Este reportaje explora los antecedentes, las bases, los argumentos y la articulación del movimiento feminista radical transexcluyente – TERF (por su acrónimo en inglés del término: trans exclusionary radical feminist) en América Latina y el impacto que tiene dicha vertiente del feminismo global en la población trans de esta región que, a pesar de tener varios gobiernos de izquierda, se ha visto impactada por el movimiento terf como parte de una articulación conservadora para revertir derechos humanos, especialmente derechos sexuales, reproductivos y de identidad de género.
Mapeamos los discursos, hechos, estadísticas y organizaciones feministas transexcluyentes para cuestionar la idea del “borrado de mujeres”, uno de los principales argumentos del terfismo. Mujeres transfóbicas (entre ellas juristas, abogadas y activistas con grandes audiencias) usan constantemente esta idea, que sirve para desconocer y estigmatizar a las personas trans y presentarlas como una amenaza para las mujeres cis y sus luchas históricas.
Para el desarrollo de esta investigación periodística Volcánicas entrevistó a 20 personas trans, cis y no binarias de México, Colombia, Argentina, Honduras, Guatemala, República Dominicana, Brasil, Inglaterra y España. Este reportaje cuenta con las perspectivas de feministas, lesbianas y personas no binarias entre las cuales hay activistas, periodistas sociólogues, psicólogues, académicas y docentes. Parte de nuestras entrevistadas coincidieron en algún momento (o coinciden) con el pensamiento transexcluyente, otres son expertes en derecho, biología y salud.
Algunas de las personas entrevistadas para este reportaje se acogieron a la protección de fuentes garantizada en el artículo 74 de la Constitución colombiana y han pedido que se use un seudónimo en sus testimonios para proteger su integridad.
Orígenes del terfismo: qué es y de dónde viene
El feminismo transexcluyente empieza en los años setenta en países anglosajones con feministas anti trans como Janice G. Raymond, profesora estadounidense y autora del libro The Transsexual Empire (1979), en el que afirma que todas las personas transexuales “violan el cuerpo de la mujer al reducir la verdadera forma femenina a un mero artefacto” y menciona a Sandy Stone, una mujer trans a quien acosó hasta dejarla sin trabajo.
Hoy en día el nombre de Janice G. Raymond sigue siendo influyente en las altas cúpulas feministas, pues hasta el 2019 formaba parte de la dirección de Coalition Against Trafficking in Women (CATW), una reconocida organización en contra del tráfico de mujeres y niñas con sede en Nueva York, oficinas en Asia y Latinoamérica y socios en Europa.
Raymond trabajó con el gobierno de Estados Unidos para que la población trans no tuviera acceso a tratamientos hormonales ni cirugías de reasignación. Ella misma ha aceptado que en 1980, el gobierno le pidió un artículo sobre los aspectos sociales y éticos de la cirugía trans. Posteriormente, los informes de la Oficina de Evaluación de Tecnologías de la Salud (OHTA) y el Centro Nacional de Tecnología para el Cuidado de la Salud, así como la directiva presidencial de Seguridad Nacional, citaron sus trabajos anti trans y anti trabajadoras sexuales.
En su artículo “De élites y vísceras”, la escritora Alana Portero dice: “Aún hoy, cuarenta años después de aquello, ha sido imposible calcular el impacto directo de la asociación Raymond – Reagan. Si son miles o cientos de miles las muertes derivadas de la desatención sanitaria resultante de aquella suma de fuerzas, jamás lo sabremos”. No fue la única: la jurista Catharine MacKinnon y la activista Andrea Dworkin también trabajaron con el gobierno republicano para lograr la aprobación de leyes punitivistas anti porno y anti trabajo sexual.
Algunas de las embajadoras de CATW, como la abogada mexicana Teresa Ulloa, han participado en debates gubernamentales sobre trata de personas donde han desconocido a las trabajadoras sexuales, entre las cuales hay muchas personas trans. La actual directora de CATW, Taina Bien – Aimé, que recibe más de 144 mil dólares al año por su trabajo, también tiene una postura anti trabajo sexual.
La transfobia en el feminismo fue cuestionada desde sus principios en los debates del feminismo radical que se dieron entre los años sesenta y ochenta gracias a contranarrativas como el concepto de la interseccionalidad, que fue planteado en los setentas por las mujeres negras y lesbianas del colectivo Combahee River y que ha sido fundamental para desarticular las ideas esencialistas de la teoría radical transexcluyente. Adicionalmente, aunque las feministas anti trans se llamen a sí mismas “radicales”, en la genealogía del feminismo radical hay posturas transincluyentes. Como la de la antropóloga cultural estadounidense Gayle Rubin, quen aporta las bases de los estudios feministas contra el determinismo biológico del sistema sexo – género, así como las posturas de las feministas radicales que en 2008 marcaron distancia con el terfismo, aclarando que no todas las radfem son terfs y que esas siglas (TERF) no representan completamente su movimiento.
Tras la masificación del movimiento feminista en América Latina en la primera década del siglo XXI, el discurso transexcluyente ha sido identificado con las siglas TERF. Estas siglas fueron acuñadas en 2008 por Viv Smythe, una mujer cisgénero, heterosexual y feminista radical transincluyente de Australia, que utilizó por primera vez en un blog la palabra “terf” para describir una postura que se comenzaba a notar dentro de algunos círculos feministas. En uno de sus textos explicó que el término lo había escuchado en conversaciones con sus amigas trans y cis que le habían compartido sus preocupaciones por el renovado interés de posturas esencialistas que aseguraban que el binarismo (hombre – mujer) era inherente a la identidad.
