
“Me dirigí al Parque Tercer Milenio, recuerdo que llamé inmediatamente a la línea 123, fui al CAI de mi barrio y les dije que no encontraba a mi hija. Me dijeron que no me estresara, que debe estar en cualquier parte, que en cualquier momento aparece. Nunca entendí por qué la Policía cree que cuando desaparecen a una mujer es porque van a ver a una amiga, una vecina, una prima. Me dio mucha rabia. En ese momento entendí que era mi hija y que si yo no la iba a buscar, nadie lo iba a hacer”. Estas son las palabras de Nathalie Amaya, madre de Lynda Michelle Amaya, desaparecida el 30 de noviembre de 2020. Desde ese día su madre emprendió una búsqueda épica, que la llevó a infiltrarse en una “olla” junto al parque Tercer Milenio en Bogotá, para finalmente descubrir que el cuerpo de su hija asesinada había estado todo el tiempo en Medicina Legal, sin ser ella notificada, a pesar de haber acudido a esa instancia desde que su hija desapareció. Su historia es paradigmática porque muestra todas las barreras que existen para buscar a las mujeres, niñas y adolescentes desaparecidas en Colombia y porque demuestra cómo, en gran medida, estas barreras tienen que ver con un sesgo machista de todo el sistema oficial que está involucrado en las búsquedas. Es precisamente ese el sesgo que queremos explorar e investigar en este reportaje: ¿Por qué desaparecen las mujeres? ¿Quién las busca? ¿Cuál es la clave para encontrarlas?
También queremos enfocarnos en el impacto social que deja la desaparición de las mujeres. Aunque muchas de las desaparecidas suelen aparecer como víctimas de feminicidio, morir y desaparecer no son la misma cosa. Yesenia Rivera, hija de Luz Leidy Vanegas, mujer desaparecida el 1 de enero de 2020, dice que “una persona desaparecida es una constante incertidumbre. El sentir mío era que mami no estaba viva. Si estuviera viva, hubiera encontrado alguna forma de ponerse en contacto. Pero entonces uno necesita saber qué pasó, o encontrar unos restos. Saber dónde estuvo y qué le hicieron”. Para la psicóloga Ana Carolina Calvo, de la organización Duelo Contigo, “el duelo se relaciona inmediatamente con la muerte, y la muerte es algo demasiado abstracto para el ser humano porque no la podemos tocar, ni la podemos ver, a no ser que tengamos símbolos que nos permitan entenderla, como los cuerpos y restos de los fallecidos. Cuando el cuerpo no está, como sucede en las desapariciones, todo el proceso del duelo se torna profundamente complejo”. Calvo explica que con las desapariciones hay un “duelo ambiguo”: “Racionalmente pueden entender la posibilidad de que la persona desaparecida haya muerto, pero emocionalmente no lo pueden integrar. Cuando no hay un cuerpo toca dar por muerta a una persona sin tener certeza física, y para la mente humana eso es casi imposible. La persona se acostumbra a la ausencia, pero queda con la sensación de que el ser desaparecido puede aparecer, entonces busca su rostro en todas partes”.
Según el informe Las desaparecidas y las invisibles. Repercusiones de la desaparición forzada en las mujeres, del Centro Internacional para la Justicia Transicional (ICTJ), “Las mujeres son consideradas víctimas de la desaparición forzada no solo cuando ellas mismas son desaparecidas, sino también como familiares de una persona desaparecida. Debido a desigualdades de género arraigadas en la tradición, raza, cultura, religión y clase, las mujeres a menudo experimentan las consecuencias sociales, económicas y psicológicas de las desapariciones de manera diferente que los hombres”. Adicionalmente, el Informe del Grupo de Trabajo sobre las Desapariciones Forzadas o Involuntarias de las Naciones Unidas dice que “de manera desproporcionada, las mujeres víctimas de desaparición forzada son objeto de violencia sexual y están expuestas a sufrimientos y humillaciones. Su cuerpo es utilizado como parte de una estrategia de control social”.
Este reportaje muestra que, cuando las personas desaparecen, quienes las buscan son otras mujeres: madres, hijas y hermanas para quienes la búsqueda se convierte en un trabajo permanente, desestabilizando profundamente a las familias.
Testimonio de Nathalie Amaya, madre de Lynda Michelle

*(Desaparecida el 30 de noviembre de 2020/ Encontrada el 31 de diciembre de 2020)
Yo soy madre cabeza de hogar, tenía cuatro hijos, y Lynda Michelle era mi hija mayor. Vivíamos en Bogotá. Michelle era una niña supremamente feliz y, lo que para algunas personas era “loca”, para mí era “auténtica”. Ella confiaba en todo el mundo. Le encantaban los deportes, era atlética, era alta. En un momento se vio muy atraída por el skate y el BMX, le encantaba frecuentar parques, íbamos en familia porque le encantaban las pistas.
El Parque Tercer Milenio es un lugar súper lindo, desafortunadamente en el peor lugar de Bogotá que es la zona de tolerancia. La mañana del 30 de noviembre Michelle salió a montar bicicleta. Recuerdo que me quitó la moña para el cabello, me besó en la boca y se fue.
Ese día llegué tarde del trabajo, a las 9:30 PM, y mi hija no estaba. Llamé a Carol, una amiga de ella, y no me contestó, pero como siempre estaban juntas pensé que debía estar ahí. En la mañana Carol me regresó la llamada y me dijo que Michelle no estaba con ella. Ahí empezó mi pesadilla.
Iniciaron los actos urgentes: buscarla en el barrio. Empezamos con mis hijos, con mi papá. Luego se hizo masivo con todos los amigos del barrio. Nadie la había visto.
En Medicina Legal me tomaron el denuncio y me hicieron una entrevista de 45 minutos donde di todos los detalles: tatuajes, piercings, cicatrices, la forma de sus dientes, manos, pies, cabello. Me dijeron que no había llegado un cuerpo con esa descripción.
Me acerqué a la señora que atendía, se llama Angélica Rojas, nunca lo voy a olvidar. Y le dije: “por favor, quiero saber si ha entrado algún cuerpo con esa descripción” y ella fue muy clara y dijo: “No, no ha entrado”. Y otra señora que trabajaba ahí dijo: “Aquí sí entró una mujer pero de unos 30 años, el cuerpo fue levantado por el barrio San Bernardo, pero usted está buscando una adolescente”.
