November 24, 2025

Stealthing: quitarse el condón sin consentimiento es violencia sexual

El stealthing o la acción de retirar o dañar deliberadamente el condón durante el sexo, sin consentimiento de la otra persona, rompiendo el acuerdo previo de ambas partes para usarlo, es una forma de violencia sexual que debe ser nombrada y visibilizada.

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Sandra tenía 26 años cuando descubrió que su pareja se había quitado el condón en varias ocasiones, sin su consentimiento. Habían acordado que lo usarían para evitar un embarazo, pero un día Sandra se dio cuenta de que tenía 4 semanas de gestación: “Cuando se lo dije, él dijo que quería tenerlo”, recuerda Sandra. “Él había dicho que no quería tener hijos, luego me sale con que sí lo tengamos y luego al final dijo que sí lo abortara”. Poco antes de entrar a la clínica donde realizarían la interrupción del embarazo, su pareja le confesó que sentía culpa porque, en varias ocasiones, se había quitado el condón sin que ella se diera cuenta, pero no con el propósito de que se embarazara. 

¿Qué ocurre cuando, en una relación sexual, alguna de las partes rompe los acuerdos y toma la acción deliberada de quitarse o dañar el condón aun cuando la otra u otras personas habían establecido que debían usarlo? ¿Cómo se siente la persona víctima de esta acción? ¿Se trata de una agresión, un abuso? ¿Se puede denunciar y castigar?

Stealthing

Cuando su pareja le confesó lo que había hecho, Sandra se sintió desconcertada y no puede recordar qué le respondió; estaba en shock. “Nuestra relación no ha vuelto a ser la misma”, cuenta Sandra. 

Retirarse deliberadamente el condón sin consentimiento es un acto que se conoce como “stealthing y, de acuerdo con varias organizaciones y activistas, una práctica común y en aumento, aunque no se cuente aún con cifras ni estadísticas oficiales. “Es relevante colocarlo al frente porque es una forma de violencia sexual que está impactando la vida de las personas”, dice Karla Barrios, psicoterapeuta fundadora de MAKA, Colectiva de estudios psicosociales, feministas y de género en México. 

Carlos Escobar recuerda bien la noche de 2012 cuando se encontró en una fiesta con un hombre que había conocido por Internet. Después de hablar y conocerse, acordaron tener una relación sexual con protección. A la mitad del acto, el hombre se retiró el condón en contra de la voluntad de Carlos y, al ser confrontado, este lo agredió. Al día siguiente, Escobar intentó presentar una denuncia por violación ante la Unidad de Investigación Especializada en Delitos Sexuales de Puebla; sin embargo, los agentes que lo atendieron le advirtieron que su caso no procedería, pues la relación sexual había iniciado de común acuerdo. “Pero yo no pedí que me lastimara; yo no pedí que se retirara el preservativo”, Carlos recuerda haberles respondido a las autoridades. Estaba convencido de que había experimentado una agresión, aunque en ese momento no sabía cómo llamarla. Escobar pudo nombrar por primera vez su experiencia, por la que ahora vive con VIH, hasta 8 años después de haber sido víctima, cuando encontró en internet información sobre la primera sentencia sobre stealthing emitida en España un año antes.

La palabra “stealthing”, usada para definir esta práctica, es de uso reciente y se podría traducir literalmente como “sigilo” o “engaño”; surgió en el año 2000 en foros virtuales de Estados Unidos donde, principalmente la comunidad LGBT+, compartía pensamientos, opiniones y experiencias de prácticas sexuales, que incluían aquellas de placer sin protección —consensuadas y no consensuadas— de eyaculación dentro de la vagina o el ano de la otra persona. 

En el año 2017, la activista y abogada por los derechos sexuales Alexandra Brodsky retoma esta palabra para su artículo “Rape-adjacent: imagining legal responses to non consensual condom removal” (“Violación-adyacente: imaginando respuestas legales a la remoción no consensual del condón”) y utiliza el término para definir y delimitar el acto de retirarse el condón sin consentimiento de la otra parte.

El daño social y emocional

“Pensaba que yo estaba malinterpretando porque, ¿por qué se lo quitaría si él siempre decía que no quería tener hijos todavía?”, comparte Sandra al recordar que, en una o dos ocasiones, sintió que su pareja se había quitado el condón y, cuando lo confrontó, él respondió gritando que se callara porque lo desconcentraba. Hubo más ocasiones en las que ella sentía que no se lo había puesto o sospechaba que se lo había quitado, pero no preguntaba por temor a su reacción.

