Antes de explicarles cómo fue que BTS me ayudó a no sentir culpa por no trabajar, voy a arrancar con un poco de información. Hecho #1: Hace un poco más de dos meses tuve un accidente y me fracturé 5 huesos en el pie derecho y me rompí un ligamento. Hecho #2: Por mi incapacidad médica, los médicos me ordenaron no trabajar y me dieron una licencia médica de dos meses. Hecho #3: Durante estos dos meses de convalecencia, mis dos hermanas vinieron a cuidarme y acompañarme. Hecho #4: En este tiempo que hemos estado casi siempre en casa, nos volvimos fanáticas de BTS, la popular boyband coreana.
Todo empezó con mi hermana mayor, que un mes antes de venir a cuidarme tuvo Covid y durante su enfermedad se clavó a ver videos de BTS y se volvió fan. Cuando nos lo contó en el chat que tenemos las tres hermanas, nos reímos, no burlándonos, porque en esta familia no creemos que haya gustos que valgan más que otros, sino porque era algo muy típico de ella (y muy típico de nosotras) haberse obsesionado de la nada con algo nuevo. Unas semanas después, mi hermana menor tuvo insomnio una noche y se clavó también a ver videos… y a la mañana siguiente cuando nos levantamos me dijo: “anoche solo vi videos de BTS, los amo”. Me reí otra vez porque ya sabía lo que iba a pasar: si mis dos hermanas ya habían caído, era cuestión de días para que yo cayera también.
Y así fue. A punta de ver videos musicales, presentaciones en vivo, documentales y clips de cuanta cosa se me cruzara por Youtube, ahora soy fan de BTS (mi bias es Jungkook y mi wrecker es V). Me encantan y lo digo con cero vergüenza, primero, porque no creo en los placeres culposos, y segundo, porque siempre me ha emputado que nuestra sociedad menosprecie las cosas que le gustan mayoritariamente a las mujeres, y más si son adolescentes. Lo he visto toda mi vida: las burlas a Backstreet Boys, a Justin Bieber, a Twilight, a One Direction; parece que lo que sea que haga gritar a cientos de chicas merece ser objeto de odio para muchos.
Eso, quizás, es tema para otra columna más larga en la que analice el desprecio de la sociedad hacia los gustos de las adolescentes y cómo eso se conecta con cosas como la invención de la histeria (“enfermedad” que ya sabemos que no existe) y hasta con la forma en la que los gobiernos controlan nuestros derechos sexuales y reproductivos. Pero bueno, volviendo al tema, me volví fan de BTS. Estos siete muchachitos son muy talentosos: cantan, bailan, rapean, hacen todo bien. Y es un poco agridulce que justo mis hermanas y yo nos volvimos fans cuando los miembros de la banda anunciaron que se van a tomar una pausa como grupo mientras se dedican a proyectos personales.
El anuncio ocurrió el 14 de junio, en su Festa 2022, una transmisión anual que hacen para celebrar su aniversario. Mientras hacían chistes y comían cosas que se veían deliciosas y tomaban tragos que les hacían enrojecer sus caras, de repente la atmósfera se puso un poco seria y RM, el líder del grupo, empezó a hablar de lo difíciles que han sido este último par de años (para ellos, para el mundo) y de la necesidad que sienten de descansar, hacer otras cosas y alejarse un poco para después, quién sabe cuándo, volver a estar juntos. Todos los miembros hablaron, dijeron cosas muy lindas, hubo lágrimas, risas y mensajes de “esperamos que nos entiendan”.
Y yo, que cuando vi el video no llevaba ni una semana de ser fan, también lloré viéndolo y pensé: “sí, los entiendo, mis amores”. Yo no soy una superestrella del pop adorada por millones de personas alrededor del mundo. Tampoco llevo casi una década sacando álbumes y haciendo tours mundiales sin parar. Pero sí puedo entender el cansancio, la sensación de sentir una desconexión con lo que haces profesionalmente y la presión de seguir trabajando a pesar de que el mundo se cae y que no sabes qué quieres hacer con tu vida, hasta que el burnout te posee.