Para las víctimas, para nosotras, el fin de la esperanza es la muerte. Y yo tenía muy claro que si yo no encontraba a mi hija muerta, pues ella estaba viva y viva la iba a encontrar. Salí de Medicina Legal con muchísimas inquietudes, pero también con muchísima esperanza porque dije “aquí no está”.
Luego me llamó el reciclador que estaba ayudándome y me dijo: “pregunté en todas las ollas y su hija no está”. Pero insistió en que la busque en el barrio San Bernardo. Llamé a una amiga que me asesoró y me acompañó ese día. Fue una simple corazonada. Fui a las 5:00 PM , la hora más movida, donde entran todos los consumidores. En ese momento entré como una mamá, con mi ropa normal, con unos tres mil volantes para pegarlos en todo el centro.
Cuando tú entras a estas ollas es como en las pesadillas: hay muchas fogatas, hay muchas personas consumiendo drogas, cada quien está en su cuento. Para hacer una búsqueda debes desconectar la razón del corazón para llegar a la verdad. En ese momento se me acerca una mujer muy drogada y al ver el flyer y empieza a gritar: “Sí sí sí, a esta niña la mataron”. Me senté a tomar aire y mi amiga me dijo “cálmese que acabamos de entrar y usted ya está así”. En ese momento se acercó un señor que dijo que no, que la que mataron era una mujer y en la foto él veía a una niña.
El barrio San Bernardo se convirtió en mi segunda casa. Una señora me dijo “esto es una olla, un negocio organizado” y que no podía seguir entrando como una mamá, que tenía que sentarme, analizar y ver lo que pasaba allí adentro.
Y ahí desconecté mi corazón.
¿Qué soy yo en esta olla? Una persona del común, una investigadora encubierta y, si seguía así, en cualquier momento me iban a matar.
Empecé a cambiar mi aspecto físico: oscurecí mi cabello para que se viera más sucio, se fueron el esmalte, los anillos, los aretes, cambié mis zapatos por unos tenis más viejos. Mi ropa no se podía ver limpia y usaba el mismo tapabocas oscuro todos los días. La sudadera se convirtió en el uniforme de búsqueda. El 7 de diciembre me di cuenta que yo ya formaba parte de ese lugar, que yo ya era una indigente.
El 9 de diciembre volví a preguntar en Medicina Legal y me volvieron a tomar los datos. Fue demasiado extraño porque en ese mes no entró ningún otro cuerpo femenino, solo el cuerpo de la mujer del 2 de diciembre. El 28 de diciembre yo me senté mirando hacia el sur y decía “no puedo más, creo que nunca la voy a encontrar”. Todos mis familiares ya estaban agotados. La Policía estaba de Navidad, con sus familias, con sus hijos, pero yo no la tenía a ella.
El 29 de diciembre me desperté y tenía una llamada de Medicina Legal. Yo había ido el 4, 9 y el 16 de diciembre. Lo recuerdo porque el 16 empezaron las novenas de aguinaldo y todos tenían mucho afán de irse. Me dicen que si me puedo presentar el 31 de diciembre para tomar unas muestras de ADN y así tener mi información en su base de datos.
Hay algo que nos identifica a las madres de feminicidios y son los sueños. Esa noche soñé que me encontraba con mi hija después de tanto buscarla. En el sueño me decía: “No me busques más porque yo ya no estoy acá”. Me abrazó y empezó a caminar, desapareciendose en el camino.
Efectivamente sí era mi hija la que estaba en Medicina Legal, solo que su rostro había recibido demasiados golpes. Tenía la moña en la mano que le había dado esa mañana. Pasamos a tomar las muestras de ADN. Como en el momento de recoger el cadáver no tenía documentos, fue ingresado como NN y asumieron que era una mujer de 30 años.
El 7 de enero me la entregaron para darle una sepultura digna. El cuerpo ya estaba en un proceso de descomposición muy avanzado, así que tuvimos que pasar el dolor derecho y enterrarla muy rápido. Fueron demasiados atropellos.
Un problema en las definiciones
Una de las grandes barreras a la hora de buscar a mujeres desaparecidas, es que hace falta una mirada diferenciada de género. Para empezar, casi siempre la discusión sobre desapariciones se centra en la “desaparición forzada”, de la que son víctimas mayoritariamente hombres, y que ocurre cuando la desaparición “es cometida por agentes estatales o por particulares que actúen en nombre del Estado o con su autorización, apoyo o consentimiento” o, en el caso de Colombia (Ley 589 de 2000), cuando están involucrados actores no estatales que son partícipes del conflicto armado, como las guerrillas y paramilitares. Según el Forensis, debido a que la desaparición forzada se ha usado como estrategia de confrontación armada, se calcula que en el marco del conflicto armado ha habido al menos 82.998 desapariciones en los últimos sesenta años.
Sin embargo, si bien la mayoría de las víctimas de desaparición forzada son hombres, hay una victimización secundaria a los familiares, en su mayoría mujeres, de la que poco se habla: “tanto en la búsqueda de su ser querido desaparecido, como en el arduo proyecto de rehacer sus vidas, las mujeres se enfrentan a innumerables instancias de discriminación, prejuicio y violencia derivada de su condición de mujeres” afirma Medicina Legal en su forensis de 2018. La desaparición forzada es entonces una forma de desaparición involuntaria que está casi siempre enmarcada en el conflicto armado y que, por lo tanto, suele excluir a las mujeres. Por eso es urgente que se pueda analizar este delito por fuera del marco de la guerra armada para que, como dice el Forensis 2018 de Medicina Legal, se pueda “dar cuenta de cómo en contextos de migración, desaparición en principio voluntaria, e inclusive las accidentales, las dinámicas de desigualdad entre los sexos pueden hacer más vulnerables a las mujeres y niñas a redes de trata de personas, esclavitud doméstica o sexual o a que, en el contexto del delito de desaparición, se sumen otras violencias como la sexual”.
