agosto 14, 2023

Nueva denuncia de abuso sexual contra Fabián Sanabria

Una nueva denuncia hacia el exdecano de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de Colombia, Fabián Sanabria, lo investiga por los delitos de “Trata de personas con fines de explotación sexual”; “Actos sexuales violentos”; “Accesos carnales violentos” y “Amenazas”. Sanabria ya es investigado por la Fiscalía por el delito de “acceso carnal violento agravado por confianza” en el caso del joven Steeven López. 

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Las primeras denuncias hacia el profesor se hicieron públicas en 2020, cuando la Comisión Feminista de Asuntos de Género del Departamento de Antropología de la Universidad Nacional de Colombia— Sede Bogotá, divulgó una serie de testimonios que señalaban a académicos de la institución por presuntos casos de abuso sexual. Posteriormente, Steeven López, interpuso una denuncia ante la Fiscalía por una experiencia que tuvo en el 2013, cuando el profesor lo invitó a su apartamento para, supuestamente, hablar de una oportunidad laboral, que, presuntamente, terminó en un acto de abuso sexual. López actualmente se encuentra fuera del país por las amenazas y hostigamientos que ha recibido después de haber hecho pública su denuncia.

Otra acusación que se hizo pública fue la de Joan Sebastián González, por un caso de acoso sexual ocurrido en el 2012. La Fiscalía, después de investigar ambas denuncias, encontró evidencia suficiente para imputar cargos; sin embargo, se archivaron en el 2022 no por falta de pruebas, sino por vencimiento de términos. En octubre del año pasado, la Fiscalía recibió nuevas pruebas y decidió abrir la investigación otra vez por la denuncia de Steeven López. Sobre este caso, en abril de 2023 inició el juicio para establecer la responsabilidad de Sanabria.

Mientras la investigación por el caso de Steeven López avanza, en mayo de este año se interpuso una nueva denuncia ante la Fiscalía en contra de Fabián Sanabria después de que circularan rumores de su posible nombramiento como embajador de Colombia en Francia. El denunciante, que ha preferido mantener su identidad bajo reserva (su identidad está protegida por el secreto profesional, amparado en el artículo 74 de la Constitución colombiana), además de adelantar el proceso ante la entidad, ha decidido hacer público el testimonio que ha elaborado en el último año con el apoyo de una psicoterapeuta. En él reconstruye una experiencia agobiante y dolorosa de acoso y abuso.

Son raras las ocasiones en las que un hombre toma la decisión de realizar una denuncia por acoso o abuso sexual, los motivos para que permanezcan en silencio están ligados al miedo a la revictimización, y sobre todo, al machismo inherente de nuestra cultura patriarcal que les ha educado para mantener una imagen de virilidad que impide que se reconozcan como sujetos vulnerados. Como víctimas de violencia sexual, tras denunciar, la sociedad los juzga y los señala. El denunciante afirma que el reconocimiento fue el primer paso para iniciar su proceso de sanación, en el cual pudo poner palabras a una violencia que lo había afectado durante varios años.

El testimonio, escrito en primera persona por el denunciante, ha contado con la revisión editorial de Volcánicas y tiene el respaldo de la denuncia ante la Fiscalía que como anexos adjunta el testimonio completo y la información de los testigos que pueden corroborar datos de modo, circunstancia, tiempo y lugar.

***

Escapar del machismo

Inicié estudios de antropología en la Facultad de Ciencias Humanas (FCH) de la Universidad Nacional de Colombia – Sede Bogotá (UNAL) en el segundo semestre académico del 2008. En ese entonces acababa de cumplir 17 años, y recién me había mudado desde Bucaramanga, donde había vivido y estudiado hasta entonces. Decidí presentarme a la UNAL, institución conocida no solo por su prestigio sino por su exigencia académica. Se sabía que muy pocas personas lograban pasar el examen de admisión, y que si uno quería entrar, había que presentarse varias veces; para mi sorpresa, conseguí ser aceptado en el primer intento.

 Pese a la buena noticia, en ese momento mi familia no contaba con los recursos para financiar mi vida en la nueva ciudad. No obstante, mi madre decidió apoyarme sin condiciones, mientras mi padre, en cambio, se opuso de raíz a mi emancipación. Él era una persona autoritaria que a lo largo de mi educación ejerció varias formas de violencia, psicológica, verbal y física tanto hacia mí como hacia mi madre. Quedé muy marcado por su manera de actuar durante mi infancia. Siento que ella me apoyó para permitirme escapar de una tortuosa situación en la que se sentía encerrada.

Un factor importante que se suma a mi decisión de dejar la casa familiar es que durante esos años de adolescencia fui descubriendo que los hombres me atraían. La cultura del departamento de Santander es conocida por su machismo. Contemplar las aterradoras situaciones de matoneo o bullying que ciertos compañeros del bachillerato vivieron después de “salir del armario” me impulsó a mantener mi orientación sexual en secreto y a empezar a maquinar la idea de mudarme a otro contexto con una mentalidad mucho más abierta. Frente a ese panorama, partir a Bogotá se presentaba como algo ideal.

Al iniciar el semestre en la UNAL, rápidamente hice varios amigos en la facultad y en el departamento de antropología, colegas de semestre con los que compartimos de igual manera espacios académicos, de activismo y esparcimiento. Dos de ellos eran casi de mi edad, los otros eran un poco mayores. A mis 17 años era el menor de todos. Como la mayoría pasaba por dificultades económicas, éramos muy solidarios entre nosotros. Aún más en el contexto de la comunidad LGBT+, pues los estudiantes más antiguos habían organizado un colectivo activista cuyo nombre era Grupo de Apoyo y Estudio de la Diversidad de la Sexualidad (GAEDS), en el cual participaban varias personas de la FCH.

Como deseaba vivir una vida abierta, desde que entré a la universidad decidí “salir del armario” y presentarme a esos nuevos amigos desde mi diferencia. Salvo unas pocas preguntas fui muy bien aceptado y entendido, no solo por mis colegas, sino por gran parte de los docentes. En términos generales, se puede decir que la FCH era un espacio gay friendly. Pese a tener varios amigos que participaban en el GAEDS y en otros colectivos LGBT+ de la FCH, por cuestiones de cercanía, opté por frecuentar más el grupo activista de la Universidad Distrital. Allí conocí a una de las primeras personas de las que me enamoré y que fue mi pareja. 

La llegada de Sanabria a la facultad

Para ese momento (2008), el ambiente de la FCH estaba agitado por el nombramiento del decano FABIÁN SANABRIA, un profesor relativamente joven de 36 años, afiliado al departamento de sociología. La opinión estaba dividida; por un lado, los izquierdistas “de línea dura” consideraban que era un “neoliberal que quería vender la facultad a las empresas privadas”, por otro, las personas más afines con el feminismo y el activismo LGBT+ veían como un gesto interesante del rector Moisés Wasserman, haber nombrado a una persona abiertamente homosexual como cabeza de la facultad. Por su parte, Sanabria no contribuía mucho al diálogo y en repetidas circunstancias hacía gestos de provocación innecesarios que ahondaban más las divisiones. 

