junio 2, 2023

De Dior, los artesanos y homenajes: ya estamos hartas de la mercantilización de nuestros dolores

¿Qué estamos haciendo para abrir de manera más honesta y ética la representación en la moda?

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Érikha Aponte, en Unicentro, en Bogotá, el 14 de mayo, en pleno Día de la Madre, fue asesinada por su expareja ante la vista de todos. Su tragedia, que es la de miles de mujeres en el mundo, quedaría retratada en un vestido frente a una sociedad que, ante todas las mujeres como ella, simplemente da mensajes institucionales condescendientes. Eso fue lo que pasó en el desfile de Dior que, como ‘homenaje’ a Frida Kahlo y a las artesanas de México, exhibió en un vestido la frase Run for your life (corre por tu vida). 

Una frase que, quizás, para mujeres más privilegiadas sería algo “edgy” para mostrarles a las amigas en cócteles, pero que tanto para Érikha como para otras víctimas de violencias basadas en género es su única arma de defensa en una de las regiones del mundo más violentas hacia las mujeres. Una que ha fallado y refleja la inoperancia estructural de la sociedad y los estados, y por supuesto, algo que Maria Grazia Chiuri, directora creativa de Dior, ignoró completamente al seguir mercantilizando de forma complaciente y condescendiente ese ‘feminismo’ de fachada que ha instaurado en terrenos de lo pop. 

Ese, que de paso, ha causado que las corporaciones y marcas de moda y bellezalo exploten en narrativas oportunistas, cómodas y genéricas que son el arma de muchas firmas para «mantenerse vigentes» y “empoderar” por, supuestamente, vender más allá de la hegemonía corporal así sigan siendo tallas pequeñas o a través de consignas de amor propio (‘como eres’) pero contratan a la influencer, blanca y con dinero, de siempre para promocionarse en una región como esta. Una, donde ni esta colección ni muchas otras tienen sentido en términos de representatividad, pues no vanmás allá de la mercantilización que hacen de tragedias, tradiciones culturales y realidades para el consumo, principalmente mente (así siempre lo ha hecho el capitalismo) de mujeres que desconocen completamente sus contextos de origen.

 “Las chicas no fallan”, se burlaban en la maravillosa serie ‘The Boys’ al aplastar deliciosamente a través del mero adorno de sus heroínas en una película tipo ‘Avengers Endgame’ esa imagen que se pretende ver en un mundo globalizado y que no es más que la tokenización de una realidad más compleja que en parte nosotros mismos sí hemos sabido contar a través del vestido.

Como lo hizo Diego Guarnizo con su colección ‘Feliza’, en Colombiamoda 2022, donde no solo se inspiró en la cultura de Buenaventura y el Pacífico: incluyó en su equipo a una diseñadora indígena y a tres jóvenes afros para hacerlos avanzar en la escala de creación (no como meros homenajes sentados) y fuera de eso, puso a modelar a mujeres de la ciudad, de paso creando una agencia de modelos para cambiar sus realidades. Alado, la marca de Antioquia que ha trabajado con artesanos, ha hecho lo mismo a través de nuestras historias de desplazamiento, ríos y hasta las colaboraciones con otros saberes. Su último proyecto, “Antioquia es Mágica”, impulsó a crear colecciones y negocios sostenibles donde los protagonistas no son ambos diseñadores, sino los artesanos, que crearon elementos de mobiliario. Más allá ha ido Juan Pablo Socarrás, con su proyecto “‘Historias Hechas a Mano’” donde las artesanas pasan de ser simples adornos y sujetos de extracción que vuelven a sus realidades para avanzar en la movilidad social. Así como estos, otros ejemplos hemos tenido en la moda colombiana y latinoamericana.

Pero el norte global no, porque para este, todos somos lo mismo, en esas dinámicas eternas de colonialismo. Y todo lo que nos pase es igual. Y si bien la moda transgrede los terrenos políticos para enviar mensajes y hablar de realidades, tal y como lo hizo la editora de Vogue Italia, Franca Sozzani con problemáticas políticas y ambientales, en un ámbito hegemónico, muchas buenas intenciones en las que se quiere criticar la realidad, sin contexto, empatía o investigación simplemente llegan a ser imágenes de postín, a pesar de la intención de su denuncia. Así se vio, por ejemplo, cuando la marca MAC Cosmetics, junto con la marca Rodarte, sacaron una colección de maquillaje ‘fantasmal’ en 2010 sobre las mujeres muertas en Ciudad Juárez, inaugurando así una seguidilla de escándalos entre la moda del norte y sur global y un episodio con el que se sentaría un precedente del poco entendimiento de realidades que se les escapan.