Por otro lado, todas las mujeres víctimas de desaparición, tanto las que huyen de sus contextos voluntariamente como las que son desaparecidas por terceros de manera involuntaria, son especialmente vulnerables a la violencia sexual y los abusos de género. Pero, a pesar de esto, muchos de los protocolos forenses adoptan una perspectiva neutral al género y no ofrecen garantía de que se busquen puntualmente indicios de violencia machista en los cuerpos de las mujeres que luego de haber desaparecido, aparecen como víctimas de feminicidio. Según Medicina Legal “en el caso de las mujeres reportadas como desaparecidas que posteriormente aparecen muertas, se realiza la correspondiente necropsia medicolegal, llevando a cabo una valoración integral del cuerpo”.
En el Registro Nacional de Desaparecidos (RGN) se señala que los departamentos con la tasa más alta de desaparecidos y desaparecidas son Bogotá con el 26%, Antioquia con el 13% y Valle del Cauca con el 9%. Según ese mismo registro, al 6 de agosto de 2021 se han registrado 911 mujeres desaparecidas. En 2020 se registraron 831 casos; en 2019 se reportaron 1.345; en 2018 fueron 1.376 y, en 2017, un total de 1297. Es decir que entre 2017 y el 6 de agosto de 2021 se han registrado 5.760 mujeres desaparecidas.
El Forensis de 2019 también muestra que el día con más desapariciones suele ser el sábado y que ha habido más desapariciones de niñas y adolescentes (788) que de niños y adolescentes (405). Es decir que de los 1.193 menores de 17 años desaparecidos, el 66% han sido niñas y adolescentes. Lo mismo indica el Forensis de 2018: del total de menores de 17 años desaparecidos (2.371) el 69,5% fueron niñas y adolescentes. Este Forensis también señala que “entre los años 1930 y 2018 se evidenció que el 70,61 % del total de la población víctima de desaparición, corresponde a hombres y el 29 % mujeres, caso contrario en la población adolescente donde se registra el 60 % víctimas mujeres y el 40 % hombres”. La violencia intrafamiliar y doméstica, los embarazos no deseados, las redes de trata, y otros peligros que tienen que ver con la desigualdad de género y las violencias machistas, hacen que el índice de las niñas y adolescentes desaparecidas sea mayor al índice del género opuesto en las mismas edades.
El confinamiento acentuó las dinámicas sociales complejas que afectan de manera diferencial a las mujeres. En los hogares incrementó un 228% la violencia intrafamiliar, en donde las mujeres representaron el 86,08% de las víctimas, y en los territorios se presenció un recrudecimiento de la violencia por parte de los grupos armados desplazando a miles de personas, alrededor del 80% mujeres, según la ONU. Entre estas violencias, las defensoras de derechos humanos han pagado el precio más alto con un incremento de 3,42% en el número de conductas vulneratorias en un país que se lleva el 53% de todos los asesinatos de personas defensoras de los derechos humanos y temas medioambientales en el mundo. A eso se le suma la situación de las mujeres migrantes y refugiadas provenientes de Venezuela (que muchas veces desaparecen al ser víctimas de trata de personas) que enfrentan barreras de acceso a ayudas vitales, como los servicios psicosociales, de salud y de seguridad. Para Tania Mogollón, del colectivo Mujeres por Barrancabermeja, las adolescentes muchas veces huyen de sus hogares por el mismo maltrato intrafamiliar ejercido por sus padres o sus parejas. Durante el confinamiento, la violencia en los hogares tuvo un incremento exponencial, que puede terminar en que la mujer, en un intento de salir de esa situación, caiga en manos de otro agresor. El confinamiento también hizo que las búsquedas se hicieran más difíciles y gran parte de las búsquedas tuvieron que hacerse a través de las redes sociales.
Testimonio de Yesenia Rivera, hija de Luz Leidy Vanegas

*(Desaparecida desde el 1 de enero de 2020 hasta la actualidad)
Ella desapareció en el barrio Castilla de Medellín el primero de enero del 2020. Se encontraba en la casa con mi hermanito, que tenía entonces 17 años, y con su pareja. Tuvieron una discusión por temas de celos, aparentemente una infidelidad de ella y, después de esa discusión, fue que mami salió de la casa. No se llevó absolutamente nada. No se llevó ni siquiera el celular porque, en medio de la discusión, la pareja se quedó con él. Eso fue alrededor de las 5 de la tarde de ese primero de enero. Mi hermanito cuenta que cuando ella salió dijo algo así como “ya vengo”, así como cuando uno va a la tienda, como en medio del desespero. Y no se supo más nada.
Yo no estaba en ese momento en la casa. Como dos horitas después, ya empezando la noche, la pareja de mi mamá me llamó y me dijo: “Su mamá salió y yo pensé que iba para donde su tía y llamé a su tía y no está allá”. Ahí fue donde supe mami no estaba. Ella no es de irse sin avisar. Y empezamos a llamar a las amigas a ver si estaba con alguna de las más cercanas.
Ya al otro día en la mañana empezamos a rotar por WhatsApp una fotico básica, como con los datos de que estaba desaparecida. Aún sin haber pasado ni siquiera 24 horas, pero uno ya sabe si algo no cuadra y no está bien. Y así fue que arrancamos con la búsqueda.
En un momento dado tuvimos acceso a ciertas cámaras que hay cerca y mami nunca se ve pasar. En la propia cuadra no hay cámaras, sino que hay unas cámaras que apuntan a las esquinas de la cuadra, entonces como para uno ver si sale o entra alguien de la cuadra. Mami nunca se ve pasar a pie. Se ven pasar varios carros, taxis, un bus, entonces pudo haber, no sé, pongamos que la abordaron en un carro, qué se yo, pero ella nunca se ve pasar a pie.
Nosotras desde el primer momento empezamos a hacer bulla y a tocar muchas puertas. En una de esas estuvimos en la Secretaría de Inclusión Social con una psicóloga que nos atendía. Saliendo de la cita con la psicóloga, nos encontramos con un activista. Iban para un plantón que iba a haber en La Estrella de una niña que había sido apuñalada. Estando en ese plantón estaba allá Telemedellín y estaba la Policía y la concejala Dora Saldarriaga. Fue el primer reportaje que salió al aire de la desaparición de mi mamá. Y a raíz de ese reportaje que logramos que nos pusieron en contacto con las cámaras de la Policía.