En su blog, Viv Smythe dice que el nombre que mejor describe a ese grupo de mujeres transexcluyentes es el de TES: Separatistas Transexcluyentes pues, según ella, la base del pensamiento transfóbico es demasiado esencialista para considerarse feminista. Pero activistas feministas decoloniales como Ciguapa, de República Dominicana, están en desacuerdo y han expresado la importancia de nombrar a las terfs como feministas para poder hacerle crítica a ese feminismo que elle describe como “esencialmente racista”. Ciguapa escribe:
“Las terfs son feministas. Terribles feministas pero feministas al fin. Las feministas transfóbicas y racistas siguen siendo feministas y decir que no, es un lavado de cara al feminismo que comenzó como un movimiento racista y transfóbico. En lugar de decir que no son feministas, lo que debemos hacer es comenzar a hacerlas responsables de esos discursos. Es necesario reconocer que el feminismo no es perfecto. Las sufragistas no creían que las mujeres negras eran lo suficientemente avanzadas y civilizadas para merecer el derecho al voto, e históricamente maltrataban a las mujeres trans. Textos fundacionales del feminismo tradicional carecen de una perspectiva antirracista y suelen caer en el cis – sexismo con mucha facilidad. Y no, porque sean mujeres el racismo y la transfobia no son excusables o “menos malos” que cuando los hombres los promueven. La transfobia no se debate, se combate”.
A pesar de que el acrónimo TERF se ha utilizado globalmente para identificar a las feministas transexcluyentes, no es un término con el que ellas se sientan necesariamente cómodas. Para entender qué opina sobre el término alguien que ha sido señalada como tal, Volcánicas entrevistó a la activista mexicana Dana Corres criticada por sus comentarios y tuits sobre las personas trans.
Corres tiene una audiencia en Twitter de 22 mil personas, fue integrante de la red juvenil Yo soy 132 y es especialista en temas de movilidad. Para ella, el calificativo TERF “es violencia, es misoginia y es discurso de odio. Han sido años de intimidación, de acoso, de amenazas e insultos, de violencia. Yo tengo fácil cuatro o cinco años soportando que me llamen así y hay quienes dicen que es solamente un concepto, pero no es un concepto que nosotras aceptemos como propio o como algo que vamos a tolerar”.
A lo largo de esta investigación no encontramos ejemplos de violencia física contra feministas transexcluyentes aunque sí encontramos críticas, burlas e insultos. Las feministas transexcluyentes argumentan que imponerles el acrónimo TERF es violento pues no se sienten identificadas con esta palabra. Es un argumento espejo, que copia los de las luchas de las personas trans por autodeterminarse y por elegir cómo ser nombradas. En este reportaje hemos tomado la decisión editoral de llamarlas TERFS, “feministas radicales transexcluyentes”: feministas, porque reconocemos que buena parte de quienes conceptualizan y difunden el discurso transexcluyente hacen parte del movimiento feminista, radicales, porque así es como se autodeterminan, y transexcluyentes, porque lo que las caracteriza es un discurso común que apunta a excluir a las personas trans del feminismo, invisibilizarlas, estigmatizarlas y patologizarlas.
La sujeta histórica del feminismo
Definir quién es la verdadera sujeta del feminismo siempre ha sido un tema de extenso debate, privilegio y, sobre todo, exclusión. Las sufragistas blancas de Estados Unidos, por ejemplo, excluían a las mujeres negras de las marchas e incluso la National American Woman Suffrage Association, fundada en 1890, negó la participación de grupos de mujeres negras en su organización. Algunas de las feministas más importantes del siglo XX, como Susan B. Anthony, eran abiertamente racistas. Lo mismo sucedió en los años 70, cuando las feministas radicales excluyeron a las lesbianas de la lucha “feminista” con el argumento de que reproducían estereotipos de género y su liberación diluía el feminismo “real”. La feminista estadounidense Susan Brownmiller decía que “las lesbianas oprimían con su masculinidad”.
Estos argumentos separatistas se han reciclado durante años para excluir a distintos grupos de personas con el pretexto de preservar una supuesta “pureza del feminismo” y hoy, ese mismo razonamiento dogmático, anacrónico y anglosajón, está recayendo sobre las personas trans.
Actualmente el Feminismo Radical TransExcluyente, se remite una y otra vez a esa “raíz” teórica del feminismo que pone a las mujeres cisgénero en el centro de la lucha antipatriarcal para justificar su postura antiderechos, sugiriendo que solo existe una raíz válida para el movimiento: la teorizada por mujeres blancas del norte global. Pero es falso que el feminismo blanco sea el único razonamiento teórico que define la lucha de las mujeres pues, además de que hay posturas feministas transincluyentes, existen otros ejemplos de la lucha antipatriarcal de mujeres que no necesariamente se llaman a sí mismas feministas ni provienen del “pensamiento ilustrado”, entre ellas, las mujeres zapatistas, les antirracistes y las kurdas, por mencionar solo algunas.
Dice mucho sobre el colonialismo y el racismo interiorizado que estos pensamientos y enunciados feministas transexcluyentes latinoamericanos pongan las posturas históricas de feministas blancas privilegiadas estadounidenses y europeas por encima de ideas de feministas decoloniales de nuestras regiones como Ochy Curiel, Rita Segato, Breny Mendoza, Aura Cumes, María Lugones, Silvia Rivera Cusicanqui, o Yásnaya Aguilar. En el Estados Unidos de la década de 1970, la postura anti trans permeó en algunas feministas radicales, pero esas ideas se pusieron en duda, se discutieron y desestimaron hace 50 años. Las “Guerras del sexo: un debate entre feministas radicales y libertarias”, texto que registra la discusión, se lee hoy como un déjà vu.
La feminista dominicana Ochy Curiel lo resume así:
“Hemos leído y escuchado desde hace tiempo que el feminismo ha sido una propuesta que nace de la Ilustración. Desde una historia contada de forma lineal y euronorcéntrica se asume que el feminismo nace con la Revolución Francesa, como si antes de ese hecho en otros lugares que no son Europa, las mujeres no se hubiesen opuesto al patriarcado (…) Si entendemos el feminismo como toda lucha de mujeres que se oponen al patriarcado, tendríamos que construir su árbol genealógico considerando la historia de muchas mujeres en muchos lugares – tiempos. Esto es para mí uno de los principales gestos éticos y políticos de descolonización en el feminismo: retomar distintas historias, poco o casi nunca contadas”.
