Por Cindy Morales
La teoría feminista ha logrado poner al género, la violencia, a lxs cuerpxs y al patriarcado como necesarias discusiones del debate público y privado. Y si la cuarta ola de esta revolución existe, uno de sus grandes aportes ha sido la expansión del movimiento. Desde Tijuana hasta Ushuaia, como dice la arenga, el feminismo ha empezado a atravesarlo todo.
Pero, en esa búsqueda colectiva de respuestas a las preguntas que rodean la experiencia de las mujeres, ¿hemos silenciado algunos relatos? ¿Hay voces que son más escuchadas que otras? ¿Cuál es la historia que hemos venido construyendo y qué mujeres la protagonizan? ¿Es el “nuevo feminismo” representativo de todas las mujeres? No. No lo es. Las teorías feministas han venido, en su mayoría, de mujeres blancas y anglosajonas, generalmente cisgénero, heteronormativas y de clase media, y su relato feminista se ha convertido en hegemónico, subiéndole el volumen a historias que aparentan ser universales, pero no lo son.
¿Cómo superar entonces las trampas de las narrativas feministas excluyentes? ¿Cómo subvertir el poder colonial y trascender a corrientes feministas más inclusivas y diversas? Las soluciones podrían convertirse en volúmenes tediosos de más teorías complejas que lo único que harían es distanciarnos más, impidiendonos hablar de un “nosotres”. Pero hace 38 años las filósofas María Lugones y Elizabeth Spelman empezaron a tejer posibles respuestas.
Su hipótesis, que fue también un compromiso, quedó trazado en sus múltiples trabajos, especialmente en uno de sus ensayos en donde cuestionan al feminismo colonial: ¿Cómo podemos dialogar entre nosotres? ¿Cómo y para qué necesitamos entender el mundo del otre? ¿Cómo entendernos sin hacernos daño, sin negar y silenciar nuestras propias experiencias o, peor aún, la de les otres? La respuesta de María y Elizabeth fue sencilla y hermosa: LA AMISTAD ES EL CAMINO.
Aunque su propuesta contemplaba las pequeñas cosas que nos hacen acercarnos a alguien dentro de una relación, no proponían una amistad simple: Al contrario. Hablaban de relaciones desnudas e incómodas. De fraternidades sin imperialismos. De superar la tendencia violenta y constante que tenemos de querer colonizar al otre. De una intimidad despojada de arrogancia y verticalismos.
La evidencia de que el feminismo mainstream ha faltado al principio básico de reflexionar sobre sí mismo, es que las críticas que Lugones y Spelman hicieron sobre la ‘sobreexplicación’ de las mujeres blancas y privilegiadas, sigue siendo vigente, casi 40 años después. Desde el siglo XIX, cuando algunas sufragistas blancas “no podían imaginar por qué las mujeres negras ‘no podían ver’ lo crucial que era obtener el voto femenino” hasta ahora, ha habido una falta de voluntad para entender las diferencias dentro de la diversidad de las mujeres y las feministas privilegiadas seguimos considerando que nuestras luchas son las primeras y las que más importan.
En 2013, la activista afro Mikki Kendall popularizó en Twitter la tendencia #SolidarityIsForWhiteWomen (La solidaridad es para mujeres blancas) a propósito de un escándalo que involucró a Hugo Schwyzer, escritor y profesor de historia y de estudios de género, quien se proclamaba como un “aliade feminista”. De acuerdo con esta nota de The Guardian -escrita por la misma Kendall- Schwyzer, hombre cercano a influyentes blogueras feministas, aceptó en una serie de trinos “había menospreciado a mujeres de color para defender el feminismo blanco”.
