Por: An Flores
“La ausencia la vivo yo”, Joanna Alvear delinea el rostro de un país entero: México, un territorio que de norte a sur grita el nombre de las 40 personas que desaparecen a diario. No pertenece a ningún colectivo; los viajes de 781 kilómetros que separan a Toluca (Edomex) de Puerto Escondido (Oaxaca) le son posibles gracias al dinero que recauda en rifas o en la campaña que abrió en la plataforma GoFundMe.
Los ingresos que obtiene de la elaboración de accesorios los destina a la impresión de fichas con el rostro y nombre de su hija: Lilith Saori Arreola Alvear, una joven trans rescatista de perros, delgadita, con tatuajes de flores y figuras de anime en los brazos y un cabello rizado que le rebasa los hombros y que a ella le gusta peinar con la plancha y estilizarlo con un flequillo que acaricia las puntas de sus pestañas.

“Es una persona con un corazón muy bonito; tiene un alma muy bella”, agrega Joanna. Sabe que estas descripciones quedan desvanecidas entre la burocracia e indiferencia institucional a las que se ha enfrentado desde hace más de dos años. Lilith, en ese entonces de 21, viajó a la zona de Zicatela, en Oaxaca, con su novio y otras dos personas: la prima de él y el novio de la prima. Celebraron Año Nuevo y planeaban regresar el 6 de enero de 2023.
Pero días antes de su regreso Joanna se enteró que su hija estaba desaparecida desde el 2 de enero. Nadie le avisó; lo vio en una publicación de Instagram. Al principio creyó que se trataba de una broma, pues el boletín de búsqueda no se asemejaba a las fichas que emiten las autoridades. Pasadas las 10 de la noche del 3 de enero Joanna se comunicó con uno de los amigos más cercanos a Lilith: “Me dijo que se había perdido en Puerto Escondido, que había tenido un ataque de pánico y se había salido corriendo a la playa”.
En medio de un estado de shock, Joanna habló por teléfono con el padre de Lilith, que desde un inicio le dejó claro que no se involucraría en la búsqueda: “Después de enterarme de la desaparición, llamé al padre de Lilith y lo escuché muy tranquilo. Sólo me dijo que él no podía viajar a mar abierto porque estaba enfermo y que contactaría a alguien de Puerto Escondido. Desde ahí supe que estaría sola en esto y no me equivoqué. El papá de Lilith nunca aceptó su identidad de género”, lamenta.
Joanna es una mujer “que vive al día”. Cuando se enteró de la desaparición de su hija no contaba con ahorros para costear el boleto de avión, estancia y alimentación. Su familia y sus amistades la apoyaron para trasladarse a Oaxaca, presentar la denuncia y comenzar el proceso institucional el 5 de enero.
Joanna viajó sola. Pasó todo el vuelo llorando y repasando palabra por palabra el recuento de los hechos que, a distancia, le compartió la pareja de Lilith. “Me dio la versión de que ella tuvo un ataque de pánico, salió corriendo del hotel y que trataron de alcanzarla, pero no pudieron”, dice sobre una situación que sigue “sin hacerle sentido”.
A más de dos años de la desaparición de Lilith, las personas que estuvieron con ella en ese viaje no han profundizado en sus declaraciones. Joanna tampoco ha tenido acceso a material clave como grabaciones: “He preguntado si se han revisado cámaras, pero me han dicho que el hotel no contaba con cámaras”, acusa.
La limitadísima información no ha sido el único impedimento. Cuando Joanna llegó al aeropuerto de Oaxaca recibió una llamada de extorsión, lo que entorpeció la comunicación con las autoridades locales. “La Comisión Estatal de Búsqueda de Personas me intentó contactar en dos ocasiones. Pero en una, el agente investigador no me generó confianza. Además, por el tema de la extorsión, me asusté mucho y no contestaba números desconocidos y también cuidaba los datos personales que daba”, relata como episodio previo a una de las constantes a las que se enfrentan las familias buscadoras en México: la revictimización.
