Socorro Mosquera Londoño, ‘La Negra’, es la mujer a la que le gritan en la calle: “¡Gracias!, estoy vivo por vos”. Ha hablado duro donde la mayoría ha guardado silencio y ha encontrado en el miedo, que la ha embargado en los momentos de dificultad, la fuerza para defender a las mujeres y defenderse ella misma. Es la verraca que su ‘apá’ había soñado.
Aprendió desde niña a sobrevivir en ambientes violentos y a sobrellevar el dolor que aviva sus recuerdos, no solo de los miembros de la familia sino también de las amigas y vecinos asesinados. Por eso es la líder de la Asociación de las Mujeres de las Independencias en la Comuna 13 de Medellín, la mujer que decidió hacer historia con solidaridad. Ella sabe que escuchar no siempre es suficiente, por eso ha buscado actuar, para que otras mujeres no necesiten un brazo masculino para huir de la crueldad, sino un corazón valiente para cambiar la sociedad.
“Mi nombre viene de amita, la abuela María del Socorro Guevara. Ella le dijo a mi ‘amá’: ‘no la pongás así, que va a sufrir como sufrí yo’, pero estoy muy orgullosa de mi nombre. Por eso no soy doña, solo cuando no esté en este mundo”, dice moviendo las manos con las uñas pintadas de negro y líneas plateadas.
En su casa tiene una colección de muñecas que ama desmesuradamente, así mantiene su mejor recuerdo de infancia de ese diciembre, en el ranchito de lata, cuando le regalaron la primera de sus muñecas, que desbarató y que la acompañó durante tantos años. “Hace poco una periodista me regaló una negra, la bauticé Ruta Pacífica Mosquera Londoño, porque pertenezco a ese movimiento en defensa de las mujeres”, agrega.
También, de vez en cuando, ahora menos que antes, canta Hijo de Ramera, del cantautor español Manolo Galván, porque tiene buena memoria, un privilegio y un defecto. Solo Dios, como ella lo dice, le ayuda a llevar el dolor de los seres queridos asesinados, de las injusticias, de los vecinos masacrados y de las mujeres violadas.
“Ese es el problema más grande de ella. Recuerda y llora, vuelve y sufre, se atormenta como si lo volviera a vivir”, dice Mery del Socorro Naranjo, una lideresa que ha trabajado con ella y es su amiga desde hace más de 30 años. La conoció en el restaurante de su mamá, quien la apodaba ‘La Mosca’, porque Socorro no se quedaba quieta. Fue allí donde a Mery le interesó: “Qué mujer tan alebrestada, pensaba, pero al conocerla – aunque no la he logrado descifrar- me encontré con un ser lo que llaman sensible ”, recuerda.
Son muchas las voces que han confiado en ella y que cuentan la historia de un barrio, el de Las Independencias III, en La Comuna 13, de San Javier, al occidente de la zona centro occidental de Medellín, que tiene 14.116 personas, según datos demográficos de la Alcaldía de Medellín a 2020.
“¡Mi amor, ¿cómo estás?!”, así saluda, incluso al desconocido. Primero entrega su confianza con una sonrisa y luego se abre a hablar con una mirada recia. Los últimos 30 años de su vida los ha dedicado a empoderar a las mujeres, a orientarlas en todo tipo de temas: médicos, sexuales, sicológicos, jurídicos; a formarlas en finanzas personales, en el ahorro programado y a contribuir a la educación en inglés de sus hijos.
Lo hace a través de la Asociación de Mujeres de las Independencias (AMI), que creó en 1996 junto con otras lideresas como Mery del Socorro Naranjo y Luz Dary Ospina Bastidas. Sus nombres comenzaron a sonar en las noticias luego de ganarle una demanda al Estado ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos, el 22 de noviembre de 2016, tras el asesinato de la lideresa Ana Teresa Yarce.
La negra del ‘Poblado sin poblar’
Así llama Socorro el lugar en el que nació. Nada más de allí viene a su mente. Su historia realmente empieza en Castilla cuando su ‘apá’ Luis Mosquera, del Chocó, y su ‘amá’, Otilia Londoño, de Bolívar, Antioquia, hicieron su hogar en un rancho regalado, con baño afuera y tapado con trapos. Ambos están en el más allá. Los honra, los respeta. No olvida.
