Por: Valeria Quiroga
Es 11 de febrero de 1998. Hilda Saldívar sube al escenario junto a un grupo de madres durante el concierto de la banda de rock irlandesa U2, en su gira PopMart Tour en Chile. Cada una sostiene un cartel con los rostros de sus hijos desaparecidos durante la dictadura de Augusto Pinochet. Hilda agarra el micrófono y toma aire: “Mi hijo, Gerardo Ernesto Silva Saldívar, detenido y desaparecido desde el 10 de diciembre de 1974, ¡exijo justicia!”.
El público aplaude en el Estadio Nacional de Santiago a las madres que conforman la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos, AFDD, organismo que exige verdad y justicia por los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la dictadura de Pinochet entre 1973 y 1990.
La voz de Hilda, 27 años después de este recuerdo y 50 tras la desaparición de su hijo, continúa con la misma firmeza y determinación. A sus 95 años es una reconocida activista por la memoria y los derechos humanos. Hilda es oriunda de Temuco, una ciudad ubicada al sur de Chile. Es madre de una hija y cinco hijos que tuvo con su esposo Enrique Silva: Sonia, Ricardo, Armando, Hernán, Jorge y Gerardo.
Su vida y la de toda su familia cambió para siempre aquel 10 de diciembre de 1974. Esa tarde, su hijo Gerardo, de 23 años, salía de la Biblioteca de la Escuela de Estadística de la Universidad de Chile, en pleno centro de Santiago, cuando fue detenido y desaparecido por agentes de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA).
Durante la madrugada, su casa familiar, ubicada en la Población José María Caro, en la zona sur de Santiago, fue allanada. Durante ese año, la represión se caracterizó por un despliegue de inteligencia selectivo, clandestino y sistemático contra el Movimiento de Izquierda Revolucionaria MIR, organización en la que Gerardo fue militante.

Luego de la detención de Gerardo, Hilda presentó un Recurso de Amparo con la ayuda de su cuñada Nona, un documento que en aquella época tenía la finalidad de proteger a las personas contra detenciones arbitrarias y violaciones a sus derechos humanos. Pero la Corte de Apelaciones solía rechazar de forma sistemática miles de estos recursos.
Por ello, muchas personas quedaron sin protección legal en medio de la dictadura. Hilda presentó dos recursos más. También envió cartas al Ministerio del Interior, a la Comisión Internacional de Juristas y al entonces presidente de Estados Unidos, pero nunca obtuvo respuestas. Fue ahí cuando se acercó al Comité Pro Paz y se integró a la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos, donde conoció a varias madres atravesando su misma situación.
“Me casé muy joven”, recuerda al rememorar sus días antes del golpe de Estado de 1973, año en el que, además de dedicarse al cuidado de sus hijos, las labores del hogar y sus actividades en el Centro de Madres, Hilda cursaba un programa de recuperación de estudios de dos años en uno para completar su educación básica, pero quedó inconcluso para siempre. Cursó hasta sexto año de preparatoria y un año en la escuela de comercio, donde aprendió a escribir a máquina, dactilografía, taquigrafía y algo de inglés.
Para Hilda, la Agrupación “fue como una universidad en la que aprendíamos unas de otras”. Recuerda que habían compañeras con estudios completos. Sus habilidades con las teclas le permitieron redactar cartas y documentos necesarios dentro de las tareas de la AFDD.
En 1975, la Operación Colombo, conocida como el Caso de los 119, fue un montaje comunicacional realizado por la dictadura de Pinochet para encubrir la desaparición de los 119 militantes detenidos, en su mayoría miembros del MIR, entre los que se encontraba el hijo de Hilda. Los hicieron pasar por muertos en enfrentamientos en el extranjero con la complicidad de medios de comunicación nacionales e internacionales.
Fue en ese entonces cuando Hilda estuvo a cargo de la Comisión de Bienestar y de Propaganda, y llegó a ser vicepresidenta de la Agrupación. Fue la primera que propuso acciones de alto impacto como las huelgas de hambre. También participó en manifestaciones públicas y acciones de encadenamiento. Además, recogió testimonios de otros familiares y creó un folleto en homenaje a Gerardo.
Hilda recuerda el apoyo de su esposo Enrique durante la dictadura. Muchas de las madres que conformaban la Agrupación fueron hostigadas, perseguidas e incluso detenidas por el régimen, que consideraba sus denuncias como una amenaza. Hilda fue detenida varias veces por su rol visible dentro de la organización. “Él se portó conmigo muy bien. Siempre me apoyaba. Cuando estaba presa, él llegaba con la frazada (manta o abrigo) a la Comisaría. Pero mi hermana era la que lo llamaba y le decía: Enrique va a tener que salir con la frazada”, comenta Hilda.
En un contexto actual de profundo negacionismo respecto a los crímenes de la dictadura civil-militar, Hilda es una de las madres que desde el Colectivo Bugambilia – Narrando Gráficas han decidido honrar sus años de activismo y resistencia como madre buscadora.
El Colectivo Bugambilia es una organización que la conforman mujeres de distintas edades y formaciones. Su objetivo principal es difundir a través de publicaciones gráficas, físicas y digitales la importancia de la trayectoria de madres buscadoras en el combate a la dictadura de Pinochet y sus consecuencias en el presente. “Hilda consolidó su lucha a lo largo de los años transformando su experiencia de dolor en una práctica política sostenida en el tiempo. En plena dictadura, cuando el Estado usaba el terror como política y la desinformación como estrategia, Hilda se negó a aceptar el silencio”, explican las integrantes del Colectivo Bugambilia.

Sobre sus décadas exigiendo justicia, Hilda reflexiona que: “no es tan difícil obtenerla, pero ‘no es tan difícil’, digo por decirlo, pero aquí ha sido casi que imposible, porque no han querido hablar los que saben realmente lo que pasó con ellos, que por ahí tendría que saberse el final de cada uno y dónde están sus restos, qué pasó con los restos. Esa es una de las partes que nos agobió siempre: no poder saber, no tener un lugar”.