Ahora bien, en las dinámicas exotizantes que la región ha tenido que vivir desde hace más de sesenta años, relatos sobre cómo lo originario, al menos en la moda, se han convertido en el clúster con el que países como Colombia, México, Perú y Brasil han generado validez y diferenciación ante la moda hegemónica europea y anglosajona. Y desde la mirada de estas áreas, se han borrado, por supuesto, sus diferencias, contrastes y abordajes. Pienso en ejemplos como el del tropicalismo brasileño, con Sergio Méndez en los 60 y su bossa nova ‘moderna’, en pleno auge del ‘Boom Latinoameriano’. 50 años después, este fenómeno en la literatura se trasladó hacia la moda en cuanto a la explotación de la ‘Marca País’ en pleno gobierno de Uribe en Colombia (toda una estrategia para recuperar la imagen de un país asolado por la guerra y el narcotráfico, muy a pesar del auge de sus narconovelas en ese mismo periodo).

Así, se dio paso al ‘realismo mágico’ al menos como relato de moda: los boleros y la Cartagena, siempre excluyente, del ‘Tropical Chic’ actual en Colombia, llegaron de mano de la blusa tulum de Johanna Ortiz y las siluetas de una pionera Silvia Tcherassi. Los estampados botánicos y de fauna colonial se apropiaron de marcas de joyería y de vestidos de baño. Esto, claro, casi siempreromantizando el colonialismo, entre otras violencias. Y más al norte, para esa misma época, Frida Kahlo y la Catrina se terminaron de volver pop con zapatillas deportivas, labiales y hasta cafeteras.

Algunos de estos son imaginarios que sirven al norte global para acercarse a otra realidad que aún no dilucida y de la que se lucra. O de la que disfruta y extrae, tal y como pasa en dinámicas turísticas y hasta de entretenimiento. Y que, cuyo modelo deja rezagos en las élites latinoamericanas, tan ávidas de copiar esos símbolos para validación y así montar un modelo de “éxito” a través de otredades confusas, lejanas y subalternas. 

 Esas que sirven, en la mayoría de casos, para bordar, tejer, encargar, pagarles mal, explotar o simplemente exotizar. “Homenaje”, le llaman. “Qué lindos verlos trabajar, al menos les dan trabajo”. “Qué lindas que se ven sentadas en medio de la pasarela”. “Qué lindo cómo sonríen”. Qué lindo no tratarlas como personas cuando aún, a pesar de todas las voces de la academia de moda y la aclamación general para descolonizar la moda, gritan que esas prácticas y representaciones hegemónicas, tanto acá como allá, deben atender a una realidad que les explota en la cara una y otra vez. 

Por eso no es coincidencia que escándalos de racismo hayan sido sucedáneos en la moda latinoamericana, con marcas emergentes y consagradas. No es que ahora ‘todo sea racista’ o que las marcas se hubiesen puesto de acuerdo: es que antes no existían redes sociales y aun con ellas, en los ámbitos de moda latinoamericanos siempre ha sido mejor callar. Pero como las personas ya no se callan, ya quienes han perpetrado estos actos, intencionales o no (en la mayoría de casos dominados por un sistema de blanquitud que no cambiará de la noche a la mañana ni en cincuenta años, seamos sinceros), ya no pueden mirar para otro lado. Y de paso, el resto de las industrias de moda en países “periféricos” no pueden taparse más los oídos ante la interseccionalidad que creadores consagrados y emergentes en Colombia (Cubel, Manuela Álvarez, Diego Guarnizo, Alado, Socarrás, entre otros) y México (Ricardo Seco), solo por nombrar algunos ejemplos, ya están representando.

Sí, la moda no dejará de ser capitalista, esa siempre ha sido su naturaleza, pero al menos puede cambiar realidades. No desde la óptica paternalista, sino para ser una plataforma que busque movilidad social más allá de sentar a dos indígenas en una pasarela, o en una primera fila para ver sus bordados en un vestido que no volverán a ver en su vida. O para el que tendrán que producir, en quién sabe qué condiciones y con qué logística, como pasa con Dior, para comenzar.

Y eso, más el: “que nos volteen a ver”, porque ya nos han volteado a ver y mucho, hasta drenarnos, es la pregunta constante en cuanto a toda esta producción de moda local e internacional. Y eso me hace feliz, porque en algunos países de la región, tan señoriales, ya hay voces independientes que, contra todo, establecen críticas ante esa mirada de subalternidad. Eso, a pesar de los medios hegemónicos, dominados por personas en ese mismo cariz, ajenas a los cambios de una Latinoamérica que con presidentes y marchas les recuerdan en su cara, así volteen para otro lado, que el relato no solo es de ellos. Y en esa lucha nos mantenemos.

Yo solo quiero que alguien le haga otro recorrido a Maria Grazia Chiuri, más allá de la Roma, Condesa, esos lugares tan aptos para el turismo gentrificado. Que alguien le pase los periódicos de aquí y allá, del norte y del sur. Para que se dé cuenta de que no, no hizo ningún “homenaje”. Solo fue una muestra burlona de condescendencia envuelta en una prístina silueta sobre una realidad que no entenderá más allá de vender camisetas a las pocas mujeres que puedan pagarlas y a las muchas que las copiarán.

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Autor

  • Lux Lancheros

    Reportera de historias de moda de la periferia y docente de Historia de Moda en Colombia, Universidad de la Sabana. Speaker de Bogota Fashion Week 2020.

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