Su mamá les dio teta a las 7 mujeres y 3 hombres. Esa era su labor: “Soy ingrata con mi hermano José Luis, no lo cuento. Nos fuimos a pedir plata a un restaurante que le decían El Patronato, allí daban alimentos a personas de escasos recursos. Le dije que se montara en el carro, se dio un golpe en la sien y se murió. Tenía 6 años”.
En el ranchito, su ‘apá’ cantaba alabaos mientras calentaba agua para bañarse y los hijos hacían fiesta alrededor de él. Trabajaba en El Tejar quemando tejas y adoquines, y se quemó la piel. No murió, pero cambió de oficio: empezó a vender chance y recolectar plata de chasas (carros de dulces). Con su carácter reafirmaba la personalidad firme de Socorro y al tiempo ajustaba cuentas a punta de correa: “Entre rosas y azucenas, la negra es la mejor” le decía él.
Sin embargo, “mi recuerdo más doloroso fue ver a mi madre, sentada esperando que mi ‘apá’ llevara la alimentación, con su vestidito rosado y zapatos blancos. Él estaba tomando. Fui a buscar comida por todas partes, le ofrecía a la gente lavar los trastes, sacarle la basura, lo que fuera. Yo tenía 8 años”, dice frunciendo el ceño.
El ángel negro abre caminos
Llegó a la Comuna 13 por un destierro familiar. Después de un día de trabajo, al frente de la casa de sus papás, en la calle, encontró tirados a sus 4 hijos y sus cosas. No hubiera tenido tierra donde empezar sin Rubiela Ospina Hurtado, que Socorro describe como “un ángel negro con pelo liso”. Ella la envió a lo que hoy es el Salón Rojo, en San Javier. Era un tugurio en una invasión.
“Un viejito me dijo muchacha esa es su casa” y la señaló. Le dije: ‘Que Dios lo guarde, me lo proteja’, y él respondió: ‘Sí pero que te proteja a ti, porque ahí es donde vas a vivir vos”. Así describe Socorro el momento en el que vio un techo de tejas tradicionales parado con cuatro palos y unió sus sábanas a sus cobijas creando muros para encerrarse allí con sus hijos. Su nuevo hogar.
Entre trapos, plásticos, todo menos material, montó el fogón de queroseno, que se le dañó y al instante recibió de su marido un palazo en el brazo izquierdo: “¿A dónde vas a cocinar ahora perra hijueputa?”, con el otro sostenía a la niña de 9 años. Hizo malabares tratando de estabilizarse, pero terminó enlodada en las aguas negras que bajaban de la montaña y se le metían formando pantano.
El esposo, papá de sus dos hijos menores, pasaba más tiempo con otras mujeres que en este lugar. De su primer compañero nunca recibió nada más que el susto de que se la llevara el diablo, porque su mamá le enseñó que el cuerpo no es para que lo tocara cualquiera y que lucifer se la llevaría si eso ocurría. Como no tenía forma de ocultarlo, y satanás nunca llegó, decidió contarlo: “Mi ‘apá’ lo iba a matar y sin tener mucho conocimiento de los derechos humanos, le dije: ‘No ‘apá’ es que yo quise ‘, y así evité que lo mataran. Él desapareció, se casó, tuvo hijos y murió la flor, como dicen”, cuenta Socorro.
Puso la primera tela el 15 de diciembre de 1980. Una semana observando el hambre alrededor fue suficiente para que empezara a ser lo que su ‘apá’ le había dicho. No importaba su “ranchito malito”, las ganas de ayudar fueron más fuertes, conseguía comida y ropa para otros.
“Hasta la fecha lo vengo haciendo, no me canso ni me cansaré y estaré con la comunidad hasta que Dios lo permita. En la noche me bañaba y pensaba gracias a Dios por los zapaticos de fulana, por la comida de aquel otro. Aprendí en Comuna 13 que no es por qué sino para qué vine a servirle a la comunidad, a mis amigos y a mis enemigos”, estos últimos quienes la han intentado asesinar varias veces y la metieron a la cárcel. Su filosofía es simple: “Yo no perdono, el que perdona es Dios. Yo ayudo”.
Poder femenino para lo que la autoridad no pudo
Socorro: ¿Amor, cómo es tu nombre?
Lucila: ¿para qué?
Socorro: Para darte el mío. Quiero que me regales comida para la gente.
Lucila: ¿o será para vos también?
Socorro: ¡ah!, también
Lucila: Esta negra me gusta, vení a trabajar conmigo.