Recuerdo que, recién nombrado, dio una entrevista en el magazín Jet Set, una publicación para nada académica y que enaltece la vida social de una élite privilegiada, en la que sostenía que estaba sufriendo una persecución y amenazas por parte de “estudiantes infiltrados”. Recuerdo que muchas veces afirmó públicamente que era por causa de su orientación sexual y de las “ideas innovadoras” que traía de Francia. Aquello me pareció exagerado y un tanto paranoico, pues difícilmente se percibía un ambiente de homofobia en una facultad destinada al humanismo y en la cual los estudios de género estaban en boga. 

Ese artículo y múltiples apariciones en la televisión privada en los que se jactaba de ser experto en los más variopintos e inesperados temas, hizo que una parte del estudiantado y ciertos profesores lo percibieran como alguien superficial y frívolo. Cierto es que su manera de hablar llegaba a ser molesta: innecesariamente plagada de galicismos superfluos y de palabras castizas pronunciadas à la française. A nivel simbólico, su vestimenta con aires de aburguesamiento, característica por el uso del foulard, del abrigo y de la pipa, no ayudaban tampoco a que fuese visto como alguien próximo a los estudiantes, que en su mayoría teníamos importantes dificultades económicas. 

Los rumores

Con el paso de los primeros tres semestres, supe de varios rumores que empezaron a circular en torno al decano Sanabria y su relación con los estudiantes, particularmente con sus monitores académicos y las personas que participaban en su grupo de investigación: el Grupo de Estudios de las Subjetividades y Creencias Contemporáneas (GESCCO). Se decía que ellos habían recibido el favor de Sanabria por haberle permitido aproximarse sexualmente. Varios amigos del contexto activista LGBT+, que eran estudiantes de sociología, me hicieron comentarios sobre sus acosos en medio de las clases o a través de las redes sociales. 

Los compañeros no solo veían con desconfianza su discurso público, en el que frecuentemente hacía análisis sensacionalistas y poco rigurosos, sino que también se sentían asqueados por el hecho de que un profesor que pertenecía a la comunidad LGBT+ incurriera en el mismo tipo de comportamientos abusivos, oportunistas y machistas de los profesores heterosexuales. También me comentaron que Sanabria utilizaba las reuniones del GESCCO como fachada para encubrir su deseo de acosarlos y que les prometía eventualmente ser publicados a cambio de acostarse con ellos.

En abril de 2009, cuando aún era menor de edad, Sanabria me agregó a Facebook y me envió un mensaje, al que nunca respondí, para invitarme a un evento sobre Alicia Dussán. Me pareció muy extraño que el decano, al cual nunca le había dirigido la palabra, que nunca había sido mi profesor y que pertenecía a otro departamento, me escribiera por una vía privada; recuerdo haberle hecho el comentario a un amigo en una fiesta, quien señaló: “a mí no me sorprende para nada”. 

Es importante mencionar que en la UNAL este tipo de rumores sobre los profesores de género masculino no eran extraños: se comentaba que había docentes con los cuales “tocaba acostarse” para tener buenas notas o publicar un artículo, que solo permitían acceder a las “estudiantes bonitas” a su grupo de investigación o a las financiaciones, que sostenían relaciones de pareja extramatrimoniales con sus estudiantes o, inclusive, que “habían embarazado” estudiantes durante las salidas de campo. Siento hoy que este tipo de comportamientos machistas estaban normalizados, eran “pan de cada día”.

La convocatoria de trabajo

Que fuera menor de edad implicaba una gran limitación para tener una fuente de ingresos estable; sin embargo, tras cumplir 18 años en agosto de 2009, contemplé la posibilidad de trabajar en un restaurante o en un bar de noche como lo hacían mis compañeros. En medio de esa búsqueda, a inicios del primer semestre de 2010, encontré a través del correo institucional una convocatoria de trabajo del decanato para el puesto de monitor académico; recuerdo que había dos plazas. De esa convocatoria me llamó la atención el perfil solicitado: requería el idioma francés, la remuneración era una suma alta para un estudiante de pregrado y se debía haber cursado cuatro semestres de ciencias humanas o artes, ¡ese era mi perfil! Con entusiasmo, presenté mi curriculum vitæ y me agendaron una cita en el decanato el jueves de la semana siguiente.

Fui recibido en horas de la tarde por las secretarias del despacho, que me invitaron a aguardar afuera junto a los otros estudiantes que esperaban a ser entrevistados. Esa fue mi primera interacción en persona con Fabián Sanabria. Como supe después que era su costumbre, estaba más interesado en hablar de sí mismo que en saber bien quién era yo: alardeó sobre su educación superior, sus amistades poderosas y sus viajes a París; recuerdo que solo me habló en francés. No me preguntó gran cosa sobre mí. Me llamó la atención un gesto que, después descubriría que tiende a hacer cuando se siente atraído por un hombre, mandar pequeños besos con la boca.

Me pareció de muy mal gusto, sin embargo, pensando en mis necesidades económicas y en la oportunidad de trabajo, hice caso omiso. Salí de la entrevista con la convicción de que, dado que yo no tenía ninguna experiencia de trabajo académico y que apenas había cursado tres semestres de antropología, no sería escogido. Recuerdo que al salir me crucé con unos amigos en el Jardín de Freud, que me interpelaron sobre el atuendo formal que llevaba y que no era mi costumbre. Les comenté que me había presentado a una convocatoria de trabajo en el decanato, pero que creía que no sería escogido. 

Uno de ellos respondió entre carcajadas: “¡yo vi la convocatoria y pensé en vos, sos la única persona con el perfil para tener ese puesto!”. Reí con él para alivianar la tensión, sin embargo, su comentario me hizo conectar el hecho de que Sanabria no solo me había agregado a Facebook, sino que recientemente le había “dado like” a varias de mis fotos y había comentado mis publicaciones; él conocía mi perfil, mi carrera y mis aptitudes. Reflexioné y me pregunté si, como lo sugería mi amigo, esa convocatoria de trabajo habría sido hecha a mi medida. También pasaron por mi mente, los comentarios que los amigos del grupo activista LGBT+ me habían hecho sobre él. 

Luego de eso, alrededor de las cuatro de la tarde, sonó mi celular: era una de las secretarias para anunciar que había sido aceptado en el trabajo y preguntarme si podía pasar inmediatamente, por la oficina para confirmar con “el doctor” Sanabria. En el decanato se encontraba esperando la otra persona que había sido seleccionada para el trabajo de monitor académico, un compañero, estudiante de sociología. Intercambié dos palabras con él y me percaté de un hecho muy particular: que él no hablaba francés. Me pareció un tanto insólito que una persona que no cumplía con el perfil solicitado fuera aceptada en el trabajo; además, la FCH contaba con una carrera de filología francesa en la que seguramente había mucha gente apta para el puesto requerido por el decano.

