abril 13, 2024

Crisis del agua exige más que paños de agua tibia

Mujeres, niñas, salud mental y estratos más bajos, entre lxs más afectadxs en la crisis del agua que las medidas de la Alcaldía parecen empeorar.

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Ilustración: Isabella Londoño

Bogotá se está quedando sin agua. Para hacer frente a la situación, adjudicada a la prolongada falta de lluvias por el fenómeno del Niño, el alcalde Carlos Fernando Galán estableció un plan de racionamiento para mitigar los bajos niveles de las reservas hídricas que nutren la ciudad. El plan, que comenzó este 11 de abril, consiste en suspender el agua durante 24 horas en nueve zonas que se turnarán los cortes cada 10 días. 

Si bien la medida de racionamiento acaba de entrar en vigencia, se discute públicamente si esta realmente sirve para reducir el consumo o más bien, incrementa el pánico colectivo que, sin suficiente pedagogía, eleva el consumo, como informó la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá (EAAB) que ocurrió el 10 de abril, 2 días después del anuncio de la medida. El alcalde Galán sabe que esto está relacionado con el “exceso de almacenamiento de agua por parte de los ciudadanos”, –algo muy parecido a la escasez de papel higiénico en los supermercados tras el anuncio de la cuarentena obligatoria por el Covid-19– y aún así, no ha cambiado nada en la estrategia. 

Además del incremento en consumo, se supo que, tras el primer turno de la medida, en la madrugada del 11 de abril, se presentó un accidente en el barrio La Paz, localidad de Usme, al sur de Bogotá cuando una tubería se reventó debido a la presión con la que el agua volvió después de las 24 horas de racionamiento. Más de 6 casas se inundaron por el daño y no existe registro de la cantidad de agua que se perdió. Y este 12 de abril, el Acueducto de Bogotá advirtió en su cuenta de X «un sobreconsumo superior al 60%» en la zona 1 de turno de racionamiento, al parecer porque «en algunos edificios se consumió el agua de los tanques de reserva» el día de racionamiento y se procedió a llenarlos el día siguiente, afectando «el restablecimiento de las zonas más alejadas de las válvulas de distribución».

¿Cómo se abastece de agua Bogotá y qué falló? 

El sistema hídrico de Bogotá, que también abastece la Sabana y municipios aledaños, está conformado por tres sistemas –Norte, Chingaza y Sur–, conformados por embalses. Los embalses Tominé y Neusa conforman el Sistema Norte; Tunjos, Chisacá y La Regadera,el Sistema Sur; y Chuza y San Rafael, el Sistema Chingaza. Este último es el responsable del 70% del agua que consume Bogotá y sus alrededores. 

Es precisamente el estado del sistema Chingaza el que encendió las alarmas por la grave disminución de sus niveles de agua. De acuerdo con el alcalde, hace más de 40 años no se presentaban niveles de agua tan reducidos en los embalses Chuza y San Rafael–. Para el 4 de abril, el volumen de almacenamiento de agua en el Sistema Chingaza apenas llegaba al 16,22% y, de acuerdo con Natasha Avendaño, gerente del Acueducto, las reservas de agua disponibles para Bogotá solo alcanzarían para 54 días más

¿La crisis se debe únicamente a la falta de lluvias?

Aunque la responsabilidad de la sequía se ha puesto completamente sobre el más reciente fenómeno de El Niño, que comenzó en noviembre del año pasado y se ha extendido hasta abril de este año, siendo uno de los más violentos que ha golpeado al país, la crisis no se puede atribuir únicamente a esto.

No se puede ignorar la responsabilidad de la gestión –o, más bien, no gestión– de la administración del agua disponible y de una política extractivista que abusa de los bienes naturales como si se trataran de recursos inagotables. La expansión apresurada de la ciudad con proyectos urbanísticos y la permisividad con las grandes empresas sin tener en cuenta el impacto ambiental que generan, también ha sido parte del problema. 

Por esto, más allá de pensar en soluciones desde la ciudadanía  a nivel individual como dejar de bañarse un día o asumir prácticas de consumo consciente que deberían ser cotidianas, el cuestionamiento sobre el manejo de los recursos naturales por parte de la administración y el daño que hacen las grandes constructoras y empresas privadas debería estar en el centro de la conversación. 

Niñas, mujeres y estratos bajos, entre lxs más afectadxs

Por otro lado, el abastecimiento hídrico en Bogotá, como en muchas zonas del país y de Latinoamérica, es un asunto atravesado por la estratificación y el suministro desigual. De acuerdo con el informe Indicadores de consumo de agua y energía eléctrica, realizado en 2020 por la Alcaldía de Bogotá y la Secretaría de Planeación, en los estratos más bajos “el servicio –del agua– se suele pagar entre varios hogares o viviendas dentro de una misma edificación”. Algo que no ocurre, por lo general, en los estratos más altos. Mientras que, para los estratos más bajos, el acceso a las fuentes hídricas y los costos del servicio hacen que el acceso al agua, lejos de ser un derecho se convierta en un ‘privilegio’, para los estratos más altos,  está siempre garantizado y dado por sentado. Cabe mencionar también que los racionamientos no solo representan dejar de bañarse. Para muchas familias de estratos 1, 2, 3 e incluso 4, la medida también implica la afectación a pequeños negocios que dependen del agua para su funcionamiento, como el de los alimentos, vulnerando el derecho al trabajo y la capacidad de alimentar a sus familias.

