Mónica Ojeda nació en Guayaquil, Ecuador, en 1988 y migró en 2017. Ha escrito las novelas La desfiguración de Silva (2014), Nefando (2016), Mandíbula (2018), los poemarios El ciclo de las piedras (2015) e Historia de la leche (2020) y el libro de cuentos Las voladoras (2021). Hace parte de la nueva generación de autoras latinoamericanas que disputa y ocupa espacios y géneros literarios históricamente negados a las mujeres, para revolcarlos y resignificarlos desde otro abordaje, hibridando y empujando sus límites. Ojeda escarba en violencias, contradicciones y horrores familiares que resultan perturbadoramente cercanos y tangibles, y en personajes incómodos que dialogan con el miedo y el morbo en un idioma también conocido, ese gótico andino que alguien con tanta precisión le adjudicó; ese mismo idioma que entendemos y hablamos las abuelas, tías, madres e hijas de la cordillera y nos recuerda que en los miedos más grandes hay asombro, maravilla y reside toda nuestra humanidad.
Conversamos con Mónica sobre su trabajo, sus miedos, la ficción y el buen momento que atraviesa la literatura hecha por autoras latinoamericanas, que no es un fenómeno nuevo, que recoge el legado de muchas que escribieron antes, pero que hoy recibe una atención particular y creciente, tal vez porque cala profundamente en las conversaciones sociales, culturales y feministas que nos atraviesan el cuerpo, la vida. Porque en la medida en que autoras como ella logran escarbar en emociones y en situaciones que no son las ideales ni las esperadas, nos sacan de esos lugares comunes a donde siempre se relegó la escritura femenina cuando la belleza, lo violento y también lo incómodo y lo grotesco estuvo reservado a lo masculino.
Hablemos de todas esas emociones que movilizan tu escritura, que no son necesariamente las emociones bonitas, las deseables, las que la gente quiere sentir pero al final parece que sí que queremos leer, y del trámite de esas emociones.
Mónica: Yo sé que hay gente que prefiere justamente no leer literatura, que escarba en el fondo de la tierra con este tipo de temas, y lo puedo entender, no es algo que me parezca que esté mal en absoluto. Sé que tiene que ver con un tipo de personalidades y por lo tanto sé que las personas que nos leen a nosotras tienen algo en común, intrínseco con nosotras, que tiene que ver con ese deseo de pensar en el miedo, de saber que somos seres que estamos atravesados por el miedo, específicamente las mujeres, además por miedos muy específicos, y que, de alguna manera, en lugar de querer evadir el miedo, son personas que tienen un interés por pensarlo para sosegarlo a través del pensamiento. A mí por ejemplo, me da muchísimo más miedo todo aquello que no puedo pensar. Eso me paraliza. El no poder pensar algo que me asusta, me paraliza, me deja en un lugar en donde no tengo posibilidad de hacer nada. Pero si hay algo que temo y que puedo pensarlo a través de la escritura, que me puedo sentar y lo puedo meditar, no es que el miedo desaparece, es simplemente que deja de tener control sobre mí. En ese sentido tiene una fuerza y una potencialidad muy grande. Entonces creo que la gente que nos lee también es gente que en lugar de querer evadir el miedo, le gusta mirarlo de frente con todas las consecuencias que eso acarrea, porque sabe que al final de esa línea difícil de transitar hay un lugar luminoso. Porque el transitar el miedo no es con el fin de quedarte en la oscuridad y en el horror, es con el fin de atravesar los muros para encontrar la lámpara o la o la llamita de fuego que te ilumine un poco eso, y no lo vas a poder hacer si siempre mantienes la oscuridad ahí, si no entras en ella, hay que entrar en la oscuridad a veces para ganar un conocimiento. Entonces yo creo que las mujeres ahora que trabajan con el miedo, trabajan con la violencia, que trabajan con lo grotesco, como tú decías, lo hacen desde ese lugar de preguntarse por lo desconocido y tratar de pensar en ello sin miedo. En realidad, paradójicamente, tocar el miedo para dejar de sentir el miedo.
¿Entonces podríamos decir que, para las lectoras, atravesar estos miedos puede ser un camino liberador, un puente o un proceso hacia la libertad? ¿Hay libertad al confrontar y comprender esas emociones?
