He leído y escuchado últimamente, en redes sociales, pódcast y radio, como si se tratara de un milagro o un acto de fe, que tener mujeres en puestos de poder, históricamente patriarcales, heterosexistas y racistas, representa una promesa de avances y cambios positivos en la vida de las mujeres. Como si fuera un mantra se repite: que dos mujeres compitan por la presidencia de México, en sí mismo se traduce en un avance para las mujeres derivado de la paridad y en un golpe al patriarcado, una escribió puntualmente: “tener dos candidatas presidenciales es un logro histórico. Eso es innegable y digno de celebrar. En 1950 las mujeres no podían ni votar en México. Esto costó décadas. Ahora, esto no garantiza perspectiva de género. Ser mujer y política no equivale a tener una agenda feminista”.
También, de la misma autora, leí otro comentario, que decía: “El acceso de las mujeres a la política, a pesar de la enorme violencia sexista, sí es un logro feminista. Y soy fiel creyente que la política solo dejará de ser sexista si hay cambios desde adentro. Lo urgente, para mí, es desmantelar el patriarcado de los partidos políticos.« Me pregunto si es posible despatriarcalizar algo que por definición es machista y heteropatriarcal.
Medios, como Malvestida escribieron: “contar con dos candidatas en la contienda electoral refleja las exigencias y la perseverancia que las mujeres han demostrado durante años para participar en la esfera política y la toma de decisiones del país. Sin embargo, no es suficiente para asegurar una agenda con enfoque de derechos humanos”. Ante esta afirmación me pregunto: ¿exigencias de cuáles mujeres?, ¿a quién beneficia realmente la política partidaria y qué tipo mujeres pueden participar y acceder a ella? Si bien es cierto que muchas mujeres pueden votar, ¿a quién ha beneficiado el voto de las mujeres?, ¿cuáles o qué tipo de mujeres pueden realmente aspirar a sentarse en la mesa del amo o ser elegidas?, ¿todas las mujeres pueden y tienen las condiciones para hacerlo? Cuando decimos que es resultado de años de persistencia, asumiendo que todas las mujeres han persistido ahí, me pregunto, ¿qué tipo de mujeres tienen el tiempo y los recursos para persistir, y cuáles eran las otras que sostenían sus vidas para que ellas se dedicaran a la política partidaria?
La economía feminista se ha preguntado quién le preparaba la cena a Adam Smith, yo pregunto: ¿quién le cuida la familia, le limpia y le prepara el desayuno, la comida y la cena a Claudia Sheinbaum y Xóchitl Gálvez? A pesar de que se sabe que no es suficiente ser mujer para tener una agenda de derechos humanos, existe en esta idea la presunción, de que las mujeres todas somos una misma y que estamos frente a un logro que les ha costado años a “todas las mujeres” sin precisar el tipo de mujeres de las que estamos hablando.
En otra columna en El País, me topé con la frase: “el país donde el folklore canta a los machos más machos ya piensa que será una mujer, definitivamente, quien conducirá su destino el próximo sexenio”, que alude, a mi modo de ver, a que en un contexto machista por fin una mujer logrará tomar las riendas del país, como si la mera ascensión de una mujer al poder formal-oficial-institucional-represivo garantizara el desescalamiento de los patrones patriarcales, heteroCISexistas y machistas que moldean la política y la cultura en este territorio indio, ocupado por el Estado mexicano. Pensar que las mujeres por ser mujeres no podrían ser machistas, cuando la historia nos ha demostrado lo contrario, es una afirmación que esencializa un problema de carácter estructural. Hasta las opiniones más conservadoras, y aquellas que aclaran que ser mujeres no garantiza “perspectiva de género”, al final caen en la idea romántica feminacionalista (concepto desarrollado por Sara Farris) de que tener a una mujer en el poder, por lo menos representa una forma de “avance o progreso”.
En The Wall Street Journal, me topé con la frase en tono progresista: “el enfrentamiento entre Claudia Sheinbaum del partido gobernante y Xóchitl Gálvez de la coalición opositora refleja la creciente representación femenina en el país”. Para esta gente lo femenino alude a la misma idea que sostiene el feminismo blanco radical de Kate Millett cuando hablaba sobre la situación de la mujer en clave universal, siendo esa situación la misma cosa en todos los lugares del mundo, borrando vivencias, experiencias y situaciones de raza, clase y geografías. La celebración del ascenso de dos mujeres presidenciables para la contienda electoral de junio 2024, no se lee desde sus complejidades, sino como un evidente logro representativo de “lo femenino y de todas las mujeres” como si de una masa homogénea se tratara.