Pese a los rumores y mis sospechas, no alcancé a imaginar que ese trabajo, aparentemente favorable, sería el punto de partida de una serie de acosos y actos abusivos de índole sexual por parte del decano Sanabria. Pasé al despacho y él me recibió de una forma caricaturesca: abrió una puerta corrediza que daba hacia el exterior, se sentó y fumando pipa, empezó a dictarme, a manera de lista, todos los temas y fechas de sus próximas conferencias. Para cerrar, recalcó que yo sería responsable de coordinar y realizar la corrección de estilo de varios artículos de la próxima publicación del GESCCO, y que para ello era necesario que fuera el sábado de la semana siguiente a su casa, pues allí se realizaría una reunión del grupo.

Sospechas confirmadas

Se hizo tarde y las secretarias ya se habían ido, me sentí incómodo, pues empezaba a oscurecer y nos fuimos quedando solos, no solo en la oficina sino en el enorme edificio Salmona, que solo tenía un par de celadores. Recuerdo que me ofreció un trago de algún licor que tenía en el decanato y que rechacé inventando que estaba tomando antibióticos; él se sirvió y empezó a interpelarme sobre mi vida privada y mi educación. Pude entender por su mirada inquisidora y por su lenguaje corporal que su interés iba más allá de la curiosidad académica. 

Recuerdo que me hizo un comentario sobre una de las fotos de mi Facebook. Dijo que le gustaba la expresión de mi rostro y que me encontraba “bello como un efebo”. A mí no me atraía Fabián Sanabria, ni de manera física ni intelectual. Francamente, a mí solo me interesaba el trabajo, que era bien pago, y progresar en mi carrera; hice un gesto de molestia y, analizando la situación, no dije nada. Acababa de iniciar una relación romántica y no quería que Sanabria supiera realmente quién era yo ni quiénes eran mis amigos, así que le creé una falsa historia de vida. Pienso, en retrospectiva, que esas mentiras fueron un mecanismo de defensa, una manera de dejarle claro que él no se podía servir ni del francés ni de su conocimiento para “deslumbrarme” o engatusarme. En pocas palabras, le dije lo que me imaginé que él quería escuchar desde su evidente sesgo europeizante.

Ese día me hizo una invitación a cenar a algún restaurante costoso en la 82, la rechacé. Cuando me dispuse a salir, me pidió mi correo electrónico y mi teléfono, y me dijo que empezaría a trabajar desde el lunes de la semana entrante —22 de febrero—. Al salir del edificio Rogelio Salmona, me volví a cruzar con mis compañeros de antropología que aún se encontraban departiendo y les comenté la incómoda situación. Me sentí muy molesto, pues no recibí solidaridad de su parte, sino burlas, pues ellos veían el hecho de ser acosado por el “decano posmoderno y marica” como algo muy jocoso. Supe entonces que, tristemente, no contaba ni con su escucha ni con su apoyo moral.

La cuestión de coordinar el GESCCO también jugó un papel importante en mi decisión de aceptar la plaza, a pesar de lo que intuía, pues estar en dichos grupos de investigación es crucial en una carrera académica. Además, como era vox populi que la mayoría de los profesores con un poco de poder procedían como Sanabria, me dije que era un escenario triste, pero inevitable si quería destacarme en mi carrera. Recuerdo que esa noche llamé a un amigo para comentarle que había sido aceptado en el trabajo; él se alegró, pues sabía que había estado buscando durante meses y con desesperación un trabajo decente.

Ambiente laboral hostil

Como acordé con Sanabria, me presenté el lunes 22 en su despacho para firmar el contrato y coordinar mi horario de trabajo en función de mis clases. Me pareció poco profesional notar cómo él, que dirigía la facultad, se refería a sus colegas con apelativos como godos, mamertos, anquilosados, lamentables, nulos y recalcitrantes. Esa semana tuve la oportunidad de conocer al resto del equipo de trabajo del decanato, que a diferencia de Sanabria no replicaba sus comportamientos arrogantes e hirientes hacia los otros. Parecían reírse de sus actitudes y no le daban la razón a sus delirios; al contrario, le ponían los pies en la tierra.

Me causó curiosidad la naturaleza de su relación con dos de ellos, pues eran hombres jóvenes y atractivos. Sanabria, pasaba gran tiempo alardeando sobre sus múltiples amantes y conquistas, su “capacidad de seducción” y su “libertad sexual”. En menos de tres días me comentó que se había acostado con ellos y que por eso “se los había traído” a trabajar al decanato. Además, hizo descripciones sobre sus cuerpos y penes de una manera muy estereotipada, haciendo énfasis en que uno era “una loquita” mientras que el otro “sí era bien macho”. Así, su trato hacia uno de ellos despectivo y mandón, y hacia el otro más condescendiente.

Pese a que Sanabria se jactaba de ser docente investigador, muy poco investigaba sobre los innumerables temas de los que hablaba en sus entrevistas en medios, conferencias y clases. Él aceptaba todo con poco criterio y luego me ponía a investigar sobre el asunto y a hacer discursos, resúmenes y presentaciones que posteriormente descalificaba caprichosamente. Yo le leía en voz alta y en medio de la lectura él interrumpía gritando para agregar sus comentarios personales, reformular las frases y para solicitar las imágenes que acompañarían sus diapositivas, en el caso de las conferencias.

Respecto a las clases era más organizado, pues había unas lecturas fijas, de autores que él conocía y que luego se discutían en grupo. No por ello dejaba de improvisar; hacía referencia a conceptos que no manejaba o autores anglosajones sobre los cuales nunca leyó. Cabe señalar que él es hábil con las formas discursivas, y que con mucha destreza se aprovecha de la ignorancia del otro, y habla con propiedad sobre temas que desconoce, lugares que no ha visitado y personas que nunca ha conocido. Se le cree, pues se sirve de su doctorado como argumento de autoridad; sin embargo, un observador riguroso y con conocimiento puede identificar su estrategia con facilidad.

Excusas académicas

Llegó el sábado 27 de febrero y me dirigí a la reunión del GESCCO, que se haría en el apartamento donde Sanabria vivía solo en el barrio Las Aguas. Lo primero que saltaba a la vista al entrar era la presencia de un gato agresivo que atacaba a los invitados, orinaba por doquier y saltaba sorpresivamente de mueble en mueble. Sanabria había antropomorfizado al felino, y se refería a él como si fuera una persona con opiniones y reflexiones profundas; asimismo, le exigía a los comensales que lo trataran como a un ser humano y se disgustaba cuando uno se le recordaba que no era más que un animal.

El apartamento de Sanabria no tiene citófono, así que, cada vez que llegaba alguien tocaba bajar los siete pisos del inmueble en ascensor para abrir. Lo hice varias veces, hasta que alguien me relevó. Sanabria aprovechó ese momento para hacerme un tour exclusivo del apartamento, empezando por la sala y terminando en su cuarto, todo esto para enseñarme varias obras de arte, particularmente un pequeño carboncillo de un hombre semidesnudo, de autoría de Luis Caballero, que se encuentra sobre su cama. 