El caso hoy está abierto, pero sé que no están investigando porque dicen que “no saben qué más hacer”. Un año y ocho meses después, espero que sigan investigando. Que busquen entonces en otras partes cerca a la casa. Se ha hecho cierto trabajo de campo, pero pues no se la pudo haber tragado la tierra. En alguna parte tiene que estar. Que no vayan a cerrar el caso. Al fin y al cabo, la voz de los desaparecidos somos los familiares. Entonces seguiremos insistiendo hasta que aparezca o sepamos algo.
Negligencia del sistema
Una constante en estas historias es que, cuando madres o hijas de una víctima de desaparición alertan a las autoridades, estas no se las toman en serio. El trato condescendiente tiene que ver con prejuicios con el género: creen que las denunciantes están exagerando y que las víctimas se fueron con una amiga o con un hombre. Con estas barreras se encontró Yesenia Rivera cuando denunció la desaparición de su madre, Luz Leidy Vanegas: “Una de las cosas que me pareció muy particular ese día cuando puse la denuncia, es que si bien él me la tomó y escribió lo que yo dije en el momento, el policía judicial me decía: ‘Ey, pues yo igual te tomo la denuncia, pero ella de más que está por ahí pasando la rabia y aparece. No tienes que preocuparte’. Entre comillas diciéndome que no iban a hacer nada.Yo les decía que estaba desaparecida. Que eso no era normal. Yo sé que hay personas que salen con rabia, o que salen un fin de semana y no pasa nada. Pero uno más o menos conoce a sus personas cercanas y sabe quienes hacen ese tipo de cosas y quienes no. Y yo sabía que no era el caso”.
También sucede que, incluso cuando hay funcionarios o funcionarias dispuestas a ayudar, no tienen la capacidad para hacerlo. En la historia de la desaparición de Luz Leidy hay otro ejemplo de esto: “Al otro día, ya de día, fuimos al Gaula, en la oficina de desaparecidos, y ahí hablamos con otra señora y ella terminó ahí sí como de completar la información y nos pidió más datos. Ella sí nos dijo: ‘Esto no es normal’. ¿Cuál fue uno de los problemas? Que como estábamos a principio de año, los funcionarios estaban de vacaciones colectivas. Entonces había muy pocos funcionarios para atender los casos. Ella nos decía: ‘Nada más habemos como tres personas para atender todos los casos, se puede demorar, pero hacemos todo lo posible’. Ya luego nos asignaron fiscal, como a la semana, pero como estaba en vacaciones, él vino a saber del caso como a los días, no inmediatamente. Nosotras dizque dándole la esperita de los dos tres días para que él llegara, tomara el archivo, leyera qué tiene pendiente. Y cuando fuimos allá a la oficina de él, sin que nadie nos llamara o dijera que fuéramos, nos dimos cuenta que él se dio cuenta del caso porque nosotras fuimos. Mi tía y yo fuimos a preguntar: ‘Bueno, ¿qué se va a hacer con el caso?’. Entonces él nos dijo ‘Ah, espere un momentico’, se sentó, él estaba leyendo el caso viendo qué era”.
No solo la atención es escasa e ineficiente, también está llena de indolencia
Nathalie Amaya, la madre de Lynda Michelle, cuenta que cuando por fin le notificaron de Medicina Legal que creían tener el cuerpo de su hija, lo hicieron sin siquiera ofrecerle una disculpa por el dolor que habían causado: “El camino a Medicina Legal fue eterno. Me recibió la misma persona que siempre me dijo que allá no estaba mi hija, pero esta vez me dijo que creía que sí. En ese momento solo pedí ver el cuerpo.Yo no sabía si tenía más dolor o más impotencia de saber que lo único que hicieron con mi dolor fue patearlo de aquí para allá, sin hacer absolutamente nada. Pudieron evitarme demasiadas cosas y no lo hicieron. Hasta el día de hoy Medicina Legal no se ha pronunciado al respecto. ¿Cuántas madres más deben estar en esa situación?”
Las reporteras de esta investigación acudieron a Medicina Legal para preguntarles por las irregularidades cometidas en el caso de Lynda Michelle. Esta fue su respuesta: “En este caso, las actividades de investigación y esclarecimiento de los hechos están siendo investigados por la Fiscalía General de la Nación; así mismo, durante el proceso judicial, el juez determinará si existieron o no irregularidades al respecto, de conformidad con el informe pericial emitido por la entidad, a fin de tomar las medidas que correspondan”.
En Colombia existe el Mecanismo de Búsqueda Urgente MBU: “herramienta que se activa para ubicar a las personas que se presumen como desaparecidas. Su objetivo es que las autoridades judiciales ordenen en forma inmediata todas las diligencias necesarias tendientes a su localización”. Cualquier persona puede pedir la activación del MBU, es un trámite gratuito, y contrario a la creencia popular, no hay que esperar “48 horas” para que una persona pueda considerarse desaparecida. El MBU se puede, y debe activar, de manera inmediata. Para hacerlo solo es necesario informar de los hechos a un juez o fiscal y “suministrar los datos que permitan identificar a la víctima: nombre, documento de identificación, lugar de residencia, rasgos y características físicas, prendas de vestir, elementos de uso personal que portaba al momento de la desaparición y demás datos que permitan su individualización”.
Aunque teóricamente el MBU suena muy bien, en la investigación hecha para este reportaje hemos evidenciado que sus bondades no se traducen en la práctica. Nos comunicamos con la Fiscalía para preguntarles si el MBU se activó en los recientes casos mediáticos de Lynda Michelle, Daniela Quiñonez y Luz Leidy Vanegas. Contestaron así: “El Mecanismo de Búsqueda Urgente fue activado por la Dirección Seccional Bogotá en favor de la menor Lynda Michelle Amaya y por la Dirección Seccional Medellín se activó en favor de Luz Leidy Vanegas. En cuanto a Daniela Alexandra Quiñones no fue activado ya que la Dirección Seccional Caldas abrió la correspondiente investigación como víctima del delito de Feminicidio”.