En la misma nota afirmaban: “por primera vez en la historia de México, dos mujeres competirán por la presidencia en las elecciones del próximo año, un hito en la representación femenina en un país con altos índices de violencia hacia las mujeres”. Las notas con tono de celebración y júbilo feminista son incontables, citarles todas sería una tarea inviable; sin embargo, las mencionadas aquí nos dan la oportunidad de hacer algunas preguntas, se habla de logro y una mayor representación de femenina o de las mujeres en la política, pero ¿de cuáles mujeres estamos hablando? Principalmente, de mujeres educadas que habitan mayores niveles de privilegios, que saben usar el poder patriarcal, formal e institucional y que saben hacer pactos y coaliciones con los poderes visibles, invisibles, ocultos y sistémicos. ¿Cómo puede ser entonces un avance de todas las mujeres, en un país feminicida, racista, anclado en una cultura heteroCISexista, transodiante y donde se cometen crímenes de lesa humanidad y graves violaciones de derechos humanos contra subjetividades racializadas, poblaciones indígenas y familiares de víctimas que piden justicia por sus muertos, torturados, ejecutados y desaparecidos, que estas dos mujeres por ser mujeres representen una transformación de estas macroestructuras de violencia ?
Creo que esta narrativa usa la fórmula universalizante, propia del feminismo blanco-occidental y liberal que habla de “role model”, y expresa la imperiosa de necesidad de tener mujeres que conquisten el poder estatal, porque eso se traduce en progreso automático para “todas”. Realmente me pregunto ¿si esa conquista de poder formal es solo para que aquellas que desde sus posiciones privilegiadas de clase, raza, geografía, educación formal y capacidad económica, tienen la capacidad para bien-usar las herramientas del amo —citando a Audre Lorde—, para reclamar su igualdad ante los varones de su grupo, su tajada de poder represivo y su silla dentro de las instituciones, que gestionan el dolor y administran la grave crisis de la vida y de derechos humanos, que empezó en en 1492, y se ha visto agudizada por el pasado reciente de masacres, corrupción e impunidad de las élites políticas que han gobernado México por décadas a través del PRI, PAN y PRD, y otros como MORENA, que son dinosaurios “reformados” que salieron de ahí también?
Realmente me interesa preguntarles a esas personas, que celebran un logro por el simple hecho de tener dos mujeres presidenciables, que sabemos que representan intereses y posiciones concretas alineadas a posturas conservadoras, antiderechos, cómplices del ocultamiento y violaciones de derechos humanos como bien lo hace AMLO en sus mañaneras, con acciones represivas de protestas sociales, de pueblos indígenas y grupos feministas, ¿qué les hace pensar qué estas mujeres por ser mujeres representan progreso? ¿Acaso este acto de fe se debe a la idea colonial de la sororidad que exige apoyar y creerle a todas las mujeres sin importar las relaciones de poder que reproduzcan, borrando posiciones de raza, clase y privilegios? Así como cuando las feministas transodiantes y panistas Brujas del Mar lamentaron la muerte de la colonialsta y exclavista reina isabel, bajo la premisa de que tener mujeres en puestos de poder y liderazgo, siempre será aplaudido como un logro feminista.
¿Qué es progreso para ustedes? ¿Acaso son biologistas, esencialistas y tan feministas blancas, tal cual lo eran las sufragistas blancas del siglo XIX, que mientras pedían que los hombres negros no votaran por ser la mayor degradación del hombre, y mientras negaban la condición de mujeres ex-exclavizadas negras, exigían su legítimo derecho a votar, hablar y a representar?
