
Empecemos por los datos más básicos: este festival celebra la riqueza del Pacífico colombiano. Lleva su nombre por el compositor, poeta, folclorista y cantante Petronio Álvarez, de Buenaventura, también conocido como El Rey del Currulao. El Festival completó el domingo 17 de agosto, en la ciudad de Cali, su edición veintinueve. Este año participaron más de 2000 artistas y compitieron 52 agrupaciones. También tuvo un área dedicada a la comida típica de la región, con mariscos, pescados, preparaciones como el ceviche y el encocado, el popular pastel chocoano, helados de naidí y milpesos, y mucho más. Se exaltaron las bebidas ancestrales y/o artesanales del Pacífico como el viche, el curao, la tomaseca, el pipilongo, el tumbacatre, la crema de viche, la crema de coco, entre otras. No faltó la sección destinada a las artesanías, accesorios y ropa, llena de herencia, celebración del maximalismo, orfebrería en filigrana, fibras vegetales y múltiples sorpresas de alta destreza manual, color y estilo. Y no olvidemos que hubo un ambiente dedicado a conversatorios y talleres, para salvaguardar el intercambio de saberes ancestrales e innovaciones propias de las culturas del Pacífico.
El Petronio no solo es una celebración del Pacífico en Colombia. En tiempos como los que estamos atravesando, es un oasis, una bandera de paz y una bala de oxígeno. Este Festival tiene dinámicas que le hacen contrapeso a muchas narrativas que alimentan al fascismo, que es guardián del racismo, la xenofobia, la cuirfobia, el colonialismo; es —en palabras de W.E.B. Du Bois—: “el esfuerzo de una clase capitalista por controlar el Estado y usar sus poderes para dominar a la clase trabajadora y a la gente prieta del mundo”.
Este texto se va a centrar en dichas dinámicas; no obstante, como todo lo que participa del capitalismo, el Petronio también se sirve de mecanismos que podemos desglosar y criticar con minucia para señalar temas problemáticos y neoliberales que se ven en el espacio. No será el abordaje que tendremos aquí, pero no por desconocimiento o exceso de romance; más bien porque se busca cumplir con otros objetivos. Reitero que, por esta vez, esta columna aspira a ser refugio y apañe.
Las narrativas que acompañan al Petronio se enfocan en priorizar a la comunidad. Alrededor de la música la gente se reúne a gozar, bailar, cantar y bambolear pañuelo; un espectáculo gratuito de máxima calidad musical y entretenimiento que incluye también artes escénicas, comedia y danza. No olvidemos que el corazón del Festival es la música y la tarima es la plataforma perfecta para hacer memoria sobre la historia del Pacífico que, a través del arte, ha reunido a millares de personas en un diálogo vivo sobre una región en la que rebosa la creatividad y la continua construcción cultural.
La autora afroestadounidense Keeanga-Yamahtta Taylor, en su artículo Of Course There Are Protests. The State Is Failing Black People (Claro que hay protestas, el Estado le está fallando a la gente negra) afirma: “El resurgimiento de una derecha radical blanca se ha convertido en una amenaza existencial para la democracia, y es inseparable de las condiciones de desigualdad racial y económica”. La juntanza con temáticas afrocentradas es vital y, en pleno 2025, es una respuesta que pretende resistir ante el alza de voces que respaldan la supremacía blanca, el borramiento político que promueve la ultraderecha y los genocidios de limpieza étnico-racial en todo el planeta.
El Petronio es una potencia creadora que sostiene desde el gozo y la alegría, donde se pueden reafirmar vínculos históricamente quebrados por la esclavización, el racismo, el extractivismo y el colonialismo. La juntanza como estrategia política y espiritual de vida, no de supervivencia; el reconocimiento del valor que tienen las prácticas afrocolombianas y su enorme riqueza; la reafirmación y la resignificación, no la complacencia. Un lugar que se propone honrar la ancestralidad y reproducir saberes colectivos.
En este mismo momento hay gente siendo asesinada y perseguida por su identidad racial y cultural, por sus nacionalidades o sus identidades sexuales, en centenares de latitudes diferentes. Un doloroso ejemplo son las personas de Haití, que han tenido que padecer gravísimas políticas antinegras en países como República Dominicana, España y Estados Unidos. Políticas que no se escapan del exterminio que ocurre en su propia nación y a manos de su propia gente. Una de las autoras más brillantes de ese país, Edwidge Danticat, resume la situación de la isla, donde mercenarios estadounidenses, canadienses y europeos promueven de manera lucrativa la enemistad entre la comunidad, así: “Las dictaduras en Haití fueron a menudo un fascismo con rostro negro: regímenes brutales que silenciaban la disidencia mientras afirmaban defender la nación. Para quienes estamos en la diáspora, recordar es una forma de resistencia”.
Por situaciones como las que describe Danticat, la insistencia en el gozo y el ocio no es solo una fuga temporal, es parte de una dialéctica contra un sistema que, de forma constante y consciente, quiere ver a las personas sufrir, propicia enemistades y se jacta de que no hay alternativas a tanta miseria.
