Consigna en memoria de Julio César Mondragón Fontes
Julio César Mondragón Fontes tenía 22 años y quería dedicarse a la docencia. Era padre de una bebé recién nacida, Melisa, cuya crianza compartiría a lado de su pareja, Marisa. La noche-madrugada del 26 y 27 de septiembre de 2014, después de separarse en la huida durante el segundo ataque, fue secuestrado, torturado y asesinado: “víctima de crímenes de lesa humanidad”, sintetizó la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).
El cuerpo herido de Julio César fue abandonado en una terracería y hallado por militares. La imagen circuló, sin censura, en redes sociales y medios de comunicación. Fue así como Marisa se enteró de la pérdida de su compañero de vida y padre de su hija. Desde el principio, cuando ella y el tío de Julio acudieron al Servicio Médico Forense (Semefo) de Chilpancingo, se le trató con indiferencia y su acercamiento a las investigaciones fue extremadamente limitado.
Desde 2014, familiares y amistades de Julio César Mondragón Fontes han recorrido diferentes zonas del país para exigir justicia y saber qué fue lo que sucedió, más allá de los reportes forenses. Al normalista lo sepultaron dos veces, pues la primera autopsia (realizada en Iguala) careció de profesionalismo y rigor.
Como subraya Tlachinollán. Centro de derechos humanos en la montaña, una de las organizaciones centrales en la búsqueda de justicia del Caso Ayotzinapa, la exhumación del cuerpo del estudiante “no fue iniciativa de la Procuraduría General de la República, ni de ninguna otra instancia oficial; es un logro de lucha de la familia Mondragón y de todas las personas que la apoyaron”.
El Colectivo Somos los Ojos y el Rostro de Julio César M.F, expresiones del arte callejero y documentos literarios-periodísticos como el libro Procesos de la noche (2017) de la poeta y ensayista Diana del Ángel han reclamado la identidad y dignidad de las que el Estado y los medios de comunicación lo quisieron despojar.