Las historias, experiencias, activismos y teorías latinoamericanas y anglosajonas de mujeres negras e indígenas que señalaban la relación de poder entre las mujeres blancas y las mujeres negras, demostraron que no hay una historia única del feminismo. Aquel que se erige como “el verdadero feminismo” ha sido racista, cisexista y clasista a lo largo de la historia y ese origen excluyente y opresor debería ser reconocido por los feminismos contemporáneos para que estos comiencen a ser reparadores.
El racismo que encontró en los círculos terfs fue lo que llevó a Ciguapa, persona no binaria dominicana quien actualmente hace parte del medio afrofeminista Afrocolectiva, a cuestionar su propio lugar en el movimiento transexcluyente del que alguna vez formó parte: “Yo comencé a sentirme incómode con el terfismo cuando comencé a hablar de racismo, porque las terfs son racistas. En el momento en que una empieza a decir que el machismo que experimentan las mujeres negras es diferente al machismo de las mujeres blancas te dicen que cómo es eso posible. Fue entonces cuando me dije que si estas mujeres no son capaces de ver el racismo, tampoco son capaces de ver la transfobia”.
En Latinoamérica las personas trans no son solo trans: son trabajadoras sexuales, indígenxs, cimarronxs, negrxs, activistas, defensorxs, abogadxs, profesorxs, migrantes, lesbianas, bisexuales, gays. En el pensamiento de mujeres blancas y europeas del siglo pasado no caben sus experiencias.
Natalia, académica trans mexicana que pidió acogerse a la protección de fuentes, explicó cómo el discurso de algunas terfs terminó de tejer su sentido más transfóbico en países anglosajones:
“Para entonces, el feminismo radical estaba muy influenciado por el feminismo cultural (o de la diferencia) de Estados Unidos que eventualmente da lugar a toda esta exaltación de la fertilidad que termina, por supuesto, centrándose en una mistificación de la reproducción como algo que a la vez es la base de la opresión. No es la única de esa época. Valerie Solanas fue una voz conocida que decía que había que renunciar al sexo porque el sexo en todas sus manifestaciones es violencia. No consideraba ni siquiera que la solución fuera un sexo lésbico. En la Inglaterra de los noventa, Sheila Jeffreys, antes de irse a una cruzada contra los hombres trans, se fue en contra de las mujeres lesbianas “butch”. Eso lo narra Jack Halberstam en su libro Masculinidades femeninas y la propia Jeffryes tenía todo un proyecto político de cómo tenía que ser la comunidad lésbica y la relación entre las lesbianas”.
Más de una entrevistada menciona el “feminismo cultural” como una de las influencias principales del pensamiento TERF. Esta corriente de pensamiento feminista defiende la “cultura femenina”, alegando que hay valores y características inherentes y esenciales a la condición de “ser mujer”. En su ensayo crítico “Feminismo cultural versus posestructuralismo: la crisis de la identidad en la teoría feminista” la académica feminista Linda Alcoff lo define así: “la revalorización feminista cultural interpreta la pasividad de la mujer como su tranquilidad, su sentimentalismo como su propensión a nutrir, su subjetividad como su autoconciencia avanzada”. Esta idea no es nueva, está basada en el “ideal de mujer” que populariza Rousseau durante la Ilustración, y que se encarna en el personaje de Sophié en su tratado filosófico, El Emilio. También está presente en los textos de muchas sufragistas anglosajonas y latinoamericanas, y la seguimos viendo en la actualidad en anuncios publicitarios, círculos de mujeres, y en el discurso de políticos y políticas tanto conservadoras como progresistas.
Otra línea de pensamiento feminista que insiste en el esencialismo es el Feminismo de la Diferencia, cuyas principales exponentes son las francesas Hèléne Cixous, Julia Kristeva y Luce Irigaray, quienes criticaron que en el camino de la liberación de las mujeres “quisieran parecerse a los hombres”. Irigaray critica el uso del término “igualdad” pues esto lleva a plantear la liberación de las mujeres “a partir de la neutralización del sexo” cuando “lo que hay que conseguir es una cultura que respete ambos sexos”. Estas ideas siguen siendo muy populares en nuestra cultura y se escuchan con frecuencia en conversaciones cotidianas. Las feministas de la diferencia pusieron la distinción entre sexos en el centro de su pensamiento rechazando posturas como la de Simone de Beauvoir, que famosamente escribió: “no se nace mujer, se llega a serlo”, postulado a partir del cual se ha teorizado que el género es una construcción social y que, por lo tanto, no necesariamente se reduce a una única corporalidad.
“¿Qué es ser mujer?”
En un discurso que pronunció Angela Davis en Misuri en 2015, a propósito del movimiento Black Lives Matters, la filósofa dijo que hace falta nombrar muchos casos específicos desde el feminismo: la vida de las mujeres negras, de las niñas negras, de les queer, de las personas trans negras, de personas negras con discapacidad, de las vidas latinas, musulmanas, indígenas, etcétera. Cuando en el feminismo se habla de “la mujer” en abstracto con frecuencia la referencia se hace hacia un tipo muy específico de mujer: blanca, femenina, sin discapacidades, heterosexual y por supuesto, cisgénero. En la realidad las diferencias entre una mujer tupi – guaraní en la amazonía peruana y una mujer en un barrio rico de Belgravia en Inglaterra son tantas, en sus cuerpos, sus prioridades, sus derechos, sus valores, que si una extraterreste llegara, difícilmente podría creer que comparten una misma categoría.
La apuesta por la multiplicidad y diversidad en las sujetas políticas del feminismo no borra a nadie, al contrario, es una manera de mirar más profundamente las múltiples realidades de las personas que se ven afectadas por un problema común: el patriarcado.