Mónica: Totalmente. Porque en realidad la literatura no es la que te trae los miedos. Los miedos ya los vivimos todos los días nosotros en nuestras vidas diarias. La literatura te lo puede poner en una situación ajena, que parezca que no tiene nada que ver contigo. Por ejemplo, cuando pensamos en las películas de terror y pensamos en esas películas de terror que se desarrollan dentro de casas en donde hay algún fantasma, todo eso es metáfora de violencias intrafamiliares, muchas veces sucede que el horror ocurre en tu habitación y no afuera en la calle como te dicen que es que tiene que ocurrir. Entonces, si piensas en el horror como en realidad algo que te habla, quizás metafóricamente, a veces con fantasmas, a veces con espectros, a veces con determinadas cosas, de cosas que en realidad te pasan a ti todos los días, si entendemos que todos nosotros somos personas atravesadas por el miedo y que nuestros miedos son diversos e infinitos, entiendes que cuando te acercas a la literatura que trabaja con esos temas, no es que la literatura te traiga el miedo, es que te hace pensar en algo que tú ya vives. Tú ya tienes eso contigo. Si no lo tuvieras no te daría miedo nada de lo que leerías. Te da miedo porque te remite a cosas que en realidad te pasan. Y cuando tú decides leer literatura que trabaja eso, o sea, esa parte de la agencia de los lectores de decir voy a leer esto, lo que hacen es decir, quiero darle un espacio de sensibilidad y de pensamiento a algo que me atraviesa y lo quiero hacer. Les quiero dedicar este espacio para hacerlo. Entonces sí creo que es un lugar de sosiego del miedo, porque siempre cuando tú decides encarar algo o pensar algo que te afecta, es un lugar en donde te sensibiliza, es de una manera positiva, nunca de una manera negativa. Te sensibilizas y adquieres un poco de control, no un control total, pero un poco de control para nombrar aquello que antes era innombrable. Y nombrar lo innombrable es súper importante a nivel psíquico, muy importante. Eso me parece muy importante de la literatura que trabaja este tipo de temas.
Hablemos de la ficción como herramienta para llegar a esos puntos y para lograr esos resultados. ¿Qué tan libre y qué tan limitante llega a ser la ficción para ti?, porque al final termina siendo muy verosímil y ahí creo que tiene que haber unos parámetros.
Mónica: Yo creo que es un espacio de absoluta libertad. Hay una frase que a mí me parece muy elocuente sobre esto: toda verdad tiene estructura de ficción. Cuando hablamos de la ficción, en realidad estamos hablando de cosas que no tienen relación con hechos reales, no de cosas que no sean verdaderas. La ficción es verdadera en un sentido emocional. A lo mejor yo hago un cuento en donde la protagonista se llama Laura y su papá murió cuando tenía seis años y a lo mejor Laura no existe y es una mentira en cuanto a los hechos. Pero ¿a cuántas personas no se le ha muerto su papá cuando eran jóvenes?. Por lo tanto, es verdadero lo que estoy hablando. Entonces la ficción es verdadera y la buena ficción es aquella que es capaz de volverse increíblemente verdadera a través de lo que cuento, y tú lo lees y dices vale, esto es ficción, pero ¿por qué me está haciendo llorar? ¿Por qué me está trastocando todo? Porque te está diciendo una verdad fundamental de ti, de lo que sientes dentro de tu contexto. Por eso yo no pondría a la ficción como algo igual a mentir. No es igual. Creo que la ficción, la buena ficción, siempre te dice la verdad.
Y construye realidades. Tiene la posibilidad de construir situaciones y destruir un relato de normalidad y construir una nueva normalidad o disputar por lo menos el sentido de las normalidades, que es creo mucho de lo que pasa en tus cuentos.
Mónica: Claro, por supuesto, la literatura construye imaginarios, la ficción es capaz de construir imaginarios, pero creo que, sobre todo, lo que hace la ficción es rasgar el velo de malla. Es como si de repente pone en crisis, en un buen sentido de la palabra crisis, pone en crisis los relatos hegemónicos que tenemos sobre nuestras vidas y sobre las vidas en nuestras sociedades. Entonces, al ponerlos en crisis te hace preguntarte por ellos y por lo tanto te da la posibilidad de liberarte de determinadas ataduras discursivas. Es en ese sentido, cuando tú hablabas de la libertad que uno tiene al escribir, sí, pero también al leer, es totalmente cierto, la lectura libera, libera porque te hace pensar y solamente te puedes liberar a través del pensamiento. No hay otra forma. Y solamente a través de la emoción y el pensamiento es emotivo, siempre.
El morbo siempre ha sido algo velado, vetado, negativo y sobre todo muy restringido para las mujeres pero en tus historias está presente, hace parte de las sensaciones que exploras, y al leerte, de alguna forma, nos permitirnos también atravesarlo y dejarlo que nos atraviese. ¿Crees que estamos viviendo una reivindicación del morbo?