En su habitación me llamaron la atención varios elementos que implicaban violencia: un cuadro de gran formato de unas pipas cuyo lienzo se encontraba acuchillado y una serie de juguetes sexuales, entre ellos un fleshlight, unos cockrings, una fusta, una paleta de madera, unas correas de cuero y una botella de aceite de oliva. Él me mostró los juguetes con orgullo y me comentó que utilizaba el aceite como lubricante íntimo, así como, dijo él, lo hacía el emperador romano Adriano en la famosa novela de Marguerite Yourcenar: Mémoires d’Hadrien. Cuando lo interpelé frente al lienzo perforado, me dijo que eran “las marcas del amor” que dejaban los “gatos celosos”.

Cuando ya había llegado la mayoría del GESCCO, Sanabria aprovechó para anunciar el tema del próximo libro que quería publicar bajo el sello de la FCH. Cabe aclarar que, como era el decano, tenía carta blanca para publicar cualquier cosa sin criterio editorial, además sin pares evaluadores; tal y como ya lo había hecho en su caprichosa publicación precedente. El libro sería una compilación de artículos académicos coordinada por él a partir de “etnografías” de sitios web tales como Facebook, LastFM, Google Earth o YouTube. Como yo era neófito, estuve en una actitud de escucha y me limité a observar. Entretanto, Sanabria me propuso participar en la publicación con un tema: pornografía, especialmente sobre el sitio YouPorn.

Una trampa

Avanzaba la tarde y los comensales empezaron a partir uno a uno; manifesté a Sanabria mi deseo de irme, a lo que respondió en voz alta: “quédate que necesito dictarte un discurso”. Intenté escabullirme inventando excusas; no quería molestarlo, pues ya había percibido que era una persona de un carácter irascible, y que, si mostraba abiertamente mi rechazo, podía perder mi trabajo. Sin embargo, él fue muy insistente, reiteró la importancia del supuesto discurso y decidí quedarme. Cuando nos quedamos solos, me invitó a tomar más, esta vez un alcohol mucho más fuerte.

Continuando la conversación, me habló de la existencia de un antiguo monitor del decanato y me describió una escena bastante sórdida en la que, durante un viaje, les habían asignado la misma habitación en un hotel con una sola cama. Sanabria narró una escena de violación: dijo que lo había penetrado en medio de la noche contra su voluntad y que había habido sangre de por medio. Para justificarse, argumentó que había sido culpa de su secretaria, que, al hacer la reserva, no los había separado; como si un hombre no pudiera dormir en la misma cama con otro sin poder controlar sus pulsiones.

En el mismo tono, habló de un “viaje romántico” que había hecho a La Habana con otro monitor, y me mostró fotos de dicho viaje en su iPhone, como invitándome a viajar con él; en ellas se veía claramente la incomodidad del muchacho. Mientras iba contando me fue tocando las piernas, la cintura y las nalgas, así como el rostro intentando besarme en la boca; recuerdo bien que lo evité hasta que cedí porque sentí que no tenía otra opción. Tras un breve silencio, me tomó por sorpresa proponiéndome que fuéramos novios; recuerdo la frase que utilizó: “antes yo era como los perros, pero ahora soy fiel como los gatos y quiero un novio”. 

Inmediatamente le respondí que no, argumentando que ya tenía un novio, a lo que me respondió: “déjalo”. Nuevamente, le dije que no y él reiteró la pregunta; le dije que me dejara pensarlo, pues deseaba evadir la proposición. Acto seguido replicó ruidosamente que “así no le servía” y que, si las cosas iban a ser así, él “ya no quería trabajar más conmigo”. Ante esa contundente amenaza y la serie de historias que venía de contarme, no tuve más opción que decirle que sí. Ese sería el inicio de una tortuosa relación forzada, que duró exactamente dos años. 

El primer abuso

Desafortunadamente, ese día las cosas no terminaron ahí. Me llevó a su habitación, cerró la puerta y con cierta fuerza me tiró sobre la cama y se abalanzó sobre mí. Fue desagradable, no solo sentir su peso, su flácida boca sobre mi cuello y su falo en erección sobre mi vientre, sino, sobre todo, el fuerte olor de su transpiración que se sumaba a su mal aliento. Le dije que no me gustaba que utilizara la fuerza; a eso me respondió que aquello era normal, que era tan solo un juego, pues a él le gustaban las prácticas sadomasoquistas y que yo solo necesitaba “ser disciplinado”.

Acto seguido, me dijo que entre todas las prácticas BDSM, a él lo que más le gustaba era el spanking, fetiche sexual que consiste en golpear las nalgas con las palmas de las manos o con objetos como los que había visto antes. Sin preguntarme me puso boca abajo en la cama y se apoyó sobre mi cuerpo, aplastándome la caja torácica con el antebrazo y bloqueándome las articulaciones de las rodillas con sus piernas. Luego, me bajó los pantalones y los interiores hasta media pierna, y empezó a golpearme. Posteriormente, se bajó los pantalones y entendí que tenía la firme intención de penetrarme. Me liberé del bloqueo articular en el que me tenía, tomé fuerza, lo empujé a un lado usando la espalda, me subí los pantalones y lo miré desafiante.

Su rostro desfigurado era aterrador; pensé en largarme inmediatamente, pero desistí de la idea sabiendo que me tocaba pedirle que me acompañara hasta el primer piso para abrirme la puerta, y claramente no lo iba a hacer; además, eran ya las horas de la madrugada, no tenía dinero para un taxi, y yo no conocía el centro de Bogotá que por ese entonces me producía miedo. Ante esta situación, temí por mi vida, así que logré disuadirlo argumentando una condición médica.

Lo que siguió fue una experiencia violenta en la que me obligó a practicarle sexo oral sin ningún tipo de protección. Cuando él terminó, fui a limpiarme el rostro al baño. Recuerdo una irreparable sensación de ira. Regresé al cuarto y él, que ya se había dormido y roncaba fuertemente, se despertó con el sonido de la puerta al cerrarse. Me recosté en la cama y miré hacia al techo muy afectado; recuerdo muy bien que al ver la expresión de mi rostro intentó acariciarme y tuvo el cinismo de preguntarme si me habían violado en mi infancia.

Permanecí despierto en una posición casi fetal, frente a él, sin nunca darle la espalda, pues temía que intentara penetrarme de nuevo. Permanecí vigilante hasta que finalmente salió el sol y argumentando que la señora mayor con la que vivía debía sentirse preocupada por mi prolongada ausencia, le dije que me abriera la puerta del apartamento y que me acompañara hasta abajo para salir. Él aceptó y me liberó; eran aproximadamente las 7 de la mañana. Al llegar a mi casa en Galerías fui al baño y tomé una larga ducha con agua caliente y estropajo. 

