October 31, 2025

Caza de brujas: el capitalismo espiritual también es colonial

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El pasado 17 y 18 de octubre se llevó a cabo en Medellín la “Feria Popular Brujería”, organizada por Comfama; un evento que tenía por objetivo celebrar y reconocer, según David Escobar, director de Comfama, las espiritualidades no hegemónicas, a 50 años del Primer Congreso Mundial de Brujería. Sin embargo, la manera en que fue nombrado el evento generó enorme controversia e incluso una manifestación en contra de su realización, porque en Colombia muchas personas siguen atrapadas en el siglo XVIII con antorchas en mano y rastrillos para perseguir supuestos espantos y fantasmas.

El Universal cuenta en su texto Así fue el polémico Congreso Mundial de Brujería lo siguiente: “Fue Bogotá, en 1975, la ciudad que protagonizó uno de los episodios más recordados en torno a estos temas: el Primer Congreso Mundial de Brujería, un evento histórico que reunió a más de 3.000 participantes y generó una ola de escándalos y polémicas. En agosto de 1975, la capital colombiana se transformó por unos días en la improbable capital mundial de la brujería. En los pabellones de la Feria Internacional de Bogotá (hoy Corferias) se desarrolló un aquelarre monumental que mezcló conferencias sobre hipnosis y telepatía, rituales afro e indígenas, obras de arte, pócimas y hasta venta de carros y neveras”. Este evento no es, pues, algo nuevo en el país; desde la década de los setenta se busca conmemorar y reunir espiritualidades que se salen de la norma, de lo que se acepta como adecuado, verdadero y respetable. Y aun con este esfuerzo por entender que, en efecto, Colombia cuenta con otras cosmovisiones, vale la pena preguntarnos por qué esta mezcla diversa y heterogénea de creencias termina siendo acotada bajo el concepto de “brujería” y, sobre todo, pensar también si esto contribuye a nociones racistas y coloniales sobre las espiritualidades negras, de pueblos Rrom y pueblos originarios. O si bien, es un término que busca cuestionar la idea de que en Colombia las creencias respetadas son únicamente las que parten de Cristo.

En el texto de El Universal se explica que “El congreso fue una idea del empresario paisa Simón González Restrepo, dueño de la agencia de viajes La Rana e hijo del escritor Fernando González. Lo que comenzó como una aventura comercial también fue una provocación cultural: dar espacio a lo que hasta entonces se había marginado con la etiqueta de “superstición”. Mientras algunos lo vivieron como una fiesta contracultural, otros lo criticaron por considerarlo un espectáculo para incautos”, algo similar a lo que pasó este mismo año. Podemos entonces afirmar que hay un deseo por mantener lo contracultural y la provocación como parte de la narrativa de la feria, lo que también requiere que se cuestionen las repercusiones de hacer esta enunciación desde la “aventura comercial”. 

Días antes de que se realizara la Feria Popular Brujería, el concejal paisa Brisvani Arenas publicó en su cuenta de X: Rechazo categóricamente este tipo de eventos que promueven prácticas contrarias a los valores y tradiciones de nuestro pueblo antioqueño y medellinense. La brujería y las llamadas “espiritualidades no hegemónicas” no representan nuestra identidad. #DefendamosLosValores.

Frente a las expresiones de protesta contra la feria, Jhassy Rodríguez Casas, mujer negra, activista, co-fundadora de Ombligadas y Economista especialista en Gerencia de Proyectos, que vive en Medellín hace más de 20 años, nos dice : “fue una expresión absolutamente racista porque desconoce también esas espiritualidades negras e indígenas que existen y que se practican en la ciudad, porque las poblaciones todavía estamos en un ejercicio de resistencia profundo de mantener las prácticas, los usos y las costumbres, entonces es como también una necesidad de borramiento, de censura y que eso no se convierta en algo habitual o algo cotidiano, porque eso afecta profundamente el discurso alrededor de lo que debe ser una persona paisa o lo que es una persona de Medellín; para ellos desconfigura o desbarata esa narrativa que se viene construyendo, porque Medellín no puede ser negra y Medellín no puede ser indígena, sino que Medellín tiene que ser paisa, blanca y cristiana”. 

Esa necesidad que tienen muchas personas de Antioquia de posicionarse desde un lugar en el que la colonialidad no es un problema, sino un motivo de orgullo, se pudo palpar en acciones. El 17 de octubre, varias personas se reunieron en el atrio de la Iglesia San Ignacio y, como si quisiesen recrear una escena de Salem, llevaron agua bendita, simularon exorcismos y afirmaron que solo la santa Iglesia representaba verdaderamente al pueblo de Medellín. “La movilización y el rosario fue llamado ‘Plantón contra el satanismo’.” Es necesario resaltar algo fundamental aquí: nuestro país está cobijado por leyes que permiten el libre culto y, aunque la gran mayoría de personas en el país son católicas, la no discriminación a otras religiones y prácticas se reflejó en el ataque y la manera tan reactiva en que tantas personas se acercaron a la Feria que se realizó en Medellín. No obstante, también hay que poner sobre la mesa y resaltar una contradicción que aquí se presenta: enmarcar toda práctica religiosa, cultural, ancestral o espiritual negra y de pueblos originarios como “brujería” es un desacierto y responde, por supuesto, a una mirada blanco-colonial y una serie de estigmatizaciones que se ha luchado por derribar.

