Vamos a hacer un pequeño viaje en el tiempo. Corría el año 2009 y yo tenía 14 años. Era una mañana, si mal no recuerdo del mes de septiembre, con un clima extrañamente agradable, justo cuando la primavera comienza a mostrar sus primeras señales de vida en este lado del mundo, la pequeña aldea de Asunción.
En eso entró a la clase mi profe de Biología y Ciencias Naturales. Su tez morena se veía realzada por el tono rojo intenso con el que había decidido teñir su cabellera que le llegaba hasta la cintura: La icónica profe Edith. Ella entró a la clase con una expresión diferente esa mañana. Cargaba con sus manos una radio de las clases de inglés.
¿Qué podía hacernos escuchar una profe de Biología? ¿En rap del ciclo de krebs?
Por aquella etapa del año, estábamos repasando conceptos incómodos para adolescentes que crecieron en el país más conversador de la región: todo lo referente a la sexualidad. Las palabras “Pene”, “Vagina”, “Semen”, “Anticonceptivos” y “Preservativos” provocaban risas nerviosas y rostros sonrojados.
Las mentes corrían a mil por hora, con la incógnita de qué sería la lección que nos deparaba. Edith colocó cada una de sus pertenencias en el escritorio, se acomodó el pelo en una coleta, llamó la lista de asistencia y ordenó que abriéramos los libros en la página 86.
Ahí estaba. El tema del momento, escrito en negritas y dándonos un cordial saludo: la menstruación.
No era la primera vez que leíamos sobre ella. Pero mencionarla era algo prohibido, mal visto. En Paraguay, cuando las personas menstruantes estamos en la etapa del sangrado, se utiliza una expresión horrible para decir lo que estamos atravesando: “Estoy enferma”.
La sangre menstrual tiene una carga negativa en nuestra sociedad. Se entiende como una “enfermedad”, como “algo sucio”, como algo sobre “lo que no hay que conversar”. Y en la adolescencia esto es aún más cruel.
A quien la regla le llegaba de imprevisto podía venirsele encima una avalancha de burlas, que duraban hasta el timbre de salida del colegio. Si tenías la suerte de no haberte manchado, podías pedir a alguna amiga una toallita, pero esta se pasaba de mano en mano, escondiéndose de las vistas ajenas, como si de drogas ilícitas se tratara.
Y, además, venía con ese incómodo discurso pseudo romántico de que ya no eras una “nena”, sino que te convertirías en una “mujer”. La profe Edith era una fiel seguidora de esta línea de pensamiento.
Se aclaró la garganta y dio una pequeña introducción de lo que íbamos a desarrollar en los siguientes encuentros. Y no tardó en llegar al punto que francamente todxs estábamos esperando: la romantización de la menstruación, el indicativo de que nosotrxs habíamos nacido para “crear vida”.
Para “romper hielo”, dijo, nos compartiría una breve canción que hablaba del tema. Tomó un CD de su bolsa, conectó la radio y entonces ocurrió:
De vez en mes te haces artista
Dejando un cuadro impresionista
Debajo del edredón
Escuchar la voz de Arjona fue lo primero que nos llamó la atención. No entendíamos muy bien que estaba pasando, pero si sentí que el sentimiento extremo de incomodidad era mutuo. Con mis amigas nos miramos intentando comprender qué pasaba. (Hoy, sumo a esa inconformidad el hecho de que de impresionismo no tiene nada, más bien, sería expresionismo, pero bueno, fuerza Ricky)
De vez en mes con tu acuarela
Pintas jirones de ciruelas
Que van a dar hasta el colchón
De vez en mes un detergente
Se roba el arte intermitente
De tu vientre y su creación
La profe Edith lloraba en silencio, cerraba los ojos, nos decía que comprendieramos “la profundidad de este mensaje” y yo,un poco escéptica, pensaba que nada de lindo tenía el hecho de tener que lavar tus sábanas a las 6:00 de la mañana porque, teniendo 14 y siendo irregular, el periodo me llegaba en cualquier momento.
De vez en mes
Una cigüeña se suicida
Y ahí estás tú tan deprimida
Buscándole una explicación
¡WOOOOOW! Esperen un momento. No me deprime no tener unx hijx con catorce años, ni con quince, dieciséis, diecisiete, dieciocho ni siquiera con veintiséis. ¿Se suicida quién? ¿Mi endometrio que está siendo desechado y me genera cólicos porque un óvulo no fue fecundado?
Ya en este punto el cringe era de otro nivel. Veía a mis compañeros varones contener la risa para evitar el aplazo en el próximo parcial, mientras que mis compañeras tenían la misma expresión de confusión que yo e intentaban disociar de la realidad dibujando o enviando mensajes SMS con el teléfono escondido.
Yo aún no me consideraba feminista, es más, estoy segura que ni siquiera conocía la palabra. Pero digamos que aquella que habitaba en mi subconsciente se emputó con dos versos de la espantosa canción:
De vez en mes soy invisible
Para intentar en lo posible
No promover tu mal humor
De vez en mes
A ti te da por tomar siestas
A tus hormonas por las fiestas
Y el culpable siempre yo
Terminó la sesión de tortura. La profe Edith se recompuso y comenzó a dibujar en la pizarra todo el proceso del ciclo menstrual, con cada una de sus etapas. Pero yo seguía enojada.
Seguía enojada porque un varón cis, hizo una canción de un proceso por el cual nunca atravesó. Y si bien me consta que hay mujeres que no menstrúan y hombres que si lo hacen, sabemos que este no es el caso.
Estaba enojada porque, de alguna manera, lo que me decían que me esperaba en la adultez y a lo que yo tenía que apuntar era a que “la cigüeña no se suicide” y que lo que nos ocurría era algo maravilloso. Pero a la vez, el colegio no contaba con toallitas o tampones en los baños para cuando ocurría la llegada imprevista del sangrado.
Me enojé porque yo misma llegué a desmayarme del dolor por dismenorrea y lo único que insinuaron los profesores es que probablemente “no estaba comiendo”.
Los hombres a mi alrededor (compañeros de clase, amigos, novios) desconocían por completo lo significaba estar sangrando. Preferían ignorarte, hacerte de menos, decirte que no era para tanto. O bien, cuando eran genuinamente pelotudos (con el perdón de la palabra) y vos osabas reclamarles algo, te decían “Ay, como se nota que ya te va a venir”. Entonces todos nuestros reclamos eran invalidados por el simple hecho de que “estábamos hormonales”.
Mi sistema educativo creía que hacerme escuchar una canción donde hablan de que mi sangre es arte era lo que yo necesitaba. Pero no. No necesitábamos eso.
Nosotras necesitábamos entender cómo funcionaba, cómo podíamos planificar el tener (o no) hijxs, lo que le hacen las pastillas anticonceptivas, que existen anomalías a las que estar alertas como la amenorrea, dismenorrea, hipermenorrea, endometriosis y el Síndrome Premenstrual. Necesitábamos que los hombres cis y hetero que estaban en esa clase comprendieran y fueran también participes de ese proceso de aprendizaje, y no que en los exámenes se les tuviera consideración con los puntos porque “bueno, se entiende, es algo que ellos no pasan”.
Necesitábamos información certera, proporcionada desde el enfoque de la educación integral de la sexualidad. Leer libros, ver películas, hacernos preguntas entre pares y que existan adultxs que nos las respondieran.
Si realmente pudiera viajar en el tiempo, entraría a esa clase, apagaría la radio y diría “Che profe, Arjona no da”.