Pero el problema de escasez de agua no es un tema exclusivo de la capital. En febrero de este año, la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres (UNGRD) alertó que 200 municipios estaban en riesgo por desabastecimiento de agua. La institución, nuevamente, responsabilizó al fenómeno de El Niño de la contingencia. Los departamentos más afectados son: Sucre, La Guajira, Córdoba, Valle del Cauca, Antioquia, Bolívar y Atlántico.

La medida también representa afectaciones diferenciales  para las niñas y mujeres. De acuerdo con el informe sobre niñas y mujeres en crisis de agua de la OMS, Progresos en relación con el agua potable, el saneamiento y la higiene (ASH) 2000-2022: con referencia especial a las cuestiones de género, las mujeres y niñas mayores de 15 años tienen la responsabilidad de recoger el agua en 7 de cada 10 hogares. Cuando los servicios de agua, saneamiento e higiene son inadecuados, “se incrementan los riesgos para la salud de las mujeres y niñas”. 

Sumado a lo anterior, el rol de cuidadoras relega a muchas mujeres a las tareas domésticas y la responsabilidad sobre el bienestar de sus familias. De esta forma, el trabajo de  preparar alimentos y atender a los enfermos, en los casos en los que no hay acceso al agua, terminan incrementando los riesgos de salud, pues “no pueden protegerse lavándose las manos”. 

Pese a que las mujeres son uno de los grupos poblacionales que han tomado en sus manos la protección y gestión del agua, de acuerdo con el Banco Mundial, su presencia en el sector encargado del manejo del agua en los países es muy escasa. “El agua es una fuente fundamental de empleo, tanto directamente como empleador en servicios  de agua, como indirectamente a través de las oportunidades económicas que dependen del agua”. Frente a esto, los ecofeminismos plantean que el agua, al igual que los demás bienes naturales vitales, debe ser garantizada como un derecho humano básico, que no puede ser sobreexplotado ni abusado sin conciencia de su escasez. 

La salud mental, otra afectada

Otra gran afectada por la situación es la salud mental. El panorama desesperanzador de las crisis ambientales a las que nos enfrentamos también tiene un impacto importante en la salud mental de las personas. La ecoansiedad, definida por la Asociación Americana de Psicología como el temor a un desastre ambiental y el estrés que causa observar los impactos del cambio climático, se ha vuelto un fenómeno cada vez más presente en las nuevas generaciones, que perciben las crisis ambientales como un escenario desesperanzador y apocalíptico que no deja lugar imaginar un futuro. Lo cierto es que este pensamiento no está muy alejado de la realidad. En una encuesta realizada por The Lancet, casi la mitad de lxs encuestadxs dijo que la preocupación por el estado del planeta “interfería en su sueño, su capacidad de estudiar, jugar y de divertirse”. El Consejo Científico Internacional también menciona que “los desastres naturales relacionados con el clima pueden obligar a las personas a reubicarse temporal o permanentemente, y también pueden causar trastornos menos visibles de inmediato, como la dificultad para dormir”.  A pesar de esto, el impacto psicológico del cambio climático sigue sin ser parte de la agenda. 

Paños de agua tibia 

Por más que se espere que el racionamiento del agua sirva para lograr un aumento en los niveles de reserva de agua de los embalses que abastecen Bogotá, no se puede ignorar que el fenómeno, más que una consecuencia del cambio climático, es el resultado de una suma de factores que incluyen el mal uso y abuso de los bienes hídricos en todo el país. Es urgente que las administraciones y los gobiernos adopten otras miradas decoloniales y descentralizadas para atender el problema, prever mayores y más graves afectaciones a futuro y un daño irreversible, si es que no estamos en ese punto ya, y que tomen en cuenta las afectaciones diferenciales que ocurren cuando se interseca la crisis con la clase, la raza, el género y la salud mental. Se necesitan más que paños de agua tibia para atender una crisis de esta magnitud.

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Autor

  • Sabrina Bastidas Iguarán

    Samaria, estudiante de Periodismo y Sociología de la Universidad del Rosario. Con experiencia en investigación y cubrimiento de temas de conflicto armado, derechos humanos y construcción de memoria, ha trabajado en medios como Rutas del Conflicto. Actualmente estudiante de la maestría en Conflicto, Memoria y Paz de la Universidad del Rosario.

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