También les quiero preguntar, si ya sabemos —porque lo aprendimos de los feminismos negros, de Combahee River Collective, de las feministas decoloniales, de las chicanas tercermundistas y de color— que no podemos comprender el mundo desde la universalidad mujer, porque el mundo no es solo patriarcado, ni las mujeres somos iguales, y que entender el patriarcado en lógica binaria hombre-mujer-cis es un error, ya que existe una pluralidad de subjetividades e identidades de género y sexuales, y el mundo también es colonialismo, racismo, heteroCISexismo, CISgenerismo, capitalismo, capacitismo, etc. y que cualquier apuesta debe ser así de compleja e imbricada, ¿por qué creen que tener dos mujeres que ignoran esta mirada imbricada del mundo y que aspiran a gobernar un país que es una fosa clandestina, ahogado en una crisis de injusticia, desaparecidos, defensores del territorio asesinados (pienso en el ecocidio y desplazamiento provocados por el Proyecto de la Cuarta Transformación Tren Maya), feminicidios, crímenes de odio, detenciones arbitrarias, uso arbitrario del derecho penal y la cárcel, se traduce en un avance o una forma de progreso?
La instrumentalización de consignas y teorías políticas, vaciadas en nombre de las mujeres, hacen que en México estemos experimentando un conservadurismo de género: el PAN que representa la derecha en México, con una postura abiertamente antiderechos, en contra del aborto y las libertades sexuales y reproductivas y los condenables del PRI, misóginos y machistas por tradición y responsables de la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa; hoy se invisten de feministas, al hacer parte de la coalición que escogió a Xóchitl Gálvez como su líder política y candidata presidencial.
En el caso de Claudia Sheinbaum, pasa igual, su rostro de mujer empoderada instrumentaliza el discurso “en nombre de los derechos de las mujeres” para dar continuidad a un proyecto de militarización y profundización de conflictos de tierra y territorio derivados de megaproyectos extractivos, su apoyo al desplazamiento y vulneración al derecho a la vivienda firmando acuerdos con Airbnb y la UNESCO, entre otras mil cosas. Al final ambas son conservadoras, ambas brindan la continuidad a los proyectos y agendas de sus partidos. Niguna busca desmantelar las lógicas del poder patriarcal, sino participar en ellas. Sepan que AMLO tuvo un gabinete paritario, y eso no se traduce en que su gobierno fue antipatriarcal o feminista.
¿Qué tipo de mujeres pueden llegar a ser candidatas presidenciales en un país de pactos de corrupción, impunidad y graves violaciones de derechos humanos?
Los poderes no operan por separado, los poderes visibles que son formales, los estatales e institucionales, funcionan con los invisibles y los ocultos, con esos paraestatales y que no están a la vista. No podemos ser tan ingenuas de pensar que un país como México solo se gobierna desde el Ejecutivo, también sabemos que hay poderes sistémicos que mantienen la razón gubernamental del Estado —pensando en Fucó— el racismo sostiene el despojo territorial, los derrames de petróleo y desastres naturales de PEMEX, los oligopolios de Slim, las lógicas macrocriminales de la mercantilización de las vidas, las desapariciones –en su mayoría de jóvenes racializadas en México–, las alianzas de trasnacionales con actores estatales que posibilitan los más de 500 conflictos por tierra y territorio, y un largo etcétera. Cualquier mujer que se proponga gobernar, no desmantelará el patriarcado colonial, sino que lo administrará.
Pensar que estas mujeres representan cambios por ser quienes son, es pecar de ingenuidad, es no querer ver la realidad, no es solo ser feministas blancas nacionalistas e institucionales, sino estar convencidas en la falacia de la identidad sin complejizar, sin entrelazarla con un análisis imbricado desde una mirada de raza, clase, posiciones e intereses. Es no comprender que las identidades por sí solas no nos salvarán, ni tampoco se traducirán en un cambio positivo por el hecho de ser mujeres.
Esta narrativa básicamente es raCISta, y como dice Ochy Curiel, “los proyectos políticos no pueden descansar en las identidades”. Nuestros proyectos no se basan esencialmente en identidades, porque los cambios que buscamos son sistémicos, son de carácter estructural, cualquier mujer que se proponga luchar solo contra el machismo (el caso de las candidatas que instrumentalizan el feminismo), parafraseando a Angela Davis, es irrelevante para las que somos negras, indias, travestis, racializadas, precarizadas, periferizadas, discas etc. justamente nuestros proyectos políticos no deben descansar en la identidad, porque siempre se quedarán cortos, porque luchamos contra una matriz de violencias múltiples que no solo se centra en la agenda de género y el programa del feminismo blanco, que en palabras de Yuderkys Espinosa apuesta a la razón feminista eurocentrada, que es una agenda de femitecnócratas que buscan estar en el poder sin cuestionar el poder. Quizás por esta apuesta liberal, es que estas mujeres presidenciables, no representan nada para muchas de nosotras, que no somos las ciudadanas del centro de la nación. Representan nada más que la continuidad de la gestión de la violencia.