La activista lesbiana argentina de la organización Akahata, María Luisa Peralta, conversó con Volcánicas sobre cómo la teoría radical trajo aportes importantes al feminismo pero también planteamientos esencialistas:
“Muestra a las mujeres como algo completamente homogéneo. De ahí viene todo este planteamiento de la sororidad: vos tenés que tener ahí una alianza indiscutible con otra porque es mujer, omitiendo las muchas diferencias de clase, de etnicidad, de origen nacional, incluso de orientación sexual. Porque el planteamiento es que todas estamos en la misma lucha y no, compañera. No estamos todas en la misma lucha porque la mujer de clase alta no está en la misma lucha que su empleada doméstica. Sí, puede haber momentos en que algunas opresiones se crucen, pero las diferencias no pueden ser dejadas de lado, porque son muy grandes”.
Es notable que las terfs suelen citar siempre a las mismas autoras blancas: Simone de Beauvoir y Kate Millet. Pero pareciera que incluso las lecturas que tienen sobre estas autoras fueran superficiales, como lo explica Donají Linares Ixba, socióloga mexicana y ex TERF: “Nunca he entendido por qué meten a Simone de Beauvoir como un texto fundacional del feminismo radical, cuando Beauvoir precisa que son los procesos sociales los que llenan el significado de estar sexuada de una determinada manera. Por otro lado, no podemos exigirles a las autoras cosas que no nos van a responder porque no están viviendo el contexto actual, pero nosotras sí podemos hacer el esfuerzo mental para llegar a otro tipo de reflexiones”.
La resurrección del terfismo en el mundo y en América Latina
De acuerdo con las bases de datos de Google, el primer pico de búsqueda de la palabra “terf” se registró en 2004 en Reino Unido y en varios países de Latinoamérica. En 2017 las búsquedas en España comenzaron a ser relevantes y en México las primeras búsquedas masivas se hicieron en el 2004, teniendo un repunte a partir de 2019. En Argentina y Colombia el interés en las búsquedas virtuales repuntó en 2018. En todo el mundo, ha habido un repunte a partir de 2020 principalmente en Reino Unido, Irlanda, Chile, Nueva Zelanda y Canadá.
De acuerdo con entrevistades centroamericanes, en El Salvador, Honduras y Guatemala el movimiento todavía es incipiente pero va avanzando y tiene como referentes a terfs mexicanas, argentinas y españolas. Casi todas las entrevistadas coinciden en afirmar que el terfismo nació en los países de habla inglesa: Estados Unidos,Reino Unido y Australia fueron los primeros lugares en expresar pánicos morales hacia las personas trans que luego han exportado. En su artículo “Por qué, como mujer transgénero estadounidense no siento que sea seguro visitar el Reino Unido”, publicado en Open Democracy, la periodista Chrissy Stroop explica que esta región de Europa es en donde más profundamente se ha encarnado el terfismo debido a la división del movimiento LGTB, la prensa conservadora y la presión de la derecha.
Otras fuentes afirman que la plataforma Mumsnet, foro de internet para padres y madres del Reino Unido fundado en el 2000 con alrededor de 5 millones de visitantes mensuales, jugó un papel fundamental con la publicación de contenidos transexcluyentes. En el artículo “Cómo un foro en línea para mamás se convirtió en un semillero tóxico de transfobia”, la periodista británica Eve Livingston explica que a través de esta plataforma se hacen debates con políticos de alto nivel, existe una comunidad trans que monitorea las conversaciones sobre las personas trans en Mumsent pues desde ahí también se han gestado campañas anti trans.
Analizar el efecto que ha tenido el discurso anti género en Europa es urgente para comprender las consecuencias que tendrá en América Latina. En Polonia, los ataques antigénero de 2012 a 2014 fueron la antesala de la ola de autoritarismo político y el desmantelamiento de instituciones democráticas que vivieron en el otoño de 2015, algo que Latinoamérica ya está experimentando hoy en día: en 2017 la Corte Constitucional Boliviana derogó un artículo de la ley de identidad de género que se refería a los derechos y obligaciones de las personas que cambian sus marcadores de género, después de que la Corte Interamericana de Derechos Humanos expidiera una Opinión Consultiva de Costa Rica en donde se interpretaba que la Convención Americana obligaba a los Estados a garantizar el derecho a la identidad de género mediante leyes y cambio de procedimientos legales para hacer el cambio de nombre y sexo en documentos de identidad.
Les entrevistades opinaron que el incremento de este discurso en Latinoamérica es una expansión del discurso en España, pues este país europeo tradujo al castellano esas ideas anglosajonas transexcluyentes. El docente e investigador español Lucas Platero recuerda el inicio de la discusión TERF dentro del feminismo en España en otoño de 2018, tras la intervención de Sam Fernández, activiste e investigadore de género, en la Universidad de Otoño del partido de izquierda, Podemos:
“Sam Fernández en un momento anima a que el movimiento feminista incluya la participación de las personas trans. Una cosa que por lo menos a mí no me parece tan novedosa. Ya se había dicho antes en las Jornadas Feministas Estatales de 2009. Cuando se hace una protesta tan grande en medios digitales contra Sam por haber dicho esto, en realidad tiene que ver con unas personas que no han participado en procesos de debates y encuentros, donde ya se había hablado del transfeminismo pero no solo trans como transexualidad sino como una ruptura de binarios. Se habló de colonialidad, de discapacidad, de una serie de temas que suponen ir más allá. El cuestionamiento del binarismo tiene que ver con mucho más que la transexualidad: tiene que ver con las mujeres gitanas, las mujeres con discapacidad, asuntos muy importantes que cuestionan esa idea del feminismo como algo hegemónico, de clase media blanca. Quizás también entre la década de 2008 a 2018 entran en potencia las redes sociales en donde hay muchos insultos, agresividad, un comportamiento un poco de matoneo, en el sentido del bullying”.