La polémica no era tanto por la explosiva confesión, sino, según Kendall, porque las feministas blancas empezaron a defender el trabajo de Schwyzer, menospreciando sus comportamientos en contra de las mujeres racializadas. La activista argumenta en el texto que, para cierto feminismo, algunas categorías de identidad están por encima de otras:
“El feminismo blanco ha argumentado que el género debería triunfar sobre la raza desde sus inicios. Esa retórica no solo borra las experiencias de las mujeres negras, sino que también aleja a muchas de un movimiento que afirma querer la igualdad para todos. Se pretendía que fuera a través de un hashtag en Twitter cómo se evidenciaría con qué frecuencia se les dice a las feministas de color que el racismo que experimentan «no es un problema feminista». Los primeros tuits de esa tendencia reflejan el impacto profundamente personal de un problema estructural de tan larga duración”, afirma Kendall.
En una popular charla TED en 2017, Cori Wong, escritora, experta en feminismo interseccional y profesora de estudios étnicos y de la mujer en la Universidad de Colorado, Estados Unidos, se sumó a las críticas a las feministas blancas citando el ensayo de María Lugones y Elizabeth Spelman: “En 1983, María Lugones y Elizabeth Spelman escribieron esta pieza increíble, completa y llena de matices. Es realmente única y está escrita por una mujer de color y una mujer blanca, en sus propias voces, pero juntas. Dicen que, en orden para aprovechar mejor nuestras diferencias, debemos entablar un diálogo genuino y recíproco. Y, sin embargo, inmediatamente se cuestionan. Se preguntan si es posible, o deseable, que este diálogo suceda porque, aunque es muy urgente, parecemos no saber cómo tenerlo”.
En esta charla, Wong también habla sobre la dañina expectativa que tienen las feministas blancas de que todo se les explique, de que “se les eduque”, para luego hacer un ‘whitesplaning’ (una explicación de blancos) sobre eso que desconocían y que, en realidad, siguen sin conocer: “Para que las mujeres blancas entablen un diálogo recíproco y genuino con las mujeres de color tendrían que aprender a ser poco intrusivas, poco importantes y pacientes hasta el punto de llorar”. detalla Wong.
Tan solo el hecho de que las feministas blancas creamos que en nuestras manos está “explicar” la realidad de les otres, implica una verticalidad. Un “yo” de arriba que “observa” a unas “elles” de abajo. Si realmente buscamos explorar la vida de todas las mujeres, sin excluir a otres y sin desprender de elles su raza, posición social, educación, cultura, entonces la teoría feminista debería tocar la base de todes. Pero ¿por qué lo haría? ¿Cómo podríamos ser amigues de alguien con quien no tenemos nada en común? ¿Cómo hacer para que esa amistad sea real y no utilitaria? ¿Cómo practicar una amistad feminista?
María y Elizabeth responden así: “El único motivo que tiene sentido para que nos acompañemos en esta investigación es la amistad. Vemos la amistad como la única motivación sensata para hacer una tarea que es de una extraordinaria dificultad. Un feminismo no imperialista requiere que nos sigas a nuestro mundo”.
El contenido de ambas filósofas, una argentina y otra estadounidense, podría resumirse en que la amistad es un trabajo: un juramento. Una responsabilidad para desaprender y deconstruir eso que pensamos que somos. Si acompaño a la otre a su mundo, en el camino puedo ver mi reflejo y puede que me guste, o no. Es así la amistad un contrato renovable y vulnerable.
El ensayo de María y Elizabeth está escrito en varias voces y en cada capítulo se especifica quién lo escribe. La voz hispana lo explica de esta manera:
“La solidaridad requiere el reconocer, comprender, respetar y amar lo que nos lleva a llorar en distintas cadencias. El imperialismo cultural desea lo contrario, por eso necesitamos muchas voces. Porque una sola voz nos mata a las dos. No quiero hablar por ti, sino contigo. Pero si no aprendo tus modos y tú los míos la conversación es solo aparente. Y la apariencia se levanta como una barrera sin sentido entre las dos. Sin sentido y sin sentimiento. Por eso no me debes dejar que te dicte tu ser y no me dictes el mío. Porque entonces ya no dialogamos. El diálogo entre nosotras requiere dos voces y no una. Tal vez un día jugaremos juntas y nos hablaremos no en una lengua universal sino que vos me hablaras mi voz y yo la tuya”, detalla Lugones.