Amelia Ojeda, abogada feminista, vicepresidenta de Sexología Jurídica, organización que busca vincular las ciencias jurídicas con la sexología, explica que el stealthing está vinculado al desconocimiento, porque mucha gente no sabe que esta conducta tiene un nombre, que ya ha sido conceptualizada y que incluso ha sido llevada al ámbito jurídico en otros países y que, sobre todo, tiene que ver con un ejercicio de poder: “¿Por qué tengo que hacer caso de lo que tú estás pidiendo si yo tengo el poder? … No tengo por qué respetar ningún acuerdo que hayamos hecho”.

“Puede ser que [también] sea una práctica mucho más desde una masculinidad heterosexual que busca objetivizar el cuerpo femenino e ignorarlo”, explica en entrevista María Camila Correa Flórez, profesora de Derecho Penal de la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad del Rosario en Bogotá, Colombia, y coordinadora del primer libro que trata únicamente el tema del stealthing en América Latina, en español, editado con el patrocinio de la Red Latinoamericana de Académicos y Académicas del Derecho. 

Hace dos años que Martha, mujer heterosexual de 35 años y madre de dos hijos, acordó con su esposo usar condón para evitar otro embarazo, pero para él, tener relaciones sexuales con otro fin distinto a la procreación era pecado, así que hizo pequeñas punciones al empaque de los preservativos con una aguja sin que ella lo supiera. “Pasaron prácticamente más de dos meses sin que yo me diera cuenta”, dice Martha. “Cuando lo supe, no sabía qué hacer ni a quién decirle, ni cómo detenerlo. Solo sentía que cada vez que teníamos relaciones era como un engaño, como si viviera con un hombre que no conocía y que no me respetaba”.

Desde su artículo, Brodsky establece el stealthing como un ataque a la integridad sexual. Para Laura Martínez Rodríguez, fundadora y directora de ADIVAC, Asociación para el Desarrollo Integral de Personas Violadas, A.C., desde la perspectiva psicológica, cualquier conducta que no esté siendo grata, que sobrepase la integridad y los límites, es una violencia sexual: “Las personas que han experimentado stealthing viven las mismas alteraciones emocionales que cualquier otra persona [de la] que han usado su cuerpo con fines sexuales en contra de su voluntad”. 

El estudio “Prevalence of Non-Consensual Condom Removal (stealthing) in female sex work and Its Association with Perceived Discrimination in Athens, Greece”, “Prevalencia de la remoción no consensuada del condón (stealthing) en trabajadoras sexuales y su asociación con la discriminación en Atenas, Grecia”, publicado en Psychology en 2023, que explora la situación específica de las trabajadoras sexuales de Atenas, concluye que las víctimas de esta práctica pueden experimentar ansiedad, depresión, estrés postraumático y sentimientos de vulnerabilidad, culpabilidad, vergüenza y desconfianza en futuras relaciones y otras afectaciones a su vida sexual.

 “Yo nunca hablé con nadie de esto, hasta que llegué a terapia”, recuerda Sandra sobre el impacto emocional que sintió, después de la confesión de su pareja de haberse quitado deliberadamente el condón en repetidas ocasiones. “Busqué ayuda psicológica porque me sentía muy deprimida después de que aborté (…) Al hablar de todo lo que había ocurrido, hablé también de lo que él me confesó y que no supe cómo reaccionar”. Fue en ese espacio donde Sandra entendió que las emociones que tuvo cuando sospechó que su novio se quitaba el condón, y cuando él mismo se lo confesó, eran normales y consecuencia de haber sido víctima de agresión sexual. “Fue impactante saberlo, pero de algún modo, al paso de las sesiones, fue liberador”, reflexiona. 

El stealthing se convierte en un impacto traumático. Tiene que ver con un trauma de género y con una violencia de género, explica Karla Barrios. Se manifiesta una sensación de mucha angustia porque a la víctima se le arrebata la corporalidad: “Eso lo vuelve tremendamente doloroso y de mucha impotencia, y eso deja una huella”.

Martha, al igual que Sandra, no sabía que lo que le ocurrió se llamaba stealthing; lo supo cuando, en algunas pláticas de temas sobre violencia sexual, alguien lo expuso y pudo reconocer en otros testimonios lo que a ellas les había pasado. Ni Sandra ni Martha pensaron en denunciar.

En lo jurídico

El reconocimiento social y legal del stealthing como una práctica violatoria enfrenta los mismos obstáculos que, en general, la violencia sexual hacia las mujeres. En su informe “Acceso a la justicia para mujeres víctimas de violencia sexual en Mesoamérica”, la Comisión Interamericana menciona que un común denominador es la culpa que recae sobre las mujeres víctimas de algún tipo de violencia sexual al verse juzgadas bajo estereotipos patriarcales que reproducen la violencia y que obedecen al rol “natural” establecido por el sistema. 