Las mujeres y cuentas feministas que han salido a celebrar por default el hecho de tener dos mujeres candidatas a la presidencia, solo cobran sentido en un feminismo anclado en el racismo feminista, en el feminismo blanco, que no es más que el feminismo de la representación, del techo de cristal, de la igualdad, institucional y de Estado. Un feminismo al que no le interesa desmantelar la colonialidad gubernamental y los poderes sistémicos que lo sostienen, sino navegar entre ellos. Es un feminismo que reclama su lugar de opresión, su igualdad con el amo, es un feminismo que exige el mismo poder para la ama dentro de la casona en la plantación. Es un feminismo que reconoce las herramientas del amo y que exige sus propias herramientas de dominación.
Esto no es invento, repasemos la agenda de la vindicación de los derechos de la mujer, que cataloga como la tercera ola (sabemos ya que historizar el feminismo en olas, es una historia racista y eurocéntrica de las mujeres blancas) la madre de las terfas, la colonadescendiente, Amelia Valcárcel, dice que el proyecto del feminismo es un asunto de números, es decir, es tener igual número de mujeres en comparación con los hombres en las instituciones y dentro del Estado (incluyendo el poder militar), el feminismo blanco está urgido de tener mujeres tanto en la presidencia para que sean las jefas de las Fuerzas Armadas como en las filas de los ejércitos, así de represivo es el feminismo que siguen colectivas feministas blanqueadas, incluyendo voces individuales y medios, que celebran tener mujeres en los poderes que no deberían ser “feminizados”, sino citando a María Galindo, desempoderados.
Amelia Várcarcel, ha escrito como agenda del feminismo blanco lo que Claudia Sheinbaum y Xóchitl Gálvez, ejemplifican con la práctica.
“Tras asegurar los derechos sexuales y reproductivos, advino otra segunda agenda, la paridad. A la pregunta de qué queremos, tantas veces oída, ya puede responderse: Es muy simple, la mitad de todo. La paridad consiste en abatir el techo de cristal mediante el sistema de cuotas. La agenda de esta tercera ola se completa, por otra parte, con la vindicación de paridad en la representación de los sexos… La paridad es abolir el «techo de cristal» mediante el sistema de cuotas o la paridad. De ahí que el feminismo entienda la paridad como un derecho que asegura la representatividad proporcional de los sexos. La paridad asegura los derechos políticos y civiles de las mujeres y permite que, a nivel político, se asuma, aunque sea en sus mínimos, la agenda feminista. Ante la vindicación de paridad no caben apelaciones al mérito o la capacidad para negar la aplicación de criterios paritarios, más bien se convierte en pertinente preguntar por qué, pese a las evidentes capacidades meritocráticas de las mujeres, siempre en las escalas jerárquicas del poder apenas sí estamos representadas”.
Como acabamos de leer, la agenda del feminismo blanco es de igualdad en el poder, sin importar qué tipo de relaciones de opresión y dominación se reproduzcan en ese poder, romper el techo de cristal es una cuestión de méritos por la evidente capacidad que han demostrado las mujeres, pero ¿cuáles mujeres? Para Amelia Valcárcel mujeres educadas, científicas, ingenieras, miembras de partidos tradicionales y tecnócratas feminacionalistas, podrían ser evidentes ejemplos de mujeres meritocráticas, que están donde están debido a su gran esfuerzo y talento femenino, no por su clase, raza y el tipo de poder y relaciones de dominación que reproducen, sino, simple y llanamente, por el hecho de que son mujeres que han conquistado con su talento un lugar en el Estado.
