November 1, 2025

La paradoja de la empatía digital

En un momento donde las tragedias circulan en tiempo real, estamos padeciendo un trauma colectivo sin saberlo. Hablemos de trauma vicario

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Foto por Isabella Bernal

«Hay un genocidio sucediendo frente a nuestros ojos, un genocidio transmitido en nuestros teléfonos celulares. Nadie tiene el privilegio de decir: no sabemos lo que está pasando», dijo Greta Thunberg el 9 de octubre después de ser deportada por intentar llevar ayuda humanitaria a Gaza. Solo hay que agarrar el celular y ver la cantidad de imágenes publicadas, no solo sobre Gaza, sino de las distintas violencias que viven millones de personas en el mundo. 

Mucho de lo que vemos en Instagram, Facebook y TikTok son fotos y videos genéricos de personas que no conocemos y decidimos compartir para demostrar nuestro apoyo, rechazo o simplemente sentirnos parte de la conversación del momento. Nos aparece la foto de Hedaya al-Muta, la mamá palestina cargando a su bebé —un retrato vivo de la hambruna en Gaza—, y nos impresionamos; tal vez la publicamos porque nos indigna, pero sobre todo porque no queremos ser (o parecer) indiferentes. Deslizamos y nos sale una dieta, un político o una coreografía que es tendencia. Pasamos a la siguiente imagen y aparece un policía del ICE golpeando a un hombre frente a su familia. En la siguiente, un influencer latino se burla de los latinos que votaron por Trump. Nos sentimos informados en 90 segundos y escribimos algún comentario para aprobar o criticar esa versión reciclada que no terminamos de masticar.

Estamos “activos” cuando ponemos un emoticón de corazón, un insulto, un comentario o algo que nos haga sentir intelectuales. Lo que importa es “participar”. Nuestra pseudoactividad ocurre con una cercanía efervescente que desaparece con el escrol. Las historias se convierten en imágenes sin narración que nos conmueven fugazmente y el algoritmo nos inserta en un bucle abrumador que creemos inofensivo, pero que va dejando señales del trauma vicario.  

Para la psicología, el trauma es una herida emocional que aparece cuando no tenemos las suficientes herramientas para procesar una situación y empezamos a tener respuestas automáticas a situaciones similares como si la información quedara congelada en nuestra mente. Según la terapeuta Ana Hurtado, «dos personas pueden haber vivido el mismo evento y una puede tener trauma y la otra no, esto depende de nuestra capacidad de respuesta individual». 

En el contexto del trauma vicario, esa herida aparece cuando alguien vive de cerca el sufrimiento de otras personas y termina por sentirlo propio. Le puede pasar a periodistas, médicos, psicólogos, cuidadores y personas con otros oficios que están en constante contacto con el dolor, pero también a quienes lo observan a kilómetros de distancia y a salvo. Cada vez hay más gente que, por el “estar informada”, se siente agobiada con las historias que lee y ve todos los días, pero, al mismo tiempo, no lo pueden evitar por la ansiedad de no querer perderse de nada. 

Detrás de los números y los clics, la mayoría de medios digitales y noticieros eligen contar unas historias que son, aparentemente, más importantes que otras y sobre todo más «conmovedoras». Lo importante es que «generen impacto». Si a eso se le suman las escenas de violencia que circulan en las redes sociales y con las que terminamos por convivir en la intimidad de nuestra pantalla, todo lo que pasa afuera podría llegar a ser altamente angustiante. 

Pero lo dijo Susan Sontag hace medio siglo: «Una cosa es sufrir y otra muy distinta es convivir con las imágenes fotográficas del sufrimiento, lo que no necesariamente fortalece la capacidad de ser compasivo; de hecho, también puede corromperlas. Una vez se han visto tales imágenes, se empiezan a ver más y más. Las imágenes hipnotizan. Las imágenes anestesian».

Cuando aparece el trauma vicario, nos volvemos turistas de realidades que no alcanzamos a imaginar completamente. Nos desligamos parcialmente del dolor ajeno, pero seguimos sintiendo una amargura silenciosa que no nos hace inmunes. Las fotografías sobre Gaza, los bombardeos estadounidenses a las embarcaciones venezolanas en el mar, los caminantes por la selva del Catatumbo, nos siguen impresionando, pero no nos sacan del letargo. De lo contrario, nos tomaría más tiempo pasar a la siguiente imagen. Gran parte de lo que vemos es difícil de procesar porque hay poco tiempo para reflexionar sobre lo que sentimos y muy poca disposición para conversar, en el sentido explícito de la palabra. “Si todo es rápidamente disponible y consumible, no se genera ninguna atención profunda, contemplativa. La mirada vaga alrededor, como la de un cazador. Con ello se pierde cualquier punto de referencia sobresaliente ante nosotros en el que poder detener la mirada. Todo está aplanado y sometido a necesidades cortoplacistas”, dice Byung-Chul Han.

Con el tiempo dejamos de sorprendernos y creemos que no hay nada que podamos hacer frente a lo que pasa afuera; incluso, hay quienes se salen de las redes sociales o apagan la televisión. La indiferencia es también un síntoma del trauma vicario. Otros responden con rabia, temor, desprecio, pero pocas veces esas emociones les animan a ir más allá de una opinión publicada desde sus personajes digitales, ya convertidos en voceros de esas vidas ajenas. 

Aunque lo que consumimos o publicamos a diario parezca inofensivo, con cada emoticón, comentario, video, imagen que subimos, podemos estar reproduciendo un trauma silencioso y colectivo que afuera se percibe apenas como una gran nebulosa. 

Si bien es cierto que algunas imágenes logran causar una indignación masiva en lugares alejados y nos hacen parar de la silla, en un momento donde parecemos incapaces de medir nuestra propia capacidad de procesar información, la cantidad de situaciones trágicas que vemos se pueden llegar a convertir en un incómodo ruido de fondo del que nos podemos desentender apagando el celular. La pregunta sería: ¿qué tanto necesitamos ver para hacer más que un clic antes de desconectar nuestra empatía digital?

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Autor

  • El trabajo de Isabella ha examinado la vulneración de los Derechos Humanos como consecuencia del conflicto armado, y los efectos sociales y económicos de las relaciones de los hombres y las mujeres con la naturaleza. Estudió Comunicación Social en la Universidad Javeriana de Bogotá, es Maestra en Conflicto, Paz y Desarrollo de la Universidad de Bradford y egresada del International Center of Photography de Nueva York siendo beneficiaria de la beca The Wall Street Journal. Sus trabajos han recibido becas y subvenciones: Open Democracy (2023), Pulitzer Center Rainforest Journalism Fund (2021), Alexia Foundation Grant (2019), finalista del Premio Gabo (2019), CPB Premio Construcción de Memoria (2015).

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