Mónica: Si, total, en ese sentido soy muy poco elegante. Creo que me interesa mucho más el morbo que la elegancia. El morbo es una emoción como cualquier otra, como el miedo, como el deseo, como el amor, y es una emoción que tenemos todos los seres humanos cuando nos sentimos atraídos hacia aquellas cosas que son horribles, eso que nos atrae de lo horrible dice algo muy profundo también de nuestros miedos más atávicos. Tiene que ver, por ejemplo, con el hecho de que ralentices el coche porque hay un accidente de tránsito y a veces quieres ver si ves un cuerpo. Si nos quedamos en la superficialidad del morbo de es nada más por ver un cuerpo, no decimos nada porque eso no es la realidad. La realidad por la cual tú realmente ralentizas y quieres ver un cuerpo es porque es lo más cerca de la muerte que vas a estar, no estando muerto. Y ahí hay una pregunta en torno a la muerte. Tenemos curiosidad por la muerte, porque sabemos que nos vamos a morir, pero a la vez nos da mucho miedo, a la vez queremos cerrar los ojos pero a la vez abrir un poquito el párpado. Entonces eso de allí es algo que tiene cabida en la literatura, porque la literatura justamente lo que hace es pensar las zonas más difíciles de la experiencia humana. Y qué más difícil de la experiencia humana que esa experiencia contradictoria de sentirte atraído por aquello que te da miedo, por aquello que te repugna, pero a la vez que te repugne y te dé miedo. ¿Cómo algo que te repugna y te da miedo te atrae tanto? Pues ¿dónde más lo vas a pensar si no es en el arte? Yo creo que la literatura tiene que darle espacio a todo, incluso al morbo, con lo conflictivo, con lo difícil que pueda llegar a ser. Y en ese sentido me interesa, como te dije antes, más que la elegancia, porque de la elegancia no hay mucho que decir. Pero del morbo sí hay mucho que decir.
Y también, al final, la elegancia se vuelve un mandato más…
Mónica: Un mandato estético también. Un mandato estético de qué es lo que tienes que hacer, cómo te tienes que comportar, cómo tienes que escribir, cómo tienes que pensar. Y también es algo contrario a lo a lo que estábamos hablando antes, que estamos hablando de lo liberador, pues todos estos mandatos son lo contrario, es el prohibitivismo, es el aquí no mires así no se hace arte, aquí no se escribe así. Todos aquellos noes que más bien hay que tratar de repensar desde otro lugar.
Y quizás por eso esta audiencia se siente recogida y tan atraída y encuentra un refugio para esas concesiones que están socialmente prohibidas, ¿no?. Para esos miedos. Hablemos de los tuyos ¿Cuál es tu mayor miedo? ¿Qué es lo que a ti te aterra? ¿Qué es lo que te aterroriza?
Mónica: A mí lo que más me da miedo es estar en relaciones en donde se pueda desarrollar algún tipo de violencia, no solamente por parte de de las personas con las que me relaciono hacia mí, sino también me da miedo ser violenta con las personas que quiero. Eso me da mucho miedo. Me da mucho miedo el punto ciego que tenemos todos los seres humanos cuando amamos a alguien o cuando los otros, en donde no nos damos cuenta a veces de la capacidad de crueldad que tenemos cuando alguien está vulnerable ante nosotros. Me da el mismo miedo que me hagan daño que hacer daño. Eso es lo que más miedo me da y por eso yo creo que mi literatura trabaja mucho sobre relaciones pasionales entre personas que se quieren, hermanas, parejas, a veces relaciones familiares más que heteronormativas o relaciones lésbicas como en “Mandíbula”. Creo que voy ahí siempre, porque creo que en el amor hay como una distancia mínima entre el abrazo y el golpe a veces. Me parece algo perturbador, pero es cierto. A veces queremos poseer lo que amamos de una manera destructiva. Por eso me gusta cuando Simone Weil dice en su libro sobre la amistad que la amistad es amar la distancia entre el otro y tú; amar esa distancia es todo lo contrario a querer poseer.
Para terminar, cuáles son esas autoras que te conmueven a ti y recomendarías a nuestras lectoras.
Mónica: Pues mira, están María Fernanda Ampuero y Natalia García Freire, que son amigas mías, pero también, además, es que admiro muchísimo su escritura. De Natalia me gusta especialmente “Trajiste contigo el viento” y de María Fernanda me gusta especialmente su libro de cuentos “Sacrificios Humanos”. Esos son los que más me gustan de ellas, pero me gusta todo su trabajo en general. Y pensando en otras contemporáneas que no son de Ecuador, me gusta mucho Fernanda Melchor, Marina Closs en Argentina, Liliana Colanzi, por supuesto, María Negroni. Samanta Schweblin y María Enrique, su trabajo es tan increíble. Fernanda Trías es una autora que también me gusta bastante.
En realidad se están haciendo muchas cosas muy interesantes, es que es un lujo, la verdad, poder estar en este tiempo donde hay tanta gente produciendo, escribiendo cosas tan increíbles. La verdad es que sí me siento privilegiada en ese sentido.