January 20, 2024

COQUETTE: hiperfeminidad, infantilización, culpas y prejuicios.

Reflexionamos sobre la tendencia Coquette, “lo femenino”, y lo fácil que es caer en terrenos fiscalizadores de la moral y el cuerpo de las mujeres por la indumentaria. Sin embargo, esta conversación nos recuerda que el género se construye, que esas construcciones responden también a un momento determinado y por eso se pueden sentir desactualizadas. Y lo más interesante es que esas construcciones se pueden rebatir.

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“El único lugar público que se le concedió a la mujer tradicional fue el de la belleza” – Rosa Montero (La arruga es bella).

Cuenta mi mamá que cuando yo era bebé no tenía casi pelo y tenía que pegarme con cinta adhesiva los moños que me compraba mi madrina porque claro, era muy importante que se supiera que yo era niña. ¿Y cómo más se iba a saber si no era por los vestidos, el rosa, los aretes y los moñitos? Para tranquilidad de todas, de mi mamá, mi madrina, mi abuela y mis tías, luego me salió el pelazo que les heredé y se volvió un elemento fundamental en mi construcción de identidad, muy anclada, por supuesto, al mandato de feminidad. Cómo no iba a serlo, si desde antes de tenerlo, ya era parte del performance completo: pelo largo, faldas y vestidos, rosa y pasteles, maquillaje, tacones, delicadeza, ternura, un largo etcétera más limitante que expansivo y, evidentemente, lazos y moñitos, todo eso que hoy reúne la estética polémica del momento: la moda coquette.

Pero lo coquette no es algo nuevo. Vuelve cada tanto en el paquete de tendencias románticas, ahora siguiendo las entregas del balletcore y el cottagecore en las que los moños y los pasteles también tuvieron su participación, pero esta vez pega diferente. Tal vez porque ahora viene atada (con un gran moño rosa) a una conversación digital ineludible o porque nunca antes se había sentido tan anacrónica dentro del diálogo macro en torno al género, que busca desligarse del lugar común que esta tendencia más refuerza, moños y prendas rosa = niñas / pelo corto y prendas azules = niños y que solo es la punta del iceberg de un proceso de socialización que empieza por lo estético pero viene acompañado de un aconductamiento temprano de roles por sexo. Hay una socialización que va mucho más allá de la indumentaria, que pasa por lo que la sociedad espera de ti y te permite, lo que puedes explorar, desarrollar y finalmente ser; los colores y los ornamentos son solo un marcador más.

Y es que cada vez tenemos más y mejores herramientas para diseccionar esta y todas las tendencias de moda y de mercado y comprenderlas sin satanizarlas, para tomar decisiones informadas sobre lo que consumimos. Porque aquí nada es casual. Ninguna tendencia sale de un repollo, todas responden a las tensiones socioculturales más relevantes del momento y ahí es donde quisiera poner la lupa. Por un lado, en la moda como marcador de clase y género, como fenómeno de aculturación que permite acceder a ciertas dinámicas sociales, pertenecer a un grupo, que es una necesidad inherente del ser humano. Por otro, en la evidente necesidad de grupos fundamentalistas, conservadores y antiderechos de rescatar los valores originales de la familia nuclear heterocis católica apostólica y romana y la mujer virtuosa, madre y esposa que la sostiene.

Ya me he topado con publicaciones en redes sociales que celebran la tendencia como un regreso “después de tanto desorden, a un rescate de lo femenino y masculino”. Vienen mujeres mujeres y hombres hombres, dicen este tipo de publicaciones que bien podrían haber salido de la oficina de comunicaciones del vaticano o de cualquier reunión de feministas transexcluyentes. ¿Acaso las mujeres somos más mujeres porque nos pongamos un moño rosa en la cabeza? Y ¿cuál desorden? ¿Cuestionar precisamente esas imposiciones anacrónicas? Hace mucho ruido este tipo de lecturas porque no son un pensamiento aislado y porque se nos sigue viendo en función de la reproducción. ¿En pleno 2024 hay gente hablando de cinturas marcadas como indicador de fertilidad femenina?