Después de eso fui a mi cuarto y cuando logré apaciguar mi pensamiento agitado concilié el sueño. Desperté hacia el mediodía y me di cuenta de que Sanabria me había llamado varias veces y que, además, me había enviado un SMS para invitarme a almorzar; iracundo lo ignoré. Me sentía muy molesto, no solo con Sanabria que me había agredido sexualmente, sino conmigo mismo por haber permitido esa situación tan vergonzante de violación. No tuve el valor para comentarle eso a mis amigos; llamé a mi pareja, pues sentía un imperante deseo de verlo, nos encontramos y apagué el teléfono el resto del día. No tuve el valor de contarle lo sucedido. 

Una relación forzada y violenta

El día siguiente era lunes y tenía la desgracia de trabajar nuevamente en el decanato. Llegué hacia las diez y encontré a Sanabria bastante molesto por no haberle respondido ni las llamadas ni los mensajes. Le dije que me había quedado sin batería y evadí el tema hablando de una de las conferencias que él debía realizar en los días siguientes; eso no fue suficiente para calmar su cólera. Me dijo que él era “marica, pero no güevón” y que, si me iba a poner a “jugar al Lolito con él”, era mejor que me “largara de una”. Ante tal despliegue de gritos y expresiones soeces, me quedé en silencio. Inmediatamente me recalcó que esta “relación” era en serio y me interpeló sobre la orden que me había dado de terminar la relación con mi pareja.

En ese instante pasó por mi mente el hecho de que mi pareja quería presentarse a estudiar psicología en la UNAL y que, si yo dejaba que Sanabria, decano de la FCH, identificara quién era, muy posiblemente podría dañar su carrera académica. Asentí y le dije que me ocuparía de ese asunto esa misma semana. Lo cité el miércoles en la tarde y le comenté la situación que me atravesaba y que estaba obligado a terminar nuestra relación; por vergüenza, omití la violación. Me sentí triste al verme obligado a dejar a una persona a la que quería, no obstante, me abstuve de llorar frente a él. Recuerdo que al despedirse me dijo: “yo entiendo que es por tu futuro”. Fue un evento tan doloroso, que no fui capaz de dirigirle la palabra por cerca de diez años. 

Sanabria era una persona particularmente invasiva y utilizaba situaciones de trabajo para ocupar espacios de mi vida privada, que él consideraba suya tras haberme obligado a ser “su novio”. Me citaba en su casa o en algún restaurante costoso con la excusa de “dictarme un discurso” o “hacer una presentación”, cuando lo que principalmente hacía era forzarme a escuchar su monólogo egocéntrico, además de la larga lista de gente que lo odiaba y envidiaba por su “belleza y libertad”. Sus delirios de grandeza y sus planes para ser poderoso iban hasta ser rector de la UNAL, ministro de cultura, de educación, senador e inclusive embajador. Por fortuna solo llegó a ser director del ICAHN.

Yo no tenía la opción de negarme a las “invitaciones” que Sanabria me hacía, pues cada vez que le decía que no, entraba en cólera, gritaba o golpeaba objetos como si fuera un niño al que le quitan un juguete. A veces, me amenazaba con dejarme, cosa que yo sabía que significaba dejarme sin empleo. Podría afirmar que yo disfrutaba de ir a lugares chic, de no ser por el hecho de que estas “invitaciones” podían extenderse por más de 24 horas en las que me veía obligado a acompañarlo a otras actividades como, por ejemplo, comprar ropa, ir a cine, a teatro o a una exposición, y, de manera eventual, quedarme a dormir en su apartamento para que me acosara sexualmente. 

 Me regalaba objetos y ropa similar a la suya. Era como si quisiera comprarme, marcarme o señalar una retorcida e incestuosa filiación paternal que existía en su mente, como si yo fuese al mismo tiempo su amante, su hijo y su clon. Inclusive llegó a ponerme un apodo patético que siempre repudié con ira: Infantino, una mezcla entre infante y amorino, los angelitos de la pintura barroca. Hice mi mayor esfuerzo por mantener la forzada relación con él en secreto, sin embargo, en su actitud escandalosa, aprovechaba en todos los eventos sociales, como cócteles y conciertos, para mostrarme “como un trofeo de caza” ante amistades y conocidos que él consideraba “gente bien”.

Consecuencias cotidianas

Era perturbador, pues a través de esas formas de socialización, él buscaba legitimar una relación con una persona que había violentado, que era su empleado, estudiante de su facultad y que además tenía la mitad de su edad. Era tan indecoroso que eventualmente los compañeros de la FCH terminaron por enterarse del hecho e inclusive se sirvieron del susodicho apodo para ridiculizarme. La mayoría de las personas que me conocían no buscaron interpelarme para conocer los detalles de mi tormentosa situación, sino que asumieron que yo era “un trepador”, “un traidor”, un oportunista o una persona “del mismo orden de Sanabria” y, en consecuencia, me aislaron.

De la misma manera, ninguno de mis amigos del contexto activista LGBT+ o de la UNAL se interesó por conocer mi situación, sino que eligieron el silencio y, de cierta manera, el prejuicio silencioso. Uno de ellos me abordó después de una clase y me dijo: “yo te vi a vos con Sanabria en el septimazo”. Acto seguido, dejó de dirigirme la palabra por cerca de dos meses hasta que pudimos dialogar, le hice saber que yo no estaba en esa relación por voluntad propia y que eran las dificultades económicas las que me habían forzado a aceptar ese vínculo.

Rápidamente, aprendí a “comer callado”, a “agachar la cabeza” y, sobre todo, a alimentar las fantasías egocéntricas de Sanabria para que me dejara en paz y evitar así una situación más violenta que el abuso sexual ocurrido tras la reunión del GESCCO. Cuando estaba obligado a dormir en la casa de Sanabria, dormía de frente a él, casi vestido, mirándole, y esperaba a que se quedara dormido para poder descansar. Afortunadamente para mí, lo más importante para él era no perturbar a su gato, que casi siempre dormía a sus pies. Sin embargo, yo no perdía del todo mi estado de alerta, lo que me llevó a desarrollar unas horribles pesadillas que me acompañan hasta el día de hoy. 

Obviamente, eso no me salvaba del hecho de seguir viviendo frecuentes situaciones de abuso sexual, como practicarle sexo oral, masturbarlo asistido de pornografía o “dejarme disciplinar” a través del spanking, que era lo que más parecía excitarle. Sanabria no era idiota, y se daba cuenta de que él no me producía ningún deseo; por ello, siempre que había situaciones de tipo sexual, me anestesiaba brindándome alcohol. Sin dudar, preferí vivir esa violencia sexual ebrio que en mis cinco sentidos. Años después, viví episodios de alcoholismo muy fuertes, solo pude identificar, a través de un trabajo prolongado de psicoanálisis, que la causa de estos momentos autolesivos radicaba en esa violencia.

No obstante, esas situaciones de abuso no eran suficientes para satisfacer el apetito sexual de Sanabria, que quería penetrarme y dominarme a toda costa. Recuerdo que en varias circunstancias me propuso ir al centro comercial Terraza Pasteur, sitio situado en el centro de Bogotá y conocido por la prostitución masculina, a “buscar un machito barrista” para que “me comiera de verdad” y “me enseñara a obedecer”; yo, evidentemente, me negué. Inclusive, una vez llegó a involucrar a una tercera persona que, según él, había sido su estudiante. Tal encuentro fue interrumpido por una escena de celos de Sanabria, que me produjo gran terror.

