Por Jumko Ogata Aguilar
Hace un par de años decidí dejar de nombrarme feminista. No pretendo demeritar la importancia del feminismo para luchar por la liberación de las mujeres, y reconozco que, gracias al movimiento, tenemos acceso a espacios y herramientas que nos fueron negados históricamente. El motivo por el cual me alejé del feminismo fue, precisamente, darme cuenta que este incremento al acceso a derechos no ha sido igual para todas. Las mujeres que más se han beneficiado del feminismo han sido las que no se han tenido que enfrentar a otras formas de opresión. Las que no cuestionan las jerarquías y estructuras existentes con tal de garantizar y salvaguardar su poder: “las chicas-patronas”, las primeras mujeres CEO, esas que se abren camino por Wall Street.
¿Pero quiénes son exactamente esas “chicas-patronas”? En redes sociales se habla de la “girlbossification” del feminismo, un término popularizado por el libro de Sophia Amoruso, titulado #Girlboss, en el que relata cómo pasó de estar desempleada y no poder pagar ni la renta, a ser CEO de una compañía multimillonaria. Como señala Laquesha Bailey en su artículo “Por qué las chica-patronas nos provocan náuseas”, este fue el punto de partida para que este término se convirtiera en el símbolo de la mujer emprendedora que supera los obstáculos y llega a ser la exitosa empresaria que tiene un puesto importante en espacios dominados generalmente por los hombres.
En el contexto mexicano, hay un equivalente a ese concepto y es el mito del “echeleganismo” (también conocido como meritocracia) que, en lugar de señalar la violencia intrínseca de los sistemas de opresión contemporáneos, apunta hacia la idea que si “tan solo nos esforzamos lo suficiente” podremos superar dicha opresión. Este tipo de discursos son los dominantes en el espacio público, impulsados por mujeres en el poder que buscan utilizar su identidad como mujeres para evitar cuestionar la violencia que ellas mismas ejercen hacia les demás. Dichos discursos diluidos no hacen más que impedirnos llevar a cabo discusiones y críticas genuinas acerca de las fallas que, como cualquier otro movimientos social, tiene el feminismo y nos alejan de identificar, por ejemplo, la manera en la cual la derecha ha cooptado el concepto de la “chica-patrona” para apelar a potenciales simpatizantes. Por ejemplo Margarita Zavala, candidata a la presidencia de México en 2018 que, a pesar de estar en contra del aborto, aún sostenía que su campaña iba a favor de las mujeres y sus derechos. O la revista Forbes, en noviembre de 2020, mostrando con orgullo en su portada a Jeanine Añez con el título “El poder es femenino”. O Arussi Unda, vocera del colectivo feminista “Las Brujas del Mar”, siendo parte de las 100 mujeres con mayor influencia de acuerdo a la revista Time, entrevistada por la periodista Lydia Cacho, impulsando discursos de odio en contra de personas de la comunidad LGBTQ, particularmente contra personas trans*.
El hecho de que una mujer, o un conjunto de ellas, sufra opresión no la excluye de ejercer violencia hacia otras personas (que incluso sufren la misma opresión que ella). En otras palabras, una mujer puede ser misógina hacia sí misma o hacia las demás. Puede también ser racista, clasista, etc, porque el feminismo no se trata de ver a todas las mujeres como unos seres de luz incapaces de tener poder y utilizarlo para dañar a otres. La sororidad, idea invocada tan fácilmente, no supone solapar a nuestras compañeras cuando sean violentas, sino reconocer que la liberación de todas no puede llevarse a cabo si algunas priorizan el bienestar individual por encima de (y sobre todo a costa de) el bienestar colectivo. Esta forma de feminismo está arraigada en la blanquitud y la violencia colonial. Su malestar no es la opresión compleja que aqueja a las mujeres, y la explotación de nuestro trabajos y cuerpos, sino el hecho de que la mujer blanca no pueda expresar su dominio con la soltura con que lo hacen los hombres blancos.
¿Qué clase de feminismo dice “hermana, yo sí te creo” a menos que su amiga sea señalada por racista?
En este sentido, es fundamental escuchar a mujeres negras, indígenas y asiáticas dentro del feminismo, pues sus aportes teóricos nos dejan claro que sus lugares de enunciación como mujeres y como personas racializadas no son categorías separadas, por lo que es imposible pensar la violencia y opresión como entes independientes. Suelo escuchar de las “chicas-patronas” en redes sociales, que el feminismo no es la madre de todas las luchas como para meterse en “todas las causas”. Como si no existieran mujeres que viven otras formas de violencia, como si no tuviéramos el mismo interés en la lucha antipatriarcal que en enfrentarnos al racismo, clasismo, capacitismo, lesbofobia, bifobia, transfobia. Incluso la interseccionalidad, herramienta metodológica para hablar de las formas en las que se conjugan las opresiones, fue creada por una mujer negra, Kimberlé Crenshaw, que seguramente vivió lo que teorizó antes de crear el término para referirse a él.
Buena parte del discurso feminista blanco con el que me he topado, habla sobre “rescatar” a las mujeres de una variedad de situaciones y a adoptar una actitud condescendiente que alguna vez también repetí: “tú eres feminista aunque digas que no, porque lo que haces es feminista” y “aunque tú no creas en el feminismo también es por ti” sin pensar que la lucha antripatriarcal puede tomar muchas formas y que es totalmente válido enunciarlo desde otros lados. Me di cuenta que una lucha horizontal no puede adoptar estos tonos condescendientes, pues supone que sólo un grupo reducido de mujeres tiene la clave para la liberación de todas.
Dentro de este feminismo mis experiencias son reducidas a “tokens” y sólo tengo validez en tanto sea la primera mujer con esta identidad que llegue a un puesto importante, sin importar que las personas que han ocupado estos puestos en el pasado hayan cometido atrocidades. Yo no quiero ser Beyoncé portando un diamante de sangre con orgullo. No quiero ser CEO de ninguna compañía. El feminismo negro es fundamental para mi trabajo, y es la base de mi lucha antipatriarcal, pero he decidido conscientemente utilizar otras palabras para definirme, como parte de un ejercicio de ficción visionaria, como parte de un esfuerzo propio para imaginar otras formas de llevar a cabo la liberación de las mujeres en todos nuestros contextos.
Este artículo si me pareció muy regular, tiene un par de frases o párrafos – los mismos que pusieron en el carrusel- geniales, pero siento que le falta estructura y profundidad, uno ve el carrusel esperando mas y el artículo desepciona.
”El feminismo está para incomodar.” Incluso a nosotras, quienes nos hacemos llamar feministas ”sororas” y demás… y al mismo tiempo solo priorizamos el bienestar individual (tal cual). He leído comentarios diciendo que este texto devalúa o desprecia a las mujeres que han alcanzado puestos importantes en empresas grandes. Creo que el señalamiento o critica va hacía la sororidad selectiva, y la forma en que la derecha se cuelga del movimiento y lo convierte en una lucha horizontal cuando la opresión hacia la mujer no es directa a un grupo de mujeres. Espero haberlo interpretado de manera correcta, también espero volver a leer algo de Jumko pronto. Disfrute mucho hacerlo.