En contextos donde el fascismo insiste en fragmentar y despojar, la juntanza es un acto radical de cuidado, dignidad y futuro. “Cuando el cuerpo negro insiste en el derecho al placer, subvierte la lógica racista que lo reduce al dolor y servidumbre”, afirma Sueli Carneiro en su libro Racismo, sexismos e desigualdade no Brasil. Y el Petronio, en ese sentido, logra reunir esfuerzos por tejer redes de apoyo que no son efímeras en su significado, que enaltecen la necesidad de salirse de una lógica donde solo el producir importa y se regodea en el hecho de que toda la ciudad le hace espacio a este Festival para hacer un homenaje a la Casa Grande, al Pacífico.
Una de las contestaciones más llamativas y gloriosas que se ven en el Petronio es la facilidad con que lo cotidiano se vuelve trascendental en el marco del arte y la tradición. La música que retumba en la tarima del Festival tiene letras que cuentan historias del día a día de la región: el camino para cruzar un río, las ganas de bailar al ritmo de una marimba, la sabrosura del viche, la importancia de una buena persona que sea tu amiga, una reunión familiar, los frutos de una cosecha; historias que nos recuerdan, incluso en días como los que estamos atravesando como humanidad, que existen principios y rutinas compartidas con las demás personas, que no involucran horror, desconfianza ni desesperanza. En el baile también vemos colectividad, pues la gente se reune al son de diversos ritmos, acompañados de la camaradería de personas que nunca se han visto antes, pero que comparten en la danza coreografiada por una persona voluntaria, un instante de complicidad y de euforia.
No es una filosofía barata asegurar que esos instantes reparan una parte del tejido social maltrecho por el aislamiento, la globalización y el bombardeo de información negativa. Bauman y Donskis lo señalan en su libro Maldad líquida: “El mal líquido se infiltra en la vida cotidiana precisamente en esa sensación de abandono e insignificancia: estar conectado todo el tiempo y, sin embargo, profundamente aislado”. En contraste, la música que se oye en el Petronio hace todo lo opuesto y rescata los milagros que sí existen detrás de lo que parece habitual.
Amanecé de Herencia de Timbiquí
Amanecé noche amanecé, que ya tengo frío noche amanecé
Cuando el campesino deja su bohío
En la madrugada en medio del frío
Lo coge la noche de regreso al nido
Hay una tormenta de medio camino
Amanecé noche amanecé, que me estoy mojando noche amanecé
Amanecé noche amanecé, que ya tengo frio noche amanecé
Como el conductor en la carretera
Aferrado al sol antes que anochezca
Pa’contrarreloj dura es la carrera no no no
Rogando a su Dios para que no llueva
En el paréntesis que es el Petronio, la convivencia con otras personas es casi que obligatoria, tanto por la cantidad de personas como por el despliegue de la naturaleza misma del Festival, que incluye la extensión de la celebración en arrullos donde sí o sí estás cerca a alguien más y necesitas pensar en comunidad para que la convivencia sea bien llevada. El poeta Édouard Glissant, de Martinica, afirmaba: “La relación es identidad en movimiento; solo en el contacto con los otros podemos reconocernos y transformar nuestro ser. El diálogo no busca borrar la diferencia, sino fecundarla”. Algo que el fascismo esquiva a toda costa.
Las conversaciones que, por demás, prosperan en el ocio, nos permiten algo que se nos pasa de largo a veces: afuera de cada persona hay miles de cosas sucediendo. El capitalismo exalta la individualidad porque, como dijo bell hooks, “el individualismo, promovido como libertad en la sociedad capitalista, en realidad alimenta la alienación y la fragmentación. Sin comunidad no hay liberación”. Además, esas conversaciones prosperan durante el tiempo de la “no-producción”, y la palabra —si la entendemos como una tecnología ancestral de edificación comunitaria— es peligrosa en un sistema al que le conviene que nos antagonicemos y permanezcamos en silencio.
El Festival Petronio Álvarez es mucho más que un encuentro musical, puesto que en cada golpe de marimba, en cada sorbo de viche, en cada conversación al calor del arrullo, se reafirma que el gozo no es evasión, sino resistencia; que la memoria es raíz, así como una herramienta para sacar la cabeza y ver que los mundos posibles no están atrapados en visiones futuristas de saltos temporales donde, dentro de mil años, sí habrá la opción de un horizonte, sino que el afrofuturismo ha estado siempre entre personas negras que se niegan a simplemente sobrevivir.
En tiempos donde el fascismo se disfraza de progreso y el capitalismo enaltece el individualismo, el Petronio recuerda que solo en comunidad hay liberación, que el cuidado compartido es también un proyecto político, que salvaguardar saberes ancestrales es un homenaje constante a una memoria que sigue intentando ser borrada o diluida.
La juntanza, esa práctica ancestral que reúne cuerpos, voces y conocimientos, se convierte en una ruta de vida que no se resigna al dolor ni a la servidumbre, sino que insiste en la dignidad, la alegría y la capacidad creativa de la gente del Pacífico y de quienes nos rendimos ante su encanto.