Este feminismo no se pregunta sobre el tipo de poder que aspira ejercer, sobre las desigualdades y las opresiones que reproduce o mantiene, no se pregunta sobre qué tipo de mujeres son las únicas que pueden alcanzar a ser meritorias para ocupar una silla en el Estado. Esta agenda de vindicación jura haber asegurado derechos sexuales y reproductivos, pero evidencia que no están contando a todas las mujeres ni subjetividades que les atraviesan estas exigencias de derechos, porque los lentes violentas con que cuentan la historia de las olas, son lentes que cuentan los avances de las mujeres, en cuanto son mujeres blancas/blanqueadas con privilegios de raza y clase, el tema para estas mujeres no es autonomía reproductiva. De hecho, incentivan las esterilizaciones forzadas, usan el colonialismo discursivo (Chandra Mohanty) del empoderamiento feminista y llaman a las empobrecidas racializadas a no parir, su agenda es romper el liberal y racista techo de cristal para estar en igualdad de condiciones con los varones de su misma clase y conquistar el poder tal y como está. Estas mujeres luchan por ellas, no por todas. Como se menciona en el texto Feminismo para 99%, sabemos que los vidrios que caen al suelo cuando mujeres como Claudia o Xóchilt rompen el techo, son recogidos por otras negras, no humanas y subalternizadas.
Ustedes se preguntarán ¿qué tiene esto de malo? Sé que muchas feministas piensan que “por lo menos son mujeres” como si eso garantizara algo, yo les preguntaría ¿qué tiene de bueno, avanzado y progresista, apoyar a mujeres femitecnócratas, que representan a élites políticas rancias y a partidos históricamente racistas, conservadores y patriarcales y a los que no les interesa cuestionar las lógicas estatales de dominación que hacen a las asimiladas como meritorias, talentosas y conquistadoras mientras la liberación y el progreso que prometen se basa en la construcción de otras como atrasadas, empobrecidas, indias y negras que deben ser representadas ahora por una mujer que simboliza el progreso del feminismo (blanco), y se le celebra solo porque son mujeres?
Este tipo de políticas instrumentalizan el feminismo, en nombre de todas las mujeres, tal cual lo ha advertido Sara Farris, cuando afirma que el Estado hace uso de narrativas feministas y del discurso de los derechos de las mujeres, para seguir perpetuando lógicas opresivas y de racismo. Es decir, sigue siendo el mismo aparato heteroCISpatriarcal y colonial de Estado, pero ahora con caras de mujeres que pintan el añejo rostro que generalmente han tenido las instituciones de gobierno.
Farris dice: “(...)feminacionalistas distraen la mirada de los problemas que ellas representan y los problemas de carácter histórico (…)”. Lo que significa que poner a mujeres en el poder, mientras el poder y sus estructuras opresivas permanecen iguales, es decir, mientras la agenda de romper el techo de cristal para ocupar un asiento en términos de representación, es la agenda, el Estado nos vende la idea de progreso que estamos avanzando, que incluso, estamos “tumbando” el patriarcado, al poner como espejismo rostros de mujeres en mayor escala de privilegios, conservadoras y liberales, en el poder, mientras se ignoran los problemas de carácter colonial, históricos y estructurales que hacen a las y los demás, negres, indies, empobrecidas e hundidxs en condiciones profundas de subalternidad. Es decir, mientras muchas celebran tener dos mujeres cándidatas, las violencias estructurales no solo son ignoradas, sino perpetuadas, porque la representatividad feminista en Estado, se suscribe a un tema individual, que no solo privilegia a unas con base en la opresión de otras, sino que funciona justamente para modernizar el patriarcado rancio de la nación heterosexual (Ochy Curiel).
El género forma parte de la base discursiva de los conservadores y de la política de Estado liberal, para conducir sus proyectos, pero sin ser abiertamente misóginos, sino en nombre de la perspectiva de género. Y el error no es que el Estado lo haga, de los poderes oficiales e institucionales siempre esperamos lo peor, el problema es cuando mujeres, feministas y colectivos, hoy celebran con júbilo las candidaturas de dos mujeres que son tan patriarcales como sus compañeros de partidos, que no representan nada más que un feminismo hegemónico de partido, que ocultan los crímenes del pasado y de la memoria reciente de sus gobernantes.
