July 5, 2024

CARTA DE UNA TRAVESTI AL SEÑOR CORONEL

La violencia atraviesa a las vidas trans en todos los estrados, incluido -o tal vez, incluso más- cuando están denunciando otras violencias.

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Portada: Isabella Londoño

Quisiera empezar diciéndole, señor coronel, que nadie está preparadx para darse cuenta de lo injusta y lo cruel que puede llegar a ser la institucionalidad de este país cuando se trata de las travestis y cuando una, como travesti, recurre a pedir ayuda. Incluso si ya sabemos sobre los repetidos abusos y el enorme listado de casos donde terminamos revictimizadxs y atropelladxs en una cadena histórica de la complicidad del sistema y de la indiferencia con nuestras realidades. E incluso, por más que tus propias hermanas Trans te digan que contamos solo con nosotras y nuestros cuerpos y sabiendo que tienen razón, una no termina de convencerse coronel, una decide esperar que el mundo cambie, que te escuchen aunque sea una sola vez o que estén para tí.

En estos momentos quisiera estar escribiendo una carta de amor o de lo orgullosa que estoy con mi tránsito, después de haber superado tanto y de haber empezado a abrazar mi verdad. Pero no, estoy sentada escribiéndole una carta a la persona que decidió acabar con el último atisbo que tuve de confianza en la institucionalidad. Estoy escribiéndole a usted, señor coronel. 

Por ello para mí es doloroso escribirle esta carta para hacerle saber que sigo viva, que no me mató su ignorancia, que no me mató su transfobia, que pude soportar lo que debía soportar para sentarme a contar lo que usted como legítima autoridad, y como macho “ilustrado y profesional”, no fue capaz de creer o de considerar cuando llegué esa tarde a su oficina con las piernas temblando, sudando y con la ilusión de que no me encontraría con alguien como usted. Eso se lo aseguro.  

Habían transcurrido tres días de haber sido abusada sexualmente, en condiciones que no ameritan repetirse aquí, porque ya suficiente tuve con poner mi cuerpo en su escritorio y hablarle desde una herida abierta: esa sensación que te atraviesa cuando las horas comienzan a debatir tu vida entre quedarse o esperar que algo te consuma, que desaparezcas. Las horas abismales, porque ya no se trata de días, se trata de afrontar cada segundo como una tortura entre el asco, la vergüenza, el miedo, la culpa y el cansancio que te absorbe, como si de verdad todo hubiera llegado a su fin, en esos precisos instantes donde observas tu vida pasando antes tus ojos. 

Esa fue la persona que le habló señor coronel, que contuvo las lágrimas, que no encontraba las palabras para hacerle saber que sí había dicho que no a esa persona, que se detuviera, que no siguiera, porque se suponía que un no debería ser suficiente, pero usted entendió mejor a mi abusador, tanto como yo entendí su crueldad y todo lo que representa para nosotrxs en esa tarde

Imagino que usted nunca tendrá que preguntarse si es mejor callarse que denunciar algo que te ubica entre la responsabilización y revictimización social, o en conseguir un poco de reparación, cuando se trata de un abuso sexual. Imagino que nunca tendrá que vivir la vergüenza atravesándolo como un cuchillo, o peor aún, el peso del: ¿por qué no hice las cosas diferente? ¿Por qué sentí tanto miedo? ¿Por qué estuve en ese preciso momento? ¿Por qué me siento tan culpable? O, ¿acaso me merezco esto, porque así debe aprender una Travesti a afrontar su realidad? 

Señor coronel, usted nunca entenderá lo que se siente cargar esto que llevo en mi memoria, lo que se sintió el tener que callarme en urgencias que era Trans para que me atendieran con respeto, sin preguntas, sin señalamiento, porque una conoce la carga inmediata con la que te miran cuando mencionas esa palabra. Lo que se sintió estar desnuda mientras tomaban de tu cuerpo los signos de lo que había ocurrido horas previas, y ni siquiera teniendo aquel informe completo en sus manos usted respetó mi presencia frente a usted: ni el nombre que ahí decía, ni los hechos que contaba, ni las validaciones médicas, usted no me creyó y, por supuesto, no tendrá que vivir con la cruz de que no le creyeron cuando más necesitaba que lo hicieran

Yo le escribo preguntándome por este mundo donde muchas veces no dimensionamos el alcance de nuestras acciones, de nuestras palabras, de nuestras decisiones y de nuestra indiferencia con el otrx. Le escribo preguntándome por qué no fui capaz de defenderme en esa oficina frente a usted con todo lo que tenía, con todo lo que sé y por qué renuncié a continuar un proceso penal. Y ahora lo entiendo, porque no fue usted, señor coronel, la primera persona a lo largo de mi vida la que me ha hecho sentir que no importo, la que me ha puesto entre la espada y la pared, la que me ha violentado, la que me ha negado como mujer y como Travesti. Usted no es más que otra tuerca en este enorme engranaje que se reduce a sobrevivir perdiendo la esperanza poco a poco. Y yo salí de su oficina, preguntándome si lograría sobrevivir. Pero estoy segura que usted seguirá sin entenderlo, estoy segura que si llegara a leer esto, seguiría con su conciencia intacta. Porque otro expediente sellado es más importante que la existencia de un ser humano en el cajón de su cómoda oficina.

