mayo 27, 2023

Lactancia materna obligatoria: fórmula para la ansiedad

Las personas gestantes se enfrentan a expectativas, miedos e imaginarios que les quitan agencia sobre sus cuerpos y sus decisiones sobre cómo maternar. Esta es la reflexión de una madre que se enfrentó a la imposición de la lactancia materna obligatoria.

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Ilustración de Lina Rojas

Acaba de nacer mi bebé. Se pega a mi teta día y noche. Tomo caldo, agua, electrolitos, como y duermo lo que puedo. El bebé succiona con fuerza y llora con fuerza. En el primer control pediátrico va bien. Ha bajado un poco de peso, pero dentro del rango normal. Luego de ver en su segundo control pediátrico, a los 11 días de nacido, que algo no va bien y ver su piel más arrugadita que de costumbre, encontramos que pesa un 30% menos que al nacer. La pediatra no me hace hospitalizarlo porque no está enfermo, pero tenemos que empezar a darle fórmula y a hacer canguro para que recupere su peso. 

El bebé se recupera bien. Lo sigo lactando hasta el quinto mes, con las gotas que produzco a punta de extractor, de pegármelo en cada toma, de pastillas galactogogas y tés que me recomiendan y con los cuales solo produzco una onza al día. Me sumerjo en la culpa de ser una “mala madre”: ¿Por qué me sale tan poquita leche? ¿Por qué escuché las voces que imponen la lactancia materna exclusiva como único camino posible? ¿Por qué no escuché mi instinto y las historias de mi familia de una mamá y una abuela que no producían suficiente leche para alimentar a sus bebés? ¿Por qué no complementé con fórmula a mi recién nacido? 

Los derechos a decidir si queremos o no tener bebés, el número de bebés y el tiempo en el cual queremos tenerles hacen parte de nuestros derechos reproductivos, que están consagrados en los instrumentos del derecho internacional de los derechos humanos. A nivel nacional, los derechos reproductivos también han sido reconocidos, aunque sabemos que el recorrido para su efectiva implementación todavía es largo. De hecho, la sentencia C–055 de 2022 de la Corte Constitucional amplió la despenalización del aborto en Colombia hasta la semana 24 sin necesidad de las causales previamente despenalizadas por la sentencia C–355 de 2006. Pese a los grandes avances legales y médicos en la materia, los derechos que tenemos a decidir sobre nuestros cuerpos se ven seriamente limitados en el momento en el cual el/la bebé nace, y la sociedad entera genera unas imposiciones que no dan espacio a nuestra autonomía al maternar. La lactancia es una de ellas. 

Empecemos por el principio. Una vez la culpa fue bajando y mi bebé comenzó a ganar el peso requerido, me puse a pensar en la respuesta a las preguntas sobre la lactancia materna exclusiva como única salida. Desde los cursos de preparación para el parto y el postparto inició un proceso de adoctrinamiento sobre esta obligación. Tanto el curso de la medicina prepagada que tengo el privilegio de tener, como el curso “hippie” con parteras empezaron a hablar de la lactancia materna exclusiva. La conversación no giraba solo alrededor de sus beneficios, que son innegables, sino, sobre todo, alrededor del miedo: que, si no lactas a tu bebé se daña el vínculo para siempre, que la lactancia materna exclusiva es la base fundamental del amor y sin ella nunca vas a conectarte con tu bebé, que el bebé va a estar enfermo si lo alimentas con fórmula, que será obeso, que tendrá alergias, que no se desarrollará “normalmente”. 

Me mentalicé para la lactancia materna exclusiva y compré extractor, bolsas para el banco de leche, cojín para amamantar y cuanta parafernalia requería, estuve con una renombrada asesora de lactancia. En fin, en mi caso, como en el de muchas otras mujeres y personas gestantes, empieza un nivel de ansiedad que desde el embarazo limita nuestra autonomía para maternar. Me pregunto si toda esta ansiedad no repercute en el bebé. Ese definitivamente es un estudio que debería realizarse. 