También les preguntamos qué otros protocolos activa, o sigue la Fiscalía, para dar con personas dadas por desaparecidas y nos respondieron que, una vez la Fiscalía General de la Nación avoca conocimiento de la presunta desaparición de una persona, se le oficia a las siguientes entidades: Al Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses; al INPEC (Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario); a la Registraduría Nacional del Estado Civil y a la Comisión de Búsqueda de Personas Desaparecidas, para el respectivo registro en el SIRDEC, el cual es un sistema que lleva el registro de los desaparecidos.
Por último, les preguntamos si hay diferencias en el operar de la Fiscalía General de Nación en la búsqueda de personas dadas por desaparecidas cuando ocurren en el marco del conflicto armado y cuando no. A esto respondieron: “El Mecanismo de Búsqueda Urgente (MBU), no es un proceso penal, sino una herramienta concebida por el legislador para tutelar la libertad e integridad personal, prevenir el delito de Desaparición Forzada y encontrar a las personas vivas en el menor tiempo posible, por lo que de aperturarse una noticia criminal por el delito de desaparición forzada, la Fiscalía General de la Nación procederá al ejercicio de la acción penal de acuerdo a lo que en derecho corresponde”. Es decir que los protocolos son los mismos en todos los casos.
Testimonio de Juana, madre de Laura, niña sobreviviente de desaparición involuntaria
(Desaparecida el 5 de febrero de 2021 en Yondó, Magdalena Medio / Encontrada el 7 de febrero de 2021)
*Los nombres de estas fuentes han sido cambiados para proteger su identidad.
Era un viernes en la tarde y mi hija estaba enferma, con dolor de cabeza, fiebre y diarrea. Tenía tres días en cama. Yo estaba haciéndoles el almuerzo a ella y a mi otra hija cuando llegó el agresor. Él estaba sacando una yuca en la vereda donde yo vivía, una zona rural del Magdalena Medio. Algunos días de la semana él y otros trabajadores pasaban por la casa y yo les hacía de comer. Mi hija estaba dormida en la cocina cuando él llegó.
“Ya por fin se fue mi mujer, la que me pone los cachos, me dejó libre para llegar a la hora que se me da la gana”, dijo. Como lo vi alterado lo invité a que se quedara y almorzara con nosotras. Se hicieron las 5:30PM y mi hija no tenía hambre. Se puso a jugar con el perro afuera y yo no me di cuenta cuando el señor salió de la casa.
A las 6:00 PM empecé a llamar a mi hija, pero no la vi más. La busqué por todos lados. Salí para la vereda, me metí por el caño y el agua me llegó al pescuezo de lo hondo que estaba. Me desesperé porque en esta zona hay tanta guerrilla, tantos paracos, que si no se pueden llevar a los niños, los matan.
A las 8:00 PM me dio por caer a la casa del señor que estuvo en mi casa. Él estaba comiendo y cuando me vio llegar con mi otra hija se asustó. Yo le dije “hágame un favor, dígame que la niña está aquí”. Y me contestó que desde que salió de mi casa no la había visto, pero se puso tan nervioso que para mí era evidente que algo ocultaba. Yo me le arrodillé, me puse a llorar y le rogué: “por el amor de dios dígame si la niña está aquí. Si se la llevó, entréguemela y digamos que no pasó nada, ella es menor de edad, tiene 12 años”.
Como nos vio tan mal nos dio agua. A las 9:30 PM regresé a mi casa y la desesperación se acentuaba. Esa madrugada tomé tinto toda la noche. Me quedé despierta hasta que amaneció y en la mañana agarré a Maria para que volvamos a casa del mismo señor.
Fue entonces cuando llamé a la Policía y me dijeron que no tenían carro para acceder a la vereda, que como no había puesto la denuncia antes, tenía que esperar hasta el lunes que es cuando abre la fiscalía. Pero yo no podía esperar.
Fui de nuevo a casa del señor y me asomé por una ventana. En ese momento vi los piecitos de mi hija recostados en el piso…
Yo no sé cómo dios me dio tanta valentía, pero encontré un martillo y abrí la puerta. La llamaba y no me respondía. Yo pensaba: “si no la mataron, mínimo la violaron”. La encontré debajo de una cama, llena de barro y ensangrentada. Estaba viva, pero con todo lo que le hicieron es como si la hubiera encontrado muerta.
La niña me cuenta que cuando fui a buscarla el día anterior, el señor le tapó la boca. Le puso un puñal en la barriga y le dijo que si decía algo o se movía ahí la chuzaba. La amarraron a un árbol en una posición que no le permitía gritar. “Si supiera la porquería que me hizo y lo que me hizo hacer”,mi hija tenía miedo de que la regañara.
Mientras tanto nosotras no hemos podido regresar a la vereda. No nos lo recomiendan, entonces no he podido volver a trabajar. No tenemos mercado, ni donde dormir. Mi hija perdió cuatro sesiones con el psiquiatra porque no tenemos para el pasaje.
Testimonio de Luz Ángela Pimienta, madre de Daniela Quiñonez

*(Desaparecida el 14 de junio de 2020 en Marmato, Caldas) / Encontrada como víctima de feminicidio el 16 de junio de 2020)
Mi hija iba a todas las marchas los 8 de marzo y yo la acompañaba a gritar que “vivas nos queremos”. Imagínese, ahora uno estar sola, recordándola.
Yo soy víctima de la violencia porque perdí a mi hija de una manera muy atroz, muy cruel. Nosotras estábamos recién llegadas a Caldas, nos habíamos mudado un mes atrás para montar una farmacia. Una noche la invitaron a una fiesta y, como era muy sociable y abierta al diálogo, aceptó. En ese momento conoció a Santiago, el agresor. Él tenía moto y quedó en llevarla a la casa.
En las cámaras de su edificio se ve cómo a las 2:15 AM Santiago la lleva a su apartamento y al poco tiempo ella sale corriendo. Santiago corrió tras de ella, la alcanzó, la subió a su moto y ahí es cuando la llevó al río.
Cuando me di cuenta que mi hija no apareció más, que yo la esperé y no llegó, inmediatamente pedí ayuda a la Policía y les dije “ayúdenme a buscar a Daniela, está desaparecida”. El muchacho apareció arañado, pero no sabíamos nada de mi hija.
