December 5, 2025

El color del 2026: cloud dancer, bailarina disociada o una apuesta por la desafección

Pantone anunció el Cloud Dancer como color del 2026 y, para sorpresa de nadie, es blanco.

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Pantone, la industria del color, acaba de anunciar el Cloud Dancer como su color oficial para el 2026: un blanco insulso y desabrido, el más neutro de los neutros, que nosotras rebautizamos Bailarina Disociada. Es la primera vez en 27 años (desde que Pantone anuncia el color del año) que se elige un blanco y esta decisión, como todo en esta industria, no es un gesto inocente ni aislado. El Cloud Dancer trae consigo
una clara carga política de orden, limpieza, higienización, pureza y seguridad, columnas vertebrales de las narrativas de ultraderecha.

Hablamos de una respuesta estética perfectamente planeada por un grupo de personas en un salón, tal como le explica Miranda Priestly a Andy en esa escena de El diablo viste de Prada, inmortalizada en la cultura pop: “Tú crees que esto no tiene nada que ver contigo; vas a tu clóset y escoges, no sé, ese viejo suéter de color azul, por ejemplo, porque quieres decirle al mundo que te tomas muy en serio como para interesarte por lo que te pones (…) y no te interesa el hecho de que en el 2002 Oscar de la Renta hizo una colección de vestidos cerúleos y luego creo que fue Yves Saint Laurent, si no me equivoco, el que hizo chaquetas militares cerúleas… Luego, el cerúleo apareció rápidamente en las colecciones de ocho diseñadores y después se fue filtrando en las tiendas de departamentos para ir luego a parar a un trágico Casual Corner donde tú, sin duda, lo sacaste del canasto de liquidación. No obstante, ese azul representa millones de dólares e incontables empleos y es cómico que pienses que tomaste una decisión que te exime de la industria de la moda cuando, de hecho, estás usando un suéter seleccionado para ti por la gente de esta sala entre un montón de cosas”. Y ese, más que el Cloud Dancer, es justamente el problema. ¿Quién determina lo que se “debe” usar? ¿Quién fija las tendencias? ¿Quién tiene el poder para hacerlo y por qué sigue siendo relevante?

Valiéndose de mecanismos como los sistemas de estandarización (de color, de tallas) o la elección de “el color del año”, la industria de la moda sigue instaurando y perpetuando un discurso, autolegitimándose a sí misma y a las estructuras de poder que la sostienen. El disciplinamiento social, como hemos dicho varias veces, es una de las cosas que la moda mejor sabe hacer y lo consigue mediante el control de los cuerpos, las siluetas y los colores.

Como todos los años, Pantone intenta justificar su elección como reacción a un clima global; en esta ocasión, uno saturado, y su respuesta, dicen, busca ser un “susurro de calma”, símbolo de “equilibrio” y “reinicio”. Pero esa calma —como algunos discursos de autocuidado individualistas y neoliberales— no es un derecho, sino un producto que se vende a quienes puedan pagarlo, a modo de ropa, belleza y productos de diseño que se irán reforzando con el tiempo en colaboraciones con Sephora, Ikea y más. Es una simulación de calma forzada, un impulso artificial hacia aquello que se perciba como neutral, puro, virtuoso, VIRGINAL, limpio, y se aleje de lo “ruidoso” o “excesivo”, borrando toda tensión en un performance ficticio, como el Nobel de paz. Estamos frente a una apuesta por la estética de la desafección y la neutralidad: nada que produzca emoción, nada que produzca sentimiento, nada que narre demasiado, nada que denuncie. Y la neutralidad es solo otra forma de fijar un estándar, de normalizar unos cuerpos —y colores— y, en consecuencia, alienar otros.

Más que una decisión estética, la elección del Cloud Dancer es una movida política que coincide con el giro conservador político, social y cultural que pretende devolvernos a una búsqueda de “pureza” y limpieza visual, alineada con las estéticas hegemónicas en auge del momento: wellness, tradwives, clean look, mujeres de valor, cultos de artistas casi religiosos (Kanye), genocidios y limpieza étnica y social. Este blanco, un marcador de clase históricamente asociado a las clases privilegiadas, a sus deportes de élite (golf, tenis) y a espacios y entornos minimalistas que requieren tiempo, dinero, dueñidad y trabajo tercerizado y precarizado para mantener limpios e impolutos esos uniformes, pisos y paredes, contrasta con los colores intensos, relacionados frecuentemente con las clases populares, trabajadoras, a otras representaciones culturales más allá de lo blanco/blanqueado y, por supuesto, a la diversidad sexogenérica.

El Cloud Dancer, que insinúa que no polariza, que ante un genocidio aboga por una solución de dos estados, que no politiza, que es apolítico, que dice no ser ni de izquierda ni de derecha, ni machista ni feminista y que no toma partido, ya lo tomó hace rato. Es cierto que la moda sigue siendo un síntoma de nuestros tiempos, y que esta elección por estéticas que transmiten control, calma, orden, habla de tiempos blancos, higienizantes y ultraconservadores, pero la respuesta no será el silencio visual; por el contrario, la respuesta será ruidosa y a color, porque lo verdaderamente disruptivo será dejar de alimentar la espiral monstruosa de las tendencias de la moda “oficial” y boicotear esta idea anacrónica de que exista un “color del año”.

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Autor

  • Feminista colombiana, cofundadora de la colectiva feminista Las Viejas Verdes y autora de los libros "La suma de todos los afectos" (Planeta, 2025) y “Que el privilegio no te nuble la empatía” (Planeta, 2020). Es economista de la Universidad Icesi de Cali y tiene más de una década de experiencia en análisis de tendencias sociales y culturales, cambio narrativo, creación de comunidades y comunicación digital. Desde 2018 se dedica de lleno al trabajo por los derechos humanos y es, actualmente, la editora general de Volcánicas.

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