celebra. Y no hay nada apolítico ni superficial en eso, por el contrario, nada más político que decenas de  miles de personas ocupando el espacio público, visibilizando la amplitud generosa del espectro sexogenérico, ese que rompe con la heteronorma impuesta desde los sistemas de poder y opresión. Para J, persona diversa que aún no puede salir del armario y prefiere no revelar su nombre, ver esta celebración a través de las redes sociales y los medios “es una bocanada de oxígeno, un aliento para seguir sabiendo que algún día voy a poder ser yo la que esté ahí marchando vestida así, sin miedo a quedarme sin trabajo y sin casa”. 

Sin embargo, no todo es escarcha y diversión. Es inevitable notar la forma cada vez más descarada en que empresa privada e institucionalidad cooptan estos eventos e intentan capitalizarlos desde el marketing comercial y político. ¿Cómo es posible que Teleperformance, una empresa señalada de prácticas laborales explotadoras, tenga una carroza en el Pride? ¿Cómo es posible que quienes hayan protestado por ello hayan sido retirados por los guardaespaldas de la carroza? ¿Cómo es posible que haya carrozas con guardaespaldas? ¿Cómo es posible que políticxs se apropien de consignas y demandas del movimiento LGBT+ y hagan campaña con ellas, en pleno Pride? Son actos absolutamente repudiables que, si les organizadores van a permitir, deben saber que solo recibirán un merecido rechazo y abucheo, por más influenciadores que suban a esas carrozas (quizás esto empeore aún más la reacción). 

Aquí sí podemos hablar no solamente de despolitización sino de instrumentalización descarada del Pride y de rainbow–washing, esa práctica reprochable del mercadeo y la publicidad que se apropia de símbolos y espacios LGBT+ solo para vender más. Y además de instrumentalización, hubo maltrato a personas trans en el Pride, como lo denunció la agrupación 250 miligramos,elegidos por convocatoria para presentarse en el concierto de cierre de la marcha. Además del cambio de horario de su presentación a una franja en la que no les vería prácticamente nadie, no se les permitió realizar prueba de sonido y les quitaron el sonido en la segunda canción, acabando abruptamente con su presentación. La Trinchera voguera también denunció que no recibió agua por parte de la organización, un mínimo que debería garantizarse a les artistas en cualquier presentación, más aún una de dicha magnitud. ¿Transfobia institucional? Esto se suma al malestar que se generó al conocerse que las artistas principales en la tarima del concierto de cierre serían mujeres cis, sin duda cantantes maravillosas que dieron un gran show, pero la ausencia de representación LGBT+ o, más bien, su invisibilización, minó el espectáculo.

Si bien los avances merecen ser celebrados, no podemos olvidar que las violencias por razón de orientación sexual e identidad y expresión de género, la discriminación y los crímenes de odio, persisten, por eso, las contramarchas y expresiones que problematizan, que señalan, que denuncian y cuestionan, son legítimas y necesarias.

La desacralización de los símbolos patrios: lloratón antiderechos

Pero, ¿todo uso institucional de las banderas del movimiento LGBT+ cae en la instrumentalización y el rainbow–washing?  ¿Acaso no estamos constantemente interpelando a esta misma institucionalidad para que se pronuncie en contra de las violencias homofóbicas, lesbofóbicas, bifóbicas, transfóbicas y tome medidas efectivas al respecto?

Esa conversación nos lleva a otro acto de la institucionalidad, en el marco del Pride que, al igual que muchas voces del movimiento LGBT+, aplaudimos. Hablamos por supuesto del acto de izar las banderas LGBT+ y trans, por primera vez en la Casa de Nariño, el 28 de junio, día del orgullo, “como un símbolo de reconocimiento y celebración de la diversidad por orientación sexual e identidad de género, y una oportunidad para visibilizar y promover la garantía efectiva de los derechos de estas personas, que hoy son reconocidas como sujetos de especial protección constitucional”. 

“El mes del Orgullo LGBTIQ+ contribuye a la construcción de una sociedad más inclusiva, justa y respetuosa, donde todas las personas puedan vivir libres y dignamente, sin importar su orientación sexual o identidad de género señaló el comunicado oficial de la Vicepresidencia y la Gerencia LGBTIQ de Colombia. 

