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La semana pasada resonó fuerte una palabra: Abzurdah. Las razones, como podrán sospechar quienes reconocen la palabra, no son felices.
Hoy les traemos una historia que recomendamos leer un día tranquilo, con una cervecita o vinito a mano, créanos van a necesitar respirar profundo varias veces. Todo comenzó con Cielo Latini, una autora argentina que a sus dieciocho años escribió un relato autobiográfico sobre su adolescencia marcada por los trastornos de la conducta alimentaria (TCA), autolesiones, intentos de suicidio y una relación abusiva de la cual fue víctima – aunque no se presente a sí misma de esa manera en el libro-.
Esta historia influenció negativamente los hábitos alimenticios y conductas de miles de adolescentes latinoamericanas. El libro del que hablamos es Abzurdah, publicado en Argentina en 2006 por Editorial Planeta y luego llevado a la pantalla grande en 2015 -un éxito en la taquilla local- con el protagónico de la “China” Suárez, una actriz sumamente popular de Argentina. El libro, y luego la película, plantaron en miles de chicas y chiques la idea de que “los huesos definen tu belleza” y de que “el amor duele”.
Argentina es el país con el segundo índice más alto de personas que padecen bulimia y anorexia, de acuerdo a los datos revelados en libro Pese lo que Pese de Paula Giménez (en caso de que se lo pregunten, el primero en el ranking es Japón). Y aun conociendo este dato, es problemático juzgar la obra de una adolescente con un trastorno de conducta alimentaria, sus sesgos y las interpretaciones que otras chicas pueden hacer de esas líneas escritas, poco después de terminar la secundaria. Después de todo el libro puede ser leído como una catarsis de Latini, llena de privilegios de clase, culto al individualismo, clara influencia neoliberal y abundantes estereotipos de belleza insanos, sí, pero que no necesariamente anima a las lectoras a hacer lo mismo – al menos no de forma directa -.
Pero la comprensión y tolerancia hacia Latini, cuya obra orilló a muchas adolescentes de más de una generación a pensar que “nunca se es suficientemente flaca”, se debe terminar de forma tajante en el momento en que la autora hace declaraciones públicas en sus redes sociales en donde sugiere que sus restricciones alimenticias tienen algo que ver con “la felicidad” – y ni hablar de la sugerencia de la “alta vibración”– .
Sí, un tuit fue el que desató la ira de muchas y muches en Twitter. Es que Latini tenía 18 cuando escribió Abzurdah, pero ahora que comenta que dejar las harinas fue una de las mejores cosas que le pasó en la vida y nos hace ruido, pues Latini es una adulta que debería dimensionar lo problemática que puede ser una insinuación de esa naturaleza en la boca – o twitter- de una figura pública, quien debería tener mayor conciencia sobre el alcance de sus palabras en una red social. Más cuando viene hecha de forma tan liviana y trivial. Ni hablar de las potenciales lectoras. Parece que no aprendió.
Y parece que nosotres tampoco aprendimos. Porque si nos parece indignante la actitud y prepotencia de Latini al “recomendar hábitos”, deberíamos revisar nuestro discurso e ir más allá. Pensemos por qué nos despierta tanto hate Latini: ¿Ella inventó los TCA? ¿Es la única figura que fomenta dietas y restricciones o es simple y llanamente la representante de la gordofobia y ese mal en Latinoamérica? El comentario “vibra positiva” de Latini es tan sólo la punta del iceberg de la hipocresía que manejamos y recomiendo leer el artículo «Ponele onda»: Los peligros de la positividad tóxica para ponerte a tono sobre los peligros de la “positividad tóxica”.
Mientras tanto, desde nuestro trono de superioridad moral en el que nos sentamos cada vez que tuiteamos, seguimos apuntando a culpar a una sobreviviente de un TCA, que claramente hace lo que puede y cree que le hace bien. No nos tomamos la molestia de analizar que este tipo de convicciones, de odio serial dirigido casi siempre a mujeres, vienen ligadas a los viejos discursos de odio y competencia entre nosotras que el patriarcado y el capitalismo se encargaron de hacernos interiorizar tan efectivamente.
No nos damos cuenta de que la creencia que “nuestra vida puede mejorar” a través de la restricción de cosas y alimentos está atada a la lógica del sacrificio y la meritocracia, los mejores amiguis del capitalismo. No diferenciamos entre la responsabilidad de una figura pública que hace una sugerencia problemática de la responsabilidad de las multinacionales que siguen alimentándonos con productos con altas concentraciones de azúcar, sodio, etc. y los entes que se suponen, las regulan. No tenemos en cuenta que Cielo nació, creció y vive en una sociedad que desde pequeña le indicó las virtudes de la delgadez y señaló la gordura como un problema de salud, con un sistema médico gordofóbico que avala día a día prácticas restrictivas y cercenantes para las cuerpas gordas y se dedicó a adoctrinar su cuerpa y la de sus semejantes.
Y aunque parezca que este artículo “defiende” a Cielo, en realidad lo que intenta hacer es darle contexto a Abzurdah: ¿Es acaso Latini la responsable de difundir información correcta y chequeada sobre la salud alimentaria? ¿Es la Latini de 18 años la responsable de que una firma como Editorial Planeta publique su libro sin mayores cuestionamientos o de que una productora lleve a la pantalla grande una historia problemática? ¿Es la pobre abzurdah con twitter la que se ocupa de legislar políticas que incluyan y den acceso a todos los estratos poblacionales a una canasta de alimentos “sana”? – No me explayo en el debate sobre lo sano y lo insalubre porque ese es otro artículo-.
Sí, amigas y amigues, una vez más tenemos la posibilidad de elegir: odiar a una mujer – por más blanca, cis, privilegiada, gordofóbica y acrítica que sea – sin pensar de dónde viene ese odio, o podemos elegir ver cómo los Estados se ausentan a la hora de velar por los intereses de la salud de las poblaciones, y sobre todo de las mujeres y disidencias – Si bien los TCA no son trastornos que se presenten exclusivamente en mujeres y disidencias, se elige hablar de estos grupos ya que existe una relación de 4 a 5 mujeres con TCA por un varón-. Además, las disidencias, rara vez incluídas, no suelen estar presentes en los estudios poblacionales.