
Este domingo 16 de noviembre de 2025, tendrán lugar elecciones en Chile para elegir a su próximo presidente o presidenta, y para renovar la totalidad de la Cámara de Diputados y 23 de 50 senadorxs. Todo apunta a que habrá segunda vuelta el 14 de diciembre entre Jeannette Jara, la exministra de Trabajo, proclamada el pasado 29 de junio en las primarias voluntarias del partido “Unidad por Chile”, con un contundente 60% de los votos, como la candidata del bloque progresista y el ultraderechista José Antonio Kast, que aspira por tercera vez a la presidencia.
El voto de la derecha se reparte entre Kast, Evelyn Matthei y Johannes Kaiser. Kast vuelve a postularse con un programa enfocado en el orden público, reducción del Estado y control migratorio, con el eslogan “basta de politizar la política”. Matthei, por su parte, impulsa una reforma fiscal y una agenda económica de ajuste rápido del gasto estatal para enfrentar el déficit y la inflación: “Necesitamos una buena tijera de podar, grande y rápida”. Kaiser, el candidato libertario, además de cuestionar el voto femenino, pone el foco casi exclusivamente en la “seguridad” y militarización de las fronteras; según él, “este país no se está cayendo a pedazos, sino a balazos”.
Según las encuestas, Jara lidera la intención de voto en primera vuelta, pero no la tendría fácil en segunda, pues la sumatoria de la intención de voto de los candidatos y candidata de derecha supera la de Jara. José Antonio Kast se ubica segundo en las encuestas y sería su adversario, con alta probabilidad de ganar en una segunda vuelta.
El desgaste político
El escenario político de las elecciones en Chile actual es mucho más “líquido” que en las elecciones pasadas; las coaliciones tradicionales pierden firmeza, especialmente en el bloque de derecha y centro-derecha, y el electorado se siente desconectado de los partidos tradicionales, por lo que se encuentra más fluctuante; las alianzas están cambiando, tanto a nivel presidencial como parlamentario.
Chile llega a estos comicios con un profundo cansancio tras procesos constituyentes fallidos que han generado un desgaste tanto emocional como político. Un porcentaje significativo de la ciudadanía muestra apatía o desencanto: en una encuesta, más del 50% está de acuerdo con que “da lo mismo quién gobierne”. La derecha aprovecha ese clima, junto con el descenso de la aprobación a la gestión de Boric, para redoblar la apuesta discursiva del “orden”: una narrativa que se traduce en propuestas de mayor vigilancia ciudadana, una reducción del aparato estatal, militarización focalizada, políticas migratorias más duras y mano firme frente a la protesta social.
Ese discurso, que gana tracción en contextos de incertidumbre, busca instalar la idea de que la solución pasa por reforzar el control y la autoridad, desplazando del debate las demandas estructurales que originaron el malestar de los últimos años. En un escenario marcado por la frustración acumulada, la desconfianza institucional y una ciudadanía que vota obligatoriamente por primera vez en una década, el “orden” se convierte en una oferta política con alto rendimiento simbólico: una promesa de estabilidad inmediata, aunque sin responder a las brechas sociales que siguen abiertas. Pero este “orden” no es neutro, viene acompañado del refuerzo de jerarquías, un aumento del punitivismo, y un retroceso a las agendas de los feminismos y ampliación de derechos.
El regreso del voto obligatorio
Las elecciones de 2025 en Chile se desarrollarán con el voto obligatorio reinstaurado tras el plebiscito constitucional de 2022 mediante la Ley 21.524. El voto había sido obligatorio desde el regreso a la democracia en 1990 hasta 2012. En busca de mayor representatividad y con la idea de atraer a nuevos electores jóvenes, en 2012 se aprobó una reforma constitucional que hizo el voto voluntario y la inscripción en el registro electoral automática. Tras diez años de sufragio opcional, todos los ciudadanos chilenos mayores de 18 años inscritos en el registro electoral deben participar en las elecciones presidenciales y parlamentarias, mientras que los extranjeros residentes con al menos cinco años de residencia pueden ejercer su derecho de manera voluntaria. Esta ampliación del electorado incorpora a sectores que antes no votaban. Se trataría de personas desinteresadas por la política tradicional y sin una afiliación ideológica fija.
El voto de esos más de 5 millones de “votantes obligados” es impredecible y podría cambiar el resultado de las próximas elecciones en Chile.