Al mismo tiempo, el uso de la palabra “brujería” también ha sido una herramienta de autorreconocimiento, una respuesta contestataria a las hegemonías religiosas y un deseo de desafiar la normalidad de quienes practican otras formas de espiritualidad. Pero no se puede olvidar que esta feria tiene un objetivo principalmente comercial y desde ahí no hay una enunciación crítica, sino enteramente de mercadeo y posicionamiento de una marca que puede terminar afectando a las comunidades negras y de pueblos originarios que no son católicas ni cristianas, ahondando en la estigmatización y la desinformación. 

Este no es un tema menor. Lo que ocurrió en Medellín es una combinación de racismo, intolerancia frente a credos no monoteístas y una forma de amedrentar a las personas que participaron de la feria. Y si bien podemos cuestionar la manera genérica, generalizante y un poco frívola en que el evento de Comfama es nombrado, no podemos obviar el hecho de que se sigue entendiendo la espiritualidad negra, Rrom y de pueblos originarios como una espiritualidad peligrosa, asociada al oscurantismo, al paganismo, a figuras malévolas. Como lo señala la escritora y educadora brasileña, Sueli Carneiro: “El cristianismo colonial negó la sacralidad de los cuerpos negros y femeninos. Nos enseñó a desconfiar de nuestros dioses, a sentir vergüenza de nuestras prácticas.”

La co-fundadora de Ombligadas lo reitera afirmando: “el usar la palabra brujería sigue alimentando esas narrativas alrededor de que las prácticas distintas a las hegemónicas se conciben como eso, como paganismo, como también en un tema muy burlón y peyorativo, porque creo que se pudo haber nombrado de otra manera también en un ejercicio de resignificar. Se comprende también que ellos estaban haciendo la conmemoración de un evento que había ocurrido hace muchos años, pero qué ha pasado durante estos años, o sea, ni siquiera se ha pensado en cómo a partir también del lenguaje se han venido impactando esas situaciones y cómo resignificar incluso desde el lenguaje esa transformación de todos estos años, entonces en estos años lo que menos aprendimos fue a valorar las distintas maneras de espiritualidad al punto de poderlas comprender en su diversidad y dejar de llamarles de esa forma. También creo que eso se hizo para generar mucho folclorismo alrededor de esa feria, porque finalmente sabían que iban a tener adeptos, pero también iban a tener personas que estuvieran en contra, y pues sabemos que en términos de redes sociales, pues la publicidad positiva o negativa funciona, entonces creo que como entidad también le supieron jugar muy bien a la publicidad negativa, porque eso les posicionó y eso también les dio muchas vistas e hizo que todos los eventos alrededor de esa feria se desbordaran, porque las filas fueron inmensas”. Entonces, no es una exageración pensar que el “popurrí” que se hizo de prácticas espirituales no hegemónicas atiende también a una forma colonial de pensar en esas otras prácticas. Si no hay un espacio arquitectónico determinado, tampoco parece que haya un espacio social o cultural que indique que una práctica es “legítima” y, por tanto, lo que se pretende indicar es que se pueden mezclar todas las demás prácticas sin ningún tipo de curación o cuidado: ¡venga a su lectura de tarot y escuche un alabao! Ahí se está contribuyendo a ideas erradas de lo afro, lo indígena y lo Rrom. 

Lo de Medellín no fue una simple polémica alrededor de un evento: fue otra escena del mismo teatro colonial que se niega a bajar el telón. Aquí las contradicciones abundan, pero algo sí nos queda clarísimo: la necesidad de quemar brujas sigue viva en nuestro país y camufla su racismo e intolerancia, tras unas supuestas buenas intenciones y en la supuesta gente de bien que defiende “la buena fe” de la capital de Antioquia. Lo ocurrido el pasado 17 y 18 de octubre revela que la colonialidad no es un pasado que regresa, sino también una forma de presente que se disfraza de fe. Las mismas lógicas que quemaron cuerpos ahora purifican discursos; las mismas manos que rezan también deciden quién y dónde puede invocar, sanar o celebrar. Lo que se disputa no es la religión, sino el poder de nombrar lo sagrado. El mercado que se apropia de las prácticas espirituales que se legitiman únicamente bajo el lente del “progreso”, pero el mercado no busca la emancipación ni el libre culto, al contrario, reduce y se apropia de prácticas culturales y espirituales negras, de pueblos Rrom y originarios sin cuestionar ni su racismo, ni su sesgo. 

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Autor

  • Escritora y educadora antirracista. Es columnista de América Futura de El País (España), Volcánicas, Manifiesta y El Espectador (Colombia). Sus reseñas, cuentos y poemas pueden encontrarse en publicaciones internacionales como el Southwest Review de la Universidad Metodista del sur de Dallas, Purple Ink de la Universidad de Brown y la plataforma digital America Hate Us. Es autora de Arraigos (2023), y pueden leer su trabajo en publicaciones colombianas independientes como Neutrina, Ex-libris, Literariedad o Sinestesia. Hace parte de la antología Afloramientos de Fallidos Editores y ganó una mención honorífica en el XII Concurso de Poesía Eduardo Carranza.

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