Citando a Sirma Bilge en Farris, hay una “posibilidad de que el género y la sexualidad se conviertan en el «campo de operaciones de nacionalismos racistas e imperialistas» se debe básicamente… a que esconden desigualdades estructurales (…)” Hoy cuando vemos a México-fosa-clandestina, a México militarizado, a México empobrecido, a México racista, feminicida, a México ejecuciones extrajudiciales, México tortura generalizada, México perpetrador de crímenes de odio, México transfóbico… cuando dejamos de ver lo que significa que ambas mujeres representan la continuidad de un proyecto militarista, negacionista de la crisis de derechos humanos en el país en el caso de Claudia y en el caso de Xóchilt a una derecha antiderechos, a un PRI genocida histórico y a un PRD conformado por priistas de la misma clase ¿por qué creemos que según tener a mujeres de candidatas representa un avance para las mujeres y un progreso por default, sin el más mínimo análisis y nivel crítico? Este acto de fe es un claro ejemplo de como el género, la política de la ruptura del techo de cristal feminista para que mujeres con privilegios tengan más privilegios, para que el feminismo blanco, el feminacionalismo y la tecnocracia de género, citando a Galindo, sean espejismos que distraen a la gente y convencen como si de un acto de fe se tratara, que tener a una mujer en la silla de los amos, representan algún cambio. Tanto Claudia como Xóchilt no representan nada más, que la continuidad patriarcal de sus respectivos partidos, y como no somos esencialistas, sabemos que sus identidades de mujer no se traducen en cambios de carácter estructural.
Mientras escribo, pienso en otra en clásica narrativa feminista blanca que dice que “somos muy duras con las mujeres”, casi es un llamado a caer otra vez en la cárcel de la identidad, un recordatorio de que ser mujer deja pasar toda crítica, olvidemos la represisión y la política genocida de la dictadora de Perú, Dina Boluarte; olvidemos la complicidad de Margaret Tacher con Augusto Pinochet y la profundización de su política neoliberal, imperialista y colonista en el tercer mundo. Olvidemos los crímenes en Irak de Condeleezza Rice; olvidemos la política imperialista y las guerras de Hillary Clinton que dio continuidad a la guerra en Irak, apoyó el golpe de Estado en Honduras y apoyó la invasión a Libia, bajo el discurso gringo del terrorismo; olvidemos la postura antinmigrante y racista de Kamala Harris; olvidemos a la primera mujer Ministra de Italia, quien es una feminacionalista de derecha y fascista, Giorgia Meloni. Olvidemos todas esas mujeres empoderadas europeas que son feministas, lesbianas mientras son racistas e islamofóbicas.
Olvidemos que Claudia Sheinbaum reprime protestas sociales mientras nombra la Ciudad de México como la ciudad de derechos, olvidemos su responsabilidad, complicidad y corrupción en la caída de la línea 12 del metro de la CDMX, olvidemos su represión contra pueblos indígenas triqui, purépecha, tzeltal, tsotsil, mixtecos, nahuas de Veracruz, nahuas de Puebla, man, tlapanecos, wixárikas, mazahuas, otomíes, zapotecos, mazatecos, mixes, totonacos, tojolabales. Parte del Movimiento de Pueblos, Comunidades y Organizaciones Indígenas (MPCOI), que hacen uso de la protesta para defender sus derechos colectivos. Olvidemos que representa la prolongación de la militarización. Olvidemos que Xóchilt Gálvez, aparte de instrumentalizar el discurso de la “identidad indígena” que devela su racismo y nacionalismo fetichista de lo indio que encarna, olvidemos que representa el Frente Amplio por México conformado por el PRI, PAN y PRD, es decir, la derecha y la clase política más racista y responsable de la crisis forense y de derechos humanos en la cual se encuentra México. Según este llamado de feministas blancas e institucionales, por tratarse de dos mujeres, hay que entrar en una profunda amnesia, todo en nombre de las mujeres. Estas feministas resultan ser tan racistas y patriarcas como sus candidatas presidenciables, así de miserable.
Ante la pregunta machista, ¿está México preparado para tener una mujer presidenta? no amerita nuestra respuesta, porque ni nuestra escucha merece. No se trata de si una mujer puede o no ser presidenta, claro que puede, una travesti, una india, una negra, una disca, podría serlo. Esta pregunta al estilo Scooby Doo, al quitar el manto, revela la cara del macho que pregunta. Aquí la cosa se trata en cuestionar la política feminacionalista de género, que instrumentaliza la identidad de la mujer (no de cualquier mujer, sino de una rica, con plata, empresaria, de buena familia, intelectual, blanca, con clase, etc.) universalizándola mientras borra las otras mil formas de ser mujeres en plural, e instrumentalizan el discurso feminista para (i) lavar las caras de partidos indefendibles; (ii) mientras estamos paradas en la fosa militarizada y los crimenes cometidos por los partidos que representan estas mujeres.