Un abuso definitivo

Pese a mis intentos de huir a la penetración, hubo un día en el que el tipo logró abusar de mí analmente. Recuerdo que fuimos a una obra de teatro en el marco del Festival Iberoamericano de Teatro (FITB), que se llamaba The Coat (El abrigo) y era interpretada en el Centro Cultural William Shakespeare, situado en el norte de Bogotá. Ese día logré despertar su cólera de una manera desmesurada, pues, durante la representación, le rocé las piernas con las mías a un muchacho que se encontraba sentado a mi derecha. Los rozamientos no pasaron ni siquiera a un intercambio de miradas; sin embargo, Sanabria sintió una humillación social tal que no produjo comentario ni opinión alguna hasta que nos alejamos lo suficiente del teatro.

Allí, caminando sin rumbo, como buscando un vehículo, comenzó a insultarme y a decirme que “yo no era un novio de verdad”. Ciertamente no lo era, estaba amenazado y obligado a estar con él. Tras deambular, llegamos a su casa hacia medianoche, nos dirigimos hacia la cama y nos desvestimos como si fuera el momento de dormir. Sin embargo, en lugar de ello, Sanabria empezó a gritarme y a decirme que “no lo creyera tan marica”, por las múltiples excusas que le había dado para evadir los encuentros sexuales. Posteriormente, se me montó encima, como lo había hecho durante el primer abuso sexual, pero, esta vez no me presionó la espalda con el antebrazo, sino que me apercolló cortándome la respiración con el brazo izquierdo, mientras que, con el derecho, me bajaba la ropa interior con brutalidad. 

En ese momento creí que me iba a asfixiar, pues, ciertamente, fui sintiendo cómo “se me iban las luces”. Como no tenía vitalidad para defenderme o liberarme de su cuerpo, me dejé llevar y, en una suerte de disociación, me abstraje, Intenté soltarme de él como la vez pasada, pero, como me faltaba el aire, no tuve la fuerza. Me penetró sin ningún tipo de decoro ni preámbulo. Fue una sensación horriblemente dolorosa, de pesadilla. Perdí completamente la palabra, y ante el padecimiento, podía apenas respirar; solo quería que todo terminara.

No sé cuánto tiempo duró esa violación, mi disociación no me permite recordar con exactitud. Al día siguiente, viernes 26 de marzo, intenté escabullirme como la primera vez; sin embargo, eran cerca de las 9 de la mañana y, como era entre semana, tuve la desgracia de tener que verlo cuando se levantó para prepararse para ir al decanato. Se dispuso, como si nada, a hervir agua para hacer té como si la violación de la noche anterior no hubiera sucedido y me convidó a sentarme con él a desayunar; yo me negué rotundamente argumentando que iba tarde para clase.

Tras tener que insistir varias veces en que me abriera la puerta rápido, pasó por su cuarto y volvió con un billete de 50 mil, el cual no rechacé pensando en mantener la mentira de mi retraso. Tomé un taxi en la glorieta de la 19 con Tercera, y en el trayecto tuve la oportunidad de reflexionar aún más sobre lo que había sucedido. Creo que nunca he sentido tanta ira en mi vida, una cólera que estaba claramente dirigida a la figura de Sanabria, que me obligaba a estar en una relación aberrante de pseudo-prostitución paternalista. Ante el despliegue de violencia que había percibido la noche pasada, no tenía escapatoria inmediata. Racionalicé la cosa, y desde ese momento comencé a maquinar formas de alejarme de él sin que eso tuviera repercusiones para mi carrera y mi vida a largo plazo. 

Cierto es que la mayoría de escenas de abuso acontecían en su apartamento de Las Aguas, sin embargo, con el paso del tiempo, Sanabria se sintió con la potestad de abusarme en la oficina del decanato de la FCH, nuestro sitio de trabajo. Como la frontera entre lo laboral y lo personal era muy ambigua, y el patrón psicológico de abuso ya estaba bien establecido, los avances sexuales casi siempre sucedían de la misma manera. Procrastinando en su diatriba ególatra durante días, Sanabria dejaba sus compromisos laborales para último minuto y me ponía a trabajar en sus textos y conferencias a contrarreloj hasta altas horas de la noche. Entretanto él se distraía y buscaba “desahogarse”, obligándome a practicarle sexo oral o masturbarlo.

Salir de una relación forzada

Mi relación forzada con Sanabria se extendió por cerca de dos años, hasta febrero de 2012, sin embargo, hubo dos eventos particulares que hicieron que sus abusos, al menos de índole sexual, se detuvieran completamente. A partir de julio de 2010, Sanabria se retira de su cargo de decano para disfrutar de un año sabático que justificó escribiendo una novela autobiográfica. Ese hecho hizo que nuestra relación laboral, y por ende, de dependencia económica, en gran parte se rompiera. 

El segundo hecho es que alrededor de septiembre de 2010, Sanabria desarrolló una crisis de neumonía extrañamente fuerte, que lo llevó a estar convaleciente e inconsciente en la unidad en cuidados intensivos (UCI) durante cerca de dos semanas. Yo lo asistí todo ese tiempo, hice cosas como llevarlo a urgencias a las instalaciones de UNISALUD, pasando por su estadía en la Clínica Nueva, hasta que salió de la UCI y se reincorporó a la vida normal. Lo ayudé, pues él no tenía familia alguna, que yo conociera, y no quería que una posible complicación o incluso, su posible muerte, fuera vista como una responsabilidad mía al ser negligente con una persona enferma.

Durante el resto de la relación con Sanabria yo cumplí una función más protocolaria, figurando socialmente como su pareja en eventos y, sobre todo, “siguiéndole la cuerda” en sus múltiples obsesiones de poder y prestigio. Intenté librarme de él en varias circunstancias, tuvimos varios altercados, sobre todo porque aprendí a defenderme de su violencia física y psicológica. Francamente, él quedó muy reducido en términos de vitalidad tras salir de ese episodio de neumonía. Aun así, Sanabria siempre intentaba mantener su manipulación y su vigilancia sobre mí. En términos sexuales me dejó tranquilo, y empezó a obsesionarse con otras personas que, para protegerlas, prefiero no mencionar.

En diciembre de 2011, Sanabria fue nombrado director del ICANH, lo que alimentó su delirio de poder lo suficiente para que yo tuviera la libertad y el tiempo de urdir una manera concreta de salir de esa relación. El rompimiento, de manera definitiva, se dio en febrero de 2012, mientras Sanabria se encontraba de viaje en un parque arqueológico. Reuní todos los objetos y prendas que me había dado, incluyendo un computador portátil propiedad de la UNAL, y los escondí en un cajón del apartamento de Las Aguas. Esto lo hice previendo que su primer reflejo para evitar la ruptura sería reclamarme todos esos “beneficios materiales”. Al descubrir lo que había hecho, Sanabria montó en cólera, no obstante, me mantuve firme en mi posición y ese fue el final de ese tortuoso vínculo.