Ese mismo día capturaron a Santiago. Él mismo confesó que llevó a Daniela a la orilla de la carretera, donde queda un río. Ahí la forzó a tener relaciones, pero como ella no quiso, la golpeó brutalmente. Para defenderse, Daniela le rompió el tabique y el maxilar. Hasta el final fue muy valiente. Murió defendiendo sus derechos como mujer. El cuerpo de Daniela apareció en el río Cauca con cinco puñaladas en la cabeza y varios moretones. Las vértebras fracturadas de su cuello revelaron que murió asfixiada.
Buscar con perspectiva de género
Algo evidente a lo largo de este reportaje, es que cuando las mujeres son víctimas de desaparición involuntaria es muy probable que también hayan sido víctimas de violencia de género. Cuando una mujer desaparece, las probabilidades de que su pareja, o ex-pareja, hombre esté involucrado con la desaparición son altísimas. Pero, cuando un hombre desaparece, las posibilidades de que su pareja mujer esté involucrada son mínimas, y quizás su búsqueda tendrá que enfocarse en otros motivos como la guerra armada o la extorsión por parte de bandas criminales. En sus testimonios, Luz Ángela Pimienta y Juana cuentan que su principal sospechoso en ambos casos fue un hombre. Ambas estaban en lo cierto y sus hijas fueron víctimas de violencia sexual.
En su testimonio, Yesenia Rivera, hija de Luz Leidy Vanegas, afirma que tiene una sospecha similar: “El principal sospechoso para nosotros como familia, es la pareja de mi mamá. ¿Por qué? Por las circunstancias de la desaparición. Porque la última persona con la que estuvo fue con él, porque si bien mami salió sola, y mi hermanito vio en ese momento que ella salió sola, le pudieron mandar a hacer algo. Era muy particular sobre todo al principio, cuando salíamos a buscar porque él decía que él la estaba buscando, pero nunca salía a buscar con nosotras. Y a veces decía o había ciertas cosas en las que se contradecía. Y en medio de todo lo que pasó, hay ciertas actitudes que uno dice, tiene que ser él”.
Esto nos lleva a pensar que, si no se busca a las mujeres con perspectiva de género, será imposible encontrarlas. El Forensis de 2018 señala que “debería incorporarse una perspectiva de género en todas las medidas -sea de índole legislativa, administrativa, judicial u otro tipo- que tomen los Estados para abordar la cuestión de las desapariciones forzadas”. Nos preguntamos entonces si los mecanismos institucionales de búsqueda efectivamente tienen algún tipo de perspectiva de género, como lo recomienda el Forensis. Nos comunicamos con Medicina Legal para preguntarles si dicha perspectiva de género ya es aplicada en lo concerniente a las labores de Medicina Legal frente a mujeres dadas por desaparecidas. Esto respondieron: “Hemos desarrollado estrategias para la incorporación de los enfoques diferenciales en la presentación de los servicios forenses, incluyendo estas necesidades en el acceso, atención y adecuado registro. Cabe resaltar que cada enfoque se integra de manera transversal a los procesos y procedimientos forenses bajo las funciones misionales del instituto descritas en la Ley 938 de 2004 (Título III, Art 36) y busca también contextualizar de manera adecuada intersecciones entre diferentes enfoques”.
¿Queremos encontrarlas?: el precio social de aparecer
Que una mujer desaparezca es una tragedia, y que aparezca viva es una gran fortuna. La aparición de cualquier mujer desaparecida debería ser un motivo de celebración. Sin embargo, lo que hemos podido observar en medios de comunicación y redes sociales, es que la sociedad castiga a las mujeres que no fueron víctimas de desaparición involuntaria y que aparecen vivas.
En junio de 2020, el movimiento político Estamos Listas inició una campaña de búsqueda ante la desaparición de Karina Rivas, una activista del movimiento político quien estaba postulándose como concejala en Medellín. La promesa de campaña de la candidata se basaba en reducir las inequidades de las mujeres afrodescendientes, raizales, negras, caribeñas y palenqueras y, después de cuatro días de desaparecida, Karina publicó un video anunciando que estaba viva. El grupo editorial Semana publicó que su desaparición se debía a que “se encontraba en una finca donde no tenía señal” y otros medios reseñaron que “estaba perdida” porque se había ido de rumba. Así, los lectores en redes sociales no demoraron en sacar conclusiones simplistas y revictimizantes. Gihomara Aristizabal Morales, voluntaria de búsqueda en Estamos Listas, alerta que la ciudadanía y los medios suelen culpar a la mujer desaparecida, asumiendo los motivos de su desaparición y exponiendo a sus familias.
El caso de Karina nos permite evidenciar el estigma social que se le aplica a las mujeres cuando aparecen, violentadas o no después de una desaparición, justificando la agresión por como estaba vestida o por frecuentar un espacio social. Al ser Karina una activista afro por los derechos humanos, algunas personas la acusaron por salir a beber un viernes en la noche y les resultó alarmante que dejara a su bebé en casa mientras ella se “iba de fiesta”. Como si tener una vida social no fuera compatible con su liderazgo y su maternidad.
Este tipo de comportamiento es casi que la norma cuando las mujeres aparecen vivas. En los meses pasados, cuando la familia de Daniela Arboleda, desaparecida en Medellín, anunció en redes que la habían encontrado, algunas personas hicieron comentarios como el siguiente: “Qué estaría haciendo que no echan el cuento completo”. En febrero de 2021 desapareció Vanessa Valencia en Cali. Según sus familiares estaba en estado de embarazo así que las autoridades la buscaban de manera prioritaria. Días después la mujer apareció deambulando desorientada, y al hacerle exámenes médicos, se observó que hacía varias semanas que no estaba embarazada. Al saberse esto la opinión pública dio un vuelco radical y se acabó la empatía. Empezaron a verse comentarios como este: “Haciendo dramas para engatusar a los novios. Cojan oficio, no se dediquen a explotar a los falsos padres, de falsos bebés. ¿Cuánto dinero cuestan esas búsquedas?”.
Lo cierto es que culpabilizar a las mujeres es una práctica tan antigua como las mismas sociedades, donde resulta más práctico pedirle a la víctima una explicación, que exigir justicia y esclarecimiento a las autoridades encargadas de investigar y judicializar a los agresores.