Un año después, en el 2019, Amelia Valcárcel y Alicia Miyares participaron en la Escuela de Verano Rosario Acuña que congregó a un grupo de feministas que mucha gente conoce como “ilustradas”. En esa ocasión, Valcárcel y Miyares se burlaron de las mujeres trans a quienes Miyaeres llamó “tíos” que critican la postura biologicista porque “no han leído nada” ni feminismo ni a Nietzsche.
La socióloga española Carmen Romero Bachiller opina:
“Se trata de una posición extraordinariamente minoritaria y altamente oportunista que no tiene una tradición relevante en el movimiento feminista español. La primera vez que oí hablar de ello, y me parece una cosa bastante marciana, fue en el 2017 cuando en un trabajo de fin de máster una chica transactivista de Baena me señaló que había oído en redes sociales, fundamentalmente en Twitter, voces transexcluyentes desde posiciones feministas. Le recomendé hablar con personas trans históricas del movimiento feminista. Igual hay cuatro voces en Twitter que no son en absoluto relevantes, pero esto no es un histórico del feminismo en España, esto no representa el espacio del movimiento feminista. (…)Yo creo que de todas formas el discurso terf no aguanta la contestación argumentada. Porque muchas de las posiciones que están planteando, o bien directamente son falsedades, están basadas en falsedades o están cuestionando, al menos, más de 50 años de análisis teórico feminista”.
El pensamiento terf no tardó en llegar a América Latina y una de las primeras voces que lo trajo a México fue Yan María Yaoyólotl Castro, co-fundadora de los grupos Lesbos en 1977 y filósofa de la UNAM que se apropió del nombre indígena maya Yan y del apellido náhuatl Yaoyólotl, a pesar de ser una mujer blanca.
Pero el momento del estallido en este país fue en 2017 cuando comenzó a debatirse la transición de identidad de género de niñxs y adolescentes. La filósofa y editora Laura Lecuona publicó el texto “Algunos creen que la teoría queer es más liberadora que el feminismo. Les aseguro que no es así” en el que afirma que las infancias trans no existen y, por la reputación de la autora en la academia, su texto fue bien recibido por una parte del sector intelectual. Siobhan Guerrero, doctora en Filosofía de la ciencia por la UNAM, le respondió con dos artículos en los que rebate los argumentos de Lecuona, profundizando en la experiencia trans y argumentando que su postura se basaba en prejuicios. Años después de haber sido publicados dichos textos se puede decir que en México la discusión dejó de ser un intercambio entre académiques y activistas de la capital del país y que se ha expandido a lo largo de la República, alcanzado la esfera política.
Para el momento en que este discurso empezó a sonar en México, ya se oían referencias de Argentina, un país que tenía a Claudia Korol y Lohana Berkins, feministas históricas del movimiento feminista transincluyente. Sin embargo, desde el 2018 comenzaron a ver una expansión de discursos transexcluyentes, incluso en los espacios desde los que se habían ayudado a conseguir derechos que, después de largas discusiones y luchas, creían garantizados.
En Colombia, el origen del discurso TERF en la agenda pública y cultural es casi tan claro como el de México y también se inaugura con un texto transfóbico: Carolina Sanín es de las pocas feministas que se autodenominan transexcluyentes en ese país. Esta escritora escribió en 2017 un texto para Vice llamado “Un mundo sin mujeres” sobre Trystan Reese, un hombre trans embarazado. Trystan es una de las muchas personas trans que han decidido transicionar sin modificar sus genitales y en su texto Sanín manifestó que, aunque respeta los derechos de los homosexuales y el derecho a la identidad, no cree que la existencia de un hombre trans embarazado “sea verdad”. “Me parece complicada la imagen. No la celebro; sobre todo, porque no es verdad” dice en su texto.
El argumento principal de su texto era que el hombre embarazado le parecía políticamente preocupante: “el augurio y la patencia de un catastrófico estado deseado desde hace mucho tiempo: el de un mundo sin mujeres”. En su escrito Sanín habla de la experiencia de un hombre trans embarazado como un “desmembramiento del cuerpo de la mujer” y una “explotación extrema”. Este esencialismo es la base del pensamiento terf pues, a diferencia del pensamiento crítico y complejo, reduce la sujeta del feminismo a una sola: la nacida con vulva, la hembra biológica.
La mayoría de les entrevistades coinciden en que hay distintos sectores de terfs en México, España y Argentina, uno de ellos conformado por académicas, juristas y abogadas como Amelia Valcárcel, Alda Facio y Marcela Lagarde, quienes desde las legislaturas, universidades y espacios de poder divulgan y promueven el discurso TERF; otro sector es influyente en espacios digitales como Twitter en el que se destacan figuras como las de Laura Lecuona en México y Carolina Sanín en Colombia; y las miembros y seguidoras de colectivas feministas jóvenes como las Brujas del Mar y Feministas Satánicas.
La activista argentina María Luisa Peralta dice al respecto:
“Las terfs de la ‘liturgia feminista’ son la gente que sabe hacer un comunicado de prensa, que sabe cómo funcionan algunas cuestiones legislativas. Ellas proporcionan argumentos y mueven acciones, las plantean sin mucha profundización y lo presentan como sentido común. Y después tenés una gran cantidad de feministas transexcluyentes jóvenes que han entrado en esta masificación que acá ubicamos desde el 2015, que fue el momento del Ni una menos. Hay mucho ruido, que no está mal, pero no ha habido muchas instancias para ellas de formación en un sentido amplio de circulación de lecturas, pero también de posibilidades de encuentros en donde escuchar a otras, en donde haya debates, en donde ves los puntos de vista y el pensamiento feminista y muchas de ellas tienen también esta cosa transexcluyente”.