Salir de una estructura de dominación

No obstante, finalizando mi carrera, entre 2012 y 2013, sufrí varios episodios de depresión, ligados al recurrente desempleo y al desamor de noviazgos posteriores, hecho que Sanabria aprovechó para involucrarme en sus estrategias de manipulación y en su esfera de obediencia en una suerte de nueva-vieja dominación psicológica. Una vez graduado, yo seguí trabajando para él en la misma forma que en el decanato, pero en el contexto del ICANH; primero, de forma no oficial en 2013, apoyándolo en la gestión de una desproporcionada exposición de nombre El retorno de los ídolos, luego, ya como contratista entre 2014 y 2015.

Ignoro cómo una persona con tan poca rigurosidad académica llegó a estar a la cabeza de un instituto tan importante para la antropología colombiana. Creo que fue más por cuestiones políticas que por cualquier otra cosa. De lejos se veía cómo los colegas investigadores del ICANH no lo veían ni con confianza ni con seriedad, pues conocía muy superficialmente la mayoría de los temas que conciernen al instituto, y además, improvisaba mal. En consecuencia, él difícilmente lograba generar consenso y se encontraba muy solo en sus decisiones. Siento que buscó compensar y afirmar su “liderazgo” incorporando contratistas “leales”, que no estuvieran en potestad de contradecirlo, sino de, más bien, de aplaudirlo y “dar la cara” en su defensa.

Durante todo este tiempo, él siguió diciéndole a varias personas cercanas que nuestra relación existía aún, hecho por el cual, me tuve que acercar a ellas para decirles que yo estaba soltero o con otra persona, por supuesto, de mi edad. Siempre intenté usar a mis parejas como mecanismo de defensa contra Sanabria y para tomar distancia de él, pero no siempre funcionó. Más de una vez terminé en algún concierto, alguna exposición o algún evento, asintiendo en silencio ante la retahíla de incoherencias en la que le gustaba explayarse. Sanabria dejó el ICANH en 2015, pues aspiraba a ser rector de la UNAL. Yo lo asistí en su campaña en Bogotá y en Medellín; afortunadamente no fue designado y esa fue la última vez que trabajé para él.

El hecho de que varios colegas me asociaran a una persona tan detestable y con medios éticos tan dudosos fue una gran dificultad para hallar un empleo independiente de su esfera política y social. Por ende, en 2016 dejé el ICANH y la ciudad de Bogotá para consolidar el proyecto de continuar mis estudios superiores en Francia. En gran parte, tomé la decisión de dejar Colombia para iniciar una nueva vida, sin la carga psicológica de estar próximo a Sanabria. Recuerdo muy bien que él vio con muy malos ojos el hecho de que yo partiera e inclusive se opuso.

Rompí contacto con él, pero eventualmente volví a dirigirle la palabra, pues me buscó de una manera muy insistente. Me dije que era mejor mantenerme en buenos términos con él, pues alguno de sus tentáculos podría intentar obstruir mi vida en el nuevo país. Lo vi en 2017, ocasión en la que vino a París en el marco del Año Colombia-Francia, e intentó volver a ejercer poder sobre mí a través de manipulaciones y promesas de trabajo; no obstante, discutimos muy fuertemente y no lo logró. A partir de ese momento nuestra relación se volvió cordial pero distante. Sanabria aún tenía la aspiración de ser rector de la UNAL y esa ambición lo llevó a presentar su candidatura una segunda vez en 2018. 

Vi a Sanabria una última vez en 2019, en el verano; almorzamos de manera cordial, recuerdo que él estaba obsesionado con Manuel Castells, tal vez porque soñaba con ser ministro de educación. Cierto es que todo para él era poder y obsesión. Posteriormente, seguimos manteniendo contacto esporádico por WhatsApp y por correos hasta julio del 2020, cuando fue oficialmente denunciado por el colectivo Las que luchan. En ese momento, Sanabria, colérico, me comentó que “había una conspiración de las feministas en su contra” en la UNAL, e intentó utilizarme como “peón” en las redes sociales para conocer la identidad de su denunciante anónimo. Siempre me ponía a hacerle el trabajo sucio. Como yo me encontraba en medio de proyectos académicos, respondí de manera superficial, lo que generó nuevamente su cólera.

Tomar consciencia de la violencia

Al principio no pensé las denuncias de Las que luchan llegaran a tener efectos a gran escala, ya que se conocían rumores de la mayoría de los docentes denunciados y esos nunca habían tenido consecuencias. Inclusive, algunos, con un largo prontuario de denunciantes, habían llegado a altos cargos de liderazgo, sin que estos pusieran en jaque su autoridad moral o su capacidad de seguir haciendo daño. No obstante, el revuelo mediático de las denuncias hizo que el Estado y, en consecuencia, la UNAL, comenzaran a actuar. Recuerdo mucho una entrevista que le hicieron a Florence Thomas a propósito del tema, en la que afirmaba que dichos comportamientos siempre habían sido vox populi en la FCH, pero que gracias al avance de las ideas feministas, ya no podían ser normalizados.

Me mantuve al margen de la situación hasta que, por radio, me enteré del estremecedor testimonio de Steeven López, con el cual me sentí identificado. En ese momento, sufrí una crisis psicológica ligada al hecho de que en su crudo relato reconocí elementos de mi propia agresión. A partir de allí, rompí todo contacto con Sanabria, que se había tornado altamente hostigador conmigo a través de WhatsApp y llamadas. Le hablé de la situación a una defensora de DDHH cercana que me aconsejó bloquearlo de todas las redes sociales y escribirle que “le deseaba un juicio justo”. Jamás imaginé que tres años después, fuera yo el que terminara denunciando a Sanabria personalmente.

Me mantuve informado a través de la prensa y de las redes sociales de cómo evolucionaba la denuncia de Steeven López, que era una de las pocas personas que había tenido el valor de denunciar a Sanabria de forma abierta. Siempre me pareció un tanto perturbador cómo varios medios oficiales trataron el asunto de una forma muy morbosa, que incurría no solo en la revictimización de López, sino que se servía de varios imaginarios homofóbicos para atraer al público. Sentí que les faltaba respeto por las víctimas, sensibilidad de género y movilizar las herramientas teóricas de la psicología que nos permiten entender estas dolorosas y complejas violencias con profundidad.

Como Sanabria era una persona al otro lado del Atlántico, originalmente prioricé el hecho de hacer psicoterapia para evaluar cómo la experiencia que había vivido me afectaba en mi vida cotidiana y si era pertinente denunciarlo una década después. Paulatinamente, a lo largo del año 2021, fui reuniendo todos los elementos no solo para nombrar correctamente lo que me había sucedido, sino para tomar la decisión de ejercer una acción que me permitiera sentir que me defendí ante un abuso tan complejo y prolongado como el que viví con el exdecano Sanabria. Al mismo tiempo, fui desarrollando la sensibilidad para escuchar a otras víctimas de violencia sexual, que me enseñaron la importancia social de denunciar, como lo ha demostrado el movimiento #MeToo.

