
Cuando tenía 16 años, en primer semestre de la universidad, tenía una materia de relleno que se llamaba “Teología I”, dictada por un ex-jesuíta de unos treinta y pico, con brazos musculosos y camisas pegaditas. No era una clase difícil, solo teníamos que leer algunos libros y comentarlos, cosa que yo sabía hacer muy bien, así que no me sorprendí de sacar buenas notas. El profesor se quedaba un poco más de tiempo hablando conmigo en los exámenes orales y en algún momento del semestre me dijo que pasara por su casa, que quedaba cerca de la universidad, para recoger unas fotocopias que me interesarían mucho. En esos tiempos no podía mandarme un PDF, y las fotocopias eran costosas y preciadas, y para mí eran una muestra de que yo era una chica muy inteligente y este buen hombre lo que quería era aportar a mi desarrollo intelectual. La cita para recogerlas era en su apartamento un viernes por la noche.
Llegué puntual. Pero en medio de toda mi inocencia se me ocurrió decirle a una amiga que me mandara SMSs cada media hora para tener una excusa para irme. En ese momento no habría podido articular por qué. El profesor me recibió con música y, antes de pasar a lo de las fotocopias, me hizo algunas preguntas y comentarios. Que si era “virgen”, sí lo era, contesté sin remilgos; que mis tetas estaban muy jugosas, gracias, dije, como si él simplemente estuviera dando un dato y yo fuera el Dr. Spock. Hasta ahí nada me había parecido raro, yo era una chica “liberal” que no se iba a fruncir con esos comentarios como cualquier mojigata recién salida del colegio. Todo cambió cuando sonó el teléfono. Era su novia. Tuvieron una conversación bastante normal, pero, me di cuenta de que no le había dicho que yo estaba ahí. Me corrió un frío por el espinazo, dije que mi amiga me había mandado un mensaje y me fui.
Esta es solo una de miles de ocasiones en las que he estado en peligro de acoso o abuso sexual y me he salvado por un pelito, la mayoría de las veces porque me fui a tiempo, porque le hice caso al miedo, al asco que sentía en mi cuerpo, pero tengo claro que siempre fue un golpe de suerte. Sobre todo porque en esos tiempos era normal que las alumnas salieran con los profesores. Todas en el semestre sabíamos que el profe de fotografía estaba saliendo con esta chica que nunca iba a la clase. Salir con un profesor, y especialmente en la facultad de artes, era un marcador de estatus para otras estudiantes como yo. De hecho, yo sabía que mi amiga se estaba cogiendo a uno de mis profes favoritos, uno que era dulce, sensato, amable, todo un soft boy, y que también era un hombre casado aprovechándose de su vulnerabilidad. Él sabía que yo sabía. Pero la verdad es que era normal, y yo pensaba que no hacer juicios sobre las vidas sexuales de los demás me hacía ver muy cool.
En un artículo reciente que publicamos en Volcánicas sobre denuncias por acoso y abuso a un profesor, algunas chicas dejaron comentarios del tipo: “Una amiga de la universidad me dijo que él la había acosado y era todo morboso”, “Me consta, me consta!!! Porque lo conocí con 18 años, siendo estudiante de comunicaciones, me invitó a salir y ví como era su modus operandi con tantas mujeres. Abusan de su poder! Y como la justicia no hace nadaa!”. Solo con ese comentario no podemos saber si son casos de acoso, pero sí que hay en esas aproximaciones una desigualdad de poder.
Alguna vez una colega periodista me dijo que las chicas que salían con estos viejos verdes también ganaban algo en la interacción: información, técnica, contactos, a los que de otra manera no tendrían acceso si no tenían una familia en el gremio. Es algo que aplica para todas las profesiones. Ves a tus amigos hombres, compañeros de universidad, ambiciosos y talentosos como tú, ellos se van organizando para tener un mentor en el oficio, que los recomienda, les da consejos, les presenta gente, les da entrada a las fiestas clave en donde está la rosca que les va a hacer palanca profesional. Los chicos tienen que reír a carcajadas de las bromas de su maestro, aplaudirlos como focas, así pagan el derecho de piso. Pero las chicas se los tienen que comer. Querían un maestro, un amigo, una guía y les tocó tener un amante, un novio. Pero ¿qué tiene? Si no tienes experiencia, ni conexiones familiares, ni dinero, y encima ni entiendes por qué les gusta tanto ese libro de Kawabata. Él te dijo que era amor, deseo. ¿No que eras muy inteligente? ¿Distinta de las demás, esas cuyos nombres ni él ni sus amigos recuerdan?
