
No me interesa ser otro “grinch” que se cree diferente repitiendo que no le gusta la navidad. A mí la navidad me encanta. Esta época me representa volver a Cali, mi ciudad natal, ver a mis amigas, estar con mi familia, comer buñuelos, natilla, desamargado, prender chispitas mariposa, escuchar salsa vieja y la música chucu-chucu de mis tíos, bailar hasta el cansancio y estar de feria. Pero de unos años para acá, el filtro y el cariz para vivirla han cambiado.Con el tiempo, la politización y el feminismo, se me hacía cada vez más difícil disimular y fingir demencia cuando llegaba el comentario misógino, racista o lgbtfóbico de la noche, el comentario sobre el cuerpo ajeno, el amigo o conocido borracho que se pone acosador en las fiestas, la pregunta de quien no tiene más material de conversación que mi vida reproductiva y/o estado civil,y un largo, tedioso e insoportable etcétera. Ya va siendo hora de dejar de romantizar las fiestas en familia y de paso la familia nuclear, los reencuentros de fin de año, todo ese rito social que es la navidad y todo su arsenal decembrino de reuniones, novenas, cenas, fiestas, reencuentros y esas cosas que se suponen deberían ser pura alegría, parranda y animación, pero no siempre lo son y, más veces de las que quisiera admitir, resultan todo lo contrario.
Pareciera que las feministas siempre estamos a la defensiva, esperando el momento para responder o “aleccionar”, pero nadie quiere eso, al menos no yo, me resulta desgastante y antifestivo. Yo no quiero pasar mis días de descanso tallereando en la mesa ni ser la amiga feminista a la que todo el mundo siente la necesidad de preguntarle si esto que va a decir “está mal”, antes de proceder a decirlo igual, advirtiendo que seguramente lo está porque en el fondo lo intuye, no porque yo tenga la última palabra ni mucho menos la verdad absoluta del bien y el mal. Y aunque no quiera hacerlo, y aunque haya hablado de todos esos temas durante todo el año en todos los espacios que ocupé, eventualmente la escena se repite y termino alegando, porque es imposible quedarse callada, no responder, y si es posible requiere de una paciencia de santa que no tengo, porque si lo hago, si me callo, el malestar crece en el silencio de esa renuncia a responder. Pero qué cansancio todo, qué cansancio los cálculos.
Ya es tremendo logro llegar a estas alturas del año bien y enteras como para tener que llegar a las fiestas con la armadura puesta. A mí no me interesa dar todas las batallas ni morir con las botas puestas. Yo ya elegí las mías y las di todo el año. A estas alturas mi único propósito es descansar y volver en enero recargada para seguir dando la pelea desde mis lugares, donde sé que puedo hacer la diferencia y no quemarme en el intento de convencer a alguien que aún está en la orilla opuesta y que tiene las herramientas para educarse por su cuenta, si eso quisiera. Quiero poder estar tranquila comiéndome mis buñuelos, prendiendo mis chispitas mariposa, abrazando a mis tíos y yendo a cualquier evento de la feria sin que me toque dar explicaciones de mis militancias y decisiones. Hace un buen tiempo entendí que no voy a convencer a nadie que no tenga la menor intención de cuestionarse sus privilegios, solo me convenzo a mí y trabajo convencida por lo que creo, y eso es suficiente.
Ser feminista conlleva mucho más trabajo interior del que se alcanza a ver, y ese trabajo viene con cambios profundos en la forma en que nos relacionamos con el mundo. Eso, inevitablemente, también toca a nuestros vínculos afectivos y, eventualmente, también puede involucrar renuncias y rupturas con aquellas conductas que no estamos dispuestas a aguantar más y las personas que no están dispuestas a replanteárselas. Pero, ¿por qué seguimos volviendo a lugares a los que tenemos que entrar con chalecos antibalas emocionales? ¿Por qué es tan difícil romper algunos vínculos y tradiciones? ¿Por qué cada año tenemos esta conversación? Porque no todo es tan sencillo como hacer los cálculos y los cortes. Las estructuras sentimentales no son una maqueta y, de todos los vínculos, los familiares son quizás los más difíciles de cuestionar y de cortar. Habría que hablar más por estas fechas de la necesidad de desmantelar la familia nuclear como institución y mandato y darles el mismo estatus social a las otras familias, las que elegimos, en las que no tenemos que sentarnos a la mesa esperando el comentario facho, la actitud machista, ese trato degradante hacia las mujeres de la familia que siguen cargándose todo el trabajo detrás de la alegría, parranda y celebración.
Mientras tanto, algunas seguiremos haciendo los cálculos en nuestros propios términos de bienestar, salud mental, goce o placer y volveremos a sentarnos a esas mesas y a alzar la voz, discutir y refutar cuando consideremos que vale la pena hacerlo o a levantarnos de ellas cuando nos cante porque no le debemos nuestra presencia a nadie. Y tal vez a no volver más.
Pero que nada nos obligue a estar, porque la navidad blanca, la foto de la familia perfecta y la cena impecable, son también una construcción social y no nos corresponde sostenerla a cualquier costo. No somos un comercial para TV. Se puede pasar de la cena, pasar de la reunión, pasar de la novena y hasta pasar de la familia y amistades de toda la vida sin ser una persona horrible, solo una persona que pone límites y quiere evitarse un mal rato.
Cuesta reconocer que nuestras propias familias amistades entrañables pueden no solo provocarnos malos ratos, sino que también pueden ser fuente de violencias. Y es doloroso saber que hay personas que no pueden ser ellas mismas en sus propios hogares a riesgo de ser discriminadas, maltratadas o violentadas. Pero también es esperanzador ver y ser parte de esos círculos y familias que se han cuestionado costumbres, prácticas, y han hecho lugar a la conversación, al disenso y a personas que no encuentran un espacio seguro en sus propias familias. Ojalá todas podamos ser una de esas familias elegidas y estar siempre con quienes elegimos y donde elegimos estar, sin que ello implique ningún tipo de perfección, simplemente, un espacio seguro, tranquilo, en el que no tengamos que justificar nuestras luchas, nuestras causas y nos juntemos para celebrar, con o sin excusa o rito social.
Feliz y tranquila navidad, donde sea y con quiera que la elijan pasar.
Excelente y contundente artículo para compartir y reflexionar.
¡Feliz navidad y año nuevo revista Volcánicas!.
gracias. Me encantó. me sumo a su columna con una inquietud de largo tiempo. ¿qué hacer con los primos y tíos abusivos cuando ya no nos queremos quedar calladas?