enero 20, 2022

Las hijas del patriarcado: #YoTambiénSoyIndiraCato

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Ilustración de Carolina Urueta

¿Cómo se sentirá ahora Indira Cato al ver que Google arroja más de 400 mil resultados con su nombre y todos están acompañados de las palabras “secreto”, “hija” y “Gabo”? ¿Por qué la confirmación de su historia la dan terceros y no la implicada? ¿Por qué todos opinan, crean historias y chismosean con la vida de una mujer que no tiene el apellido de su padre? 

También he sido una Indira Cato y mi madre hace parte del 39 % de las madres solteras del país, que reveló en 2016 la Encuesta Longitudinal Colombiana. ¿Quién responde por nuestra intimidad y por nuestros derechos? Somos las hijas de todos y, a la vez, las hijas de nadie. 

Crecemos aprendiendo a entender que nuestra realidad parental es diferente a la de los demás. En algún momento nos damos cuenta que los apellidos de las otras niñas corresponden al del padre primero y al de la madre después. Aprendimos a crear una historia verosímil para contarla sin que aparezcan muchas preguntas para las que no tenemos respuesta y que tampoco sabríamos bien cómo buscar. Hemos estado dentro de ese corredor familiar de lo que no se habla y esos vacíos que nunca se llenan para evitar dar pistas de un nombre o revivir ese momento en el que la vida les cambió a nuestras madres, mientras ellas tratan de entenderlo, olvidarlo o evitarlo para hacerse más liviano el camino. 

Es como si esa concepción no hubiera pasado, todo por obra y gracia del Espíritu Santo, aunque lo cierto es que todas las concepciones son humanas y carnales. Por eso hoy Indira, con más de 30 años, es de carne y hueso, y tiene la vida que ha creado como productora, escritora y realizadora audiovisual. Su primer documental ‘Llévate mis amores’, de 2014, fue seleccionado por importantes festivales de cine como el International Documentary Filmfestival de Amsterdam y fue la directora del cortometraje ‘¡Qué grande eres, magazo!’. Ha publicado críticas de cine en la web Butaca Ancha, participó en el libro ‘Cine político en México’ y escribe la columna de teatro ‘Puro drama’ en la revista Proceso. Su carrera es interesante y me anima a entrevistarla, sobre todo porque compartimos eso de manejar un misterio del que no escogimos ser protagonistas.  

No conozco a Indira Cato más allá de lo que se encuentra sobre ella en Internet y por eso sería incapaz de escribir una nota en la que aseguro que es hija de Gabriel García Márquez usando testimonios de amigos y familiares,  sin una sola línea que venga de su propia voz. ¿Cómo puede decir, por ejemplo, el reputado escritor Gustavo Tatis Guerra en el texto publicado en el Universal de Cartagena que “Es el ámbito de la vida secreta del escritor. Nadie quería que ella se sintiera vulnerada por nada. Ni Mercedes ni Susana”, como si publicar un artículo de ella, pero sin ella, no fuera ya vulnerarla?

Lo que intuyo por ‘Llévate mis amores’ es que Indira tiene voz propia capaz de apostarle a acercamientos cuidadosos a otras vidas, en ese caso Las Patronas, un grupo de mujeres que entrega alimento a los migrantes en la localidad de Guadalupe (La Patrona), en Veracruz, México. Y, si bien es cierto que el trabajo de Indira muestra dedicación, no estoy de acuerdo con que alguna mujer lleve el apellido de su madre “con la dignidad del que forja su destino a pulso” como dice Tatis. ¿Acaso el apellido materno no es ya muy “decoroso” al ser el de la mujer que la parió? ¿Necesitamos entonces luchar para demostrar que el apellido de nuestra madre tiene un lugar en la sociedad igual de digno que el del padre? ¿Por qué es tan difícil el trámite de cambiar el orden de los apellidos en los países de la región?

Entonces un día resulta que el mundo se entera que eres la hija de un Nobel o de alguien reconocido socialmente. Tu carrera, tu vida, todo lo que has hecho por décadas se vuelve insignificante y te conviertes en la estrella de las noticias por el semen de un señor que aparentemente estuvo ausente.  ¿Qué  tanto puedes tener de él? 

Los expertos en desarrollo infantil concuerdan en que la personalidad de cada uno de nosotros se forma por la herencia genética y la socialización (ambiente y desarrollo social). Así que nuestros genes apenas son un porcentaje menor de lo que somos, el resto se construye en el día a día y no por la “casa bonita o el coche” que nos de un papá del que no llevamos el apellido. 

Es verdad que con el paso del tiempo llegan otras preguntas y algunos queremos conocer más de nuestro ADN. Hay quienes preferimos dar respuesta solo a eso, en vez de buscar reclamar un apellido sin el que hemos sobrevivido. Nos sumamos al pacto de silencio. Somos el resultado de nuestras acciones y decisiones, no solamente la carga social de ser un García o Correa.  

Cada mujer sin apellido paterno requiere recorrer los laberintos del pasado, así como cada madre soltera intenta no vulnerar su silencio y cada padre ausente busca mantener su secreto. No se trata de asumir el papel o la voz en caso ajeno sino de que hagamos una reflexión sobre nuestra condescendencia como sociedad. Por eso, no entiendo cómo el periodista Tatis, a quien no conozco y por lo tanto del que no puedo emitir juicio alguno, afirma que a García Márquez “la vida no le alcanzó para reconocerla y darle su apellido”. 

