Por: Valeria Quiroga
“El Ejército empezó a copar los espacios que dejó el paramilitarismo y eso generó esperanza en algún momento”, dice Olga Lucía Quintero. Ella, que hoy en día tiene 44 años, recuerda que la desmovilización de los paramilitares entre 2004 y 2005, significó un momento breve de ilusión: “Pero desafortunadamente dio un revés, porque entró en una posición de que todos los campesinos éramos guerrilleros, que había que quitarle el agua al pez, es decir, a la guerrilla para poderla neutralizar. Empezaron a bombardear en veredas, a generar bloqueo económico”, explica sobre lo que ocurría en el Catatumbo hace 20 años.
“El Catatumbo nos adoptó”, cuenta Olga al recordar cómo llegó a Norte de Santander hace 25 años con su madre, padre y tres hermanos. Desde que nació tuvo que desplazarse por distintas zonas del país por consecuencia de la constante violencia del conflicto armado interno. Al llegar a esta región ubicada en el noreste del país, ella y su familia acordaron que esto debía cambiar: “Tomamos una decisión familiar de no seguir corriendo, sino que había que hacer algo para denunciar”.
La mitad de su vida la ha dedicado a la defensa del territorio con la Asociación Campesina del Catatumbo, una iniciativa que creó con uno de sus hermanos tras su desplazamiento desde Bucaramanga y sus días como estudiantes universitarios en Pereira: “Mientras mis padres estaban en el Catatumbo, en Teorama, mi hermano y yo a veces no teníamos para el pasaje, no teníamos para las copias, no teníamos para la comida. Una situación que no solo la pasamos nosotros sino que es el común denominador de varios muchachos y muchachas que quieren salir adelante y estudiar”.

En ese momento, Olga y su hermano Juan Carlos decidieron abandonar sus estudios en Pereira y regresar al Catatumbo para dedicarse a las labores del campo. “Llegamos a una situación compleja. Nos tocó el desplazamiento en el año 2002”, cuenta la lideresa. Recién llegada con su hermano, ella y su familia fueron desplazados nuevamente durante ocho meses de su finca por los paramilitares. Regresaron meses antes de que el grupo armado dejara las armas y se desmovilizara en Colombia.
En aquella época, un grupo de aproximadamente 300 campesinos desplazados de la vereda El Suspiro contactó a Olga y a su hermano. “Nos contactaron unos líderes y lideresas para ayudarlos y acompañarlos a Bucaramanga porque no sabían abordar un taxi, ni cómo eran las dinámicas de la ciudad”, recuerda la activista. Allí conocieron de cerca los mecanismos para denunciar y visibilizar lo que significa que alguien del campo sea despojado de su tierra por un grupo armado.
A partir de diciembre de 2005, Olga Lucía consolidó su liderazgo campesino como secretaria general de la Junta Directiva de la Asociación Campesina del Catatumbo. El contexto era complejo: sobrevivían en medio de las ejecuciones extrajudiciales del Ejército y la intención de 22 multinacionales de intervenir el territorio, lo que implicaría un desplazamiento nuevamente de comunidades campesinas e indígenas.
“Nos tocó empezar a prepararnos en el tema. Cómo hacíamos el análisis en el territorio, qué eran los derechos humanos, qué era el derecho internacional humanitario. Era necesario hacer formación a los campesinos para que tuvieran las herramientas, que si llegaba el Ejército, qué podía y qué no hacer el Ejército, a dónde había que acudir, cómo hacer un derecho de petición, cómo instaurar una tutela. Así comenzamos”, enfatiza. El objetivo principal de la Asociación era reconstruir el tejido social en medio del poco interés de la ciudadanía de organizarse en una junta de acción comunal o en comités por el miedo y el peligro que esto representaba en la región.
De acuerdo con el informe del Centro Nacional de Memoria Histórica, entre 1999 y 2004 ocurrieron 115 masacres y 5.000 asesinatos por parte los paramilitares en el Catatumbo, considerado como “el actor más violento en este territorio”. Olga Lucía también recuerda cómo vivieron las mujeres estos años de violencia: “Fueron muchas situaciones graves en el Catatumbo con las mujeres. Mujeres que fueron violadas y empaladas. Tenemos historias impactantes sobre la situación que les tocó vivir, al punto de que un comandante de los paramilitares en la guerra le decía a un hombre: quiero dormir con su mujer. Algunos los mataban, otros con el miedo de que los mataran, no decían absolutamente nada: y así nos convertimos en botín de guerra”.
La historia en el Catatumbo, como en varios rincones de Colombia, parece cíclica. 20 años después de la violencia que golpeó a la población, nuevamente se encuentran bajo una emergencia humanitaria derivada del conflicto armado interno. El 16 de enero de 2025, la ofensiva del Ejército de Liberación Nacional, ELN, contra el Frente 33 de las disidencias de las Farc, dio inicio a una nueva oleada de violencia en el Catatumbo.
La población civil quedó una vez más en medio de la disputa por el control territorial entre dos grupos armados. Según el informe de la Defensoría del Pueblo de este 6 de mayo, ya son 64.783 las personas desplazadas forzosamente, 117 fueron asesinadas y 12.913 en situación de confinamiento, entre el 16 de enero y el 28 de abril de este año.
La violencia sexual, trata de personas y trabajo forzado, con 62 mujeres denunciantes, son uno de los hallazgos alarmantes que señala la Defensoría, un panorama crítico teniendo en cuenta que la misma Defensoría del Pueblo reportó que entre enero y octubre de 2024 se registraron 150 casos de trata de personas en el país, en los que las niñas, adolescentes y mujeres constituyen el grupo más afectado. Sin embargo, Valientes ONG Colombia indicó en su Informe 2023: Prevención e investigación contra la Explotación Sexual Comercial De Niñas, Niños y Adolescentes que en Colombia “existe un subregistro del número de víctimas reales relacionado con el acceso a la justicia”, en parte por la falta de protocolos y rutas de atención para prevenir y erradicar este tipo de delitos.
“Finalmente somos la población civil, tanto indígena como campesina, la que quedamos en medio de esta situación, y somos la que llevamos la peor parte de este conflicto. La esencia de la mayoría de los habitantes del Catatumbo es la tierra, y es muy triste toda esta situación, pero hay que seguir resistiendo”, agrega Olga.

Liderazgos como los de Olga Lucía han permitido visibilizar ante Colombia y el mundo la situación que vive el Catatumbo. Actualmente, es madre de una niña: “Una hija deseada”, dice con una sonrisa. La lideresa cuenta cómo continúa afectando de manera particular el conflicto armado a las mujeres, especialmente a las madres, en la región: “Los padres desaparecieron, la mayor carga de los asesinatos son los hombres, pero las mujeres llevamos la mayor carga emocional de responsabilidad. Somos las que nos volvemos madres cabeza de hogar, las que tenemos que sufrir muchas veces en silencio, en el marco de estos conflictos”.