Para activistas y personas víctimas de stealthing en México, es importante concientizar a la sociedad sobre esta práctica, darla a conocer, advertir sobre sus riesgos y, para algunos, como Carlos Escobar, luchar por la legislación y penalización. 

Aunque a la fecha ha habido 9 iniciativas de ley para establecerlo, en México esta conducta aún no está tipificada penalmente; por lo tanto, no se puede denunciar e iniciar un proceso penal por stealthing. Por otra parte, en 2017, Suiza fue el primer país en aplicar una condena por esta práctica. A partir de esa fecha, algunos países comenzaron a sentar precedentes con resoluciones que determinan como agresión sexual el retiro del condón sin consentimiento. Actualmente, en Alemania, España, Dinamarca, Suecia, Reino Unido, Países Bajos, Canadá, Chile, Colombia y Argentina, el stealthing ya es considerado un delito. 

“Algunas sentencias de distintas cortes a nivel europeo empiezan a hablar de una categoría juridificada”, afirma Correa Flórez, y añade que la situación en América Latina es diferente: “Nos tenemos que repensar la forma en que en América Latina sancionamos las agresiones y la violencia sexual desde el Derecho Penal, para darle cabida a cómo entendemos el consentimiento y el daño sexual”. 

Al respecto, Ojeda reflexiona sobre cómo, en caso de penalizarse, el actual funcionamiento de nuestros sistemas judiciales sería un obstáculo: “Si yo soy una trabajadora sexual y un cliente se quita el condón, ¿cómo puedo notificarle a ese cliente la demanda civil que le estoy poniendo? Para ella, en todo caso, es prioritario garantizar los protocolos establecidos para violación: profilaxis posexposición [PEP] y, en caso de requerirlo, acompañamiento para interrupción legal del embarazo. 

Y es que el sistema actual no favorece la denuncia debido a la poca garantía de procesos y sentencias justas. Karla de MAKA colectiva, explica que ha visto cómo la criminalización de la persona que vive la violencia es un impedimento para la búsqueda de justicia: “Seguramente ibas vestida de tal manera y por esto te chiflaron en la calle, por esto te tocaron las nalgas o por esto te enseñaron el pene, por cómo ibas vestida o por la hora a la que salías”.

Penalizar el stealthing

“Ya lo quieren tipificar y lo quieren castigar [al stealthing], quieren una sociedad punitiva”, expresa Laura Martínez. “Pero iniciar una carpeta de investigación por violencia sexual no es nada fácil”, agrega.

 “Buscamos que el Derecho empiece a preguntarse por ellas [prácticas de agresión sexual, incluido el stealthing], no necesariamente el Derecho Penal. Hay estudios desde el derecho civil, desde la responsabilidad extracontractual”, apunta Correa Flórez frente al choque entre el ánimo punitivista y la preocupación por la hipercriminalización de conductas, que mantiene asuntos que ameritarían sanción penal en el mismo espectro que el stealthing, que podría tratarse más de un tema que requiere visibilizarse y ponerse sobre la mesa, y resalta lo valioso que es que las mujeres, que son la mayoría de víctimas de stealthing, hablen del tema y abran la discusión. “Los movimientos de mujeres han logrado lo que llamamos la academia jurídica feminista, han logrado sacar la violencia doméstica de la casa. Esto ya no se trata de ‘señora, los trapitos sucios se lavan en casa’”, añade la abogada.

No ha sido sencillo unificar los criterios alrededor del mundo para establecer si el stealthing debe tipificarse legalmente en sus propios términos, o se trata de un tipo de abuso sexual o de violación ya contemplados en la ley, pero donde hay coincidencia es en la necesidad de visibilizar que, a pesar de ser una práctica común, es violenta, transgrede la integridad de las personas y causa un daño físico y emocional profundo.

“Tiene que venir desde una aproximación feminista del Derecho [por ser de los movimientos de base que empiezan a hacer que empecemos a hablar de eso desde lugares como el Derecho] y es que partimos de la base de que en muchas ocasiones —o en la gran mayoría— el Derecho y el Derecho Penal no tienen en cuenta las experiencias de las mujeres”, opina Correa Flórez y suma: “¡Qué suene por todos lados, que en todos lados se sepa que esto pasa! Es lo que empieza a generar las preocupaciones legítimas y las necesidades de regulación”.