Mujeres buscadoras
Ante la negligencia y la indolencia de las autoridades, las familias son las que terminan realizando las búsquedas. Explica la psicóloga Ana Carolina Calvo: “Recuperar el cuerpo es recuperar el vínculo. Las familias que están en búsqueda están despersonalizadas, viven en piloto automático, guiadas por la angustia y el dolor. La mente no puede asimilar eso de golpe. Se desconectan de la realidad y todo gira en función de buscar a la persona. Hay un brote de esperanza: la quiero encontrar viva. Pero luego hay un momento en que, viva o muerta, necesitan encontrarla y saber qué pasó con ella”. Las familias asumen las funciones del Estado, y el impacto que esto tiene en sus vidas es devastador.
Así cuentan las mujeres su experiencia de la búsqueda: “Durante esos primeros días, nosotras buscamos mucho por cuenta propia. Si bien en la Fiscalía nos dijeron que se activaba el Mecanismo de Búsqueda Urgente, como con las características que nosotras dimos, sí aparecía algo en la red de ellos, como de hospitales y eso, pues nos avisaban. Pero igual, como sabemos cómo son los procesos acá, nosotras por nuestra propia cuenta igual salíamos a buscar todos los días a un sitio diferente. Entonces fuimos a varios hospitales de Medellín.” Cuenta Yesenia Rivera, hija de Luz Leidy Vanegas. Añade: “Cuando digo ‘fuimos’ siempre hablo en plural porque en todo estábamos mi tía Diana y yo, siempre a todo nos fuimos las dos. Fuimos a Medicina Legal, fuimos a Quebrada cerca de la casa, fuimos a varios sitios de la ciudad donde frecuentan habitantes de calle, fuimos a Moravia, al bosque. Zonas a donde yo nunca me había ido a meter en la vida, y eso me llevó a meterme por allá. Conocí muchas cosas que uno dice, por Dios ¿esto existe? Aunque sabía que existía, nunca lo había visto así con mis propios ojos. También fuimos por el centro, por Ciudad Gótica, por la minorista. ¿Qué no nos andamos?”
Nathalie Amaya, la madre de Lynda Michelle, también resolvió asumir la búsqueda de su hija ante la apatía del Estado: “Yo estaba sentada en la carrera 11b con calle 3era, frente a una panadería que se llamaba El Triunfo, viendo la navidad de los indigentes: muchísimas droga, ruido, escombros, tragos baratos, niños corriendo que viven su vida en ese lugar. Ahí entendía que tenía que comprar mi consumo, así yo no consumiera, para pasar inadvertida”. Los días que pasó buscando a su hija fueron como una pesadilla: “No tenía noción del tiempo. Yo llegaba a mi casa tarde a leer libros en la noche para salir en la mañanita a buscarla. Recibí muchas llamadas de extorsión.”
Algo importante de resaltar, es que las familiares que buscan a víctimas de desaparición, hombres o mujeres, suelen ser mujeres como madres o hijas. Uno de los casos más emblemáticos en Colombia es el de las Madres de los Falsos Positivos, o MAFAPO, quienes, al buscar de sus hijos, destaparon uno de los casos más escabrosos de ejecuciones extrajudiciales en la historia de Colombia. Otro ejemplo clásico es el de las Madres de la Plaza de Mayo en Argentina, una asociación formada durante la dictadura de Jorge Rafael Videla con el fin de recuperar con vida a los detenidos desaparecidos y desaparecidas. Las Madres de la Plaza de Mayo tuvieron un impacto político internacional muy importante y se centraron en la idea de que “no hay muertos, hay desaparecidos” y esto permitió que se pudiera juzgar a muchos represores de la dictadura, porque, al no aparecer los cuerpos, los crímenes no prescriben. La presidenta de la fundación en los años 80, Hebe de Bonafini, dijo: “Le prometimos a los hijos que no los íbamos a abandonar y no los hemos abandonado. Les prometimos que no iba a haber un solo militar que pudiera salir a la calle a poner un cartel o una foto…. y no han podido. Llenamos la ciudad con las fotos de nuestros hijos, con sus hermosos rostros, con sus hermosos ojos, con sus sueños y con sus esperanzas, sin nombres, porque las Madres, en un acto absolutamente revolucionario, «socializamos la maternidad»”.
En México, el Día de la Madre se celebra el 10 de mayo y ese día, todos los años, las madres de las y los desaparecidos convocan a protestas públicas en todo el país para exigir la aparición con vida de sus hijas e hijos bajo consignas como: “Hija, escucha, tu madre está en la lucha” o “¿Por qué los buscamos? Porque los amamos”. En México hay más de 70 colectivos de madres buscadoras y algunos de estos grupos, como el Colectivo Las Rastreadoras de El Fuerte en Sinaloa, o las Madres Buscadoras de Sonora, se organizan para buscar huesos en los desiertos del norte del país, con la esperanza de identificar los restos y avisarle a las familias. Según la periodista Paola Díaz “son grupos pequeños los que cada fin de semana salen a buscar, con sus propios recursos, pagando la gasolina, la comida y todo lo que se requiera”. Entre 2019 y 2020 el Colectivo Madres Buscadoras de Sonora encontró 79 restos.
Son las mujeres, madres e hijas, las que buscan y encuentran. Emprenden búsquedas sistemáticas y persiguen a las autoridades para que hagan su trabajo y recogen las principales pistas. Pero, al hacerlo, tienen que cambiar sus vidas. Renunciar a sus trabajos. Viven violencias como extorsión o desplazamiento que resultan en daños irreparables en sus familias y comunidades.
¿Cómo encontrarlas?
A estos grupos de madres, hijas y hermanas, convertidas por la tragedia en activistas, les debemos que este problema tenga algo de visibilidad. Explica Yesenia Rivera, hija de Luz Leidy Vanegas, que “a raíz de todo esto, aunque a mi mami no la hemos encontrado, como todo ese proceso que hemos vivido con la desaparición de mi mamá se volvió como en un símbolo de las desapariciones y de hecho, tengo entendido, hablando con el psicólogo, que se creó una mesa para hablar temas de desaparecidos, se puede decir ‘ey, es una problemática, que siempre ha existido, pero no le estaban prestando atención’. Y afortunadamente muchas personas y muchas mujeres y niñas, han aparecido”.