Esta fue la primera conversación de lo que en 1983 se convertiría en el Comité Femenino. Primero Lucila Caicedo aceptó que Socorro le limpiara la casa, luego compraban panela y arroz para compartir con todos los que veían con necesidades y, finalmente, se organizaron para darles rancho a quienes no tenían. De la mano de Junta de Acción Comunal gestaron Unidos conformamos la paz, un espacio juvenil que fue permeado por un grupo armado y uno de los jóvenes intentó matar a Socorro. A él lo mataron.
Ayudar se volvía más difícil con el paso del tiempo. En 1996 Medellín era considerada la ciudad más violenta de Colombia con 5.289 asesinatos, según Medicina Legal, una cifra escandalosa. El metro llegó a San Javier, terreno escarpado lleno de invasores, pero al tiempo que la ciudad innovaba, la guerra evolucionaba. Se crearon los Comandos Armados del Pueblo (CAP), que ocuparon especialmente Las Independencias III, también estaban el ELN y las Farc. Estos grupos se volvieron la ley: enfrentaban a los matones, tenían control del tráfico de droga, hacían limpieza social, reclutaban, vacunaban ( extorsionaban) y secuestraban. Por otro lado, el Bloque Metro, de las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá, empezó a gestarse en las partes altas de Altavista y San Antonio de Prado. Un año después buscaría desalojar y eliminar las milicias de la 13.
En medio de este panorama, la alcaldía de Medellín creó un plan de mejoramiento de vivienda y convocó a un taller de asistencia voluntaria. Sorprendentemente asistieron 42 mujeres: “Nos empoderamos, con la asesoría de la doctora Clara Gómez, y conformamos una asociación. Le pusimos un nombre y ejecutamos la tarea. Estábamos listas para crear AMI Asociación de las Mujeres de las Independencias”, cuenta Socorro.
El propósito siempre ha sido claro: trabajar por el liderazgo femenino, la dignidad laboral, la superación de la pobreza, el cuidado del cuerpo de la mujer y la prevención del embarazo adolescente. Además, orientar sobre cuáles son las entidades competentes que pueden ayudar dependiendo de la situación.
“Socorro para mi es una guerrera que brinda cariño inmenso y apoyo, siempre que me ha visto mal ha estado ahí y ha visto a mi madre luchar por mí. Admiro su valentía para enfrentar el mundo y cómo ayuda a la juventud a salir de problemas. Hasta para mis estudios me ha querido ayudar. Socorro fue la primera en aceptar mi identidad de género, incluso antes que mis padres, ya que empecé a hacer el cambio este año”, dice Adrián Carolina Tejada Restrepo, de 27 años, y quien recibe clases de inglés en AMI.
La asociación también es el refugio de la lideresa Mery del Socorro, que disfruta de la música del pianista francés Richard Clayderman y la voz romántica de la argentina María Martha Serra Lima: “Cuando estoy triste vengo a AMI y me quedo. Quisiera tener la energía que tiene Socorro, a las 6 de la mañana se despierta, les hace de comer a los niños y le fascina dar comida porque además sabe que acá hay hambre. Es como una hormiga, a las 11 ya está cansada, duerme 5 minutos y luego va a reuniones, un ajetreo de vida, ¿de dónde saca tanta fuerza?, pienso que trabajar en AMI la mantiene viva”, asegura.
Mujeres en tiempos de guerra
Cuando el conflicto está en la casa, en la calle, en el colegio, en el barrio, espacios como AMI brillan. Pero esa luz a veces no es suficiente, como en 2002, cuando el Poder Ejecutivo emitió el Decreto No. 1837, que declaró un “estado de conmoción interior”, con medidas para el control del orden público. Para retomar el territorio de la Comuna 13 se llevaron a cabo tres operaciones: la Mariscal, en mayo; la Antorcha, en abril; y la Orión, en octubre. Todas dentro de la política de Seguridad Democrática del presidente Álvaro Uribe.
“Las mujeres de AMI somos la voz de muchas que quedaron mudas con tanto atropello en la Comuna 13”, dice Socorro y esa puede ser la razón por la que fueron encarceladas tres lideresas. Mery del Socorro Naranjo, en ese momento presidenta de la Junta de Acción Comunal (JAC) del barrio Las Independencias III, María del Socorro Mosquera, presidenta de la AMI (Asociación de Mujeres de las Independencias) y Ana Teresa Yarce, fiscal de las Juntas de Acción Comunal del barrio. Las acusaron de robo de 800 mercados, concierto para delinquir, terrorismo, muertes, desplazamientos. Un vecino las denunció “por guerrilleras”. Sin pruebas, a los 10 días las dejaron salir.
