Alerta: contiene spoilers.
Imaginen un mundo en el que las mujeres no compiten por la atención masculina y, en cambio, dedican todo su tiempo y energía a ocupar el poder, la política, la cultura, a ejercer todo tipo de profesiones, al ocio, y a disfrutar y celebrarse porque tienen la autonomía necesaria y todas sus necesidades básicas satisfechas (alimentación, vivienda, salud, educación) para hacerlo. Imaginen un mundo lleno de mujeres que confían plenamente en ellas y entre ellas, que no dependen de ningún tipo para absolutamente nada. Imaginen un mundo en el que no exista ansiedad, depresión, crisis existencial ni el enorme portafolio de miedos e inseguridades que cargamos muchas. Imaginen ser todas ciudadanas de primera categoría. Una utopía feminista.
Supongo que esa utopía sería lo que ocurriría si todas pudiéramos llegar a ser lo que queremos ser, sin barreras, desigualdades estructurales, techos de cristal, pisos pegajosos ni opresiones históricas que lo impidan y si ser blanca, rubia, delgada y estereotípicamente hegemónica no fuera requisito sine qua non para que la consigna sé lo que quieras ser se materializara. “Gracias a Barbie, todos los problemas del feminismo se han resuelto”, dice la voz narradora de Helen Mirren fijando el tono satírico con el que la directora y guionista Greta Gerwig desarma y conflictúa a más de unx críticx listx para soltar el comentario obvio que la misma película se encarga de plantear y encarar, pues si bien Barbie le permitió a muchas niñas jugar, por primera vez, con otra cosa que no fueran muñecos bebés que reforzaban el mandato de maternar y cuidar, e invitó a soñar y crear universos y micromundos infinitos de oportunidades para las mujeres, también reforzó estereotipos de belleza nocivos y camufló el discursito meritocrático de ser lo que quieras ser en la blanquitud, delgadez y belleza canónica que, por supuesto, te ubica más adelante en la línea de salida de cualquier carrera y más cerca de cualquier sueño.
Volvamos al macrosueño inicial, ese sueño de muchas y quizás también el de Gerwig, que ya antes ha dejado claro que el lugar que ocupan las mujeres en la sociedad es un asunto que le interesa narrar y presentar desde otro lugar, otras miradas, voces e historias: las de las mujeres y la suya propia. La directora y guionista fue capaz de diseñar y recrear esa fantasía en clave rosa, plástica y hollywoodense, y desmontarla mientras la película te escarba la memoria y remueve emociones guardadas en cajas de cartón rosadas, arrumadas al fondo del cajón de los recuerdos, entre las navidades y los cumpleaños, los juegos con las hermanas, primas y amigas y los regalos de tías, madres y abuelas; regalos y juegos con una carga de estereotipos y marcadores de clase y género que entonces no entendíamos y que ahora que sí, entran al terreno de la culpa por el disfrute que todavía asociamos a esos recuerdos. Amábamos a Barbie porque fue la primera muñeca que nos permitió jugar y soñar a ser adultas y eso, inevitablemente, puso sobre la mesa la idea de tener un proyecto de vida más allá de maternar como única posibilidad y la noción de AUTONOMÍA. Pero luego, cuando nos hicimos conscientes y feministas se nos exigía repudiarla y de paso repudiarnos nosotras mismas por aferrarnos a esos recuerdos problemáticos y ser “malas feministas”, y repudiar —y esto muchxs lo hacen muy bien—, toda dicha proveniente de ese lugar, incluido el goce estético del color rosa.
Esa contradicción e incomodidad que despierta la muñeca de Mattel y habita en muchas de nosotras y en nuestros cuerpos y vidas, moldeadas para sobrevivir a un sistema que nos castigaba si nos salíamos del plan que ahora queremos tumbar, está presente desde la primera escena de la película, y no como sensación, sino como elemento narrativo, como autocrítica y sátira, y nos hace cómplices conscientes de una conversación que señala, reprocha, reivindica y reconcilia, al tiempo que conmueve hasta la risa llorona. Gerwig, consciente de las críticas hacia Barbie, lejos de evitarlas las incorpora a la historia de manera magistral porque ella, Greta, habla el lenguaje de nuestros tiempos, no le huye a la crítica, la vuelve contenido y abre diálogos. Sabe perfectamente a qué y con quién juega, y mientras Mattel le hace un rebranding (maravilloso) a su marca, ella incorpora el feminismo a su narrativa, al tiempo que usa la maquinaria de Hollywood para hacer crítica social y traer a un ícono caído a la conversación actual, lejos de la perfección, desde el colapso y el caos.
Porque ese mundo de casas y sistema de poder de ensueño que Gerwig levanta con precisión y prolijidad burlona sin que ningún hombre fuera oprimido, no demora en comenzar a desmoronarse cuando Barbie, en medio de su vida perfecta de treintañera independiente con casa propia y una vida social muy activa, entra en crisis existencial, piensa en la muerte y se ve forzada a salir de su burbuja y buscar respuestas en el mundo real. Todo esto le ocurre mientras el mundo, su mundo, también cambia y deja de ser esa utopía para convertirse en un mundo patriarcal, poniendo en conflicto la idea aceptable de civilización, echando mano de la ridiculización y el absurdo, tal vez para hacerle más llevadero el golpe de realidad, a Barbie y a la audiencia, que inevitablemente se siente reflejada e interpelada. ¿Cómo no íbamos a conectar con una Barbie existencialista, ansiosa, insegura, cansada, frustrada, con miedo a la celulitis y cancelada, que cuestiona su lugar en el mundo y a veces solo quiere tirarse en el pasto y esperar a que alguien más resuelva todo, como cuando éramos niñas y jugábamos con ella? Y, sobre todo, ¿cómo no íbamos a conectar con la crisis que deviene de darnos cuenta de que, en el mundo real, a veces no podemos ser lo que queremos ser?
No puedo negar que esta película, que es como una colcha de retazos de sueños que se colectivizan, se rompen y se reconcilian, se sintió como un abrazo largo, abrigador e inesperado que me vino muy bien en medio de tanta hostilidad y se recibió como si viniera de una vieja amiga de infancia.
Y aunque es más que evidente que la mega industria del entretenimiento se está lucrando y se va a seguir lucrando con el rebranding de Barbie, algo está cambiando a nivel cultural para que una marca como Mattel y un estudio como Warner se arriesguen y le apuesten a un casting diverso (ya por fin reflejado en la variedad de Barbies y Kens disponibles en el mercado) y a un discurso antipatriarcal que se burla de sus mismos CEOs y de sus máneles corporativos a quienes seguramente no les hará ni cosquillas, pero que está llegando a millones de personas mientras seguimos hablando de él. Lo que hace Gerwig es de una pertinencia, rareza y genialidad inexplicables; es discurso y es marketing, es ver la oportunidad de usar el sistema para enviar un mensaje crítico sobre las relaciones de poder y los roles de género, y aprovecharla majestuosamente; mensaje y discurso ideológico que la directora no se está sacando de la manga, que viene dejando ver en su trabajo desde hace años y cómo se agradece, en un mundo de Allens y Polanskis, la presencia de una Gerwig cambiando la narrativa, compañeras.