
Febrero 2024
La vieja guardia carnavalera solía reunirse ocho días después del Carnaval para tramitar el duelo colectivo y terminar de compartir chismes y reflexiones, y a esa reunión le llamaban “Las octavitas”, una tradición que sigue viva espontáneamente, pues no sería una semana de post Carnavales sin las conversaciones que antes se daban en las esquinas y ahora en los chats de Whatsapp de las comparsas. Son conversaciones políticas importantes porque le van dando forma y sobre todo fondo, un fondo insondable, a lo que vamos construyendo y sosteniendo cada año como Carnaval. ¿Qué estamos haciendo? ¿Cómo lo estamos haciendo? ¿Quiénes? y, ¿por qué? Son las preguntas que nos hacemos irremediablemente les hacedores del Carnaval, antes de entrar en una hibernación necesaria, que dura lo que dura la Cuaresma, y no volver a tocar el tema hasta septiembre, cuando eligen a la reina, y el Carnaval vuelve a ocupar un espacio cada vez más grande en el RAM de nuestro cerebro.
En estas octavitas volvimos a una conversación que hemos tenido cientos de veces, sobre el sexo, la desnudez, y los límites de lo que es permisible en un Carnaval, todos temas que me desvelan como feminista, como periodista y artista visual, y como carnavalera. Puntualmente el debate viene de un performance que se hizo en la siempre provocadora Nave de Lxs Locxs, una comparsa que hace parte de una genealogía de comparsas que comenzó con Disfrázate como quieras, continuó con La Puntica, y hoy bifurca en La Nave, que sale en el desfile de la 17, y el Desacato, que sale en la 44. Todas son comparsas de disfraces que retan las normas sociales, las del Carnaval S.A., y las estéticas tradicionales del Carnaval de Barranquilla.
El performance “en discordia” fue realizado por El performance e incluyó a dos personas más, una Caperucita Roja que escupía sangre y un cura mostrando el culo (un tropo clásico en el Carnaval de Barranquilla) y esto puede aportarle otras lecturas y matices, pero en los videos publicados por la Comparsa, y que ahora rondan los pasillos enguayabados del chisme barranquillero, quedaron registradas dos personas que desfilaban desnudas, con máscaras, tinta roja en los genitales, una clara referencia a la sangre, que iban simulando una cópula heterosexual (pues una de las personas tiene pene y la otra una vulva). Decir que el performance “era más que su registro” es una ingenuidad en el 2024, cuando el registro puede ser más real que la misma obra. Si el registro falla en comunicar la obra, la obra falla también. A este registro me refiero en este ensayo porque es todo lo que tengo, todo lo que tenemos, todo lo que queda, es lo que ha detonado una serie de preguntas valiosas, y quizás hasta ha llegado a eclipsar a todos los otros performances que este año compusieron La Nave de Lxs Locxs.
El sexo y la desnudez siempre han sido parte del lenguaje porque en Carnavales se dice en voz alta lo que normalmente no podemos decir, y uno de los tabúes primigenios está justo ahí. Vale la pena, al hablar del tema, invocar un performance legendario, cuando en 1998 Darío Moreu, director de Ay Macondo y la Carnavalada, se disfrazó de un grandísimo sátiro alado con una verga roja y gigante, que le pasó por la cara al entonces presidente, Andrés Pastrana, quien, cuenta la leyenda, pidió que lo sacaran del desfile. No lo dejaron desfilar el domingo en la Gran Parada y el carnavalero se amordazó a manera de protesta. Moreu, por supuesto, se ganó un Congo de Oro ese año.