Muchas veces este discurso transexcluyente, lleno de argumentaciones teóricas y jurisprudenciales, no se queda solo en ciertos círculos de activistas, sino que se traduce en slogans, carruseles, videos, noticias sesgadas o noticias falsas, todavía menos profundas y más reaccionarias a través de las influencers de Twitter. Todes les entrevistades, sin excepción, mencionaron esta plataforma como parte esencial de la propagación del discurso transfóbico.
El discurso TERF no es radical ni disidente. Se inserta con demasiada comodidad en los contextos homofóbicos, clasistas y punitivistas de países que han sido tradicionalmente gobernados por la derecha a la vez que han sido influenciados por la iglesia católica y cristiana. Si bien la transfobia es un discurso violento en cualquier parte del mundo, se vuelve aún más insidioso en países latinoamericanos en donde los crímenes de odio son tan cotidianos como la impunidad.
El terfismo no es biología, es anticientífico y patologizante
Hasta antes del 2018, la Organización Mundial de la Salud categorizaba la transexualidad como un trastorno psicológico, de la misma manera que antes de 1990 la homosexualidad estaba en el catálogo de enfermedades mentales. La despatologización de la experiencia trans es una de las principales luchas de la comunidad por el reconocimiento a su identidad, historia y derechos.
En entrevista con Volcánicas, Simon Torres Orozco, psicólogo clínico de LIBERARTE, dijo que lo que hizo la OMS es importante pero insuficiente: “Es importante porque cambia el malestar de género como incongruencia de género, que es más una condición que requiere ser atendida por el sistema de salud pero no como una patología o un trastorno. Y es insuficiente porque al nombrarlo como ‘incongruencia de género’ se está asumiendo que hay géneros congruentes y géneros incongruentes, y eso no es así. El diagnóstico no es lo grave, lo grave es el estigma”.
La ciencia, academia y personas cis en general llevan años intentando explicar la experiencia trans y para ello han recurrido a términos patologizantes como “disforia de género” o “autoginefilia”. La patologización empezó con Harry Benjamin, un endocrinólogo que en 1966 “diagnosticó” a las personas trans diciendo que “estaban atrapadas en el cuerpo equivocado” y que se necesitaba un tratamiento quirúrgico y hormonal para corregir esa supuesta discordancia. “Con él se empieza a hablar de esta discordancia de manera radical, empiezan a existir la evidencia y los test para “evaluar lo trans”. Entre los profesionales de la salud comenzaron a existir “policías del género” y la disforia fue comprendida como un problema médico”, explicó Simon Torres.
Las personas intersex existen
Las diferencias sexuales en los cuerpos no están tan marcadas en la biología como en el discurso: en la amplia gama de formas que adquiere la genitalia humana hay penes pequeños y clítoris grandes; también hay personas que genéticamente son XXY y esto físicamente se expresa de muchas maneras; además, todas las personas tienen hormonas como el estrógeno y la testosterona en medidas diferentes y cantidades que varían a lo largo de sus vidas. En la biología el ejercicio de establecer el sexo es siempre una aproximación.
Las terfs apelan a la existencia material de “dos sexos biológicos” pero esta idea se ve rebatida por una realidad: la existencia de las personas intersex. Antes, a las personas intersex se les llamaba por el concepto patologizante de “hermafrodita” y se les intentaba “corregir” desde el nacimiento para acomodarse al sistema binario hombre – mujer, resultando en padecimientos graves de salud mental.
De acuerdo con Naciones Unidas “las personas intersex nacen con caracteres sexuales (como los genitales, las gónadas y los patrones cromosómicos) que no corresponden con las típicas nociones binarias sobre los cuerpos masculinos o femeninos”. Hay una amplia gama de variaciones naturales en el cuerpo, desde los genitales hasta las variaciones cromosómicas, que no siempre son visibles al nacer.
En una entrevista, el activista intersex Mauro Cabral explica que,
“la intersexualidad es un término que nombra muchas cosas al mismo tiempo, pero a lo que hace referencia fundamentalmente es a todas esas situaciones en las que el cuerpo sexuado de una persona –aquellas partes que relacionamos con la “identidad sexual”– varían, tanto respecto de lo que se considera el cuerpo sexuado promedio de los hombres y lo que se considera el cuerpo sexuado promedio de las mujeres. Me refiero a variaciones cromosómicas (por ejemplo, cuando se dan cromosomas XXY o XXO) o a variaciones gonadales, cuando una persona en lugar de tener ovarios o testículos tiene ovotestes (gónadas formadas por tejido ovárico y tejido testicular), o bien cuando alguien tiene testículos pero éstos no descendieron. No hay un solo cuerpo intersex y la intersexualidad designa a todos esos cuerpos que varían”.
La existencia de mujeres cis que producen más testosterona que el promedio, las personas nacidas con vaginas que no tienen ovarios, las mujeres que no tienen cromosomas XX o con cromosomas XO con síndrome de Turner, entre otros, complican los argumentos esencialistas y biologicistas de las terfs.
Se calcula que las personas intersex representan entre el 0,05% y un 1,7% de la población mundial, es decir, podrían ser hasta 135 millones 560 mil 648 personas en el mundo. Casi la misma cantidad de la población mexicana y casi tres veces la población de Colombia. Sin embargo, terfs como Amélia Valcárcel conciben a las personas intersexuales como una anomalía tan pequeña que podría decirse que “no existe”.
Les expertes también comparan la cantidad de personas interex en el mundo con la población pelirroja. Es verdad que las personas pelirrojas son menos del 2% de la población, y que su origen está en la mutación de un gen que se produjo hace 50 mil años, pero nadie se atrevería a decir que las personas pelirrojas no existen. La existencia de las personas intersex estorba a las personas transfóbicas e intersexfóbicas en su teorización y en su defensa de la biología binaria, entonces prefieren ignorar o desdeñar esa realidad material al mismo tiempo que dicen defender la “realidad material” del sexo.
Activistas intersex también han hecho visible la importancia de reconocer su existencia en sí misma, no sólo en relación a las personas trans o como a una “anomalía biológica”. La mutilación histórica contra niñes intersex y el secretismo con el que se habla de esta población tiene que parar, debe haber justicia y reparación.