El caso de Lilith está entre los expedientes de la Defensoría de los Derechos Humanos del Pueblo de Oaxaca. Joanna se presentó en la Fiscalía y uno de los investigadores le dijo que la desaparición de su hija era “porque venía de un hogar disfuncional” y emitió juicios respecto al hecho de que Lilith y su mamá no viven juntas desde 2019. “El investigador dejó la carpeta de Lilith un mes y medio después repitiendo que su papá y yo teníamos la culpa por no haber sabido educarla”, enlista Joanna como la primera expresión de una serie de violencias institucionales que identificó gracias al acompañamiento de la Asociación Mexicana de Niños Robados y Desaparecidos.
“Cuando me acerqué a esta asociación con sede en el Distrito Federal (CDMX) me percaté de que las inconsistencias estuvieron desde un principio. Por ejemplo, ninguna autoridad me dijo que, como víctima, tengo derecho a que se me dé una copia de la carpeta. Sobre el resto del proceso, también me llama la atención que en ningún momento se custodió el celular de la pareja de Lilith; esta es una prueba importante porque fue hallado vía GPS […] Se han limitado a asegurar que están trabajando y que en la búsqueda intervienen la Policía y la [Secretaría] de Marina. Las autoridades mantienen dos líneas de investigación: la primera es que Lilith se pudo haber ahogado y la segunda es que su desaparición derivó de una discusión con su pareja […] Mi hija está desaparecida y hay tres personas que saben lo que sucedió y que, al día de hoy, no quieren decirlo. Lilith viajó con tres personas en las que confiaba; una de ellas su pareja, una pareja que no se ha presentado a ampliar su declaración”, acentúa.
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Mientras imprime fichas de búsqueda y confirma horarios de entrevistas con medios de comunicación, Joanna repite en voz baja las conversaciones telefónicas que tenía con Lilith. México supera las 120.000 personas desaparecidas. Frecuentemente, cuando revisaba su perfil de Facebook se encontraba con boletines. Siempre temió ver el rostro y nombre de su hija.
“Yo le expresé a ella que se enfrentaba a un mundo hostil. Incluso una vez le llegué a decir que sentía mucho miedo de un día entrar a redes sociales y ver un boletín de ella”, recuerda la madre el 11 de abril de 2025, después de haber compartido su historia en la marcha por el Día Internacional de la Visibilidad Trans en Ciudad de México.
Entre banderas con franjas rosas, azules y blancas, en el Zócalo capitalino, a un par de metros de Palacio Nacional, Joanna denuncia que la falta de respuestas en la desaparición de su hija también deriva de la transfobia. Habla de la negativa inicial de las autoridades oaxaqueñas para respetar el nombre y la identidad de género de Lilith. “Se distribuyó un boletín con el nombre legal de mi hija. Nunca estuve de acuerdo con eso. Sé que Lilith no ha cambiado su nombre legal, pero ella ya no lo usa. Si alguien la veía en la calle y se refería a ella con ese nombre y le gritaban, no iba a responder, no iba a voltear”, dice.
Joanna toma un respiro y acomoda su cabeza para que sus labios queden a la altura del megáfono y su voz sea escuchada. Su búsqueda “es con mucho amor y mucha fe”, pero también con “un profundo dolor y tristeza”. Agradece a la gente que, sin conocerla, la ha apoyado comprando sus productos, difundiendo su campaña de recaudación de fondos o circulando videos en los que cuenta su historia y la de su hija en TikTok. A la vez, lamenta que cuando “se trata de una persona trans desaparecida, falta mucha empatía”.
Rodeada de gente que la abraza y dice “mamita linda, siga luchando” y “yo quisiera una mamá como usted”, Joanna cuenta cómo las maternidades se ven atravesadas por las ausencias y las indiferencias ante ellas. “Soy madre de una chica trans. Nos volvemos invisibles. No hay quien nos escuche. Nosotras, el 10 de mayo no festejamos. Salimos a marchar y a gritar el nombre de nuestras hijas. Tengo mucho dolor y mucha tristeza, pero también amor y fortaleza porque si no soy yo, ¿quién va a buscar a mi hija? Donde quiera que esté Lilith, tiene que saber que su mami jamás dejó de buscarla”.