En ese acto también participaron artistas como “Las Tupanas”, mujeres indígenas trans, “La Morena del Chicamocha”, grupo de bullerengue liderado por la cantautora afrotravesti Gerson Morena, entre otras. Y además de izar las banderas, ese 28 de junio el escudo patrio se vistió con sus colores y, como era de esperarse, la lloratón antiderechos no se hizo esperar. ¿Cómo leemos estas acciones si venimos acostumbradxs a desconfiar con razón de la institucionalidad, pero con la esperanza puesta en el cambio?

Para la activista Cristina Rodríguez, fue algo “reivindicativo, un mensaje poderosísimo, una acción afirmativa bellísima y muy significativa para las personas trans, un mensaje claro para Colombia y el mundo entero y también para las personas que hacemos parte de esos grupos LGBTIQ+, trans, que llevamos años buscando desde los diferentes movimientos sociales que nos atraviesan, precisamente que haya un reconocimiento, que haya un ejercicio de reparación histórica, simbólica, de reconocimiento de la importancia de trabajar estos temas”.

Para el activista Iván Danilo Donado, se trató de un acto histórico, de un mensaje, un símbolo, una señal de compromiso de la Presidencia con los derechos de las personas LGBT y sobre todo, un reconocimiento desde la dignidad, en igualdad de condiciones y a la par con el resto de la ciudadanía, donde también se nos invita a formar parte de esa casa que se supone es la casa de la ciudadanía colombiana”. 

También es como un abrazo, el decir ´ustedes también son parte de la ciudadanía, este también es su escudo, la bandera también es su bandera y la casa de Nariño también es su casa”, agrega Iván Danilo.

Con respecto a la reacción de conservadores y grupos antiderechos, escandalizados por la modificación de los símbolos patrios, Cristina anota: “me encanta que incomode porque de eso se trata también, de incomodarnos, de repensarnos, de resignificar muchas cosas, de eliminar estigmas. ¿Por qué es ofensivo poner un color fucsia y una bandera LGBT? Seguramente porque para ti eso es una ofensa y eso habla mucho de la homofobia interiorizada de muchas personas.  Creo que los símbolos pueden eliminarse, cambiarse, mutarse, transformarse, resignificarse. Yo no creo en los símbolos nacionalistas, en esos símbolos patrióticos que hemos construido de esa falacia de territorialidad y de valores tradicionales. Más que un ejercicio iconoclasta, es entender el significado de esos valores patrióticos para las naciones, para el mundo, para las guerras; creo que la vida es sagrada, no los símbolos. Y aquí estamos, valemos, somos importantes para las políticas de estado, para la protección que el estado debe acatar, porque es parte de protocolos internacionales, de marcos normativos.”

En la misma línea de Cristina, Iván Danilo añade: “hay que entender qué es patriotismo y qué corresponde a la ciudadanía colombiana. En efecto, las personas LGBT somos ciudadanía y por ende estos símbolos también son de nuestra patria y también nos pertenecen como ciudadanía, así que este reconocimiento, lejos de ser un irrespeto a los símbolos patrios, es más bien un llamado a que las personas LGBT también sintamos estos como nuestros y este como nuestro país”

Y es que, como ambos mencionan, no podemos dejar de lado el origen guerrerista y patriarcal de estos elementos y toda la violencia que en su nombre se ha perpetrado, incluida la violencia institucional a las personas diversas de la sociedad civil y en las mismas filas del ejército, así que el acto de Presidencia puede verse más allá de un acto protocolario de inclusión como un acto simbólico de reparación. Algunes elegimos creer que, además de unas banderas y un escudo coloreado por un día, medidas como la creación de un ministerio de la igualdad con un viceministerio LGBTIQ y el avance de una Ley Trans, impulsadas por personas, organizaciones y el movimiento LGBT+, son un engranaje necesario no solo para defenderse ante los ataques antiderechos, sino para avanzar, por un país seguro para todas las personas diversas. 

En ese sentido, la marcha oficial, la contra–marcha y el acto de presidencia, enviaron mensajes que la sociedad escucha y esperamos que también comprenda y no se quede atrás.

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