Durante estos dos meses de licencia médica, me he preguntado varias veces si debería estar trabajando. Después de todo, lo que me fracturé es el pie, no las manos ni la cabeza. Además yo trabajo desde mi casa, no tengo que ir a la oficina. Podría haber hecho caso omiso a lo que me dijeron cinco médicos distintos y me habría podido conectar a videollamadas, a negociaciones, a juntas, a la jornada laboral normal. Pero, afortunadamente, mi conciencia siempre me dijo que no debía hacerlo. Que solo me faltaron 5 años de medicina y quién sabe cuántos más de especialización para contradecir a mis doctores. Que si las dos indicaciones principales que me dieron fueron “primero, reposo; segundo, cero estrés”, fue por algo. Que no solo mi pie estaba afectado, sino mi salud mental por perder mi tan amada independencia también. Que aunque suene super hippie, es real y está científicamente comprobado que el estrés (y trabajar, en mi caso, habría significado estrés con toda seguridad) afecta no solo la regeneración celular de los huesos fracturados sino el bienestar completo de mi cuerpo. Que no estaba haciendo nada malo si no trabajaba.
Claro, yo tengo un montón de privilegios que me permitieron descansar esos dos meses sin tener que preocuparme por dinero. Primero, nadie depende económicamente de mí. Segundo, mi licencia médica era remunerada, entonces iba a recibir mi sueldo (o parte de él, porque legalmente en Colombia se paga el 66,6% en incapacidades). No tener esa carga extra de “si no trabajo, no como” me hizo sentir muy afortunada y tengo claro que no es el caso de millones de personas que, así estén enfermas, no se pueden tomar el descanso y el tiempo de recuperación que merecen.
Eso se comprobó en la pandemia, mientras muchas pasamos al trabajo remoto desde la comodidad de nuestras casas, una gran parte de la población, quienes hacían los llamados “trabajos esenciales” o quienes trabajan en empleos informales, tuvieron que seguir saliendo en medio de una pandemia global, corriendo el riesgo de contagiarse de un virus que podría matarlos. Y además están los millones de mujeres y personas dedicadas a labores de cuidados no remuneradas, a las madres que no pueden decir “me partí un pie, me dedicaré a recuperarme y nada más durante dos meses”, o a quienes viven día a día con limitaciones en su movilidad y tienen que seguir saliendo a ciudades hostiles que no están construidas pensando en ellas. Pero sin importar las condiciones de vida de quien trabaje (ya sea una persona de los grupos que mencioné anteriormente o alguien con todas las comodidades que yo tengo), el burnout, esa sensación de estar quemada por trabajo, drenada de energía, puede afectar a cualquiera.
Del burnout se ha escrito mucho; de la cultura tóxica de la productividad por encima de todo, también. Y de cómo la pandemia multiplicó esas dos cosas, ni se diga. Antes de mi accidente, yo lo estaba sintiendo. Ya me sentía agotada física y mentalmente, necesitaba un descanso. Precisamente mi accidente ocurrió durante unas merecidas vacaciones que llevaba meses esperando, deseando, pidiendo a gritos. Claro, esperaba que mi descanso fuera solo las dos semanas que duraban mis vacaciones; no tenía cómo prever que se iba a alargar a dos meses y medio. Pero, por cosas del caos de la vida, me tocó descansar obligatoriamente todo ese tiempo. Ya no tenía forma de decir: “nah, cuando pase este deadline de esta cosa importante, ahí descanso”. Ahora era obligatorio.
En un momento de la transmisión, RM y Suga, dos de los raperos del grupo y quienes casi siempre están encargados de escribir las letras de las canciones, empezaron a hablar de cómo ese agotamiento influye en su creatividad y sienten que no les sale nada a la hora de escribir nuevas canciones. Estos son hombres que han trabajado sin parar durante la última década y que ahora, cuando están en la cima y en el momento más exitoso de sus carreras (si definimos éxito como validación y reconocimiento externo), se encuentran sin ideas.