Una vez el bebé nace recibimos una tonelada de información en la misma línea. El paquete de nacimiento que me dieron en la clínica traía dos folletos sobre lactancia materna exclusiva. Ninguno de los dos mencionaba siquiera la fórmula como una opción. No explicaban que pasa si necesitamos complementar al bebé: cómo se hace un tetero, cuál es la medida de leche de acuerdo con la edad, cuáles son los signos para identificar si el bebé no está consumiendo suficiente leche materna. Ese primer día me mandaron una asesora de lactancia que hasta me pellizcó los pezones sin compasión alguna. Mientras tanto, las enfermeras tampoco me brindaron esta información. Ese primer momento está diseñado para que la lactancia materna exclusiva sea la única opción. Es decir, no tenemos cómo decidir, porque la fórmula está fuera de la ecuación. 

Luego empieza la culpabilización y el regaño. Una vez mi bebé empezó lactancia mixta, empecé a tener contacto con enfermeras, parteras y un sistema médico que inició su campaña por culpabilizarme. Lo primero que pasó fue que mi asesora de lactancia publicó mi caso sin mi consentimiento por redes sociales y me trató como una madre irresponsable, pese a mi dolor infinito y a que había realizado seguimiento con la pediatra, incluso más veces de las recomendadas. La enfermera de mi bebé me decía que no me salía leche porque yo estaba mentalizada para que fuera así. Luego fui donde una segunda pediatra que me increpó sobre si había intentado lactar a toda hora y en cada toma, argumentando que la leche materna era la única opción para mi bebé, que estaba en perfecto estado de salud. Después una alergóloga pediátrica que vio a mi bebé sin una sola alergia, me dijo que era una lástima que solo lo hubiera lactado hasta los cinco meses, que “qué pesar” de mi bebé. Así también me lo hicieron saber las parteras hippies. Todas implicaban que no era que no me saliera suficiente leche, sino que yo no había hecho lo posible para lactar, según ellas, la única manera de sacar adelante a un bebé sano y amado.    

Esto no solo me ha pasado a mí. Recuerdo estar en un chat del curso de las parteras “hippies” en que el que satanizaban la fórmula. Un grupo de mamás, cansadas de este discurso, explicaron el martirio por el que habían pasado para lactar, la cantidad de asesoras de lactancia que habían pagado, las veces que les habían dicho que sus pezones sangrantes eran normales, el estar conectadas día y noche a extractores eléctricos o presionando con sus manos los extractores manuales, la mastitis, el llanto de sus bebés, y cómo la fórmula finalmente había resuelto sus problemas. Así también, varias amigas en situaciones similares a las mías, me relataron el abuso de médicos pediatras que las criticaban y regañaban directamente por no ofrecer lactancia materna exclusiva. Pero quienes, además, nunca les explicaron cómo alimentar con fórmula de manera apropiada. 

En este escenario es clave entender por qué el sistema médico y de partería urbana están ensañados en la lactancia materna exclusiva. Más allá de sus múltiples beneficios para la salud de la mamá (y personas lactantes) y el bebé, Lo cierto es que desde los años veinte y hasta los años setenta del siglo pasado, la industria empezó a comercializar la fórmula. El objetivo principal eran las madres primerizas. Tras algunos años, los niños, niñas y niñes, sobre todo en el Sur Global, empezaron a mostrar mayores signos de desnutrición y deshidratación. La conclusión de diversos médicos fue que al reemplazar la lactancia materna por la fórmula preparada bajo malas condiciones de higiene, se ponía en riesgo la salud de los bebés. Allí inició un boicot internacional contra la leche de fórmula. Pero si retornamos a las causas, más que la fórmula en sí misma, eran las malas condiciones higiénicas de su preparación, ligadas a las condiciones del agua y el analfabetismo en los países en desarrollo. Es decir, la fórmula sí puede ser una opción para alimentar y nutrir a los bebés, si se prepara de manera adecuada.   