Ese 12 de noviembre de 2002 era un día para pasar en casa con la familia, pero terminó siendo en el que varios hombres de uniforme tocaron la puerta de sus casas, las llevaron a la casa Orión, a la Sijín y al F2 , para terminar en celdas pequeñas del Buen Pastor.
“La entrada al Buen Pastor fue mortal. Me acuerdo y lloro de cómo se convive allí, cómo dormí. No, no dormí pensando en mis hijos, mis nietos y hermanos. Vulneraron muchos derechos: a mi libertad, a estar con mis hijos, a compartir, a mi recreación, qué dolor”, recuerda Socorro.
La Ruta Pacífica de las Mujeres estaba afuera, todas de negro. Era un plantón. Adentro, estaban encerradas con llave, separadas, y alcanzaban a escuchar los tiros de una comuna que se hacía pólvora en las noches. En ese frío, donde habían perdido su libertad, solo pensaban en sus familias.
Su detención fue ilegal y se demostró que hacía parte de una persecución. Volvieron a la comuna para encontrar una sentencia de muerte. Huyeron. Luz Dary Ospina, otra lideresa de AMI, ya se había ido con su esposo y sus tres hijos, los paramilitares dejaron en escombros su casa. Mery se escondió en el convento de la Madre Laura, mientras que Socorro y Teresa dejaron el barrio por un tiempo. Ana Teresa Yarce no pudo salvarse de las amenazas y fue asesinada el 6 de octubre de 2004, frente a su hija.
El miedo logró que algunas mujeres tomaran la decisión de alejarse de AMI y el estigma parecía haber ganado un terreno irrecuperable, hasta que un Grupo Interdisciplinario de Derechos Humanos, a la cabeza de la abogada María Victoria Fallón, decidió apoyarlas y comenzar tres procesos en Washington: la detención ilegal de Mery Naranjo, Socorro Mosquera y Teresa Yarce, así como su desplazamiento junto a Luz Dary Ospina; el asesinato de Teresa, y el caso de Myriam Rúa, otra líder que tuvo que escapar.
Los tres se unificaron con el nombre: ‘Ana Teresa Yarce y otras 12.595’. De esta manera se evidenció la persecución sistemática a mujeres líderes en la comuna. En 2016 la Corte Interamericana de Derechos Humanos condenó al Estado Colombiano como responsable de los abusos contra estas mujeres. AMI sigue siendo luz y trabajando en la comuna.
“La indemnización no fue justa para lo que perdimos. A mi casa entraron y se llevaron todo, nadie respondió, pero eso marcó a mis hijos. Perdimos la libertad y eso no tuvo precio. Es preferible estar muerto que en la cárcel, se vulneraron todos nuestros derechos en un cuartico con candado. Yo, con dos niños, de 12 y 13 años, perseguidos por la Policía y los paras, que les decía que eran guerrilleros y que los acusaban de guardar armas, cosa que no era verdad”, dice Socorro.
Ella hoy no cree en la autoridad ni en el Estado, solo en la justicia divina. Vivirá lo que se le permita para hacer bien a la sociedad. Si lo hace mal, se lo deja a Dios. No quiere volver a perder un hijo, ya fueron dos los que las balas se llevaron, y a un nieto de 14 años.
Ha visto cómo los hogares lloraban por sus muertos, vive entre fronteras invisibles, ha sentido el desplazamiento. Hace años dejó hasta el Chamberlain, una mezcla típica para emborrachar con alcohol antiséptico, Coca Cola, esencia de vainilla y lecherita. Hoy quiere darle un buen testimonio a ese nieto que, a los 2 años, la mira con sus grandes ojos azules y le muestra que cada paso valiente e ingenuo ha valido la pena.
Afuera está una comuna que se mueve y que esconde, en la que muchas mujeres, y también hombres, están esperando conocer a Socorro con la esperanza de agradecerle algún día, porque como ella dice: “Las mujeres tenemos que hablar el mismo lenguaje, ser muy sororas, cuidarnos una a la otra para que no se repita lo que nos ha pasado, sin la voz de la mujer, la verdad no está completa”.