
El pasado fin de semana, el cantante argentino Andrés Calamaro protagonizó una escena polémica durante su concierto en la Arena Cañaveralejo de Cali, Colombia. En medio de su presentación, el músico interrumpió la interpretación de Flaca para hacer una encendida defensa de las corridas de toros, justo en una ciudad donde recientemente se prohibieron por ley. Simulando un pase taurino con su chaqueta y gritando “¡Vivan los toros!” Calamaro provocó abucheos y gritos de desaprobación por parte de la mayoría del público.
El cantante respondió: “Están cancelados y bloqueados. Hasta nunca”, y se retiró del escenario, abandonando momentáneamente el show. Poco después, regresó a terminar su presentación, pero el gesto ya había generado indignación en redes sociales y medios nacionales. Muchos y muchas asistentes expresaron su malestar por el desprecio del artista hacia una lucha que ha costado años de activismo en defensa de los derechos de los animales.
El hecho solo suma a su larga -tal vez larguísima- lista de declaraciones problemáticas. En 2021, durante una entrevista, aseguró que “no hay nada más hipócrita que el progresismo” y cuestionó los movimientos feministas, afirmando que tenían “una cuota de totalitarismo”. También ha defendido el uso de armas, el sionismo, las políticas de Milei y a la tauromaquia en múltiples ocasiones, incluso publicando fotos en plazas de toros con mensajes como “arte con sangre”. Su estilo provocador es habitual, pero sus posturas suelen generar rechazo entre quienes defienden causas sociales y derechos fundamentales.
Este nuevo escándalo reaviva el debate sobre la llamada “cultura de la cancelación” y cómo algunos artistas la utilizan para rechazar cualquier tipo de crítica pública. Calamaro no es el único en apelar a ese discurso: en 2020, el comediante Dave Chappelle se defendió de críticas a sus rutinas transfóbicas diciendo que era víctima de “la mafia de lo políticamente correcto”. Más recientemente, el actor Johnny Depp habló de haber sido cancelado por la industria del cine, mientras era acusado de violencia doméstica, y el escritor español Arturo Pérez-Reverte ha tildado a sus detractores de “inquisidores” por señalar sus comentarios misóginos y racistas.
La figura de la “cancelación” se ha convertido en un escudo para ciertos hombres con poder, que reaccionan con hostilidad ante la crítica social. En muchos casos, más que censura, se trata de una ciudadanía que ejerce su derecho a cuestionar discursos que perpetúan violencias estructurales. Decir “esto me parece violento” no es callar a nadie; es disputar el sentido común que ha naturalizado ciertas posturas desde lugares de privilegio.
En Cali, la defensa de los toros no es neutra. Es una postura política. Defender la tauromaquia en una plaza que dejó de usarse para ese fin, en una ciudad que celebró su abolición como un logro ético y cultural, no es un simple gesto artístico. Es una provocación que desconoce los avances sociales y las luchas ciudadanas. Y cuando se responde a la crítica con desprecio, no se está defendiendo la libertad de expresión: se está exigiendo impunidad.
En el más reciente episodio de La Semanaria hablamos con Laura Ubaté, periodista musical, productora y host del podcast Juventud Maldito Vacío, con Florencia Alcaraz, periodista argentina y columnista de Volcánicas, con Ita María, editora en Volcánicas y cofundadora de las Viejas Verdes y con Catalina Ruíz Navarro, directora de Volcánicas y periodista especializada en género, sobre quiénes realmente viven la cancelación y cuáles son sus verdaderas consecuencias.