La experiencia de estas mujeres buscadoras nos ha mostrado lo que sí funciona y todo comienza con creerle a las mujeres que dan la primera alerta de la desaparición. Otra estrategia que funciona es buscar a colectivos de mujeres que activen rutas de búsqueda. Esto fue lo que hizo Juana cuando desapareció su hija Laura, y la policía le dijo que “no podían ir a buscarla porque estaba en una zona rural y no tenían vehículo”: “En ese momento mi hermana contactó por Facebook a la organización ‘Mujeres por Barrancabermeja’ quienes rápidamente apoyaron la búsqueda y nos orientaron sobre las rutas disponibles. Ellas hicieron lo que la Policía no fue capaz”. El acompañamiento de grupos feministas y de mujeres es clave para navegar rutas de búsqueda y denuncia que pueden ser desconocidas para las víctimas: “Al día siguiente fuimos a Barrancabermeja.Tania, del colectivo de mujeres, nos acompañó a Medicina Legal donde internaron a mi hija por tres días”.
Para Luz Ángela Pimienta, madre de Daniela Quiñonez, fue clave recurrir a otras instancias de la comunidad, como instituciones religiosas o educativas: “Fui a la iglesia y le pedí al sacerdote del pueblo que me ayudara a buscarla. Todos la buscaban, no sólo las autoridades, la Universidad EAFIT fue un apoyo muy grande. Sus compañeros, profesores y rectores fueron los que difundieron la pieza en redes sociales, mientras yo la buscaba por los potreros”.
La vehemencia de las mujeres buscadoras no puede, ni tiene, la capacidad para suplir las funciones del Estado. Es evidente que se necesita invertir en más personal, que esté mejor capacitado, pero también es claro que la metodología oficial de búsqueda no es muy eficiente para encontrar a las mujeres.
Basándose en la ética del cuidado, la investigadora colombiana Andrea Romero creó una metodología con un enfoque en la acción forense sin daño, en la cual los familiares están en el centro y en donde la memoria no solo es una metodología para la obtención de información, sino una estrategia para dignificar y reconocer el trabajo de las buscadoras. Esta metodología se consolida después de 11 años de documentar casos desde el Movimiento Nacional de Víctimas de Crímenes de Estado, capítulo Antioquia, y trabajar con organizaciones como las Mujeres caminando por la verdad, y obtener una mención a la excelencia summa cum laude a la Universidad de Antioquia por ser un aporte innovador y significativo a la antropología forense.
Romero diseñó una serie de dispositivos pedagógicos que permiten activar el recuerdo, motivar el testimonio y construir memoria sobre las personas desaparecidas. Dichos dispositivos buscan generar información, lo más concreta posible, sobre el desaparecido y su presunto paradero, promoviendo la documentación de casos y el diligenciamiento de las fichas antemortem. Según Romero, Colombia no ha adoptado propiamente los protocolos internacionales de búsqueda, lo que genera inconsistencias en los procesos de identificación. Para saldar este vacío, Romero establece una primera etapa que denomina “la investigación preliminar” en donde se busca el perfil biológico y social de la persona desaparecida: quién es, cómo se llama, cuántos años tiene, su número de identidad, pero también sus características físicas, sus dolencias, sus hobbies y todo aquello que permita saber cuál es el lugar que ocupa socialmente y las posibles causas de su desaparición. Estos detalles los tiene la familia. La restitución simbólica se obtiene por medio del dibujo, a través de la silueta humana donde se plasman las características físicas. Con estos detalles se puede vislumbrar cómo se encontraba la víctima en el momento de la desaparición para saber cómo buscarla y hacer una ruta para el reencuentro, o identificar el cuerpo y entregarlo a las familias.
“Saber qué ropa tenía mostrando distintos tipos de tela hace que emerjan recuerdos que nos permitan acceder a datos que estaban en la frontera del olvido”, explica Romero. Con esta información se crea el universo de la persona desaparecida que la Fiscalía podría usar para hacer su despliegue técnico y logístico y poder recuperarla. En el sistema de Romero, cada mujer desaparecida tiene una bitácora de la memoria que sirve para que sus seres queridos le rindan homenaje y a su vez podría representar una información clave como insumo para la Fiscalía o la Unidad de Personas dadas por Desaparecidas.
¿Por qué desaparecen las mujeres? ¿Quién las busca? ¿Cuál es la clave para encontrarlas?
La respuesta a todas estas preguntas necesita una perspectiva de género. La mayoría de mujeres desaparecidas, voluntaria o involuntariamente, han sido víctimas de violencia sexual y/o doméstica y en un alto porcentaje de los casos hay hombres involucrados en sus desapariciones. Cuando las mujeres desaparecen, se necesitan protocolos de búsqueda que puedan ver y documentar estas desapariciones con un enfoque de género diferenciado que implica un entrenamiento a las autoridades. Esto es un gran reto si consideramos que una de las barreras estructurales para encontrar a las mujeres, niñas y adolescentes desaparecidas en Colombia, tiene que ver con un sesgo machista que está presente en cada etapa del sistema de búsqueda. Los prejuicios machistas de las autoridades hacen que de entrada no se tomen en serio estas desapariciones, pues subestiman a las mujeres que las denuncian. Ante la indolencia e inoperancia de la fuerza pública, son esas mujeres, madres, hermanas e hijas, las que buscan y encuentran y, aunque no deberían ni tienen las mismas herramientas para hacerlo, terminan realizando el trabajo que deberían hacer las autoridades. Una perspectiva de género transversal ayudaría a que las desapariciones de mujeres se tomen en serio y ayudaría a entender que todas las desapariciones, las de los hombres y las de las mujeres, destruyen el tejido social y familiar y que son las mujeres de esas familias las que cargan con el peso de la incertidumbre. Son al final las mujeres quienes de verdad se comprometen a buscarlas hasta encontrarlas.
Créditos:
Reportería: Adriana Abramovits y Luisa Fernanda Gómez
Análisis: Catalina Ruiz-Navarro
Edición: Matilde de los Milagros Londoño
Ilustraciones: Carolina Urueta