La desnudez y las referencias sexuales explícitas son parte de la trasgresión. Una trasgresión que, hay que decirlo, cada vez está más gastada porque hoy las imágenes de sexo están normalizadas en los medios audiovisuales, disponibles masivamente, y la desnudez, dependiendo de quién se encuere y en dónde, puede verse como la cosa más normal del mundo. Sigue siendo interesante, ese paréntesis que permite que las mujeres salgamos desnudas a la calle durante el Carnaval ¿Disminuye el acoso? ¿En qué contextos? ¿Se gestiona de otra manera? Por ejemplo, hay que notar que cuando los medios tradicionales hablan del performance que nos compete solo mencionan a “una mujer desnuda”, es lo único que pueden ver porque el machismo editorial es pura visión de tunel. ¿Deben mantenerse e incluso protegerse las referencia al sexo y la desnudez, especialmente la de los cuerpos asignados femeninos y de las disidencias en Carnavales? A esta pregunta yo daría un rotundo sí.
Quizás la pregunta es otra: ¿por qué, incluso para los sectores intelectuales y más progresistas de la ciudad (que se enmarcan en esta genealogía de comparsas), parece que hay ciertas formas de desnudez y referencias sexuales que son aceptables y otras que no? Hago esta salvedad porque estas comparsas también son un microcosmos de valores morales mucho más liberales a los que esgrime el resto de la ciudad, que se escandaliza si tres adultos consienten a tener un trío tras la puerta cerrada de un baño. Pero en Disfrázate, en La puntica, en el Desacato y en la Nave, nadie levantará una ceja al ver a dos personas casi desnudas, del mismo sexo, besándose en Carnavales, algo que en algunos círculos killamis sería el colmo del escándalo. Para mi, por ejemplo, esa puede ser perfectamente una imagen de expresión de afecto consentido, y no sentiría el impulso de taparle los ojos a mi hija de tres años. Más aún, me enorgullece que mi hija, al ser parte de este sistema de comparsas, pueda crecer entendiendo que las expresiones libres de amor y de deseo no son motivo de vergüenza.
Esta medida moral: “lo que estoy dispuesta a dejar que mi hija vea” es relativa pero contundente, al mismo tiempo emocional y normativa, te pone contra la pared y te obliga a definir cuáles son tus valores y cuáles son tus innegociables, por eso es tan pertinente. Algunas personas me dirán que nada tiene que hacer mi hija en medio de la promiscuidad multicolor de un Carnaval, pero la realidad es que les niñes hacen parte, y siempre han sido parte del Carnaval. Muches de quienes tenemos este vínculo emocional tan fuerte con esa fiesta, lo venimos cultivando desde niñes, y ese contacto temprano con el Carnaval desbordó las posibilidades de nuestra imaginación. No solo les niñes están y son parte de la fiesta, les niñes son indispensables para la subsistencia del Carnaval. Un Carnaval además tiene el poder de tender tantos puentes, los de género, los de clase, y también los intergeneracionales.
¡Pensar en los niños!, como el meme de Los Simpsons, es el reclamo que se le hace al performance. Y sé que este reclamo se ridiculiza porque lo ha usado una y otra vez la derecha para crear pánicos morales, la mayoría de las veces injustificados, pero la pregunta es necesaria porque el de la 17 no es un desfile para mayores de 18, ni creo que nadie quiera que se convierta en eso. ¿Pueden les niñes ver a esta pareja de personas desnudas semejando copular con sangre en sus genitales como una representación positiva y amable de la vida sexual? ¿Creerán que la sangre es sangre menstrual? ¿Saben qué es sangre menstrual? ¿O pensarán que es fruto de violencia? ¿Qué piensan y sienten las personas (1 de cada 3 mujeres) que han vivido violencia sexual, muchas de ellas menores de edad? ¿Cambia de alguna manera la obra si a les niñes se les toma en cuenta como una de sus audiencias primarias, de forma intencional?
Cuando tenía nueve años se me ocurrió que ya estaba suficientemente grande para leerme Cien Años de Soledad pero quedé estupefacta y horrorizada cuando llegue a la parte en que José Arcadio regresa a la casa y, al llegar, viola a su hermana adoptiva Rebeca: una niña que estaba durmiendo en una hamaca. Gabito dijo que la “partió en dos como a un pajarito” y yo pensé que la había matado. El error no fue leerlo, sino leerlo a escondidas, porque quizás necesitaba de alguna persona adulta de confianza que me ayudara a gestionar esos sentimientos (y que me explicara que la escena que acababa de leer era violenta). No tenemos que esconder el sexo de les niñes, pero sí tenemos que tomar en cuenta que las imágenes sexualmente explícitas generan en les niñes emociones complejas que luego pueden cristalizarse en malas actitudes frente a su sexualidad y la de los demás. ¿Deben importarle estas preguntas a les performers que salen en el Carnaval?
