
Durante décadas, la relación entre Irán e Israel ha estado marcada por la desconfianza, la confrontación indirecta y una profunda enemistad ideológica. Desde la Revolución Islámica de 1979, Irán ha asumido una postura abiertamente contraria a la existencia del Estado de Israel, al que ha nombrado ampliamente como una ocupación ilegítima en Palestina. Por su parte, Israel ha identificado a Irán como una amenaza existencial, particularmente por su apoyo a grupos armados como Hezbollah en Líbano y Hamas en Gaza, y por su programa nuclear, constantemente denunciado —aunque nunca comprobado con claridad— como una vía para obtener armas atómicas. Desde 1995, Netanyahu ha asegurado que es urgente detener a Irán pues, según él, están a 6 meses de desarrollar armas atómicas. Sin embargo, esto no ha ocurrido.
Este antagonismo ha tomado forma a través de guerras por poder, ciberataques, asesinatos selectivos y amenazas constantes. Israel ha atacado objetivos iraníes en Siria, ha asesinado científicos nucleares en Irán y ha desplegado operaciones encubiertas en la región. Irán, por su parte, ha sostenido alianzas estratégicas con actores antiisraelíes y ha aumentado su influencia en países clave como Siria, Líbano, Irak y Yemen. Sin embargo, más allá del ruido geopolítico, el epicentro del sufrimiento sigue siendo el mismo: el pueblo palestino, que queda atrapado entre los intereses de potencias regionales y globales.
En la noche del 23 de junio de 2025, Irán lanzó misiles de corto y mediano alcance contra la base estadounidense de Al Udeid en Qatar —la instalación militar más grande de EE.UU. en Oriente Medio— en clara respuesta al bombardeo estadounidense sobre tres instalaciones nucleares iraníes ocurrido días antes, por orden de Donald Trump y sin aprobación del Congreso. Según informes, Irán avisó con antelación para que Qatar y Washington pudieran evacuar puntos vulnerables, lo que evitó víctimas y daños graves. El presidente Trump calificó el ataque como una “respuesta muy débil”, agradeció el aviso previo y aprovechó para anunciar, de forma paradójica, que se alcanzó un “alto el fuego total” entre Irán e Israel. Este giro resalta la dualidad de la estrategia estadounidense: por un lado, el uso de la fuerza militar sin respaldo del Congreso y, por otro, la articulación de una salida política mediante un cese temporal de hostilidades, más motivado por presiones diplomáticas internas que por un compromiso real con la paz.
La reciente escalada comenzó con un supuesto ataque preventivo al consulado iraní en Damasco por parte de Israel, que luego fue respondido por Irán el 13 de abril de 2024. Israel, con apoyo logístico de Estados Unidos, el Reino Unido y Francia, logró interceptar la mayoría de los proyectiles, pero aprovechó la respuesta de Irán para justificar nuevos bombardeos indiscriminados en Gaza y expandir sus operaciones en Cisjordania. La narrativa dominante en medios occidentales ha tendido a simplificar el conflicto como una confrontación entre “democracia” (Israel) y “terrorismo” (Irán y sus aliados), ocultando la raíz colonial del conflicto palestino-israelí. Israel continúa la ocupación y expansión de asentamientos ilegales en territorio palestino, mientras mantiene un régimen de apartheid, según lo han denunciado organismos como Human Rights Watch y Amnistía Internacional. Los bombardeos a Gaza han dejado miles de muertos, en su mayoría civiles, sin que exista presión real por parte de la comunidad internacional para frenar esta violencia.
Estados Unidos ha sido un actor central en este tablero. Su alianza con Israel es estratégica, no solo por razones ideológicas e históricas, sino por intereses económicos y geopolíticos. El control sobre recursos, el dominio militar en Medio Oriente y el freno a la expansión de poderes rivales como Irán o Rusia son pilares de su política exterior. Washington ha bloqueado múltiples resoluciones en la ONU que buscaban frenar la ofensiva israelí en Gaza y sigue proporcionando armas y asistencia financiera a Israel, incluso en medio de denuncias de crímenes de guerra. Lo que está en juego no es solo el equilibrio regional, sino la vida de millones de personas que quedan reducidas a cifras en informes o escudos humanos en guerras ajenas. Palestina sufre una ocupación brutal y prolongada, mientras Irán e Israel se enfrentan en una lucha de poder y propaganda. En este contexto, la narrativa del “terrorismo” ha servido para justificar todo tipo de abusos, desde bombardeos sobre hospitales hasta bloqueos de ayuda humanitaria.
Hablar de Irán, Israel y Estados Unidos sin hablar de Palestina es perpetuar el borramiento histórico de un pueblo que lleva más de 75 años resistiendo. El conflicto actual no puede entenderse sin el componente colonial, sin los intereses estratégicos que lo alimentan y sin el doble rasero de la comunidad internacional. Lo que ocurre no es una guerra entre iguales: es una agresión sostenida con complicidades globales, que se ensaña con quienes menos capacidad tienen de defenderse.
En el más reciente episodio de La Semanaria hablamos con Margarita Cadavid Otero, Internacionalista de la Universidad del Rosario y máster en estudios internacionales y con Guillermo Ospina, director académico del Centro de Estudios Estratégicos de relaciones internacionales (CERI) en Argentina, para entender este conflicto que no para de cobrar vidas humanas.