La decisión de denunciar

El elemento detonador de mi denuncia fue una llamada de advertencia, en julio de 2022, de un amigo antropólogo cercano a la Cancillería que conoció muy bien las especificidades de mi relación forzada con Sanabria. Esta persona me dijo que Sanabria era una de las opciones del gobierno para ser nombrado embajador en Francia, y que dicho puesto sería una forma de gratitud por el apoyo en medios que el exdecano le había dado al presidente electo. Agregó además “que me preparara”, pues él “se quería volar” y que además “me iba a caer encima”. Ante la inminente amenaza de su presencia en el hexágono, me moví en todas mis redes de amistades y de apoyo para comunicar brevemente mi experiencia de violación y, de alguna manera, impedir su nombramiento. 

No sé si mis palabras tuvieron efecto, la realidad es que, recién en mayo, casi un año después, se nombró como embajador en Francia al abogado Alfonso Prada. Sería un colmo que el “gobierno del cambio”, que ha enarbolado las banderas del feminismo y de la diversidad, le permitiera a un machista del orden de Fabián Sanabria, representarnos ante la “patria de los derechos humanos”. De haber sido nombrado, le habría sucedido algo muy similar a lo que le sucedió a Víctor de Currea-Lugo tras ser nombrado embajador ante los Emiratos Árabes Unidos. Ese evento nos demuestra bien que si bien aún existe violencia patriarcal, esta ya no es para nada invisible.

Hoy tengo el valor de denunciar de la misma manera que lo hizo Steeven López. Pese a ser algo que me sucedió como individuo, no considero que compartir mi testimonio sea algo que me concierna solo a mí; lo siento más bien como una responsabilidad ética de orden colectivo. Porque cuando callamos ante las injusticias de la vida, así sea para protegernos, terminamos siendo cómplices de dichas injusticias, y, de paso, damos nuestro aval para que se sigan perpetuando. A veces es más cómodo a corto plazo negarnos que fuimos vulnerados y meter ese elefante bajo el tapete para evitar la confrontación. No obstante, la evitación, en lugar de resolver el problema, solo lo disimula mientras sigue creciendo fuera de nuestra vista. Con los años, créanme, el inconsciente sabe pasar su cuenta de cobro.

Considero que si ciertos, pocos, hombres hemos llegado a denunciar las violencias sexuales, es gracias al trabajo de cientos, miles, de mujeres feministas que han dado esta batalla durante décadas, y que han construido las herramientas y los espacios necesarios para que reclamemos justicia y que, por ende, podamos sanarnos como individuos y como sociedad. Por esta vez en la que mi voz está siendo escuchada, quiero expresar mi agradecimiento con ellas. La lista es enorme, ellas saben quienes son; desde mis maestras y compañeras antropólogas y sociólogas, pasando por mis amigas psicólogas y psicoanalistas, hasta llegar a las abogadas, periodistas, artistas y activistas. A todas ellas un enorme “gracias” y un gigantesco “seguimos en la lucha”.

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Comentarios

12 thoughts on “Nueva denuncia de abuso sexual contra Fabián Sanabria

  1. Desgarrador el testimonio.
    Y lo que me produce asombro y profunda tristeza es que una Universidad como la Universidad Nacional, desde mucho tiempo atrás IMPERE EL MACHISMO Y EL ABUSO POR PARTE DE LOS PROFESORES A LOS Y LAS ALUMNAS.
    Y lo más vergonzoso e INADMISIBLE es que las DIRECTIVAS HAYAN GURDADO Y GUARDEN SILENCIO protegiendo a unos intelectuales DEPREDADORES.
    Cómo si solo valiera el conocimiento, y dónde queda la ETICA, EL RESPETO POR EL OTRO.
    Ya es hora que la Universidad Nacional sus directivas se ocupen de lo HUMANO.

  2. Se me arruga el alma al leer esto. Yo estaba ahí, viendo todo… vi las imágenes que Sanabria publicaba del “Infantino” y no fui capaz de ver el dolor que escondía la mirada de mi compañero. Normalicé, como muchos, el hecho de que él fuera el “novio de Sanabria”. No me imaginé jamás que esto pasaba y lamento que haya tenido que vivir todo esto solo. Me duele haber hecho preguntas incómodas por mi ignorancia y machismo de aquel entonces; de verdad me disculpo por eso. Es un testimonio muy valiente. Tener la fuerza de nombrar lo ocurrido y enfrentarlo es admirable. Confío en que esta voz permita que muchas otras se alcen y que nunca más Sanabria disfrute lastimando a otros.

  3. Que fuerte relato. Gracias por tu valentía. Cuándo salieron las primeras denuncias seguí el caso pero hasta hoy no había vuelto a escuchar sobre este proceso.

  4. Todo mi respeto y admiración a tu voz. Gracias por alzar tu voz, por ti, por Steeven, Joan y todos los demás. Nunca más contarán con la comodidad de nuestro silencio 🔥

    1. La academia está que se pudre en narcisismo y psicopatía integrada de gente dándose codazos entre sí por poder, y anulando toda construcción que no se ajuste a su ethos asqueroso.También es tiempo de hacer visible el caldo de narcisismo y obsesión con el poder que se gesta en las universidades. Pura gente enferma.

  5. Es desgarrador leer este testimonio, no es hora de callar. Yo espero que algún día se destapen las violencias, acosos y abusos sexuales que vivimos las estudiantes de Ciencias Sociales de la UPN por parte de profesores “con pensamiento crítico”. Tanto que contar.

  6. Hace aprox. 2 años, fué llevado a prisión, un profesor de música por la denuncia de una sola estudiante por violación. Por su puesto que en medio de la recolección de pruebas, 12 alumnas más testificaron. El hecho de que Sanabria tenga amigos políticos, podría estar relacionado, con el hecho de que este violador serial, siga libre y trinando y haciendo videos, revictimizando al infantino?

  7. Desgarrador testimonio. Que este valiente acto sirva como parte de su proceso de reparación y aliente a más personas a no callar.
    Aún faltan más departamentos y docentes por denunciar. Psicología también tiene lo suyo y espero algún día también caigan esos profesores que abusaron y abusan de su poder y estatus en la UN.

  8. Hay varias versiones relacoonadas con Sanabria. ¿Quién es aquí el mentiroso, o lxs mentirosxs?¿Cuál es la verdad?
    Ojalá salga la verdad a flote. Que la Fiscalía General de la Nación haga la tarea.

  9. Vi el video que hizo Sanabria titulado: “Respuesta a Felipe” y luego leí cuidadosamente tu testimonio, y creo que me he formado mi propia opinión sobre FS que se resume perfectamente en tus propias palabras y por eso te cito: “(…)Sin embargo, un observador riguroso y con conocimiento puede identificar su estrategia con facilidad.” Lo dijiste TODO.
    Por tu valentía, Gracias.

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