La fórmula definitivamente es un salvavidas para algunos padres y madres a la hora de criar a sus hijes. Primero, diversos estudios muestran el 5% de las madres (y personas lactantes) en tiempos de paz y el 10% en tiempos de guerra no producen suficiente leche para alimentar a sus bebés. Yo hago parte de este porcentaje, así como otras mujeres. Segundo, algunas personas con cirugía de senos o pezones, o quienes consumen ciertos medicamentos o con algunas enfermedades, tampoco deben o pueden amamantar. Además, padres y madres adoptivas, y miembros de la familia que maternan bebés que no parieron, también pueden encontrar en la fórmula una opción. 

Tal como lo ha investigado la economista de Brown Emily Oster, los estudios disponibles no presentan suficiente evidencia sobre los beneficios de la lactancia materna exclusiva para los bebés vs. el uso de fórmula. No es claro que los bebés alimentados con fórmula van a ser más propensos a la obesidad, más enfermos, o tener un menor coeficiente intelectual que los alimentados a través de lactancia materna exclusiva. Dado que las personas que pueden amamantar generalmente tienen mayor riqueza, educación y tiempo disponible, es difícil separar estos factores del hecho de amamantar como para llegar a la conclusión de que solo amamantando los bebés van a estar mejor. Lo que sí se ha encontrado es que amamantar por más de 12 meses pueden reducir el riesgo de cáncer para las personas que amamantan. Y eso sí es una buena noticia. Tampoco se ha demostrado que no amamantar destruya el vínculo con el bebé para siempre, porque si no, entonces, no habría vínculo con personas del sexo masculino, con padres o madres adoptivas, o familiares y cuidadoras que no amamantaron. 

Amamantar tampoco es gratis. Como lo explicó KJ Dell’Antonia, amamantar es gratis solo bajo el supuesto que “nuestro propio sueño, tiempo e incluso dignidad” valen cero. De hecho, investigadores de la Universidad de Iowa y Acadia en Estados Unidos, encontraron que mientras las mujeres que amamantaron menos de seis meses y quienes no lo hicieron tuvieron las mismas pérdidas económicas, quienes amamantaron más de seis meses tuvieron una pérdida más abrupta de sus ingresos durante los siguientes cinco años de vida de sus hijes. 

El punto no es denigrar de la lactancia materna que evidentemente tiene beneficios para el bebé y la persona que lacta. El punto es investigar debidamente y brindar la información veraz y fundamentada que hable de los beneficios de lactar o dar fórmula, de cómo complementarlas, de los costos económicos, físicos y mentales de lactar y dar fórmula. Lo clave es no culpabilizar a quien no puede o no quiere lactar por diferentes razones. 

Aquí, como en el caso del número de hijos que una persona quiere o no tener, la decisión de cómo, por qué, cuándo y si se hará o no, es esencial. Maternar es una experiencia extraordinaria para bien y para mal. Socialmente es valorada y desvalorizada al tiempo. Quien materna carga la responsabilidad y la culpa, y asume todos los juicios. Ya es hora de que el sistema médico, la sociedad y la creciente partería urbana empiecen a desestigmatizar a las “malas madres”, y se pongan serios a la hora de apoyar a quien materna y su libre decisión de cómo hacerlo. 

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Autor

  • Valentina Montoya Robledo

    Feminista. Profesora Asistente de la Facultad de Derecho de la Universidad de los Andes y directora del proyecto transmedia Invisible Commutes y el documental Invisible sobre la movilidad de las trabajadoras domésticas en América Latina. Doctora en Derecho (S.J.D.) y Maestra en Derecho (LL.M) de la Universidad de Harvard. Abogada, politóloga y Magister en Derecho de la Universidad de los Andes. Becaria de la Lee Schipper Memorial Scholarship en 2019 por su investigación innovadora sobre las trabajadoras domésticas en el transporte público. También es consultora, investigadora y abogada en temas de género, cuidados, movilidad, derechos humanos y derechos de las personas con discapacidad.

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