Los blancos creían que al margen de su educación y sus modales, debajo de toda piel oscura había una selva. Veloces aguas innavegables, babuinos oscilantes y chillones, serpientes dormidas, encías rojas a la espera de su dulce sangre blanca. Y en cierto sentido, pensaba Stamp Paid, tenían razón. Cuanto más se esforzaba la gente de color por convencerlos de lo buenos que eran, lo inteligentes y cariñosos, de lo humanos que eran, cuanto más se esforzaban los negros en persuadir a los blancos de algo que a sus ojos estaba fuera de toda duda, más profunda e intricada crecía la selva en su interior. Pero no era la selva que los negros habían llevado consigo a este lugar desde el otro. Era la selva que los blancos plantaban en ellos. Y crecía. Se extendía. En, a través y después de la vida, se extendía hasta invadir a los blancos que la habían plantado.
Toni Morrison, 1987.
La vicepresidenta Francia Márquez llegó el pasado 11 de mayo a Libreville, capital de Gabón, país de África central, donde inició su viaje por diferentes países del continente como Kenia, Sudáfrica y Etiopía. El objetivo de este viaje diplomático, según la agenda del recorrido, es “lograr la consolidación de las relaciones diplomáticas, políticas, comerciales y culturales con estas tres naciones en la cuna de la humanidad.” Y si bien este viaje hace parte de la Estrategia África 2022–2026 planteada en el Plan Nacional de Desarrollo, no ha dejado ser tachado de innecesario, costoso o caprichoso. Seguimos, una vez más, viendo en redes, medios y en voces de la academia una punzante vigilancia de lo que hace la Vicepresidenta y, por si fuera poco, un constante deseo de control por sus reacciones ante las críticas desmedidas que tiene que enfrentar mientras asume lo que demanda un cargo público.
Hemos reiterado desde el activismo antirracista, en varias ocasiones, que cualquiera de los pronunciamientos o decisiones de Márquez se juzgan con un sesgo racista que termina por insistir en que la vicepresidenta justifique cada mínimo detalle de su actuar. Constantemente, se le exigen razones, presupuestos, explicaciones y hasta pedagogía que no se le han pedido a ninguna otra figura de la política pública en Colombia.
Lo que es más diciente del racismo estructural en el que está fundado el país, es que pese a las explicaciones que da Márquez, una y otra vez, o su equipo de comunicación, lo que se fiscaliza es su tono, que lo haga con elegancia, con mesura y que se moleste por ser cuestionada. Se le pide que ante el racismo se comprometa no solo a ser educada, sino a educar, frente a la tergiversación de la filosofía de toda una comunidad, que sea paciente. Que frente a la ignorancia elegida de los medios masivos conteste con una sonrisa, con sofisticación.
La blanquitud se inventó los modales para esconder bajo guantes de seda la sangre que les dejaron los genocidios culturales, socioeconómicos y políticos de las comunidades negras y racializadas. Bien lo señala Bolívar Echeverría cuando habla de la blanquitud como una imposición cultural: “el capitalismo del norte de Europa se estableció como el elemento más determinante de la modernidad. La blancura racial se prolongó también a blanquitud como un modo de ser, unas formas de actuar, una apariencia estética aceptable y particularmente unos valores sobre la vida, el trabajo y las jerarquías.” Y hoy esa misma blanquitud, escondida tras un periodismo mediocre o un afán academicista, es la que revela falta de ética en su ejercicio profesional, pues recordemos que una opinión o un juicio personal no son de ninguna manera de interés público si implican discursos de odio o discriminatorios.
Así como lo indica el epígrafe de Morrison que abre el texto, donde la nobel de literatura aseguró en la voz de uno de sus personajes que los blancos le temen a la mismísima semilla que ellos plantan, los temores y miramientos que muestra la Academia y los medios masivos no son más que miedos infundados por ellos mismos. Nos damos cuenta de que a toda costa evitan confrontar lo arraigado que tienen el racismo y su falta de preocupación por perpetuarlo. Dice la Dra. Raquel Martin, licenciada en Psicología Clínica especialista en salud mental con perspectiva de raza, que en la continua vigilancia del tono en el que hablan las personas negras está encarnado el desdén por el aprendizaje. Es, según la Dra. Martin, un privilegio no tener que aprender sobre raza, ese mismo privilegio sostiene las opresiones racistas que se desataron cuando los medios y figuras de la Academia como la internacionalista Sandra Borda, se negaron a entender la importancia detrás de las relaciones que busca establecer Márquez con países estratégicos del continente Africano.
La insistencia en la vigilancia del tono de Francia Márquez es una manera de deslegitimar sus razones e ignorar las explicaciones que sí ha dado, aun sin ser necesarias, como cuando tuvo que explicar que por razones de seguridad, ante amenazas y hostigamientos, debía usar helicóptero para desplazarse. También es la prueba irrefutable de que en Colombia hablar de antirracismo es urgente. Así lo expresó Tatiana Bonilla en su columna para 070: “a pesar de las razones, las críticas al viaje de la Vicepresidenta han dejado en evidencia el profundo desconocimiento que tiene el país sobre las capacidades, culturas y gentes que habitan en África y su estrecha relación con Colombia. Un asunto que, para el próximo embajador en Kenia, da cuenta de un desinterés histórico de la política exterior del Estado colombiano por tender puentes y establecer relaciones con los países de ese continente. Justo lo que se propone cambiar esta estrategia.”
Desde nuestro trabajo como periodistas, escritoras antipatriarcales y desde el activismo antirracista, no nos cansaremos de insistir en que el racismo ha sido mediador en la manera en que medios y figuras públicas abordan el quehacer, la trayectoria y las decisiones que se toman en la vicepresidencia. Un mediador que tenemos que cuestionar con vehemencia para erradicarlo de la prensa, las aulas y las redes.