March 8, 2025

No merecemos menos de lo que la dignidad ofrece

¿Qué es una vida digna? Eso de vivir en dignidad puede ser un concepto abstracto. Quizás es más fácil definirlo por lo que no es y entender la dignidad como algo que merecemos todas.

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Portada por Isabella Londoño.

Nadie viene a este mundo a sufrir. Asumo que esa es una frase con la que podemos estar de acuerdo. Es decir, es evidente que las humanas y humanos sufrimos, porque eso hace parte de la experiencia de vivir. La vida no es plana ni una gráfica meramente ascendente. Amamos, cuidamos, creamos, construimos y no tenemos el control (aunque algunas nos resistimos ingenuamente a no tenerlo) de mantener todo eso como quisiéramos y cuando eso cambia o se destruye, nos produce dolor. Entonces, insisto, dejando los niveles de aleatoriedad de la vida a un lado, nadie, absolutamente nadie, quiere que su existencia esté atravesada por el sufrimiento. Todas las personas buscamos intencional y fundamentalmente construir proyectos de vida rodeados de bienestar, amor y salud, que materialicen en la medida de lo posible nuestros deseos. 

Hace poco ganamos un litigio representando unos casos de niñas a quienes precisamente se les limitó esa posibilidad de crear sus proyectos de vida, no se les escuchó en la expresión de sus deseos más íntimos, ni se les permitió decidir sobre lo fundamental después de agresiones profundas a su integridad. Norma, Susana y Lucía quedaron embarazadas después de ser víctimas de violación sexual por hombres cercanos que tenían un deber de cuidado sobre ellas: un padre, un abuelo, un sacerdote de la iglesia en donde una profesaba su fe. Todas quedaron en embarazo antes de cumplir los 13 años y, pese a múltiples solicitudes de su parte, ninguna tuvo acceso al aborto ni a ningún tipo de cuidado o consideración.

Recuerdo que la primera vez que leí los casos de las niñas sentí una tristeza profunda y una indignación que se localizaba en la boca del estómago. Pensé que esas personas que les negaron la posibilidad de interrumpir sus embarazos nunca tuvieron que pasar noches en vela por la angustia, llorar hasta dejarse caer en el cansancio, sentir un dolor y un miedo que penetraba los huesos como el frío helado de una ciudad. No tuvieron que habitar el insomnio de las preguntas. No sintieron la vergüenza de ver su panza crecer sin entender muy bien qué pasaba y sin dimensionar lo que vendría. Nadie, solo ellas. Ellas que en diferentes ocasiones dijeron que no querían. Ellas, aquellas niñas, cuya protección debe ser superior a toda otra, obligadas a sufrir las consecuencias de una decisión que no fue la de ellas, a vivir una vida impuesta, una maternidad forzada. El Comité de Derechos Humanos de la ONU revisó sus casos y declaró, entre muchas otras cosas, que estos hechos habían vulnerado el derecho de estas niñas de estar libres de tratos crueles, inhumanos y degradantes, reconociendo así la gravedad del sufrimiento, y que además su derecho a la vida, entendido en su componente de dignidad (vida digna) había sido vulnerado, pues se les había negado la posibilidad que todo ser humano debe tener de decidir sobre sus propios proyectos de vida. Un asomo de justicia para ellas y para tantas otras. 

Eso de vivir en dignidad puede ser un concepto abstracto. Quizás es más fácil definirlo por lo que no es. Vivir en condiciones de dignidad no es respirar solo por respirar, mantener una vida física. Vivir en y con dignidad es habitar el mundo plenamente, con el menor dolor posible y con la oportunidad de escribir nuestras propias historias. Es la integridad sobre nuestros cuerpos, la posibilidad de soñar y crear proyectos, desear y materializar ese deseo. Si lo describiera en acciones cotidianas, para mí sería la capacidad de reír con mi hermana, de recibir abrazos que nos reconforten, de ser cuidada cuando lo necesite, un agua aromática cuando nos duele la panza, la posibilidad de movernos en la cama para encontrar la mejor posición posible para calmar un dolor que estemos padeciendo, dormir debajo de un techo y tener una cobijita que nos abrigue del frío. Es también podernos tomar un café con pan en la mañana. Es poder recibir servicios de salud que alivien el dolor y no que lo incrementen. Es la empatía del otro sobre nuestra humanidad. 

Si pienso en términos de las niñas, es poder jugar, correr, peinar a nuestras muñecas, montarnos en un columpio. Es ir al colegio, estudiar, separar las gomitas de color, hacer listas de cosas que nos gustan -y de las que no nos gustan, como ese payaso feo y viejo que está en la repisa de la casa-. Poder soñar en qué queremos ser cuando seamos grandes, disfrutar un juego de mesa, leer un libro, aprender, aprender mucho. Es la inocencia y la ternura que recibimos y brindamos. No tener que esconderme en un armario para que mi propia familia no me haga daño, no tener que levantarme a cuidar a un bebé que llora en la madrugada cuando todavía necesito que alguien se despierte a cuidarme a mí. 

Lo cierto es que no deberíamos tener que padecer ese sufrimiento. Tampoco deberíamos tener que ser tan fuertes, ni tener que aprender a pasar el límite de una vergüenza que por una razón incomprensible siempre recae sobre nosotras. Lo cierto también es que no merecemos menos de lo que la dignidad ofrece. Y aunque siempre terminamos juntas haciendo lo hermoso gracias a la valentía que desarrollamos y al trabajo colectivo que hemos aprendido a priorizar, lo cierto al final es que yo quisiera que el tiempo y los cambios sociales y culturales fueran oportunos y sensatos y que, con ello, algún día, la reacción de todas las personas a la mención de vida digna sea pensar, genuinamente, ¿pero, qué otra vida hay?

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Autor

  • Feminista colombiana. Caleña que actualmente se desempeña como vicepresidenta para América Latina y el Caribe del Centro de Derechos Reproductivos. Es integrante del movimiento Causa Justa y una de las demandantes del fallo histórico que despenalizó ampliamente el aborto en Colombia. Fue litigante de los casos Guzmán Albarracín contra Ecuador y Manuela contra El Salvador ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Hace parte también de la campaña Son Niñas no Madres y fue una de las litigantes que presentó los casos de esa campaña ante el Comité de Derechos Humanos de la ONU. Anteriormente trabajó en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos como Especialista de Derechos Humanos. Tiene dos Maestrías en derecho internacional público y relaciones internacionales de las Universidades Paris I Panthéon Sorbonne y el Instituto de Estudios Políticos de París (Sciences Po).

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