Me pregunto qué observación habría hecho el Nobel de semejante simplificación en un tema tan profundo y tan de sangre. Tomar o no la decisión de darle el apellido a una hija puede tener muchas explicaciones, pero encuentro inverosímil que 87 años de vida no le hayan alcanzado para definir qué hacer. 

Entiendo que toda noticia de una eminencia mundial en la literatura como Gabo, a quien admiro profundamente, genere el impacto mediático que tuvo la nota: ‘Una hija, el secreto mejor guardado de Gabriel García Márquez’, publicado en el periódico El Universal. Pero es una lástima que nos quedamos en el chisme. Me temo que Gabo, el periodista, habría llegado más lejos. Por eso, cumpliendo con los preceptos que nos enseñó del oficio, trato de mostrar que esta historia no es realismo mágico. Desafortunadamente es un ejemplo de que el reconocimiento de un hijo es un derecho discrecional del padre, en el que la Ley colombiana protege a los nacidos en el matrimonio, aunque en otros países ya hay avances en la lucha contra la discriminación de las madres solteras y sus hijos naturales.  

Las mujeres que no tenemos padre cargamos con el peso histórico del adjetivo “bastardas”, “nacidas de unión ilícita”, “concebidas en el granero”, consideradas antiguamente inferiores, sin derechos legales y, en el peor de los casos, encarnamos el pecado, cuando somos juzgadas por fanáticos religiosos. Yo fui bautizada únicamente a los 10 años, porque antes no había sacerdote que quisiera bendecir a una hija de “lo indebido”. Esto fue hace apenas 27 años.

Por eso, esta frase del artículo del Universal es reveladora: “Tampoco él pudo escapar a los hados del destino y de sus ancestros de estirpe paterna, en el que su padre y su abuelo adoptaron el apellido materno al no ser reconocidos por sus padres”. ¿Hados del destino? ¿En serio? La verdad es que, de ser así, el padre y el abuelo de Gabo son como Indira, o como yo, por decisiones de sus papás. Ni la suerte ni el destino tomaron partida. 

No tengo nada en contra de Gabo ni resentimiento contra mi papá, pero no puedo estar de acuerdo en crear dioses en un mundo construido por humanos. No acepto frases como esta: “García Márquez, el genio literario más grande de Colombia ante el mundo, está ya por encima del bien y del mal, y todo lo que hoy pueda revelarse de él solo reconfirma su espléndida humanidad y su infinita grandeza que se agiganta cada vez en el universo, más allá de su muerte”. Los méritos profesionales del nombre y el apellido de quien decida no reconocer a un hijo en nada afectan la responsabilidad que esa decisión conlleva y nadie aumenta su grandeza al ocultar su paternidad. 

Las cifras son concluyentes. Hoy existen 87% de hogares monoparentales de jefatura femenina en las ciudades de nuestro país y 80% en área rural, de acuerdo con el Dane. A fuerza de las cifras son las mujeres las primeras responsables de la educación de los colombianos ya sea por la violencia o por sus decisiones personales. Las preguntas son: ¿Quiénes son los papás en esos hogares? ¿Esos niños son reconocidos de qué manera por la sociedad? ¿Qué tan conscientes somos de esto?

Los padres ausentes, o en secreto, sea Gabo o cualquier otro hombre, vuelven a mostrarnos lo que pasa detrás de la puerta cerrada en las casas: decisiones de infidelidades nos llevan a ser medio hermanos de alguien, que quizás nunca lo sepa. Esa es la anécdota que antecede los cuestionamientos sobre qué género asume el control de la natalidad, cuando es una responsabilidad de dos. Cómo vivimos llenos de miedo a reconocer decisiones porque las consideramos errores y ocultamos la consecuencia de nuestros actos. Por qué seguimos contando la vida de las mujeres a través de la voz de los hombres y contribuimos a esa creación de la masculinidad basada en la subordinación de la mujer, al mismo tiempo que sentimos pena de aquellas que deciden mirar para otro lado. Así vamos engrosando las estadísticas: en esta era, dos quintas partes de ambos sexos consideran que “los hombres de verdad sí son capaces de controlar a sus parejas”, según el informe Mujeres y Hombres: Brechas de Género en Colombia del Dane y la Onu Mujeres.

Qué bueno habría sido haber escuchado de Indira Cato por su trabajo y no por ser la hija oculta de alguien, como yo. Me pregunto si ella realmente conoció a su padre y cómo fue eso, cómo la hace sentir. Las películas son muy buenas para inmortalizar este tipo de dramas, pero, en mi caso, cuando encontré al propietario de mi apellido biológico la escena fue fría: dos extraños únicamente conectados por una decisión que, se asuma o no, es para siempre. 

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Autor

  • Margarita María Barrero Fandiño

    Periodista de la Universidad de la Sabana. Fue editora general de El Colombiano, directora de la estrategia digital del Acuerdo de Paz con las Farc para la presidencia de la república, macro-editora digital de El Colombiano, editora general de nuevos medios Publicaciones Semana y de la revista Axxis, periodista de El Tiempo y Shock, realizadora en Caracol Tv. Tiene estudios en periodismo digital, de la Universidad Javeriana; escritura creativa, de la Universidad Central, e investigación, del Knight Center of Journalism in The Americas, entre otros.

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Comentarios

3 thoughts on “Las hijas del patriarcado: #YoTambiénSoyIndiraCato

  1. Una lástima que la autora de esa nota sea una protectora de abusadores. Nos debería contar qué opina del caso de El Colombiano, cuando ella obligó a una periodista a trabajar con el hombre que abusó de ella, diciendo que no podía hacer nada hasta que la justicia fallara. El feminismo será con todas o no será.

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