Combatir el stealthing y sus consecuencias

En la fundación Brigada Callejera de Apoyo a la Mujer Elisa Martínez, E.M.A.C., se brinda apoyo integral a las trabajadoras sexuales, así como información, herramientas e insumos que les permitan reconocer y minimizar los riesgos a los que suelen estar expuestas, entre ellos el stealthing, ya que es habitual que los clientes pretendan no usar condón durante la relación sexual, aunque las mismas trabajadoras sexuales establecen que deben usarlo. “Sí, hay muchos que son mañosos”, dice Chabelita Flores, trabajadora sexual en Ciudad de México, quien explica que ha tenido que aprender a detectar cuando algún cliente pretende quitarse el condón y que prefiere abrirlo y colocarlo ella para tener mayor seguridad. Por su parte, Elvira Madrid Romero, fundadora y activista de Brigada Callejera, explica que en las condonerías de la fundación, son las amas de casa y estudiantes los que suelen solicitar apoyo: “Buscan la píldora de emergencia porque el joven se quitó el condón o la pareja ya no lo quiso usar”.

“Las personas no tienen claro que el retiro del condón sin consentimiento significa una agresión sexual”, explica Alaín Pinzón, coordinador de VIHve Libre, una organización sin fines de lucro dedicada a la prevención, educación y acompañamiento de personas que viven con VIH, ubicada en Ciudad de México. En su experiencia, de 10 intervenciones de PEP que VIHve Libre atiende tan solo en fines de semana, por lo menos tres o cuatro son agresiones sexuales y es frecuente que sean todas o la mayoría, casos de retiro del condón no consentido. 

De ahí la importancia de nombrarlo, hablar del tema y buscar la tipificación penal, para asegurar protocolos de reacción y el acceso a la justicia de las víctimas; “Ir hablando con la gente para que pueda saber que existe esta conducta, que es más frecuente de lo que nos imaginamos, que es parte de la violencia”, propone Ojeda. Si en algo coinciden activistas y víctimas, es en que nombrarlo contribuye a entender que lo que les sucedió es una agresión y que pueden buscar apoyo y contención. 

Es clave saber que al tratarse de una práctica de alto riesgo, se debe poder acceder a la profilaxis posexposición [PEP]; esta debe tomarse dentro de las 72 horas posteriores al posible contacto. En el caso de asociaciones como VIHve Libre en Ciudad de México, no se requiere presentar los documentos de denuncia pero, sin duda, una barrera para el acceso a este protocolo en otros estados de la república, es que sí requieren que se presente una denuncia previa. En asociaciones civiles como ADIVAC, VIHve Libre, colectivos como MAKA y aquellos enfocados a atender víctimas de abuso y violencia sexual, se puede recibir apoyo y contención emocional cuando se ha sido víctima de stealthing. 

A decir de Correa Flórez, visibilizar es una de las formas de combatir toda práctica que implica el abuso y violencia: “Necesitamos que todo el tiempo la gente esté viendo, esté entendiendo y que muchas veces haya alguna persona que diga ‘uy, eso yo lo he hecho y está mal, no lo voy a volver a hacer’, o que una persona diga  ‘eso me pasó a mí, está mal’ y yo no estoy loca ni es rara esta sensación que tengo. Y que exista un aumento de conciencia”. En la misma línea, Ojeda  refuerza: “Ir hablando con la gente para que pueda saber que existe esta conducta, que es más frecuente de lo que nos imaginamos, que es parte de la violencia”.

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Autores

  • Patricia Zavala Gutiérrez (México, 1971). Fotoperiodista. Mujer-señora anormala que escucha y escribe para ejercer su derecho a habitar y disfrutar la espacia narrativa. Parte de su trabajo ha sido publicado en Global Press Journal, Animal Político, Chiapas Paralelo, Raíchali, La Verdad, Istmo Press, The Texas Observer, Zona Docs y Lado B. Le gusta escuchar con respeto y profundidad a las personas que comparten su vida y sus historias. Escribe para que las trayectorias de lucha y resistencia se conozcan y sigan transformando el mundo —día tras día— en un territorio donde florezca el buen vivir. Actualmente cubre temas de educación, derechos humanos, patrimonio biocultural y resiliencia climática.

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  • Aline Suárez del Real (1981) Comunicóloga, periodista y fotoperiodista. Especializada en periodismo con perspectiva de género y de Derechos Humanos. Ha publicado en Global Press Journal, The Texas Observer, Animal Político, Zona Docs, Revista Espejo, Lado B y Chilango. Colaboró en la antología de poesía y cuento Mujeres que besan. Le gusta contar historias, las que surgen de sus sueños, sus insomnios y sus viajes en el transporte, pero sobre todo las historias de los demás. Recientemente se ha integrado a la Primera Red de Periodistas por la Primera Infancia, para complementar su trabajo con las infancias como tallerista y promotora de prácticas alternativas de educación.

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