
Hay algo en lo que Bad Bunny insiste a lo largo de su álbum DeBÍ ToMAR MáS FOToS: él es quien es porque nació y creció en Puerto Rico, sin esas vivencias, sin los colores, los ritmos y los sonidos que lo rodeaban cuando creció, él no podría hacer la música que hace. Me recuerda a algo que la bióloga Brigitte Baptiste me dijo hace más de una década: que las características particulares de cada ecosistema, y especialmente sus microorganismos, impactan los olores, los sabores, de manera que estos son particulares a cada lugar. Una comida hecha con la misma receta no sabrá igual cuando se recrea en un lugar distinto.
Bad Bunny nos presenta al sapo Concho como metáfora del desplazamiento y despojo territorial y cultural. Se pueden hacer más paralelos entre la cultura y la biología. México se encuentra en este momento en una disputa con Estados Unidos (el sospechoso de siempre) para frenar la entrada de maíz transgénico al país pues su cultivo es una amenaza para el tesoro que son las más de 59 variedades únicas de maíz originarias del territorio en donde nació el maíz. Resulta que el polen del maíz transgénico es capaz de viajar largas distancias y mezclarse con el de las cepas originarias, suponiendo un riesgo de contaminación genética que puede acabar con las variedades locales. Porque encima de todo, las semillas transgénicas tienen “candados” que para que de las plantas que producen no se puedan sacar semillas para sembrar la siguiente temporada, y así generar una dependencia y necesidad de compra constante en les agricultores. Estos “candados” genéticos pueden mezclarse con las plantas locales, haciéndolas estériles. O también podemos pensar en tantas carreteras costeras hermosas en Latinoamérica y el Caribe, bordeadas por inmensos cultivos de palma africana, que ya destruyó los bosques tropicales de Sumatra, Borneo y la península Malaya.
Ya que todes corrimos a googlear qué fue lo que le pasó a Hawaii, sepamos también que la biodiversidad del archipiélago ha estado en peligro tanto por la voracidad de la industria hotelera y de finca raíz como por monocultivos de palma africana y caña de azúcar, y esta última fue reemplazada en 2017 por extensos cultivos de maíz transgénico que usan pesticidas que han empezado a enfermar a la población. De hecho, Hawaii ha sido nombrado “la capital mundial de la extinción”, por la particular vulnerabilidad que tienen su flora y su fauna, al haber evolucionado en un archipiélago tan aislado del mundo.
Esto me hace pensar también en La Roma, el barrio de CDMX en el que llevo viviendo once años y que desde hace décadas es un barrio de migrantes. Les japoneses tienen su propio mercado, les venezolanes pusieron un local de arepas, les cubanes pusieron Mama Rumba, un bar de son, y les colombianes (paisas obviamente) el local de Pollos Mario en la calle Medellín. Pero la migración gringa, que ha llegado masivamente desde pandemia, ha empezado a neutralizar cualquier cosa que se parezca a una identidad, cambió las tiendas de artesanías de colores por boutiques con ropa y objetos color beige, menús de restaurantes en inglés y salsa que no pica. El problema no es el cambio, ni la migración, ni la mezcla, es que el imperialismo es un monocultivo.
No es casualidad que estas historias tengan en común a Estados Unidos, pues este problema biológico y cultural es específico a las potencias imperialistas. No todas las migraciones sanitizan y estandarizan lo local, en realidad suele ser al contrario: les migrantes enriquecen la cultura. El problema es cierto tipo de migrantes, les que llamamos “nómadas globales”, que tienen tanto poder (económico y simbólico) que hasta son inmunes a las leyes locales (la gringa que acaba de incendiar varios negocios en Puerto Rico, es uno entre miles de ejemplos). Como los expats tienen más poder que los locales y que otros migrantes del sur global, empiezan a hacer exigencias, que le bajen a la música, que la realidad se adapte a su fantasía de seguir viviendo en Estados Unidos pero en un lugar más bello e interesante en donde tienen más poder adquisitivo.
Además está el problema del turismo. En el ensayo “Contra los viajes” (“Against Travel”) de Agnes Callard, la filósofa señala que nos han vendido la experiencia del viaje como una experiencia existencial que nos cambia por dentro: “No te gusta pensar que un día no harás nada ni serás nadie. Sólo te permitirás prever esta experiencia cuando puedas disfrazarla con una narrativa sobre cómo estás haciendo muchas cosas emocionantes y edificantes: estás experimentando, te estás conectando, estás siendo transformade y tienes las baratijas y las fotografías para demostrarlo”. ¿Cómo va a ser el viaje una experiencia trascendental si nos vamos hasta el otro lado del mundo para comer en el mismo McDonald’s y comprar ropa en el mismo Zara? ¿Hacer la fila para tomarte la foto en un sitio instagrameable? ¿Rentar un Airbnb en donde podría estar viviendo una familia? En mi vida fuiste turista, tú solo viste lo mejor de mí y no lo que yo sufría.
La pregunta que atraviesa todo DtMF es: ¿Puerto Rico sigue siendo Puerto Rico sin les puertorriqueñes? No (pero a los gringos no les importa). Y así, poco a poco, se va aplanando el mundo, haciéndose más predecible y desabrido, como inventado por la inteligencia artificial, hasta que cada país sea indiscernible de su puesta en escena de Epcot Center. ¿Cómo defender a la cultura de la aplanadora imperialista?
Algunes me dirán con justa razón que el reguetón, en su versión pop-latino-global, también es un monocultivo, con su abuso del autotune y el ritmito fácilmente reproducible en cualquier organeta. En el ciclo de la cultura, las estéticas minoritarias, cuando tienen éxito, son engullidas y rejurgitadas por el mainstream. Sin duda, es más barato hacer un reggaetón con instrumentos digitales en un estudio que juntar en el mismo lugar a veinte genios y genias de la música, llenas y llenos de texturas por las experiencias vividas, para hacer la Fania All Stars. Por eso es tan consecuente que el álbum incluya ritmos como la salsa y la plena, que implican necesariamente manos, personas, espacios, lógistica, cotidianidad, conversaciones, historias, vínculos. El reguetón puede ser un monocultivo, pero no tiene que serlo.
El bienestar de la cultura está intrínsecamente ligado con la garantía del acceso a la vivienda. Y también a la educación de calidad, al espacio público, a la posiblidad de terceros lugares en donde las personas se encuentren. Escribiendo esto me pregunto si así como hay santuarios naturales, parques destinados a la conservación de ecosistemas, tengamos también santuarios culturales en donde se garanticen estos derechos a las personas locales. Pero enseguida me doy cuenta de lo horrible que es que tengamos que delimitar áreas en donde no vamos a destruir la naturaleza ni a violar derechos humanos. A veces parece que estas luchas por los derechos humanos existen en espacios aparte de la cultura y el entretenimiento, pero en realidad están en su mismísima base. Les artistas son catalizadores de su entorno. Cien años de soledad no pudo haber sido sin la cultura oral costeña. El abuelo de Benito no hace música, pero sí prepara Pitorro de Coco. Las canciones son cápsulas de instantes emocionales y su potencia siempre ha estado en los vínculos humanos.
