
El lunes 20 de octubre circuló en redes sociales un fragmento del canal de streaming Chai TV, donde uno de los conductores afirma que el consentimiento en el sexo “es injusto”, haciendo clara apología de la violación. Según ellos, si una persona quiere tener relaciones sexuales y la otra no, es “injusto” que prevalezca la voluntad de quien no quiere. Con esa excusa se han cometido incontables violaciones. El martes 21, Chai TV publicó un comunicado escueto con unas disculpas desganadas en su cuenta de Instagram, informando que había desvinculado al programa y “al productor responsable al momento de los hechos”.
La transmisión fue borrada y las cuentas del conductor (t4tor3) ya no se encuentran activas. Este episodio ocurre en un contexto alarmante de incremento en violencias basadas en género y femicidios en Argentina, expansión de la manosfera y crímenes cometidos por incels, y normalización de una narrativa anti feminista que se alinea con el discurso oficialista libertario del presidente Javier Milei, sus asesores Agustín Laje y Nicolás Márquez y sus funcionarios y funcionarias. Así lo evidenció la ministra de seguridad Patricia Bullrich en días recientes en entrevista con el Gordo Dan, culpando al feminismo por los femicidios.
Relativizar la violencia sexual cuestionando la legitimidad del consentimiento es una tuerca más de la maquinaria cultural que intenta banalizar la violencia sexual y reinstalar la idea libertaria de que todo, incluso los discursos de odio, está protegido por la libertad de expresión. PERO NO ES ASÍ.
Como las feministas hemos explicado por décadas, de todas las maneras posibles, en todos los espacios, la violencia contra las mujeres se construye desde el discurso y la normalización de ciertas creencias, como que el consentimiento “es injusto” y “No” no es “No”. Los conductores del programa cuestionan la máxima “NO es NO”, sugiriendo que si una mujer rechaza tener relaciones con ellos, “es mejor tirar una moneda”, porque —según ellos— “es injusto para los varones que sí quieren”.
No solo hay una trivialización del consentimiento, hay una deshumanización de las mujeres que recuerda que, en la mente de estos varones, antes que ser personas, ciudadanas plenas, sujetas de derechos, pares o iguales, somos un objeto para satisfacer su deseo sexual y para reafirmar su dominio en la estructura patriarcal de poder.
En el patriarcado, el consentimiento se tergiversa, se arranca, se manipula. En su libro “La guerra contra las mujeres”, la autora argentina Rita Segato dice que la violación no busca placer: busca poder. Al referirse a los femicidios y a la violencia sexual, Segato advierte una pedagogía de la crueldad que enseña a dominar y someter; se está enviando un mensaje para demostrar quién manda, para recordar qué cuerpos son usables y cuáles pueden poseer y despojar. Cada violación es un mensaje entre varones sobre el dominio y la jerarquía: un crimen comunicativo que mantiene intacta la estructura patriarcal.
La violencia sexual se habilita desde todos los lugares de la sociedad y habita todos los espacios: el espacio público, el privado, las relaciones cotidianas, las camas compartidas, los vínculos sexoafectivos donde el poder está distribuido de manera desigual y se normaliza desde lo más simple, desde lo simbólico, la burla, el chiste, la foto no consensuada del chat de WhatsApp y la risa cómplice ante la crueldad como entretenimiento. La violencia sexual también se habilita desde los medios de comunicación y el discurso público. Cada vez que se relativiza una violación al preguntar qué llevaba puesto la víctima o qué hacía fuera de su casa a esas horas, protegiendo a los agresores y responsabilizando a las víctimas o a quienes denuncian esas violencias, como lo hizo Bullrich.
La deslegitimación del feminismo y de las denuncias por violencia de género también habilita la violencia sexual. Las crecientes campañas de desprestigio hacia las denuncias, señaladas de “falsas denuncias”, alejan a muchas mujeres que han sido víctimas de violencia de la posibilidad de denunciar y evitar que estas violencias se repitan; también evita que otras mujeres se informen y puedan caer en las redes de estos agresores. El reciente caso de Pablo Laurta, nos recuerda lo que puede ocurrir cuando el rechazo de una mujer y sus denuncias son interpretadas como “injustas” por ellos.
Lo que ocurrió en Chai TV no fue un error del conductor, del productor o del programa. Es un reflejo lamentable y aterrador de lo que piensan muchos hombres sobre las mujeres y es un llamado urgente a confrontar esos discursos antes de que sigan cobrando nuevas víctimas.
El consentimiento NO es injusto, es INDISPENSABLE en cualquier relación de índole sexual. Si no existe un consentimiento claro, libre e informado, lo que hay no es sexo, es violación. ¡SOLO SÍ ES SÍ!