Esto no se lo escribo desde cualquier lugar, se lo escribo desde la rabia y desde el dolor de un cuerpo Trans, de un cuerpo Travesti. Se lo escribo deseando que nadie, ni siquiera usted, tuviera nunca que vivir lo que yo viví en lo que pareció ser la comedia del coronel con un abuso sexual. Porque todavía tengo su risita cínica atorada en mi cabeza, todavía tengo sus palabras atoradas en mis palabras: “Eso no es abuso sexual como usted lo cuenta, ¿acaso lo amarraron, lo golpearon, lo asfixiaron? ¿No cree que dijo que no porque lo tenía demasiado grande? No tiene sentido que haya dicho que no cuando ya lo tenía adentro”. 

Y usted, señor coronel, ¿qué tenía adentro cuando fue capaz de pisotearme con sus interrogantes? ¿Cree que algo así se puede cerrar como si nada, que podemos decir apaga y vámonos como si nada, cree que eso es “colaborarle a la ciudadanía” como me recalcó insistentemente? Porque yo no lo creo señor coronel, ya no le creo ni a usted, ni a la institución que me recibió en su nombre. 

Le escribo no solo desde esta, mi última forma de denunciar, de hacer algo con la brasa que se ha quedado encima y dentro de mí, que la he sentido en la medicación, que sentí mientras me retorcía por la agresividad de la penicilina, durante aquellas horas interminables donde el personal médico me atendía con prudencia, aunque todo el mundo sabía detrás de esas cortinas el por qué estaba ahí y tenían esa premonición del por qué no quería irme tan pronto. 

O mi preocupación constante de que alguien más lo tenga frente a frente a usted, con su cabello engominado, cambiando su declaración y lanzándole afuera como si no valiera nada: “Eso que me cuenta no es más que una simple relación sexual”

Señor coronel, ¿alguna vez ha sentido que no ha valido nada? Porque yo sí, usted me lo dejó como una marca que todavía intento borrar, pero que parece imposible hacerlo. Y créame cuando le digo que le estoy dando a usted y a sus acciones la importancia que se merecen

Y así como he sido capaz de hacer algo con mi dolor, producto del colmillo de la injusticia apretando mis huesos, con este vacío que recorre el silencio desde el cual le escribo, señor coronel, le confieso que una vez más sentí miedo y sentí vergüenza, porque lo primero que me dije fue: ¿qué van a pensar de mí mis conocidxs, mi familia, mis docentes y la lista enorme de desconocidxs que leerán esto si abrazo esta parte mía que tanto me hiere, desde la cara que aprendí a no ocultar y desde el cuerpo al que aprendo a darle valor si le escribo con mi nombre? El mismo que usted invalidó sin remordimiento alguno cuando se lo hice saber en repetidos momentos de aquella conversación, ¿lo recuerda?

Señor coronel, esta vergüenza y este miedo es el mismo con el que intenté encontrar una respuesta diferente, una oportunidad en la que a alguien le importara la dignidad de mi vida. Y me recordó eso, que este país está lleno de personas como usted, que juegan con la dignidad de nosotras, de las travestis. Por eso soy una fiel creyente de que lo personal siempre será político ante personas como usted, cuando podemos transformar las enormes fallas del sistema que pagan cuerpas como la mía. 

Y esta carta, señor coronel, se la escribe una Travesti, no se le olvide. Se la escribe alguien que no solo confió en su abusador, sino que llegó confiando en su labor, en su papel dentro de la eficiente institucionalidad. Espero que no le sean ofensivas mis palabras, sino que pensemos en el poco valor que le damos a aquello que no entendemos, a lo que le somos indiferentes, a lo que hacemos menos y por tanto, a lo que despreciamos. Porque señor coronel, así me sentí, como una ficha que no importa dentro de un juego macabro de dos machos, donde mi palabra fue como un barquito de papel lanzado al mar. 

Y no lo culpo, créame, lo entiendo. Mejor dicho, lo compadezco, porque yo sé que no solo es usted, sino todo su sistema. 

Hasta nunca señor coronel. 

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Autor

  • Mujer Trans/Travesti, Marika, Escritora, Estudiante de Derecho de la Universidad Pontificia Bolivariana y artista performática. Ha publicado textos en revistas nacionales e internacionales, dónde se destacan Casa Bukowski Internacional, Lugar Poema, Santa Rabia Poetry, Alter Vox Media, Revista Kametsa, entre otras. Es embajadora en Colombia de la plataforma multicultural Casa Bukowski. Ha realizado varias puestas performáticas dónde involucra su experiencia de vida TransTravesti con lo poético, lo político y lo reivindicativo, entre esas “Contravención Travesti”, “Mi derecho a habitar el mundo” y “Aquí está mi cara”. Integrante del grupo de apoyo a personas Trans y No-Binaries Borboleta, en la ciudad de Montería. Forma parte de la antología poética “Todos los Dioses”. Interesada en temas Transfeministas, derechos humanos y en lo artístico y en la escritura como medio de reivindicación política.

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Comentarios

One thought on “CARTA DE UNA TRAVESTI AL SEÑOR CORONEL

  1. Lamento mucho querida Juana que hayas encontrado tal silencio, tal pared, tal crueldad… pero agradezco tu texto y tu valentía… tus palabras rompen ese silencio, esa pared y esa crueldad… un abrazo

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