Entonces la amistad no se trata de una misión incondicional, sino de un compromiso de amor y de interés por las necesidades del otre. Un emprendimiento hacia el desmonte de las estructuras de opresión a las que, como feministas, debemos oponernos. Si pedimos libertad y voz, NECESITAMOS liberar y escuchar.
Y si la interseccionalidad es la manera que encontramos para darle explicación a todas las identidades, la amistad -la verdadera amistad- puede actuar como una interseccionalidad perfecta. Las amigues quieren con todo lo que somos y lo que no, sin pretensiones ni códigos, reconociendo y nombrando las diferencias.
En el libro “A nuestras amigas. Sobre la amistad política entre mujeres”, Edda Gaviola, historiadora feminista y defensora de derechos humanos guatemalteca, cita a su gran amiga Margarita Pisano, escritora feminista chilena, con un frase que nos da luces sobre cómo ser amigas en el feminismo: “La Amistad, me parece, se construye con un pie en lo privado y el corazón, y el otro, en lo público-político del pensar… del pensar juntas. Con todo lo que esta dimensión conlleva de valores y de responsabilidades sociales y humanas”.
La conclusión de María y Elizabeth es que el camino es el corazón. Amar en la amistad para estar dispuesto a desprenderse del poder. Del poder de creer que puedo contar lo que eres sin saberlo. Del poder de creer tener una educación superior a la tuya. Del poder de entrometerme. Del poder de categorizarte. Del poder de explicar tus opresiones. Del poder de dictaminar lo que sufres y recetarte una fórmula inútil de libertad y felicidad.
“Elizabeth y María están mostrando cómo se hace un buen trabajo pensando juntas. Eso requiere entender que hay cosas en las que tu explicación no me representa y no explica nada de mi realidad. Debemos saber que no podemos hablar en plural. Entonces a veces también debemos preguntarnos: ¿nuestra teoría, nuestras ideas, nuestra práctica, da espacio a la pluralidad de cuerpos, de realidades, de epistemología, o las silencia? Porque si nuestra práctica silencia, estamos reproduciendo la opresión”, asegura Paulina Trejo, artista, escritora, investigadora y feminista mexicana.
“En ese sentido la amistad pareciera un horizonte como una práctica a la que aspirar como feministas para forjar esas relaciones más allá de las diferencias que nos cruzan y siempre hacer énfasis en esas diferencias”. María y Elizabeth critican, con razón, ese lema que dice “We are all the same” (Todas somos iguales). “No, no somos todes iguales. Decirlo es negar mi existencia”, precisa Trejo.
Dos años antes de la publicación de María y Elizabeth, la poeta estadounidense Cherríe Moraga editó, junto a la activista afroamericana Barbara Smith, un libro llamado This Bridge Called My Back: Writings by Radical Women of Color (Esta puente llamado mi espalda: escritos de mujeres radicales de color, en español). El libro es una colección de escritos feministas hecho por asiáticas, indígenas, afroamericanas, latinas y mujeres afro en Estados Unidos y en su contraportada afirma que el libro existe como “testimonio de la existencia del feminismo tercermundista en Estados Unidos y como catalizador al avance de ese movimiento”.
Dice Moraga: “En nuestros cuerpos co-existen las identidades de opresiones múltiples a las que hasta ahora ningún movimiento político, no obstante su origen geográfico, ha podido dirigirse simultáneamente”.
Entonces, ¿cuál es el peligro de una no amistad? la colonización. Contar una sola historia es negar las experiencias, refutar sus opresiones y desmeritar las luchas. Cuando tejemos amistades profundas nutrimos ese vínculo con miradas que nunca antes habíamos tenido. Si el feminismo es ponerse unas gafas moradas sobre todo lo que nos atraviesa a las mujeres, la amistad en el feminismo es como tener puestos unos lentes de todos los colores y con todos las prescripciones para ver de lejos, cerca, fuera y adentro.
*Esta entrega hace parte de las historias que sirvieron de inspiración para nuestra iniciativa #AmigasQueTodoLoPueden. Para conocer la convocatoria y postularte haz clic aquí