
Cartagena te da la bienvenida a una realidad distópica de segregación racial, al mejor estilo de los Estados Unidos en los años de las leyes Jim Crow, o del apartheid en Sudáfrica.
En el centro histórico de Cartagena, una de las ciudades más calientes del planeta, la policía de la moral vigila exclusivamente las faldas y shorts de las mujeres, en su mayoría afrodescendientes. Eso último se llama perfilamiento racial.
Como en el siglo pasado, a la entrada de la ciudad hay una tropa de esquiroles perfilando a las mujeres según la raza, la clase y el largo de la falda. Y no, no es un chiste. Es el Plan Titán de la alcaldía de Dumek Turbay, una “estrategia de seguridad” para los blancos y blancas en Cartagena, que opera desde inicios de 2024 y consiste en reforzar la presencia policial en el centro histórico, supuestamente para atacar el microtráfico y la prostitución, pero en realidad lo que hace es, básicamente, impedir la libre movilidad de las personas negras, para “prevenir” esos delitos. En principio, hasta llegaron a cercar el centro histórico para que solo pudieran entrar trabajadores formales del centro, es decir, solo las personas negras que el sistema necesita para prestar servicios turísticos como cocineros, meseros, limpieza y agencias de viajes. Por supuesto, este plan ha arrojado muchos resultados:
- Más violencia policial racista en los barrios. Vimos cómo la policía lichaba a un niño negro de unos 10 años y a su madre, que trataba de protegerlo.
- Impunidad para las redes de trata. Aún no han encontrado a Alexandrith Sarmiento desaparecida desde el 19 de marzo de 2021.
- Más persecución hacia mujeres negras, personas trans y no binarias caribeñas. No olvidamos lo que hicieron con Mandala Walker.
- Una ciudad más racista y segregada por decreto.
Ese racismo de Estado ejecutado en las calles del centro histórico de Cartagena es un racismo que jerarquiza la vida, perpetúa la supremacía blanca y estigmatiza los cuerpos negros caribeños. Se trata de un plan racista de dimensiones titánicas con medidas que no enfrentan a las redes de trata que siguen operando camufladas en el centro histórico de la ciudad. Tampoco busca a las mujeres negras desaparecidas, ni mucho menos protege a las mujeres que ejercen trabajo sexual; por el contrario, las estigmatiza aún más. Es claro que no les interesa protegerlas, sino borrarlas del centro de la ciudad. Las quieren invisibles. Las prefieren eliminadas de la postal del centro histórico.
Pero las calles no tienen código de vestimenta y las trabajadoras sexuales no son las únicas que usan escotes, minifaldas y ropa ajustada en este jopoetroco ‘e calor!! ¿Qué sigue? ¿La prohibición del bikini para proteger a los hombres de los malos pensamientos?
El Plan Titán de la Alcaldía de Cartagena no solo nos restringe la entrada al centro sin importar nuestro pasado judicial, también militariza los barrios, aumentando el riesgo de brutalidad policial y de una política de muerte sobre los cuerpos negros. Es limpieza social disfrazada de moralidad blanca, la misma que en los años 70 desapareció del mapa a Chambacú, un barrio vecino del centro histórico, desalojando 1.300 familias negras y destruyendo por completo a una comunidad y su tejido social, en nombre del progreso turístico. Es también la misma aporofobia que obliga a las vendedoras negras a disfrazarse con vestidos de la bandera, aunque estén de luto, para poder ser toleradas en el centro.
El Plan Titán es maquillaje. Un plan cosmético, hediondo y fracasado. Una fórmula que no ha funcionado en ninguna parte, ni en la Atenas antes de Cristo, ni el año pasado en el Parque Lleras de Medellín, mucho menos en la Cartagena de los últimos años. Es un plan que exacerba todos los estigmas y fobias de esta sociedad: el racismo de Estado, el clasismo, el sexismo y la putofobia. Porque son tan incompetentes que no distinguen trata y explotación de trabajo sexual y no se pueden ni imaginar a las trabajadoras sexuales como interlocutoras válidas que, protegidas, en lugar de perseguidas, podrían ser las más grandes aliadas en contra de la trata de personas. El Plan Titán es toda una oda al fracaso de esta alcaldía.
Y, frente a todo este sexismo, racismo, putofobia, nunca una verdad fue tan clara: si el Estado no puede proteger los derechos de las trabajadoras sexuales, no podrá proteger y garantizar los derechos ni las libertades de ninguna mujer. El principio universal del respeto a todas las personas, sin importar su ocupación, género o moral social, debería ser la base de cualquier Estado en democracia. No hay manera de que el Estado discrimine, excluya, violente y estigmatice a las trabajadoras sexuales, sin afectar también a otras mujeres, como está ocurriendo en Cartagena; cuando los derechos no son universales, son frágiles para todas.
Si el Estado no garantiza los derechos de las trabajadoras sexuales, en realidad está afirmando que hay un grupo de mujeres descartables. Esto legitima una jerarquía de quién merece respeto y derechos y quién no: las “mujeres decentes” frente a las “indecentes”, reforzando el control patriarcal sobre los cuerpos y la sexualidad de todas.
Aceptar esa jerarquía significa ponernos a todas en riesgo. Hoy las criminalizan a ellas y a las que, según la mirada patriarcal, sexista y racista, no entramos en los estándares estéticos y raciales de “mujeres buenas, decentes, de bien”. Cuando normalizamos que las trabajadoras sexuales no tengan derechos ni seguridad, lo que normalizamos es que ninguna mujer tenga soberanía sobre su cuerpo ni capacidad de decidir sobre su vida económica ni sexual.
La deuda con las trabajadoras sexuales es una deuda de todas.