No quiero terminar este texto, sin antes regresar a mi genealogía, a las feministas negras, a las chicanas tercermundistas y decoloniales afrocaribeñas, que tanto nos han advertido sobre el error de pensar el feminismo con un sujeto universal mujer – le agrego CIS. Que por ser mujeres se construye como emancipatorio y subversivo, la verdad es que el patriarcado, el racismo, el neoliberalismo, la colonialidad… son opresiones que vienen representadas en formas de subjetividades diversas, la represión de la opresión heteroCISpatriarcal racista también es diversa, incluyendo a mujeres, especialmente, se nos olvida la complicidad de las mujeres blancas con raza, clase y meritorias, con la blanquitud y el racismo. Por eso retomo la enseñanza del feminismo decolonial de cuestionar la razón feminista eurocentrada (Yuderkys Espinosa) y criticar duramente la centralidad hegemónica del género instaurada por el feminismo blanco-liberal, que hoy se sirve como discurso reformista de la política de Estado que encarna el racismo, el capitalismo, la violencia machista de género, el capacitismo y la prolongación colonial que hoy in-vivimos.
Cualquier proyecto dentro de la política electoral, representado por una mujer que apueste a un cambio radical, subversivo y que ataca la raíz de las agresiones racistas, heteroCISpatriarcales y coloniales, han sido extirpados de raíz, pensemos cuando Angela Davis en los 70s, presidenta del Partido Comunista, fue perseguida, encarcelada y criminalizada, o pensemos en un ejemplo cercano y reciente, cuando Marichuy (María de Jesús Patricio Martínez) quien fue elegida por el Congreso Nacional Indígena como vocera representante indígena para las Elecciones federales de 2018, y derivado del racismo, la colonialidad de la política partidista y su agenda que apostaba por la centralidad de la vida y el desplazamiento de la matriz colonial-racista heterocapistalista y patriarcal, que plaga este país, sin aceptar financiamiento del INE, su propuesta radical desmarcada de la política partidaria y patriarcal, no se materializó. ¿Cómo interpretamos esto? Con un machi-racista comentario: no estamos listos para una presidenta indigena. Esta matriz solo aceptará a mujeres tan patriarcales y racistas como sus iguales varones, porque la apuesta no es centrar el análisis en que si es mujer o no, sino en qué tipo de proyectos proponen y qué tipo de mujeres son y representan.
Se habla de dos mujeres en el poder, pero no son dos mujeres cualquiera, son dos mujeres racistas. Y si les pasa por la mente la pregunta más básica del mundo: ¿y qué quieres, qué sean dos hombres? Les respondo, no quiero dos hombres, no quiero dos mujeres, quiero un proyecto político que escape de la administración de la colonialidad, de la gestión de la injusticia, que sea tan radical para no asesinar a personas defensoras y que ponga las luchas de los pueblos por la tierra y el territorio en el centro, que sea antipatriarcal, que enfrente la heterosexulidad obligatoria de la nación, que extirpe el racismo, que renuncia a la política neocolonial del despojo y el saqueo.
Un proyecto que desplace la minoría del 1%, un proyecto imbricado anti-heteroCIScapitalista, anticapacitismo, un proyecto que no privilegie a quienes ya heredaron privilegios, un proyecto de justicia, un proyecto fugado de la hegemonía institucional, del Estado, un proyecto de reparaciones, un proyecto sin cárceles, sin impunidad, un proyecto donde en palabras de Ngugi wa Thiong’o, desplacemos el centro, es decir, el Estado-nación liberal-militarista-racista-heteropatriarcal, prolongación heredera de la plantación, lo cual no se logra poniendo a una mujer, sino descolonizando el mundo.
Me parecen muy acertados los apuntes en este artículo, especialmente las referencias en cuanto no basta ser mujer para tener una agenda feminista real, radical si así se quiere afianzar.