Dejando de lado el hilarante reclamo del regreso de la virtud femenina, es inevitable pensar que esos símbolos sí refuerzan esa construcción social de género que tanto hemos cuestionado y hasta cierto grado de infantilización; no es fortuito que la primera reacción de muchas de nosotras al ver referentes coquette sea desempolvar el baúl de los recuerdos y volver a imágenes de nuestra infancia y adolescencia. Aunque también es inevitable ver cómo todo lo que asociamos a lo femenino, lo que aún el grueso del mundo registra como “cosas de mujeres”, sigue siendo objeto de burla y detona con sorprendente facilidad prejuicios asociados al género como edadismo y revictimización. Tampoco es casual que haya quienes fijen un límite de edad para ponernos un moño en el pelo y que ese límite vaya en paralelo a nuestra capacidad reproductiva… Ya estamos muy grandes para eso y suficientemente adelantadas en la tarea como para seguir responsabilizando a un pedazo de tela por las violencias que sufrimos las mujeres. No amigas, que una mujer adulta use un moño rosa no es un gancho para pedófilos. Reprocharnos por seguir los códigos que llevamos décadas aprendiendo y performando es caer en el mismo juego culposo judeocristiano en el que siempre somos nosotras las responsables de nuestra desdicha. Dejemos de quitarle la responsabilidad a los agresores y de sumarnos más culpas que no nos corresponden. El problema es la pedofilia, no el moño rosa. El problema es el acoso y la violencia machista, no el escote ni la minifalda. Ninguna prenda justifica una agresión. El respeto, la dignidad y la igualdad no dependen de un pedazo de tela.

Lo cierto es que esta tendencia, de más grises que rosas, pone en evidencia, una vez más, lo fácil que es caer en terrenos fiscalizadores de la moral y el cuerpo de las mujeres y eso hiede a misoginia y culpa judeocristiana. Y lejos de aburrirme o preocuparme, celebro toda esta conversación porque nos recuerda que el género se construye, que esas construcciones responden también a un momento determinado y por eso ahora se sienten desactualizadas. Y lo más interesante es que esas construcciones se pueden rebatir, no son estáticas ni mucho menos “naturales”. Las hemos naturalizado, que es muy distinto.

Continuar asociando los moños y el rosa exclusivamente a las niñas, no es un problema de la tendencia Coquette ni de quien elija usarla, es un asunto de estereotipos y roles de género y la solución no es dejar de usarlos, es cuestionar ese mandato y dejar de insistir en que existen “cosas de mujer” y “cosas de varones”, que cada quien use y performe lo que quiera. La pregunta más interesante o al menos la que a mí más me interesa de todo esto es, ¿seguiremos reforzando la asociación de moños, cintas, lazos a niña, quinceañera virginal, lolita, esposa recatada o Maria Antonietas pudientes? ¿O veremos un coquette más disruptivo, desde una reinterpretación no hegemónica, no cis, no hetero, no binaria e incluso, por qué no, desde la apropiación masculina? Al final, la moda también tiene el poder del cambio social a través de los valores estéticos.

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Autor

  • Feminista colombiana, autora del libro “Que el privilegio no te nuble la empatía” (Planeta, 2020) y cofundadora de la colectiva Las Viejas Verdes. Ita María es Economista de la Universidad Icesi (Cali, Colombia) y tiene un MBA de Esdén Business School. Desde 2007 ha ocupado cargos directivos en importantes compañías de la industria de moda y tendencias como experta en marketing y estrategia (INVISTA, 2007-2012), análisis de tendencias y comportamiento de consumidor (WGSN, 2013-2017) y más recientemente incursiona en la industria de los medios independientes y alternativos (VICE, 2019-2020). Cuenta con más de una década de experiencia en generación de contenidos, nuevas narrativas, construcción de comunidades virtuales y comunicación digital y ha sido tallerista y conferencista de mercadeo, redes sociales y tendencias en América Latina. Actualmente se encuentra dedicada a apoyar y asesorar en estrategia de comunicaciones a organizaciones con enfoque feminista y de derechos humanos.

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