El terfismo es esencialismo, no biología
Ivania Cerón Souza, bióloga e investigadora postdoctoral con especialidad en biología evolutiva y genética de plantas, y David Aurelia Ayala Usma, biologue trans no binaria y cientifique han investigado y realizado conferencias sobre la complejidad de las ciencias biológicas y por qué es mentira afirmar que las mujeres no tienen pene y los hombres no tienen vulva.
Elles explicaron en entrevista que en el desarrollo biológico están implicados los genomas, cromosomas, fenotipo, reproducción y gametos, se trata de una receta muy compleja con muchos ingredientes y cada cambio mínimo puede transformar el resultado final.
Según Joan Roughgarden, bióloga evolutiva de la Universidad de Stanford, la clasificación de sexos se da en función del tamaño de los gametos que producen: hembras si producen unos gametos grandes llamados óvulos y machos si producen unos gametos pequeños llamados espermatozoides. Sin embargo, este binarismo no se puede generalizar fácilmente a otros rasgos corporales relacionados con el sexo (por ejemplo la presencia de pene, glándulas mamarias, vello corporal, etc.) debido a la enorme variación que presentan entre los individuos de una misma especie. La manera que tiene un organismo de usar la forma, el color, aromas, comportamiento, y otras características, para adoptar un rol sexual es la manera en la que evidenciamos el género en las diferentes especies, incluides les humanes.
El pez payaso es una especie hermafrodita secuencial, es decir, aunque haya nacido macho puede transformarse en una hembra. Los gorriones de garganta blanca tienen cuatro variables de conducta y rol sexual, lo que podríamos llamar “géneros”.
En la cultura popular, está instalada la idea de que una persona es hombre porque tiene cromosomas XY y las mujeres lo son por tener cromosomas XX, pero esto no es necesariamente así en todos los casos. En los humanos, hasta la séptima semana comienzan a desarrollarse los genitales. Los embriones con cromosomas XY típicamente desarrollan un gen llamado SRY en el cromosoma Y. Cuando no lo tienen, se desarrolla la feminización, pero hay versiones del gen SRY que no pueden desarrollar la masculinización entonces son “hembras” con cromosomas XY. También existen casos de personas XX que tienen el gen SRY en el cromosoma X, lo que resulta en “machos” XX.
Además, en el caso de que el feto tenga cromosomas XX o XY “normales”, algunas sustancias como medicamentos, insecticidas y residuos de plásticos pueden hacer que el programa de masculinización falle. Esto hace que el feto sea una “hembra” aunque exista el gen SRY.
Casos parecidos también suceden en algunas aves, reptiles, insectos, crustáceos. En los pájaros maluros soberbios, a pesar de las marcadas diferencias entre machos y hembras, los machos no tienen pene: igual que las gallinas. Los murciélagos de las frutas de Dayak machos son quienes tienen glándulas mamarias para alimentar a sus crías. Y en especies donde no hay óvulos y espermatozoides, como los hongos y las bacterias, es posible encontrar más de dos “sexos”.
En conclusión, la biología no es tan simple ni tan universal como dice el terfismo. El sexo no determina los roles de género ni mucho menos determina los sujetos políticos ni dicta cómo deben organizarse las sociedades.
Además, el papel de la biología en la ciencia es descriptivo, no prescriptivo. Así que cualquier afirmación que trate de utilizar la biología para decidir qué es lo correcto y qué no lo es, respecto al sexo y el género, es anticientífica. La profesora Joan Roughgarden nos dice al respecto que: “Si utilizáramos cada fenómeno presente en otras especies para justificar conductas sociales podríamos terminar por justificar el canibalismo diciendo que como sucede en tiburones, insectos y peces entonces eso es natural. Es nuestro deber y derecho como sociedad decidir la manera en que queremos vivir nuestros derechos sexuales y reproductivos”.
Las personas trans no viven en el cuerpo equivocado, viven en la sociedad equivocada
En algunos casos, las terfs califican las identidades de las personas trans como un “capricho” o un “sentimiento”. Algunas terfs han comenzado a utilizar la palabra “autoginefilia” para patologizar a las personas trans. El concepto fue inventado por el psicólogo estadounidense-canadiense Ray Blandchard de 76 años, un sexólogo que ha colaborado con supremacistas blancos como el nazi inglés Edward Dutton y que se ha referido como “mariquitas” (sissys en inglés) a niñas trans. En resumen, la tesis de Blandchard es que las mujeres trans son “hombres afeminados” que se sienten atraídos por su propio cuerpo proyectado en femenino, reviviendo el mito estigmatizante de que las mujeres trans “se visten de mujeres para excitarse”.
Durante una charla con Volcánicas, la periodista mexicana Láurel Miranda opinó que incluso las explicaciones sobre la existencia de las personas trans siguen siendo narrativas producidas por personas cis, así que cuando las terfs debaten sobre “la existencia trans” en realidad no están rebatiendo la existencia (pues esta es indebatible dado que las personas trans existen) sino sus propios prejuicios transfóbicos.
En la entrevista con Volcánicas, la activista Dana Corres insistió en la necesidad de “conceptualizar” qué es ser una mujer trans y dijo que “no niega las violencias de las personas trans” pero está en contra de que digan “nací mujer pero en el cuerpo equivocado, o que mi cerebro es mujer. Cosas que han sido comprobadas científicamente que no son posibles”.
