Por Paulina Trejo

Los feminismos llevan décadas delineando las múltiples violencias que se viven dentro y fuera del entorno familiar y que están arraigadas en nuestras sociedades. Entre esas violencias están los estereotipos de género, que tienen una influencia enorme en los imaginarios y deseos que se construyen alrededor de lo que significa ser mujer y ser madre. Por eso, una de las batallas más relevantes del feminismo es lograr que la maternidad sea una elección y no una imposición.
Hablar de maternidad desde una perspectiva feminista ha implicado hacer visible el trabajo de los cuidados, ese que no es remunerado cuando lo hacen las mujeres de la familia y que, sin embargo, sostiene la vida. También ha implicado desmenuzar las relaciones de poder y subordinación dentro del entorno familiar en sociedades patriarcales en donde existen desigualdades y violencia de género. El cuidado a la vida no es valorado bajo sistemas de opresión como el patriarcado-capitalismo-racismo, que destruye la vida cosificando-explotando la naturaleza y lxs cuerpxs, y por eso debemos entender que el cuidado no solo es trabajo, sino que también es la creación de relaciones que nutren y sostienen.
Eso hizo la antropóloga feminista mexicana Marcela Lagarde en su trabajo sobre la autoestima de las mujeres escrito hace veinte años. Allí señala cómo “el cuerpo-para otros” ha definido de manera dominante la identidad de las mujeres. Esto significa que el ser mujer, bajo el sistema patriarcal, va con servir-dar-cuidar al otrx y que los cuerpos de las mujeres suelen estar siempre al servicio de alguien y algo más. Pero estos análisis y críticas, tan necesarios desde el feminismo mainstream, han tenido un efecto imprevisible: la devaluación de la maternidad y de quienes la ejercen.
Entonces, ¿qué implica esto para nuestras relaciones con quienes eligen ser madres? ¿Cómo podemos explorar el tema de la maternidad sin poner en riesgo nuestra posibilidad de establecer vínculos afectivos solidarios, feministas y de amistad con quienes viven la maternidad? Invito a que decolonicemos la mirada, esta vez en relación con la maternidad, para forjar feminismos incluyentes de las experiencias de otres, sin reducir ni exaltar la maternidad, simplemente abriendo espacio para cuestionarnos: ¿cómo podemos sostener, desde nuestro feminismo, a quienes eligen ser madres? ¿Estamos reproduciendo una “percepción arrogante” cuando pensamos en la maternidad?
La filósofa feminista María Lugones habla de “la percepción arrogante” como aquella que nos impide amar al otre, que nos impide identificarnos con la otra y viajar a su mundo, la que nos hace deshumanizar a les demás. Según Lugones, las personas podemos tanto ser víctimas de la percepción arrogante como ser quienes la ejercemos. En ese sentido, sólo desde una supuesta superioridad se puede mirar de forma arrogante a alguien más, y esto puede resultar en opresiones y relaciones de poder dañinas, incluso desde el feminismo. Tenemos que cuidar que nuestro activismo no sea limitante, y limitado, en su entendimiento/acercamiento a la maternidad.
¿Cómo podemos entonces mirar la maternidad, y las relaciones que tenemos con nuestras madres, sin ejercer una mirada feminista dominante? Para amar y forjar relaciones fuera de las lógicas de opresión, hay que entender la maternidad como algo más que “un cuerpo-para otros”. Debemos viajar a los mundos de quienes ejercen la maternidad y entenderles como sujetxs completxs, complejxs, con agencia. Sobre esto Lugones compartió lo siguiente: “No era posible para mí amar a mi madre mientras mantuviese la creencia de que está bien que tanto otros como yo la percibamos de forma arrogante. Para amar a mi madre era necesario verla con sus propios ojos, que yo viaje al ‘mundo’ de mi madre para que nos vea como estamos construidas en su mundo, que sea testigo de su propia autopercepción desde su mundo”.
La reflexión de Lugones nos invita a cuestionar nuestra propia percepción de la maternidad, y de quienes son madres, desde un feminismo que busque crear realidades más justas. Hacer espacio para escuchar las experiencias y retos a los que se enfrentan las madres en sociedades en donde la maternidad se idealiza, minimiza o ignora. Este tema también nos debería convocar a quienes no hemos tenido un embarazo ni somos madres, pues no estamos exentes de reproducir “la percepción arrogante”. Lugones nos recuerda que hay que “aprender a querernos entre nosotres por medio de aprender a viajar a los mundos que cada una habitamos”.
Naturalmente, existen distintos significados y formas de vivir una maternidad. Sin embargo, la socióloga y periodista feminista Esther Vivas nos recuerda que el capitalismo y patriarcado imponen estereotipos e ideas “clasemedieras” que reducen la experiencia de las madres a una de dos cosas: “la superwoman o el ángel del hogar”. Hay entonces una dicotomía caracterizada por la tensión entre lo moderno y lo tradicional, la necesidad de ser “seres-para los otros” versus la necesidad de ser “seres-para sí”.
Ese segundo estilo de “mujer moderna” ha estado presente, de forma muy problemática, en el feminismo blanco-occidental-colonial como un ideal universal que nos invitan a alcanzar. Bajo esa narrativa de “liberar mujeres”, por ejemplo, han apoyado intervenciones militares en múltiples regiones con una percepción arrogante intervencionista que es violenta porque impone formas y significados. Por eso es importante preguntarnos si hay otras maneras de vivir la maternidad que no sean las forjadas por mujeres occidentalizadas, blancas y de clase media. ¿Cuáles son las experiencias, disidencias y resistencias que no hemos tomado en cuenta desde nuestros feminismos?
Algunos ejemplos, desde la periferia en occidente, se pueden encontrar en las entrevistas del libro “Maternidades subversivas” de la feminista María Llopis. Allí se documentan maternidades que van desde feminismos “pro-sex y pornografía”, crianza compartida y lactancia compartida, hasta la maternidad “transhackfeminista” que se define como una maternidad “subversiva, sexual y combativa”. Es un libro en donde también se habla de intersexualidad, crianza queer y racialización, que nos invita a cuestionar las ideas dominantes que tenemos sobre la maternidad y la crianza. Esto es necesario para entender que existen una diversidad de experiencias y que los universalismos se quedan cortos ante la realidad plural de la maternidad.
También es importante resaltar que la maternidad no es una experiencia exclusiva de las mujeres cisgénero de clase media. No podemos asumir que la maternidad implica lo mismo para ellas, que para las comunidades que han sufrido políticas de exterminio como la esterilización forzada, por ejemplo, o para quienes han vivido la resistencia histórica ante la deshumanización impuesta por la colonización y genocidio. Incluso hay comunidades en donde la dicotomía “moderna/tradicional” no existe, porque no refleja su autopercepción, realidad o sus ideales. Es por eso que Lugones nos recuerda que entendernos implica una dependencia mutua que nos vuelve visibles y nos da sentido. Que ese “viajar entre mundxs”, yo a al tuyo y tú al mío, es lo que nos permite “ser a través del amor”. Que debemos cambiar la “percepción arrogante” por “la percepción amorosa” para empezar a soñar con sociedades en donde el cuidado esté en el centro de las comunidades, como una práctica política feminista, recíproca y colectiva, que no pertenece a un género en específico. Sociedades que inviten a que las maternidades sean libres y plurales.
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