Algunas personas dirán que les artistes solo se deben a su arte y que estas preguntas sobre la moral contaminan y malentienden la obra. El arte no está para educar. Estoy de acuerdo. El arte está para transgredir, para señalar, para generar conversaciones. Conversaciones como las que me llevan a escribir este ensayo. En esa medida el performance es exitoso, al menos por su impacto en una audiencia secundaria, es decir yo, que vi el video en mi celular. Pero el buen arte se pregunta siempre por el lugar, por su relación con la audiencia. ¿Qué quiere la obra decirle al público de la 17? Porque a mi, la clase media intelectual, me dice muchas cosas. Y quizás sería un deleite ver a las señoras encopetadas de Barranquilla desmayándose en brazos de sus maridos al ver algo así desde su palco en la Vía Cuarenta. Pero, ¿qué le dice esto al público de la 17? No sé. Los números de las calles importan en una ciudad tan desigual. Yo soy una pelada de la 41. Y ahora vivo fuera como parte de la diáspora Barranquillera. No hago esta pregunta con maña, al contrario, la hago en voz alta porque no tengo la respuesta y genuinamente quiero conocerla.
Yo creo… No. Está científicamente comprobado por la Nasa y certificado por el Vaticano que el Carnaval tiene tres KPI’s o Key Performance Indicators: la irreverencia, el humor o la picardía, y la sabrosura. Solo a esos tres pilares nos debemos les, las, los carnavaleros. Y de pronto ese es el origen del problema, no la desnudez sexuada sino la falta de picardía, que no alcanza a balancear las referencias violentas de la sangre. Quizás también faltó irreverencia, pues aunque he escuchado que fue un performance queer, lo que las personas ven es una cópula tradicional, es decir, hetera, entre personas blancas con privilegios de clase. Irreverencia sería un disfraz colectivo del clan Char que incluya a Willy, el tiburón, y a Aída Merlano. ¡A ver si alguien se atreve!
De la sabrosura no digo nada porque su medida es más esquiva: cuando ver a otra persona disfrutar la vida es tan contagioso que me inspira y me compele a disfrutar mi propia vida. Por eso “es imposible de determinar si no tienes la vivencia” o en palabras menos rebuscadas, quien lo vive es quien lo goza. Dejo el último renglón en blanco para que me cuenten su experiencia.
Kate Blake, una youtuber afroestadounidense, negra, trans, poliamorosa, practicante del BDSM Y que habla abiertamente de estos temas en su canal hablaba sobre algo parecido cuando hay expresiones muy sexualizadas en desfile del orgullo gay. Ella dice en un video sobre ese tema que la cuestión sobre el desnudo y la sexualidad debe pasar por un lente del consentimiento, como cualquier práctica sexual. Y pues la cuestión no es la desnudez en sí, sino la forma como se presenta sin filtro una expresión sexual explícita a la que las infancias no están en edad de consentir. Obviamente la cuestión no es volver a la mojigatería y estigmatizar los cuerpos desnudos o la expresión de la sexualidad, sino que como artistas elaboremos el mensaje para que no sea una expresión gratuita, sin fondo. ¿Por qué la sangre? Suena a violencia, no a goce. ¿El performance mostraba una sexualidad elegida o impuesta? ¿Realmente sana de que hablar más allá de lo más evidente?
Te felicito Cata por esta reflexión. Resume mu has de las cosa que hablé principalmente con Deyana analizando ese video que me generó mucha rabia…debo confesarlo. Solo se atreven a hacer esas cosas en la 17! Qué violento privilegio tienen esos “artistas”