Sobre esto, la periodista Láurel Miranda dice:
“Yo siempre respondo que no nací en el cuerpo equivocado. Yo nací en el cuerpo correcto. Esa idea de que nacimos en el cuerpo equivocado no viene de nosotras, viene de ustedes que han tratado de explicarnos nuestra existencia a partir de esa patologización. Yo nací en el cuerpo correcto y lo único que estoy diciéndole a la sociedad es que lo voy a habitar de esta manera. No por haber nacido con una materialidad tengo que circunscribirme a todo lo que está relacionado con esa materialidad que se supone que están tratando de abolir, pero no están aboliendo: la están ratificando. Todas las personas estamos constituidas por una identidad que a su vez está conformada por miles de factores de raza, origen, clase social, género, lugar, experiencias. Una persona que dice que quiere abolir la identidad me parece que está siendo ingenua o perversa porque lo que trata de hacer es imponer su identidad como la única posible y legítima, y decir que las personas que se salen de esa norma, en este caso la cisnorma, son anormales, monstruosas o un peligro”.
Los problemas de salud de las personas trans se deben a la discriminación, violencia y persecución de las que son objeto a diario. Se deben a que se les niega sistemáticamente el derecho a la salud a pesar de que gran parte de esta población vive situaciones de violencia y marginación que las expone a requerir atención médica. Al respecto, Simón Torres también nos dijo: “El sistema médico tiene una visión completamente monocular de las realidades de las personas trans. No todas las personas trans experimentan malestar con el cuerpo y suponer que todas desean intervenciones corporales y hormonización es incorrecto. Los cuerpos trans son válidos, los cuerpos trans existen y creo que hacia allá es hacia donde es necesario mover al sistema de salud. Muchas personas no están atrapadas en el cuerpo equivocado sino en la cultura equivocada, están atrapados en una sociedad equivocada, en donde hay solo dos formas de habitar el mundo”.
Históricamente las personas trans han tenido dificultades para acceder a servicios de salud y desde hace una década tanto la Organización Mundial de la Salud como la Organización Panamericana de la Salud han informado sobre cómo la transfobia debe considerarse un factor que afecta gravemente la salud de las personas trans. Las estadísticas muestran que alrededor del 70% de les adolescentes trans en Estados Unidos piensa en suicidarse y entre el 15 y 30% de hecho lo intentan debido al acoso verbal en espacios físicos y virtuales. Las mujeres trans tienen una expectativa de vida de 35 años, debido a la violencia y desatención médica en la que se encuentran.
Esto es algo que impacta globalmente y aún más en América Latina, por la pobreza, la injusticia y las condiciones precarias de acceso a la salud. En la región aumenta el número de personas que mueren en quirófanos clandestinos por intervenciones artesanales, es decir, modificaciones al cuerpo con métodos caseros y muchas veces inseguros. En Colombia, México, Ecuador, y otros países latinoamericanos se han registrado hospitalizaciones y muertes por inyección de biopolímeros a mujeres trans, un procedimiento inseguro para moldear algunas partes del cuerpo como los glúteos, que algunas mujeres trans realizan a falta de alternativas e información.
Por ello es que las políticas de reconocimiento de la identidad de género autopercibida y el acceso a tratamientos hormonales y/o cirugías de reasignación son tan importantes para la salud de las personas trans. Estos servicios de salud les pueden servir en sus transiciones tanto como elles quieran y necesiten, para vivir sus vidas de manera libre y digna.
Además, existe una discriminación sistemática en hospitales y clínicas que han llevado a personas trans a la muerte debido a la falta de atención médica como ocurrió este año a Génesis, una mujer trans boliviana a quien le negaron la entrada a dos hospitales a pesar de que estaba muy grave. O a Sasha Barrionuevo de Argentina quien pasó los últimos días de su vida en la cárcel tras ser criminalizada por dedicarse al trabajo sexual y a quien le negaron atención médica en prisión después de recibir una golpiza por la que finalmente falleció.
Por eso, el acceso a la salud de manera integral y sin ningún tipo de discriminación es fundamental, Simón Torres, quien desde la organización Liberarte ofrece servicios terapéuticos para mejorar las vidas de personas LGTB, afirma, “El malestar viene desde muchos lugares, no solamente es el cuerpo, es la familia, el colegio, la sociedad, la calle, la vecina, los lugares binarios. Pese a todo, estos procesos de terapia son increíbles. Es una satisfacción enorme ver a las personas florecer, verlas autónomas, verlas ejercer sus derechos cuestionando el sistema de salud, el sistema jurídico y la sociedad, haciendo apuestas transgresoras. El ejercicio terapéutico es muy rico porque invita a pensar qué lugar del mundo quieren ocupar y no qué lugar es el que el mundo quiere darles”.
Espera mañana la publicación de la parte 2
CRÉDITOS
Reportería: Katia Rejón y Arlen Molina
Análisis: Katia Rejón, Matilde de los Milagros y Catalina Ruiz-Navarro
Edición: Matilde de los Milagros Londoño Jaramillo
Revisión editorial: Alejandra Soriano W.
Fact checking: Katia Rejón
Consultoría editorial: Matilda González Gil
Ilustraciones: Carolina Urueta y Lina María Rojas
Excelente trabajo. Muchas gracias!!
Los reacios al reconocimiento de las mujeres-trans tienen algo de razón al insistir en que la biologia importa algo. Que se deben pensar las situaciones en las que una mujer trans tiene las mismas chances que otra mujer.
Por ejemplo, Caroline Criado-Perez nos muestra en “La Mujer Invisible” como las pruebas de nuevos medicamentos y tratamientos se han realizado casi que exclusivamente en hombres-machos. Esto implica un mayor riesgo de muerte para la vida de las hembras humanas, pues los tratamientos médicos no consideran que sus cuerpos son diferentes. ¿Qué tal si los laboratorios, con tal de decir que están considerando igual número de hombres y mujeres, llaman mujeres trans para validar sus medicamentos?
Y en los deportes. Una mujer trans va a tener mejor desempeño que una mujer-hembra en las disciplinas que impliquen resistencia y fuerza. No va a ser justo poner a competir una mujer-trans con una mujer-hembra.
Ese tipo de cuestionamientos no es una incitación al odio.
Las proposiciones del tipo “que alguien piense en los niños”, “nos van a violar”, “nos van a reemplazar”, sí que lo son.