
En febrero en Buenos Aires, en una mesa con amigas periodistas y feministas, había un tema común: que en el Mundial de Catar, tres meses atrás, Argentina había quedado campeón. Algunas tenían tatuajes de Messi, otras contaban cómo vieron la final con sus familias, todas lloraron, obvio y como siempre en cada mundial. Una escena así solo puede encontrarse en Argentina, en donde se da la rara conjunción de que las feministas también son Fifas, Femififas, o en Colombia, donde recientemente se estrenó el documental “Sin nosotras, nunca más: hinchadas feministas en Colombia”, de Juliana Ruíz Marín (ganadora del Premio No Es Hora De Callar 2022) que da cuenta de esas hinchas feministas que se han hecho a pulso un espacio en los estadios y en la historia.
No es que a las feministas de otros países latinoamericanos no les guste el fútbol, por supuesto que somos diversas, y muchas de las fanáticas del deporte tienen la oportunidad de ver la desigualdad de género en primera fila, así que no es raro que muchas de ellas también se hayan acercado al feminismo y muchas feministas han sido futboleras y han extendido su praxis feminista también a la fanaticada. Pero en la mayoría de países de la región el arquetipo del “Fifa” lo encarnan los hombres, ese fanático del fútbol, paradigmáticamente heterocis, que suele ser la antípoda semántica de la feminista. ¿Por qué?
Mi hipótesis es que tiene que ver menos con el deporte en sí mismo, y más con los rituales que se construyen a su alrededor. Si “Fifa” se convirtió coloquialmente en un sinónimo del hombre heterosexual y cisgénero básico es porque los rituales del fútbol han estado marcados históricamente por una reafirmación de la masculinidad tradicional y de su consecuente heterosexualidad. A veces no tiene nada que ver con el fútbol: por ejemplo, a comienzos de este mundial femenil, un comentarista varón, totalmente desubicado, habló de la “virginidad” del arco, implicando que un gol es una penetración, una de las metáforas más mediocres del fútbol, que especialmente entra en reversa cuando hay mujeres en la cancha. Así como el famoso grito de “puto”, en México, una arenga prohibida por homofóbica, que hacía referencia a que si te hacían un gol eras “puto”, una lógica en donde golear, penetrar y humillar son la misma cosa. Lo que puede ser aburridor (y para algunas personas amenazante) es todo lo que hay alrededor de esos rituales masculinos como la mal llamada cultura de la violación.
Para las personas LGBTQ+ estos también pueden ser espacios hostiles, con machos machotes que rugen como gorilas, con barras bravas, en su mayoría conformadas por hombres, que hacen que esas dinámicas de grupo rápidamente escalen a la violencia. Muchos hombres heterocis adoran el fútbol porque les ha permitido, también, afirmar su identidad, construir vínculos, pero para hacerlo tuvieron que construir a une otre, el contrario de su “ser hombre” (por ejemplo, una mujer o un hombre homosexual), para atacarlo subestimarlo y discriminarlo. A quienes caemos en ese “otro”, nos cuesta más trabajo cogerle el gusto a este deporte porque cómo te va a gustar una práctica en la que en donde te insisten, de forma explícita e implícita, en que eres inferior.
Pero todo esto está cambiando, se nota cada vez más en la fanaticada mixta del fútbol en Colombia, con el éxito de la selección femenil que llevó al país, por primera vez en la historia, a cuartos de final, y al hacerlo, también está construyendo un mundo nuevo y creciendo una hinchada que no se regodea en el machismo ni promueve discursos homofóbicos o violentos e incluso los combate. O que como mínimo tendrá qué lidiar con sus propios prejuicios machistas y homofóbicos, pues, la estrella de la selección colombiana, Linda Caicedo, tiene una novia a quien le dedica sus goles, Leicy Santos es novia de la futbolista profesional española, Maitane López Millán, y la capitana Daniela Montoya es novia de otra reconocida jugadora, Renata Silva a quien le dio un beso muy público después de ganar uno de los partidos.
Y es que, la selección femenil colombiana lleva encima una larga lucha por sus derechos laborales, son las mismas jugadoras señalan las desigualdades, especialmente en materia de reconocimiento económico y profesional, ¡cosas que también nombramos las feministas!, y esos reclamos también se replican en las fanaticadas. Bienvenido el fortalecimiento y expansión de esa variante local de Femififas, jalonada e inspirada por las hinchas y colectivas feministas futboleras que llevan años haciéndolo en los estadios, los barrios y los parques, que este pico no decaiga después del mundial y que las diosas feministas y nuevas hinchas femififas acompañen a las jugadoras para seguir luchando por una liga femenina digna todo el año.