Quienes trabajen en industrias creativas, seguro se identificarán con esto. Es irónico que trabajemos en cosas en las que tenemos que ser creativas siempre, pero que la carga laboral agote nuestra creatividad. Y no se agota solo por el cansancio, sino por la falta de diversificación en nuestras vidas. Si le entregamos 8, 9, 10 horas de nuestras vidas al trabajo, ¿en qué momentos vamos a vivir las experiencias que nos enriquecen creativamente, las experiencias que van a prender la chispa de una nueva idea? Hacer siempre lo mismo, todos los días, es una forma de estancarse no solo física (los espasmos musculares de mi espalda dicen “hola”), sino mentalmente.
Se supone que en las horas antes de que empiece la jornada laboral y en las horas después de que se acabe, podríamos dedicarnos a nuestras pasiones personales, a nuestros hobbies, a las cosas que nos llenan el alma creativamente. Pero, ¿realmente cuántas horas son esas? Cuando estoy muy bien, estable emocionalmente, sin enfermedades ni dolores, siento que lo puedo hacer todo: leer libros, hacer yoga, trabajar entre 8 y 10 horas, cocinar, ver series, verme con mis amigas, escribir un libro, ir al cine, hacer ejercicio, planear viajes, jugar con mi gato, aprender portugués, tomar clases de canto, hacer videollamadas con mi familia, usar redes sociales, dormir bien. Pero ese equilibrio es muy frágil, cualquier cosa puede tumbarlo todo y de repente una sola faceta de mi vida absorbe todas las demás, y casi siempre sacrifico primero lo personal.
Por eso, en estos dos meses en los que tuve que poner mi salud primero y “sacrificar” lo profesional, me esforcé mucho en no sentir culpa. A veces, una vocecita en mi cabeza me hablaba con miedo (un miedo muy parecido al que han sentido mujeres que tienen que tomarse licencia de maternidad, o licencias médicas por salud mental) y me decía que mis colegas me iban a ver como una mala líder por estar ausente tanto tiempo, que mi ausencia se tomaría como desinterés, que me reemplazarían, que se darían cuenta de que no era necesaria; pero (y acá fue muy importante poder hablar semanalmente con mi psicóloga, y además estar acompañada de mi familia) logré callar esa voz.
Callé la voz incluso cuando, efectivamente, una colega me dijo que “abandoné” a mi equipo en un momento duro en el trabajo y que quizás habría podido conectarme a algunas videollamadas importantes (confirmando varios de mis miedos). La callé cuando desconocidas me alentaban por Instagram y Twitter diciendo que debería aprovechar estos dos meses para escribir otro libro. La callé cuando me preguntaban qué había hecho en el día y mis respuestas eran “jugar Animal Crossing” o “ver videos de BTS”. Y terminé de callarla por completo cuando vi a los integrantes de BTS visiblemente afectados por la culpa de tener que decirles a sus fans que iban a tomarse un descanso (descanso que, de todas formas, para varios de los miembros va a significar lanzar música en solitario; no es como que todos se vayan a dedicar a mirar el techo y rascarse la barriga… aunque deberían al menos por un rato, pero esa es mi unpopular opinion).
Si estos siete exitosos, creativos y talentosos músicos podían superar la culpa que sentían de quizás defraudar a sus fans, y tomar una decisión que les conviene para volver a centrarse, descifrar qué es lo que quieren en este momento de sus vidas y dedicarle tiempo a proyectos personales por separado de la empresa multimillonaria de la que son parte (desde tomar clases de inglés y teclado, hasta pasar cuatro días sin pararse del sofá por jugar videojuegos), pues yo también debería poder descansar durante dos meses y concentrarme en mi recuperación sin sentir culpa… o, al menos, superando esa culpa muy rápido.
Me encantó, yo también trabajo en creatividad y me siento 100% identificada. Soy Army hace 2 años (mi bias es Jhope) y también me he sentido juzgada por ser fan de una «boy band», sumado a que ya superé los 30 hace unos años, mis críticos lo hacen parecer más culposo todavía. ¡Pero acá vamos y seguimos!