La tristeza de saber que fuiste tan estúpida por creer que se había acercado a ti por tu talento, cuando en realidad para él solo eras un culito nuevo, una presa para masajearse el ego, es devastadora. Te preguntas si tienes algo de talento, más allá de ser jóven e impresionable, y si quieres jugar este juego con estas reglas, o si de pronto es mejor tener ambiciones más modestas que no te expongan a lidiar con viejos verdes todo el tiempo. Después de todo, ellos tienen el poder y van a ocupar sus lugares hasta que se mueran.
Mucho se habla de lo terrible que es arruinarle la reputación al maestro, pero no se dice nada de todos los cerebros fugados, de todas las chicas talentosas que cambiaron de profesión porque un viejo verde les cortó sus sueños, y ellas aún sienten el asco vivo en sus cuerpos.
Los viejos verdes me dirán: ¿y cómo vamos a coquetear ahora? Y pues, sí, tienen derecho a ser unos viejos verdes, creepy, sleazy. ¡Adelante!, manda ese toque por Facebook y luego esa invitación ambigua. Pero entonces que no sea con subalternas, alumnas, chicas que están comenzando en el gremio en el que tienes poder, ni con diferencias de edad injustificables.
Ah pero es que tú no le caes a esas mujeres porque sabes que con ellas no te van funcionar los mismos trucos, que no se van a guardar sus “nos”, porque no tienes nada que ofrecerles, no se van a descrestar, no se van a guardar sus opiniones para no herir tu ego, no las vas a poder dominar y engatusar. Te van a ver por lo que eres: un humano, viejo y frágil, con errores y virtudes. Algunas de tus ideas son interesantes pero la mayoría son bastante corrientes. Y tú eres tan inseguro que crees que no te van a querer así. Porque se te desmorona el ego si te dicen la verdad. No puedes soportarlo. Por eso siempre buscas relaciones con desigualdad de poder. I’ll get older, but your lovers stay my age.
Cuando éramos adolescentes nos ilusionaba salir con el chico universitario, pero cuando llegamos a la universidad y empezamos a ver a nuestros amigos de la misma edad salir con chicas más jóvenes supimos porqué: porque eran unos bobos en el mejor de los casos, abusadores en el peor, que no le daban la talla a las mujeres de su edad. Ahora, desde el cuarto piso, con la edad en la que los hombres reverdecen, les diría que me dan lástima, si no fuera porque conozco de primera mano todo el dolor que han dejado a su paso.
Mientras tanto, los viejos verdes continúan con sus vidas. Cuando los absuelven de alguna acusación, en la privacidad de casa de los amigos, se sirven un whisky añejo, ese sí, apropiado para su edad. No importa que no sean inocentes, ni que todo el mundo lo sepa, este papel de un juez les da vía libre para seguir siendo como son. Brindan y se dan palmadas en la espalda: “¡maestro!”, “¡maestro!”, se dicen el uno al otro, porque lo necesitan, necesitan seguir en la fantasía de que son respetados, talentosos y honorables, y se sirven otro whisky más antes de que acabe la noche para brindar porque escaparon al castigo social. Y también para olvidar, porque no soportan quedarse solos con su propia fragilidad.
Gracias por estos textos. Ser estudiante de arte parece que nos pusiera en un estado de vulnerabilidad especial, pues los profesores creen aludir a una sensibilidad mayor que tenemos, o a un estado particular de inocencia, de ingenuidad… Me erizó leerlo, identificarme al haber estado cercana a docentes así.
Uf.
Es maravilloso e inspirador. La parte que me identifica es “Me corrió un frío por el espinazo, dije que mi amiga me había mandado un mensaje y me fui” … “pero tengo claro que siempre fue un golpe de suerte”. Gracias por tus hermosas palabras por esa manera maravillosa de plasmar la triste y vergonzosa realidad.
Catalina.
Gracias por tu texto. Nos ayuda a reevaluar conductas por acción u omisión de situaciones que son complicadas de manejar dentro de la sociedad actual.
Gracias, aveces necesitamos notas así para regresar a la empatía y el amor.