marzo 7, 2024

Contar las historias de mujeres no narradas, contar las historias trans

Una reflexión alrededor del poder de la juntanza trans y la unión de la comunidad como mecanismo para fortalecer la lucha contra las violencias sistemáticas de la transfobia.

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Ilustración por Isabella Londoño

Llegué a Bogotá acompañada de Bicky Bohorquez, otra mujer trans negra con la que he activado la solidaridad entre travestis. Ya habíamos salido antes de los lugares donde están enterrados nuestros ombligos en búsqueda de nuevos horizontes. El mío está enterrado en Montería, una ciudad que atraviesa el Río Sinú, en cuyas aguas se decidieron a tirar mujeres trans que se dedicaban a la prostitución en los años 80 para que sus cuerpos no fueran humillados en público por la policía.

Estábamos ahí en un aeropuerto, en plena luz del día, visiblemente trans y visiblemente negras, camino a encontrarnos con otras personas trans, quienes hemos configurado una manera de ser, salidos y salidas de la norma cisheteropatriarcal, a imaginarnos otros futuros posibles. Era la primera vez que me rodeaba de tantas personas trans. Ya no era esa niña, profundamente sola en su infancia que, en donde posara su mirada, se encontraba con el vacío del otro, con la pregunta de mis padres en sus rostros que, sin articular palabras, expresaban que solo había nacido para “torcer el paisaje”.

Me encontraba con personas que, aún siendo diferentes a mí, -pues las personas con experiencia de vida trans no somos una masa gris y uniforme que pensamos igual, sentimos igual, ni queremos las mismas cosas-,compartimos el mismo deseo y pulsión de vida: de fugarnos de realidades supremacistas, de posicionar nuestras subjetividades en cuerpos dignos.

Recordé las veces que yo misma me arrojé al silencio para que no se me notara que había nacido para ser Flor, para que mis pasos no fueran la guerra, para no ocultar mi deseo de que me crecieran tetas sin sentir culpa.

Pasaban enfrente mío personas trans que han sobrevivido en sus geografías a pesar del deseo de muerte instalado en una sociedad transfóbica como la colombiana. Personas místicas que han posicionado sus cuerpos y carnes en sus paisajes: putas amorosas, travestis con tetas y sin ellas, con el deseo de ellas; travas tristes, felices, escandalosas, taciturnas, temerosas y valientes. Poetas de la vida entregadas a su deseo de anclarse a este mundo. Y en cada una de ellas también estaba yo. Sobre todo, en las negras.

En ese encuentro mujeres y hombres trans de distintas geografías de Colombia estábamos abrazándonos en nuestros dolores y diferencias. Si hay algo que nos une como personas trans, entendiendo que nuestras problemáticas se construyen desde lugares, imaginarios, geografías, historias y cuerpos diferentes, es el dolor y el amor. Estamos heridas, y cuando nos amamos entre nosotras no hay revolución más grande.

Nos escuchamos entre nosotras. Tuvimos la posibilidad de poner en palabras lo que nos dolía y contar lo que significa desde nuestras geografías ser trans. Aprendíamos a conocer un lenguaje que es ajeno para los demás que incluso nosotras apenas empezamos a atisbar: un lenguaje trans, que también es nuestra trinchera.

Permitirnos acercarnos, aún más, para pensar desde distintas fronteras cómo dignificar nuestras vidas y la de futuras generaciones trans. Reconocemos que somos personas trans y reconocemos que somos heterogéneas. Conocemos las historias no narradas que no nos podemos arrancar y ahí lo enunciamos: un coro de voces trans unidas reclamando dignidad, una ley integral trans que no es más que reclamar nuestro derecho a vivir.

Pienso, ahora, en las mujeres trans/travestis negras de las regiones de Colombia. Conocemos el lenguaje del silencio y hemos aprendido a romperlo. A filtrar nuestro grito por las grietas, a descender hasta el último peldaño para ascender luminosas. Hemos visto el horror a los ojos, lo hemos visto cotidianamente, lo hemos cargado en nuestras espaldas.

Necesitamos ya que el Estado reconozca que es transfóbico y racista, y que la mínima acción que debe asumir con las personas trans y no binarias, entendiendo las grandes barreras que tenemos para acceder a nuestros derechos fundamentales, es precisamente protegernos bajo una ley integral trans, cuyas principales propuestas de ley son: el reconocimiento pleno de nuestra identidad, el derecho a la salud, a la educación, al trabajo, a una vida sin discriminación ni violencia.

Sé, desde luego, que una ley no acabará con nuestros problemas estructurales, que nos seguirán matando y que nos seguirán odiando por existir. Pero también sé que esta ley debe ser una realidad para tener al menos un respaldo, que es una deuda, de anclar nuestras vidas en dignidad a este país. Y sobre todo sé, que no hay nada más revolucionario que una persona trans amando a otra persona trans, y que una persona trans cuente su historia del dolor y del amor y que los demás escuchen.

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Autor

  • Flor Bárcenas Feria

    Flor Bárcenas Feria (Montería, Colombia). Licenciada en Literatura y poeta trans afrocaribeña, autora del poemario "Bramidos de agua dulce", incluida en la antología "Como la Flor" Voces de la poesía cuir colombiana contemporánea. Activista VIH positiva y becaria de la especialización en Escritura Creativa con enfoque afrodiásporico de la universidad ICESI.

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